El discurso de la vicepresidenta Kamala Harris en Washington D.C., el martes por la noche fue una muestra de postración y complicidad frente a la amenaza fascista cada vez mayor en Estados Unidos.
Harris se pronunció dos días después del acto de campaña de Donald Trump en el Madison Square Garden, que fue un evento repleto de ataques viciosos contra los inmigrantes y refugiados, un lenguaje prestado de los nazis, y amenazas directas contra los opositores políticos de Trump, incluyendo a la propia Harris.
No obstante, Harris no se refirió a este evento. Tampoco utilizó la palabra “fascismo”, que había empleado en las últimas semanas, aunque siempre citando a exfuncionarios y exgenerales bajo Trump. No se trata de un descuido, algo que siempre se le olvida mencionar. Es una decisión política deliberada.
En vísperas del discurso de Harris, Edward Luce, editor estadounidense del Financial Times, escribió una columna bajo el titular “Estados Unidos no está muy preocupado sobre el fascismo”, asesorando a Harris que deje de concentrarse en la “amenaza autoritaria de Trump”. Si bien el peligro del fascismo es real, dijo Luce, “a un porcentaje increíble de Estados Unidos no le molesta”.
Harris acató ese consejo, pero no porque a nadie le importe la amenaza fascista en Estados Unidos. Todo lo contrario. Los demócratas temen ante todo provocar ansiedad y enojo, creando una situación a la que reaccione un gran sector de la población. Frente a una amenaza fascista, los demócratas promueven la calma.
En sus comentarios, Harris apenas mencionó el golpe de Estado del 6 de enero que Trump lanzó desde el lugar donde Harris se pronunció. Hizo una mención pasajera de las amenazas de Trump de atacar al “enemigo interno”, que presentó completamente en términos individuales, el producto de un hombre “inestable” “obsesionado con la venganza” y “en busca de un poder sin límite”.
La mayor parte del gran evento de Harris, presentado como su “argumento final”, fue un repaso trillado, a menudo usando el mismo lenguaje exacto de sus discursos y los comentarios que pronunció en la Convención Nacional del Partido Demócrata en agosto.
Mientras Trump y los republicanos hablan el lenguaje de la guerra civil, Harris pidió un Gobierno de coalición. Abogó por “las concesiones” y el “consenso”, el fin de la “división, el caos y la desconfianza mutua”. Proclamó: “A diferencia de Donald Trump, no creo que las personas que no están de acuerdo conmigo sean el enemigo. Él quiere meterlas en la cárcel. Yo les daré un asiento en la mesa”.
Uno se ve obligado a preguntar: si, a pesar de sus faltas, Harris gana las elecciones y asume el cargo de presidenta, ¿ofrecerá a Trump o a sus partidarios más destacados un puesto en su gabinete? Después de todo, ya se ha comprometido a implementar gran parte del programa del Partido Republicano, incluido un ataque masivo contra los inmigrantes, algo que reiteró el martes.
En una etapa mucho más avanzada de la crisis, Harris continúa la misma respuesta de Biden al golpe del 6 de enero. Biden concluyó a partir de la conspiración coordinada para bloquear su propia toma de posesión, incluyendo los intentos de secuestrar y matar a políticos del Partido Demócrata, que era necesario tener un “Partido Republicano fuerte”. La esperanza de Harris es que, cuatro años después, los conspiradores dictatoriales dejen de lado sus complots y unan fuerzas con ella para hacer valer los intereses compartidos de la oligarquía capitalista.
Mientras tanto, Trump y los republicanos van en la dirección opuesta, incitando a la violencia por medio de acusaciones de una elección amañada. El miércoles, incluso antes de que se contara o abriera cualquier voto en Pensilvania, Trump recurrió a su plataforma de redes sociales Truth Social para alegar que “Pensilvania está haciendo trampa y fue atrapada con las manos en la masa, a niveles raramente vistos antes”. Su campaña presentó una demanda contra el condado de Bucks, Pensilvania, alegando “intimidación de votantes”.
Esto es menos un desafío legal que un intento de crear un pretexto fraudulento para la agitación fascista. Ya prendieron fuego a urnas en Washington y Oregón, una indicación de lo que está por venir.
La “estrategia” política de los demócratas está motivada por varios factores. En primer lugar, está el hecho de que una sección sustancial de la oligarquía corporativa y financiera respalda abiertamente a Trump o se acomoda a una victoria de Trump. En un artículo publicado el miércoles, el Wall Street Journal señaló que, si bien muchos directores de empresas se mantienen neutrales en público, se han acercado silenciosamente a Trump, viendo su reelección como un “seguro” contra una posible reacción violenta contra Wall Street. En los últimos días, los propietarios multimillonarios del Washington Post y Los Angeles Times han impedido que sus consejos editoriales respalden a Harris en las elecciones del próximo martes.
Los demócratas, además, necesitan el Partido Republicano y el sistema bipartidista para reprimir la lucha de clases. Las repetidas referencias de Harris en su discurso al “caos” y la “división” no se referían principalmente a los conflictos dentro del aparato estatal. Los demócratas temen que el colapso de las instituciones políticas tradicionales de dominio de clase dentro de los Estados Unidos permita una intervención de la clase trabajadora. Su verdadero enemigo, como siempre, no está a la derecha sino a la izquierda.
Finalmente, la preocupación central y primordial de los demócratas es la escalada de la guerra. De hecho, la declaración más importante que Harris hizo el martes por la noche, extraída textualmente de su discurso en la Convención Nacional Demócrata, fue su promesa de que: “Como la comandante en jefe, me aseguraré de que Estados Unidos tenga la fuerza de combate más fuerte y letal del mundo”.
En los días y semanas previos a las elecciones, Israel, con el respaldo de la Casa Blanca, está matando de hambre al pueblo del norte de Gaza en una campaña de asesinatos en masa y ha lanzado una guerra contra Líbano y ataques con misiles contra Irán. La guerra en Oriente Próximo es parte de una guerra mundial, incluida la guerra entre Estados Unidos y la OTAN contra Rusia en Ucrania y el inminente conflicto con China.
El argumento del “mal menor”, que insiste en que el Partido Demócrata es un baluarte contra Trump y la amenaza fascista, es un callejón sin salida político. Los mismos argumentos que ahora emplean Bernie Sanders, Ocasio-Cortez y otros para insistir en la necesidad de apoyar a Harris para detener a Trump se utilizaron hace cuatro años para subordinar toda oposición a Biden. ¿Y cuál fue el resultado? Trump se vio fortalecido políticamente.
El Partido Demócrata no solo está bañado en la sangre del genocidio en Gaza y por presidir una guerra global en ciernes, sino que, como partido de Wall Street, las agencias de inteligencia militar y los sectores privilegiados de la clase media-alta, no puede y no está interesado en defender los derechos democráticos. Si Harris es la abanderada de la lucha contra el fascismo, entonces esta lucha ya está perdida.
Solo la clase trabajadora, movilizada de forma independiente y en oposición a ambos partidos capitalistas, puede oponerse al descenso del capitalismo a una dictadura fascista.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 30 de octubre de 2024)