Desde el inicio de la guerra en Ucrania en 2022, la Casa Blanca y toda la prensa estadounidense han proclamado que fue una “guerra no provocada” y lanzada por un solo hombre, Vladímir Putin, el 24 de febrero de 2022.
La frase “no provocada” aparece con gran frecuencia en las descripciones de la guerra en los medios de comunicación estadounidenses. El Washington Post, el New York Times y los noticieros televisivos han utilizado la frase cientos de veces.
En un artículo de opinión el miércoles, Thomas Friedman, el principal taquígrafo de reportes de inteligencia de la CIA para el New York Times, escribió: “Desde el inicio de la guerra, solo ha habido un lugar para entender su cronología y dirección, y ese lugar es la cabeza de Vladímir Putin… de ahí provino completamente esta guerra”.
El mantra de la “guerra no provocada” en Ucrania ha asumido el mismo papel que las “armas de destrucción masiva” en la guerra de Irak o “Recuerden el Maine” en la guerra hispano-estadounidense.
La idea que subyace a la repetición sin fin de este relato es la teoría de que “cuanto más grande sea la mentira, más fácilmente se creerá”. Se espera que el público acepte que esta es la primera guerra de la historia sin orígenes históricos ni motivos económicos, la primera guerra basada enteramente en la psicología de un hombre.
Pero el martes, el Washington Post publicó una entrevista con el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, quien afirmó que la guerra en Ucrania “no empezó en 2022. La guerra empezó en 2014”.
Stoltenberg continuó: “Y desde entonces, la OTAN ha implementado el mayor refuerzo de nuestra defensa colectiva desde el final de la guerra fría... Hasta 2014, los aliados de la OTAN estaban reduciendo los presupuestos de defensa. A partir de 2014, todos los aliados de Europa y Canadá han aumentado significativamente su gasto en defensa... se trata de una enorme transformación de la OTAN que comenzó en 2014”.
Según Stoltenberg, la guerra no comenzó en febrero de 2022, con la invasión rusa de Ucrania, sino en 2014, ocho años antes.
Esta admisión confirma dos puntos que el World Socialist Web Site ha planteado repetidamente desde el estallido de la guerra. En primer lugar, que el conflicto tiene un trasfondo histórico. Segundo, que la invasión de 2022 fue una respuesta desesperada a los intentos de la OTAN de integrar a Ucrania en su órbita.
Stoltenberg afirma que la guerra comenzó en 2014, pero no explica lo que ocurrió en realidad. El año comenzó con la operación de cambio de régimen respaldada por EE.UU. en Ucrania, derrocando el Gobierno del presidente Víctor Yanukóvich, que se había opuesto a las medidas para integrar a Ucrania en una asociación política y un pacto comercial con la UE, que a su vez se preparaba para integrarse en la OTAN.
El golpe fue financiado con “más de 5.000 millones de dólares”, según presumió la subsecretaria de Estado estadounidense Victoria Nuland.
El derrocamiento del Gobierno de Yanukóvich fue encabezado por organizaciones fascistizantes y ferozmente antirrusas, como Sector Derecho y el partido Svoboda. En los años siguientes, el Gobierno de Petro Poroshenko, instalado tras el golpe, llevó a cabo actos de violencia y represión contra la población rusohablante del este de Ucrania, lo que provocó la muerte de más de 14.000 personas entre 2014 y 2022.
La operación de cambio de régimen respaldada por Estados Unidos y la OTAN, como señaló el WSWS en 2014, tenía “la intención de provocar una confrontación con Rusia”.
El golpe provocó una respuesta del Kremlin, que entendió que significaría la entrega a la OTAN de la península de Crimea, donde se encuentra la flota rusa del mar Negro. Esto hubiera permitido a Estados Unidos estacionar su propia flota en el puerto de Sebastopol, otorgándole el dominio militar del mar Negro.
En respuesta, Rusia anexó Crimea tras un referéndum en el que la abrumadora mayoría de la población del enclave apoyó la salida de Ucrania.
Aunque afirmaron públicamente que apoyaban un alto el fuego en el marco de los “Acuerdos de Minsk”, las potencias de la OTAN se dedicaron sistemáticamente a canalizar miles de millones de dólares en armamento hacia Ucrania en preparación de una guerra, cuyo objetivo sería la reconquista del este de Ucrania y la península de Crimea.
En 2021, el Gobierno ucraniano aprobó una estrategia para la reconquista militar de la península de Crimea, que luego fue integrada de facto en la Asociación Estratégica Estados Unidos-Ucrania de noviembre de 2021.
Cuando pidió garantías antes del estallido de la guerra de que Ucrania no se incorporara a la OTAN, Putin explicó que si Ucrania se convertía en miembro de la OTAN, toda la alianza de la OTAN se comprometería a apoyar a Ucrania en una guerra para reconquistar Crimea. Esto conduciría, dijo, a una guerra nuclear entre la OTAN y Rusia.
La invasión de Ucrania en febrero de 2022 fue la reacción del Gobierno de Putin, como representante de una facción de la oligarquía rusa, para defender sus intereses al tiempo que esperaba poder llegar a algún tipo de acuerdo con las potencias imperialistas.
Los EE.UU. y la OTAN, sin embargo, están decididos a utilizar la guerra para cumplir con los objetivos que motivaron el golpe de 2014. En la entrevista con el Washington Post, Stoltenberg luego declaró que “todos los aliados de la OTAN están de acuerdo en que Ucrania se convierta en miembro de la alianza”, contradiciendo las omnipresentes afirmaciones de los medios de comunicación y la élite política estadounidenses de que las preocupaciones del Gobierno ruso sobre la adhesión de Ucrania a la OTAN eran pura invención.
La declaración de Stoltenberg es, en efecto, una promesa de sumir a la OTAN en un conflicto directo con Rusia.
La mentira de la “guerra no provocada” no solo ha sido aceptada y promovida por la élite política y los medios de comunicación controlados por el Estado en los EE.UU., sino también, vergonzosamente, por la gran mayoría de los académicos. Fuera de las reuniones celebradas por los Jóvenes y Estudiantes Internacionales por la Igualdad Social (JEIIS o IYSSE, por sus siglas en inglés), no ha habido ningún intento serio en los campus de explicar el trasfondo y las causas subyacentes de la guerra.
Es especialmente significativa la posición ferozmente proguerra y proimperialista adoptada por organizaciones nominalmente “socialistas”, que de hecho representan a sectores privilegiados de la clase media-alta. Han respaldado por completo la narrativa propagandística.
La publicación pablista pro-CIA, International Viewpoint, por ejemplo, publicó el 1 de mayo una declaración del “Movimiento Socialista Ruso” denunciando “la solidaridad a medias y el falso pacifismo” que “hace moralmente problemática cualquier forma de alineamiento con los preparativos militares del Gobierno propio”.
En otras palabras, es tarea de “la izquierda” apoyar las acciones militares de las potencias estadounidenses y de la OTAN, porque lo contrario sería servir de “instrumento del agresor”: Rusia. La declaración termina con un llamamiento a “aumentar las transferencias de armas a Ucrania que le permitirán recuperar sus territorios anexionados”. En todos los aspectos, International Viewpoint se limita a hacerse eco de las declaraciones del propio Stoltenberg.
Todas esas fuerzas sociales que han defendido la narrativa propagandística de Washington han sido puestas en evidencia por la guerra. Lejos de emprender acciones “defensivas” para salvar vidas ucranianas de los ataques rusos, Estados Unidos está decidido a luchar hasta el último ucraniano para lograr sus objetivos de reconquistar la península de Crimea e imponer una derrota estratégica a Rusia.
Cuanto más continúa y se extiende la guerra, queda más al desnudo su carácter imperialista. Cada vez está más claro que el imperialismo estadounidense, insatisfecho con solo la disolución de la URSS, está buscando la derrota militar, el desmembramiento y la conquista de Rusia, como preludio para un intento de subyugar militarmente a China.
(Publicado originalmente en inglés el 11 de mayo de 2023)