Setenta y siete años después de que la Resistencia partisana matara a tiros al dictador fascista Benito Mussolini cuando intentaba escapar a Suiza, los herederos políticos de Mussolini han vuelto al poder en Italia por primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Es un hito histórico en el proceso de legitimación del fascismo por parte de la burguesía europea.
En la elección del domingo, el partido Hermanos de Italia (FdI, por sus siglas en italiano) recibió más votos que cualquier otro partido, un 26 por ciento, mientras que el socialdemócrata Partido Democrático (PD) colapsó y tan solo obtuvo un 19 por ciento. En medio de un abstencionismo récord que dejó una participación de tan solo el 63 por ciento, la coalición de extrema derecha encabezada por FdI ganó una mayoría absoluta en ambas cámaras del Parlamento. El FdI es el sucesor del Movimiento Social Italiano (MSI), formado por los líderes fascistas que se beneficiaron de la amnistía general para sus crímenes en Italia. La amnistía fue aprobada por las potencias aliadas y promulgada por el ministro de Justicia estalinista Palmiro Togliatti en 1946.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Italia tenía el Partido Comunista más poderoso en Europa occidental. Las huelgas masivas e insurrecciones armadas contra el régimen fascista en las ciudades como Nápoles, Roma, Turín y Milán fueron recordadas por décadas como grandes luchas del movimiento obrero. Sin embargo, con el FdI en el poder, el legado de Mussolini se ha enquistado firmemente en la élite política italiana.
Además, este acontecimiento no es italiano, sino internacional. En Francia, la candidata neofascista Marine LePen obtuvo el 45 por ciento de los votos en la segunda ronda presidencial contra Emmanuel Macron. Es una posible ganadora en 2027. Los nuevos partidos ultraderechistas como Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) y Vox en España, se han vuelto rápido en protagonistas de la promoción oficial del militarismo, la inacción ante el COVID-19 y la detención masiva de migrantes.
Además, la líder del FdI, Georgia Meloni ha tenido vínculos por mucho tiempo con Steve Bannon, el asesor del expresidente estadounidense de extrema derecha Donald Trump, quien emprendió un golpe de Estado ultraderechista el 6 de enero de 2021 en Washington D.C. para robarse las elecciones de 2020 y establecer una dictadura en Estados Unidos.
¿Cuál es la dinámica política detrás del ascenso de Meloni? No se trata del crecimiento de un movimiento fascista de masas en Italia ni en ninguna otra parte. Un siglo desde que el rey italiano Víctor Emmanuel III nombró a Mussolini como primer ministro después de la Marcha sobre Roma de sus “camisas negras” en marzo de 1922, no existe un equivalente a las “camisas negras”, que eran milicias pequeñoburguesas que asesinaban a huelguistas y socialistas o masacraban a pueblos enteros para castigar los actos de resistencia.
El ascenso de Meloni no se debe a un apoyo masivo al fascismo, sino a la privación sistemática de los derechos de la clase obrera por parte de las organizaciones nacionalistas y burocráticas que la prensa y la élite gobernante han presentado por décadas como la “izquierda”.
¿Por quién podrían votar los trabajadores para dar voz a su oposición a la guerra de EE.UU. y la OTAN contra Rusia en Ucrania, que amenaza con provocar una guerra nuclear, a los rescates bancarios de varios billones de euros que están empobreciendo a los trabajadores por medio de la inflación, o a la inacción oficial ante el COVID-19? No había ningún candidato. En todos los temas urgentes para los trabajadores, el PD y los restos de Rifondazione Comunista dentro de la Unión Popular tenían la misma posición básica que Meloni.
La clase trabajadora afronta la tarea de ajustar cuentas con los partidos pseudoizquierdistas y las burocracias sindicales nacionales que la mantienen políticamente estrangulada desde arriba. Son los sepultureros de las luchas izquierdistas. Tanto el Gobierno de Syriza (“Coalición de la Izquierda Radical) que impuso las medidas de austeridad de la Unión Europea en alianza con los Griegos Independientes de extrema derecha como el Gobierno de Podemos en España que preside los rescates bancarios y el envío de armas al Batallón Azov de extrema derecha en Ucrania fueron responsables de abrirle el paso a la extrema derecha.
Este es el resultado final de una evolución reaccionaria que duró décadas. Desde la disolución de la Unión Soviética por parte de la burocracia estalinista en 1991, las élites gobernantes han redefinido la “izquierda” como una política antiobrera aceptable para la clase media adinerada. Esto fue preparado ideológicamente por las tendencias de la “Nueva izquierda” en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. En la Cuarta Internacional, esto asumió la forma de la tendencia revisionista liderada por Michel Pablo y Ernest Mandel (los pablistas) que rompió con el Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) en 1953.
Los pablistas exigieron a los trotskistas disolverse en cada país dentro de los partidos estalinistas y nacionalistas burgueses, afirmando que éstos representaban la dirigencia natural de la clase trabajadora. Guardaron silencio sobre cómo el Partido Comunista Italiano (PCI) de Togliatti respaldó el Estado capitalista de la posguerra, disolvió los comités de fábrica y las milicias de resistencia y bloqueó una revolución socialista. Rechazando una lucha por el poder obrero, los pablistas se concentraron en atender las cuestiones personales y de estilo de vida dentro del marco del régimen capitalista de la posguerra.
Sin embargo, las burocracias estalinistas y sindicales en las que se apoyaban estas fuerzas pequeñoburguesas para mantener una base de apoyo en la clase obrera se desintegraron completamente después de 1991. El mismo año en que el Kremlin disolvió la Unión Soviética, el PCI se disolvió y se dividió en dos. Una facción se convirtió en el PD, mientras que la otra se alió con grupos pablistas y anarquistas para formar Rifondazione Comunista.
Estos partidos emprendieron guerras imperialistas e impusieron medidas de austeridad para garantizar que los bancos italianos y los grandes accionistas obtuvieran su parte de los beneficios extraídos de una economía capitalista globalizada. Los Gobiernos de la Coalición del Olivo a los que se unieron estos partidos en las décadas de 1990 y 2000 persiguieron implacablemente estas políticas. En 2007, el legislador pablista Franco Turigliatto emitió votos decisivos a favor de recortar las pensiones y financiar la participación de su Gobierno en la guerra de la OTAN en Afganistán.
Los casi 15 años transcurridos desde que la crisis de 2008 hiciera colapsar las economías de Italia y Europa y provocara un desempleo masivo han completado la transformación de estos partidos en herramientas de reacción social. El PD y sus satélites pseudoizquierdistas como Rifondazione apoyaron los dictados de austeridad de la UE y las intervenciones de la OTAN en Oriente Próximo y Ucrania. Antes de las últimas elecciones, el PD participaba con el partido ultraderechista Lega de Salvini en la coalición oficialista bajo el primer ministro y exjefe del Banco Central Europeo, Mario Draghi.
La extrema derecha se ha beneficiado del desconcierto y la ira de las masas producidos por el papel reaccionario de la pseudoizquierda. Meloni denuncia a la “izquierda” y a los inmigrantes, al tiempo en que adapta su retórica a la política pequeñoburguesa de identidades y proguerra de la clase media acomodada, presumiendo su apoyo a Ucrania y proclamando sin cesar que es una mujer. Utiliza el impulso de la ultraderecha a sacar provecho del enfado de las masas con el PD y la pseudoizquierda para dar un barniz falso y populista a su defensa de la agenda de la clase dominante europea.
Sin embargo, la elección de Meloni no presagia un apoyo popular masivo a su Gobierno de extrema derecha, sino el surgimiento de un conflicto explosivo entre la clase obrera y el capitalismo europeo, con implicaciones revolucionarias. La evolución fascistizante de la élite gobernante no ha reconciliado a los trabajadores ni a la juventud con el despreciado legado de Mussolini y Hitler.
Por el contrario, en toda Europa y a nivel internacional, está en marcha una creciente ola de huelgas y protestas contra la inflación y el peligro de una guerra nuclear. La lucha contra la inflación, que se origina en el corte de las importaciones de combustibles por parte de la OTAN mientras libra su guerra con Rusia, así como en los rescates bancarios de la UE y las interrupciones causadas por la pandemia del COVID-19, está haciendo que los trabajadores entren en conflicto con las políticas de toda la élite gobernante. El hecho de que esta agenda sea implementada ahora en Italia por los herederos políticos de Mussolini está exponiendo su carácter esencialmente fascistizante.
Después de medio siglo de globalización económica, no hay otra base para la política de izquierda que la unificación y movilización internacional de la clase obrera en una línea revolucionaria y socialista. Esto requiere la construcción de comités de base como organizaciones independientes de lucha de la clase obrera, y de secciones del CICI en Italia e internacionalmente, como la alternativa marxista-trotskista a la bancarrota de la pseudoizquierda, dirigiendo la lucha por el socialismo.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 26 de septiembre de 2022.)