La aprobación el jueves en la Knéset o Parlamento israelí de la “Ley del Estado nación”, la cual consagra la supremacía como el pilar legal del Estado, marca una nueva etapa en la crisis que sacude Israel. Confirma nuevamente la desgastada afirmación de que Israel es la “única democracia” en Oriente Próximo. Con la promulgación de esta “ley fundacional” explícitamente racista, las bases legales del Estado están siendo actualizadas con la realidad de un Estado acuartelado y enraizado en la brutal opresión de un pueblo entero, los palestinos.
La legislación proclama que “el derecho de autodeterminación en el Estado de Israel es exclusivo para el pueblo judío” y que Jerusalén es “plena y unidamente” la capital de Israel.
Luego, certifica la segregación apoyada por el estado y la exclusión de árabes de comunidades exclusivamente judías, declarando: “El Estado percibe el desarrollo de asentamientos judíos como un interés nacional y actuará para impulsar y promover su establecimiento y consolidación”. Esto constituye una luz verde para el estallido de la limpieza étnica y la desposesión de palestinos dentro de las fronteras israelíes.
La ley no menciona del todo a los ciudadanos no judíos de Israel, quienes componen el 20 por ciento de la población, ni tampoco se refiere a la democracia o la igualdad.
En nombre de la supuesta unidad del pueblo judío, elimina el árabe como lengua oficial estatal, concediéndole el estatus solo al hebreo. Además, reserva un lugar exclusivo y oficial a la simbología judía, incluyendo la “Hatikva” como himno nacional.
El intento para afirmar la unidad nacional judía elevando el hebreo y la “Hatikva” solo subraya el carácter forzado y artificial del proyecto sionista en su conjunto. La Hatikva es el producto de un reciclaje de una canción folclórica italiana por el compositor bohemio, Bedrich Smetna. Al mismo tiempo, el hebreo, el supuesto lenguaje nacional de los judíos, representa una resurrección de una lengua litúrgica muerta de un pueblo cuya lengua nativa real era el ídish.
Existe una oposición generalizada a la imposición de la nueva ley entre judíos tanto dentro como fuera de Israel. Sin embargo, esta oposición no pudo encontrar su interlocutor en el Knéset debido a la cobardía y complicidad del Partido Laborista en la oposición.
Reflejando el enojo y la sorpresa de grandes sectores de trabajadores, jóvenes e intelectuales, Bradley Burston escribió en Haaretz: “Miren a su alrededor. El país se ve igual. Pero no se siente igual. Ni siquiera un poco”.
“Esta es la semana en la que este país, como lo conocemos, ha efectivamente terminado… Se ha ido toda mención de igualdad. En su lugar, los directivos que se alejan de Israel hacia un apartheid auténtico, incluyendo la degeneración del estatus de la lengua árabe y, por ende, de los ciudadanos árabes de Israel”.
Varios miles de israelíes marcharon en las calles de Tel Aviv para protestar la legislación. Un grupo de 14 organizaciones judías estadounidenses declararon su profunda inquietud con el proyecto de ley, indicando que eliminaría “la característica definitiva de una democracia moderna, protegiendo los derechos de todos”.
La Unión Europea expresó su “preocupación” sobre el impacto de la ley en relación con la moribunda “solución de los dos Estados” a la crisis—ya que condenaría a los palestinos a un mini-Estado empobrecido y encercado militarmente parecido a un Bantustán. La UE no emitió ninguna condena directa ni sugirió medidas de represalia.
No fue posible encontrar ninguna respuesta en el sitio web del Departamento de Estado de EUA. Sin embargo, el Gobierno de Trump, con el apoyo de ambos partidos tradicionales, sentó las bases para la promulgación de la ley al trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén en mayo y apoyando el ataque de las Fuerzas de Defensa de Israel a lo largo de la frontera entre Gaza e Israel que dejó miles de manifestantes desarmados palestinos muertos o heridos.
La prensa corporativa estadounidense dio señas de su apoyo tácito al relegar la historia a las últimas páginas de los principales diarios y reportarlo tan solo brevemente en los programas televisivos.
El New York Times publicó una historia en la primera plana de la edición impresa del viernes que buscaba presentar la nueva ley de la manera más favorable posible, eligiendo el título “Israel consagra derechos para los judíos”. Este ejemplo de neolengua orwelliana fue seguido por un resumen caracterizado por su simpatía ante el dilema que enfrenta la élite gobernante israelí de una demografía con una proporción árabe cada vez mayor en Israel y los territorios ocupados que pronto superará a la población judía.
“Los proponentes de la nueva ley citan las continuas amenazas demográficas. Algunas personas en la minoría árabe israelí están demandando derechos colectivos y ya forman una mayoría en el distrito norteño de Galilea”, escribe el Times.
La Ley del Estado nación israelí forma parte de y fomenta aún más el surgimiento de partidos y Gobiernos nacionalistas extremos que promueven mitos nacionales basados en “raza y sangre”. El régimen de Netanyahu en Israel tiene como aliados a dichas fuerzas en el Este de Europa e internacionalmente.
El mismo día en que se aprobó la nueva legislación en el Knéset, el primer ministro húngaro, Viktor Orban, realizó una visita amistosa a Netanyahu. Orban se enfrentó a protestas populares contra su apoyo al dictador de la Segunda Guerra Mundial, el almirante Milos Horthy, quien colaboró con los nazis en el exterminio de los judíos húngaros.
El giro abierto de Israel a una política como la mencionada tan solo aumentará la posición precaria de los judíos fuera de Israel. ¿Qué previene que los mismos argumentos que Israel está utilizando contra los palestinos sean empleados contra los judíos, quienes han sido el blanco tradicional de fascistas y nacionalistas extremos que los califican de “extranjeros” y “cosmopolitas”?
Dentro de Israel, la recrudecida ofensiva contra los palestinos se verá acompañada por ataques cada vez más intensos contra los derechos democráticos de todos los trabajadores, judíos y palestinos por igual. Netanyahu ya está reprimiendo la oposición mediática y buscando criminalizar la disensión política.
Independientemente del parloteo sobre unidad judía, Israel está profundamente dividida a lo largo de líneas de clase. Uno de los principales factores que influenció la aprobación de la Ley del Estado nación, además de la campaña israelí de confrontación militar contra Irán, en alianza con Arabia Saudita y Estados Unidos, es el crecimiento de la oposición en la clase obrera en el país. Israel es uno de los países más desiguales económicamente del mundo, con una tasa de pobreza que supera el 21 por ciento, el nivel más alto en el mundo desarrollado. Los últimos meses han sido testigos de un crecimiento en protestas de la clase obrera y huelgas, mientras que el régimen está buscando contener este movimiento y encauzarlo detrás de una política de racismo antiárabe y chauvinismo judío.
El giro abierto hacia políticas racistas es el producto de dos factores principales: la crisis aguda del Estado sionista y la lógica del sionismo en sí.
El sionismo constituye una burla cruel de las concepciones progresistas e ilustradas que caracterizaron los mejores elementos de la población judía. Por su persecución y aislamiento forzado, los judíos procuraron típicamente ser aceptados como ciudadanos plenos de igual manera que los cristianos. Les inspiraban los grandes logros de la cultura europea y su promoción de lo universal y democrático. Esto los llevó a ser parte de un segmento desproporcional del movimiento socialista.
Isaac Deutscher, en su ensayo “Un mensaje al judío no-judío”, escribió: “El herético judío que trasciende al conjunto judío pertenece a una tradición judía… Todos superaron los límites del judaísmo. Todos —Spinoza, Heine, Marx, Rosa Luxemburgo, Trotsky y Freud— sintieron que el judaísmo era demasiado estrecho, demasiado arcaico y demasiado restrictivo. Todos buscaron ideales y una realización más allá de sus límites y representan la plenitud y la substancia de gran parte de lo más maravilloso del pensamiento moderno, la plenitud y la substancia de los avances más profundos en la filosofía, la sociología, la economía y la política en los últimos tres siglos…
“Vivieron al margen o en los rincones de sus respectivas naciones. Cada uno se encontraba en una sociedad, pero no del todo, era parte de ella, pero no realmente. Fue esto lo que les permitió elevarse sobre ellas en su pensamiento, por encima de las naciones, por encima de sus épocas y generaciones y penetrar mentalmente nuevos horizontes y profundamente en el futuro”.
Israel es el resultado de la apropiación de una ideología etnonacionalista del siglo diecinueve, basada en concepciones exclusivistas de hegemonía racial, religiosa y lingüística para justificar el establecimiento de un Estado judío desposeyendo violentamente a la población árabe indígena. La ironía trágica que encarnan los orígenes de Israel yace es que los horrores del Holocausto se convirtieran en la justificación para la opresión de otro pueblo.
La Ley del Estado nación marca la bancarrota histórica y la reaccionaria culminación del proyecto sionista y todos los programas nacionalistas.
Está iniciando un resurgimiento de las luchas de la clase obrera, apuntando el camino hacia adelante para las masas de trabajadores judíos y árabes por igual en la forma de una lucha conjunta para derrocar y reemplazar el Estado sionista y varios regímenes y forjar los Estados Unidos de Oriente Próximo. Esta es la perspectiva de la revolución permanente luchada por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional. Se deben construir secciones del CICI en Israel y en todo Oriente Próximo para proveer la dirección necesaria para esta lucha.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 21 de julio de 2018)