Este artículo de perspectiva política apareció en inglés el 7 de marzo del 2014
Cada día que pasa es más claro que Estados Unidos y Alemania instigaron la crisis en Ucrania, la instalación de un régimen de derecha nacionalista completamente servil a Washington y la OTAN, con la intención de provocar una confrontación con Rusia.
El jueves pasado, el gobierno de Obama descartó hablar sobre una posible conciliación con el presidente ruso, Vladimir Putin. En su lugar anunció una primera ronda de sanciones, presionando a la Unión Europea (UE) a anunciar sus propias sanciones más tarde ese mismo el día. Mientras tanto, aviones de guerra estadounidenses han sido enviados a los Países Bálticos y buques de guerra han entrado en el Mar Negro.
En respuesta a una votación unánime del Parlamento de Crimea a favor de la secesión de Ucrania y de unirse a la Federación de Rusia y al anuncio de un referéndum sobre la secesión para el 16 de marzo, el presidente Obama declaró que, de ocurrir, ese balotaje sería una violación de la Constitución de Ucrania y la ley internacional.
Como ha sido el caso a lo largo de esta crisis - en las declaraciones del gobierno de EE. UU. domina la hipocresía. En 1992 tras la disolución de la Unión Soviética Estados Unidos presionó por la desintegración de Yugoslavia. En 1999 se fue a la guerra contra Serbia para asegurar la secesión de la provincia de Kosovo. La posición de Washington sobre una u otra cuestión no está determinada por los principios del derecho internacional sino por el cálculo de sus intereses geopolíticos y económicos.
La pregunta ahora es: ¿hasta qué punto está dispuesto EE. UU. a llegar a fin de asegurarse de la victoria sobre Rusia en esta confrontación? En una entrevista televisada Samantha Power, embajadora de EE. UU. ante las Naciones Unidas (ONU), reiteró el ultimátum de Washington que Rusia reconozca el régimen apoyado por Estados Unidos en Kiev, advirtiendo que la situación de Ucrania podrían "terminar mal".
Tan imprudente es la agresividad de EE. UU. que incluso alarmó al ex secretario de Estado Henry Kissinger, el ejecutor más despiadado de la política de poder imperialista. Comenzó un artículo de opinión en el Washington Post del jueves pasado diciendo: "La discusión política sobre Ucrania se trata totalmente de confrontación. Pero, ¿sabemos a hacia donde nos dirigimos?"
El plan estratégico de Washington es muy claro: utilizar "manifestantes" fascistas ucranianos para derrocar al gobierno electo del Presidente Viktor Yanukovich y adquirir el control irrestricto sobre el país. El gobierno de Obama piensa que Putin sólo ofrecería mínima resistencia, para salvar la cara.
Sin embargo, EE. UU. no busca un compromiso con Rusia. Quiere humillarla por lo menos parcialmente, y se arriesga a que se dé inicio a un proceso que acabd en una guerra nuclear. Los Estados Unidos está exigiendo nada menos que la aceptación de una Ucrania hostil que servirá como una puesto de avanzada para las fuerzas militares de Estados Unidos y la OTAN, e identificar las operaciones destinadas a desmembrar Rusia.
En parte, la postura adoptada por Washington refleja su ira por los acontecimientos recientes, especialmente el apoyo de Rusia al régimen de Assad en Siria y la decisión de Putin de proporcionar asilo al denunciante de la Agencia de Seguridad Nacional, Edward Snowden. Ambos casos son vistos como una expresión de la negativa de Rusia a aceptar incondicionalmente la hegemonía global de los Estados Unidos. Washington quiere un cambio drástico y permanente en la relación de fuerzas entre sí y Moscú.
El gobierno de Obama parece estar contando con la voluntad de Putin de dar marcha atrás frente a la combinada fuerza militar y financiera del imperialismo de EE. UU. y Europa. Pero el hecho es que ha provocado una crisis que podría espiral hacia un choque militar con consecuencias catastróficas. Incluso si la guerra nuclear se evita en este caso, los acontecimientos de la semana pasada han demostrado que una nueva guerra mundial, con la utilización de armas nucleares, no es sólo un peligro. Es algo inevitable a menos que la clase obrera intervenga para poner fin al capitalismo y al imperialismo.
Esta situación, y la posición en la que Rusia se encuentra, confirman plenamente las consecuencias catastróficas de la disolución de la Unión Soviética. En diciembre de 1991 el anuncio por el presidente ruso Boris Yeltsin y sus homólogos de Ucrania y Belarús, Leonid Kravchuk y Stanislav Shushkevich, de la disolución de la URSS fue el último acto de traición en las décadas de traiciones por parte de la burocracia estalinista de la revolución de Octubre de 1917, que creó un estado obrero y el programa socialista e internacionalista en el que se basó la revolución.
La propaganda bélica en los medios occidentales sobre el "expansionismo" de Rusia es absurda. Desde la desintegración de la URSS, vastas porciones de la antigua Unión Soviética y de todos sus aliados del bloque oriental han pasado a la órbita del imperialismo de EE. UU. y Europa. El destino de Rusia ha confirmado las advertencias del movimiento trotskista de que la disolución de la Unión Soviética tendría como resultado la transformación de la Rusia postsoviética en una empobrecida y despótica semicolonia del imperialismo occidental.
Antes de la desintegración de la URSS, la pieza clave de la política exterior de Stalin era la "coexistencia pacífica" con el imperialismo. El Kremlin utilizó toda su influencia para reprimir la lucha de clases internacional contra el capitalismo, a cambio de un acomodo imperialista con la URSS.
En los últimos años de su gobierno, mientras desarmaba lo que quedaba de la herencia de la Revolución de Octubre, la burocracia del Kremlin bajo Gorbachov actuaba como si el imperialismo fuera una ficción marxista. A medida que desmantelaban la Unión Soviética, los burócratas vendían la ilusión de que una Rusia capitalista sería permitida a vivir en paz con los Estados Unidos y sus aliados europeos de la OTAN, ya que los nuevos biznismen (hombres de negocio) rusos se hicieron cada vez más ricos en base al saqueo de la antigua URSS.
Pero el imperialismo no es una ficción. Es una realidad brutal, y en intereses geopolíticos y económicos no hay cabida para coexistencia pacífica con Rusia. La oposición de Estados Unidos a la Unión Soviética no se basaba sólo en la estructura no capitalista de la URSS. Estados Unidos nunca pudo reconciliarse con el hecho de que la Unión Soviética, el triunfo de la Revolución de Octubre, privó al imperialismo norteamericano del control directo sobre los vastos recursos naturales y humanos de ese país tan inmenso. A pesar de que la Unión Soviética ya no existe, se mantienen los apetitos imperialistas de EE. UU. y Europa.
En Los sonámbulos, un libro recientemente publicado sobre la crisis de julio de 1914 que condujo al estallido de la Primera Guerra Mundial, el historiador Christopher Clark llama la atención hacia la imprudencia de los diplomáticos europeos cuyos errores de cálculo produjeron un desastre. ¡Pero comparados con Obama y sus aliados europeos, los actores de la crisis de 1914 son ejemplos de moderación!
Aún si se encontrara alguna forma de salir de este "callejón sin salida", sólo de corta duración. Otra crisis no tardará en llegar. La crisis de febrero y marzo de 2014 no debe dejar duda de que el sistema imperialista inevitablemente conducirá a la guerra. El único medio por el cual esto puede prevenirse es a través de la unificación de la clase obrera internacional en la lucha por el socialismo.