Desde que fundó la Oposición de Izquierda en 1923, Trotsky insistió, pese a los crímenes de la dirección estalinista, en que la lucha por reformar la Internacional Comunista y ganar a sus partidos de vuelta al programa revolucionario de sus primeros cuatro congresos no podía abandonarse de forma prematura. Pero la llegada al poder de los nazis en Alemania en 1933, lo cual fue facilitado por las políticas desastrosas de Stalin, exigía reconsiderar esta política.
En los meses siguientes, Trotsky esperó a alguna crítica de las políticas de Stalin en cualquier partido del Comintern. El 7 de abril de 1933, el Comintern apoyó las políticas del Partido Comunista de Alemania. Trotsky concluyó que era necesario un curso nuevo. El establecimiento de un nuevo partido revolucionario mundial era una necesidad histórica. Dedicó el resto de su vida a esta lucha.
Produjo aún más fundamentos para esta concepción por medio de su análisis del régimen soviético en su obra monumental, La revolución traicionada. Los intereses materiales de la burocracia estalinista se oponían irreconciliablemente a los de la clase trabajadora. No podía ser reformada, sino que había que derrocarla a través de una revolución política.
Los cinco años que transcurrieron entre 1933 y la fundación de la Cuarta Internacional en septiembre de 1938 fueron marcados por una lucha continua contra las organizaciones políticas centristas, particularmente en Europa, muchas de las cuales profesaban cierta simpatía hacia la perspectiva de Trotsky y algunas se declararon a favor de la Cuarta Internacional.