Leyendo las reacciones de los medios y las opiniones oficiales sobre la gala de clausura del Festival Internacional de Cine de Berlín de este año, la Berlinale, surge ineludiblemente la pregunta: ¿se volverán a quemar libros en Alemania? Debido a que algunos ganadores y miembros del jurado tuvieron el valor de llamar a las cosas por su nombre, en lugar de ser voceros de los poderes establecidos, son tratados como criminales.
El hecho de que la película No Other Land, que documenta la brutal expulsión de aldeanos palestinos en Cisjordania, recibiera tanto el premio al documental votado por el jurado como el premio del público a los documentales, fue demasiado para los guardianes de la moralidad en las diversas redacciones y sedes de los partidos políticos.
Después de que dos de los cineastas, el israelí Yuval Abraham y el palestino Basel Adra, condenaran también la masacre en Gaza y el apartheid en Israel durante la ceremonia de premiación, miembros del jurado del festival pidieron un alto al fuego y otro ganador de un premio apareció luciendo una bufanda palestina, la indignación en los círculos oficiales no tenía límites.
“Bochornoso, vergonzoso, inquietante y propagandístico”, dijo Christian Tretbar, el editor en jefe de Tagesspiegel. “La vergüenza de Berlín”, tituló el Süddeutsche Zeitung. Die Welt estalló contra “un ambiente ciego a la realidad” que “buscaba el gran escenario para su antisemitismo en una embriaguez autocentrada”. La lista sigue y sigue.
A pesar de que el ejército israelí ha asesinado a más de 30.000 palestinos, desplazado a dos millones, matado de hambre y destruido sistemáticamente hogares, hospitales, escuelas y mezquitas durante cuatro meses y medio, y está planificando otra ofensiva contra Rafah, donde 1,5 millones ahora existen densamente empaquetados juntos, el llamado a un alto al fuego por sí solo se considera “antisemitismo”.
El llamado a la conformidad y a la represión dirigida por el Estado está omnipresente. La financiación pública del arte se va a transformar en una herramienta de censura. “Debe quedar claro: no hay dinero estatal para el antisemitismo”, afirmó el político verde Volker Beck. Y Die Welt vociferó: “El hecho de que se gaste el dinero de los contribuyentes en esto es inexcusable”.
El ministro Federal de Justicia Marco Buschmann (Demócratas Libres) está examinando si se hicieron declaraciones que podrían ser perseguidas penalmente. Y el alcalde de Berlín, Kai Wegner, advirtió en X/Twitter: “Espero que la nueva dirección de la Berlinale se asegure de que estos incidentes no vuelvan a suceder”.
Está claro que esto no solo tiene que ver con la Berlinale, sino con la supresión de la libertad de cualquier actividad artística. Si al arte se le prohíbe decir la verdad, no es arte, sino propaganda estatal.
Las consecuencias de esta campaña van aún más lejos. Es de amenaza la vida para aquellos afectados. El codirector de No Other Land, Abraham, tuvo que demorar su viaje de regreso a Israel al día siguiente de la ceremonia de premiación porque, como él mismo reportó en su cuenta de X, “una turba israelí de derechas vino a la casa de mi familia ayer a buscarme, amenazando a familiares cercanos que huyeron a otra ciudad en medio de la noche”. Sigue recibiendo amenazas de muerte.
La razón, según Abraham, es la denuncia absurda de su discurso en la Berlinale como “antisemita”. “El terrible uso incorrecto de esta palabra por parte de los alemanes, no solo para silenciar a los críticos palestinos de Israel, sino también para silenciar a israelíes como yo que apoyan un alto al fuego para terminar los asesinatos en Gaza y permitir la liberación de los rehenes israelíes, vacía la palabra antisemitismo de significado y, por lo tanto, pone a los judíos de todo el mundo en peligro”, dijo.
Abraham, cuya abuela nació en un campo de concentración en Libia operado por los aliados fascistas italianos de Alemania, y cuya familia paterna fue en gran medida asesinada por los alemanes en el Holocausto, encuentra “particularmente indignante que los políticos alemanes en 2024 tengan la audacia de usar este término en mi contra de una forma que pone en peligro a mi familia. Pero sobre todo, este comportamiento pone en peligro la vida del codirector palestino Basel Adra, que vive bajo una ocupación militar rodeado de asentamientos violentos en Masafer Yatta. Él está en mucho más peligro que yo”.
Abraham escribió que está contento de que su película No Other Land esté despertando un importante debate internacional sobre esta cuestión y espera que millones de personas vean la película. Uno puede criticar sus declaraciones en la ceremonia de premiación sin demonizarlas, dijo. “Si esto es lo que está haciendo con su culpa por el Holocausto, no quiero su culpa”, agregó.
De hecho, la denuncia de las declaraciones propalestinas en la Berlinale no tiene nada que ver con la responsabilidad alemana por el Holocausto. La clase dominante alemana, que después de 1945 dejó a decenas de miles de criminales nazis en sus oficinas gubernamentales, en los banquillos de los tribunales y en las cátedras universitarias, y permitió que asesinos en masa que habían matado a un enorme número de judíos escapasen ilesos, nunca hizo un esfuerzo serio por enfrentarse al Holocausto. También apoya a Israel, que sirve como cabeza de puente para sus intereses imperialistas en Oriente Medio, por razones puramente geoestratégicas.
La amargura con la que persigue cualquier crítica del genocidio israelí en Gaza tiene otros motivos. El imperialismo alemán ve el coraje con el que Abraham, Adra y otros artistas confrontan la propaganda oficial como un presagio y expresión de una oposición amplia a su política de guerra.
Gaza es solo un frente en el que el Gobierno alemán respalda y alimenta una guerra asesina. En el conflicto con Rusia en Ucrania, ha invertido €22 mil millones [US$24 mil millones] en los últimos dos años, sin contar los miles de millones que fluyeron a través de la Unión Europea.
Cuanto más desesperada es la situación en el frente, más escala la guerra, cuyo objetivo es la subyugación y fragmentación de Rusia y el control de sus preciadas materias primas. Incluso el uso de tropas de tierra y la construcción de una bomba atómica propia de Alemania están ahora en discusión. El ministro de Defensa Boris Pistorius quiere hacer a Alemania “preparada para la guerra”, lo que requiere un aumento en el gasto militar y recortes sociales correspondientes.
Esto no se puede lograr por medios democráticos. La política de guerra no tiene apoyo entre la población en general. La gran mayoría de los jóvenes no están dispuestos a ser utilizados como carne de cañón en los intereses de las corporaciones y bancos alemanes, tal y como lo hicieron sus bisabuelos. Y la clase trabajadora se niega a asumir los costos del rearme y la guerra mediante más rondas de austeridad.
Cuando el líder nazi Joseph Goebbels y los estudiantes y profesores sometidos a él tiraron al fuego libros de Karl Marx, Leon Trotsky, Karl Liebknecht, Carl von Ossietzky, Bertold Brecht, Heinrich Mann y decenas de otros el 10 de mayo de 1933, enviaron una señal de que reprimirían y asesinarían a todos los opositores a la guerra y al militarismo. La persecución de artistas críticos, jóvenes y trabajadores acusados bajo la falsa acusación de antisemitismo —persecución que cuenta con el entusiasta apoyo de los verdaderos antisemitas en las filas de AfD (Alternativa para Alemania)— se harmoniza con las tradiciones criminales de la clase dominante alemana.
La defensa de la libertad de arte, de la democracia y de las conquistas sociales hoy coincide directamente con la lucha contra la guerra, el militarismo y su causa, el sistema capitalista.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 29 de febrero de 2024)