La tarde del martes, el presidente estadounidense Joe Biden anunció desde la Casa Blanca un cese al fuego de 60 días entre Israel y Hezbolá. En busca de escalar el enfrentamiento con Irán, el acuerdo fue aprobado cuando el régimen sionista de extrema derecha ya ha matado a unas 4.000 personas en su ofensiva en el sur de Líbano y Beirut, y ha aniquilado a gran parte de la dirección de Hezbolá.
La forma en que se dio a conocer el acuerdo de alto el fuego subrayó que sus términos fueron efectivamente impuestos a ambas partes por Washington. En lugar de que el régimen fascista de Netanyahu y Hezbolá declararan públicamente que habían llegado a un acuerdo, un procedimiento estándar cuando se concluyen los altos el fuego en un conflicto, los parámetros del acuerdo fueron presentados desde la rosaleda de la Casa Blanca por Biden. El presidente anunció que los Gobiernos israelí y libanés “aceptaron” una “propuesta” de Washington que hará que Hezbolá retire sus fuerzas del sur del río Litani e Israel retire “gradualmente” su ejército del sur del Líbano durante los próximos 60 días. Hezbolá ni siquiera es una parte formal del acuerdo, ya que Washington la designa como una “organización terrorista” con la que no pueden tener lugar negociaciones directas.
Los comentarios de Biden dejaron en claro que, lejos de marcar un paso hacia la “paz”, la decisión consistió en preparar el escenario para una intensificación del implacable impulso de Washington para derrocar al régimen iraní. El alto el fuego de 60 días se agota convenientemente con la llegada de Trump al poder después de haber llenado su gabinete de halcones militaristas contra Irán.
“Israel ha sido audaz en el campo de batalla”, declaró Biden. “Irán y sus representantes han pagado un precio muy alto. Ahora Israel debe ser audaz a la hora de convertir sus logros tácticos contra Irán y sus representantes en una estrategia coherente que garantice la seguridad a largo plazo de Israel y promueva una paz y prosperidad más amplias en la región”.
Para Biden y los belicistas en Washington, el asesinato por parte de Israel de más de 200.000 personas en Gaza y la aniquilación de Hamás, así como el daño significativo infligido a las capacidades de Hezbolá a costa de miles de vidas civiles libanesas, equivalen a meros “logros tácticos”. Solo posibles gracias al suministro constante de armamento estadounidense de alta potencia, estos conflictos no solo han permitido a Washington y a su cliente israelí debilitar significativamente a Hezbolá y Hamás, alineados con Irán, sino también atacar los intereses de la República Islámica en Siria y en el propio Teherán. La posición precaria del régimen iraní quedó expuesta gráficamente con el provocativo asesinato en julio del jefe político de Hamás, Ismail Haniyeh, cuando era invitado oficial del régimen iraní en Teherán, así como el ataque con misiles del 26 de octubre contra las instalaciones militares iraníes.
La “estrategia” solicitada por Biden en sus comentarios del martes incluye lograr “un conjunto de acuerdos históricos con Arabia Saudita”, entre ellos un “pacto de seguridad”, “garantías económicas” y “la plena normalización de las relaciones entre Arabia Saudita e Israel”. El despótico régimen saudí ha descartado el último punto hasta que termine la ofensiva de Israel contra Gaza, no por ningún compromiso con los derechos de los palestinos, sino porque teme las consecuencias políticas entre las masas árabes. Washington se mostró amargamente hostil a una iniciativa que China emprendió en 2023 para normalizar las relaciones entre Riad y Teherán, temiendo que pudiera fortalecer la posición de Beijing en Oriente Próximo, un escenario central de la estrategia económica china de la Franja y la Ruta que busca desarrollar el comercio mundial y asegurar su acceso a las materias primas.
La política de Biden es una continuación, a un nivel mucho mayor de tensiones regionales y globales, de los Acuerdos de Abraham perseguidos por Donald Trump durante su primera presidencia. El objetivo del imperialismo estadounidense entonces, como ahora, era establecer una alianza militar-estratégica que abarcara a Israel, Arabia Saudita y el resto de los jeques del golfo Pérsico para aislar económica, diplomática y militarmente a Irán y así provocar la caída de su régimen burgués-clerical, ya sea a través de una guerra o por otros medios. Los objetivos finales son China y Rusia, contra los cuales Estados Unidos y la OTAN están llevando a cabo una gran escalada militar al permitir que Kiev use misiles de largo alcance.
La palabrería de Biden sobre “paz y prosperidad” en la región no significa nada menos que la consolidación del control hegemónico indiscutible de Washington sobre la región rica en recursos energéticos de Oriente Próximo, con el establecimiento de un régimen títere en Teherán y la marginación de sus principales rivales económicos y geopolíticos, China y Rusia. Esta misma retórica “democrática” ha sido utilizada por un presidente estadounidense tras otro mientras han asolado la región en los últimos 35 años, desde la primera guerra del golfo Pérsico en 1991 hasta la invasión de Afganistán en 2001, la guerra de Irak en 2003, la guerra civil en curso en Siria y la intervención en la guerra civil de Yemen.
Esta serie ininterrumpida de guerras regionales se está enlazando a una estrategia de conflagración global: una tercera guerra mundial de múltiples frentes para el reparto del globo. Esto incluye la guerra entre Estados Unidos y la OTAN en Ucrania contra Rusia, que tiene lazos estratégico-militares con Irán que se están expandiendo rápidamente, así como una importante presencia militar en Siria. También abarca los preparativos económicos, diplomáticos y militares avanzados para la guerra con China en la región de Asia-Pacífico, ya sea que se desencadene por Taiwán, disputas territoriales con India o algún otro pretexto. El derrocamiento del régimen iraní, un aliado cercano de Beijing y proveedor de petróleo barato para la economía china, marcaría un gran paso en esta dirección.
Estos conflictos tienen sus raíces en las contradicciones irreconciliables del capitalismo global: entre el sistema de Estados nación y la producción globalizada, y entre el carácter masivo y social de las fuerzas productivas y su control privado por parte de la oligarquía financiera. Estas contradicciones alimentan los conflictos entre las potencias principales y las regionales e impulsan a la clase trabajadora de todos los países a luchar contra la clase dominante, aumentando la inestabilidad de todos los regímenes involucrados.
Si bien el alto el fuego libanés demuestra ante todos cómo Israel funciona como el perro de caza de Washington en Oriente Próximo y está subordinado a los intereses imperialistas estadounidenses, está lejos de ser claro que el alto el fuego impuesto por Estados Unidos se mantendrá.
Netanyahu tuvo pocos problemas para aceptar el acuerdo, y no solo porque permitirá al ejército israelí, como él mismo se jactó, reponer su suministro muy agotado de misiles y otras armas y descansar a algunas de sus fuerzas agotadas.
Según la BBC, incluye una carta adjunta de Estados Unidos que otorga a Israel el derecho a “emprender una acción militar” si “Hezbolá parece estar preparando un ataque”, dándoles efectivamente un mecanismo conjunto para reanudar la guerra contra Hezbolá cuando calculen que los beneficia.
Lo que resulta aún más significativo es que el acuerdo da a Israel una mano libre para continuar el genocidio en Gaza, donde decenas de palestinos murieron en ataques aéreos y una incursión terrestre en el campamento de refugiados de Nuseirat el jueves.
La ofensiva terrestre israelí en el sur del Líbano encontró una feroz resistencia, y las Fuerzas de Defensa de Israel sufrieron un número significativo de bajas. Según el acuerdo, Hezbolá se verá obligado a renunciar a muchas de las posiciones bien fortificadas en o cerca de la frontera israelí a medida que sus fuerzas se retiran al norte del río Litani, asegurando diplomáticamente para Israel lo que no lograron en el campo de batalla.
Sin embargo, algunos elementos dentro de Israel, particularmente en el norte, criticaron el acuerdo como un fracaso ya que, a pesar de estas importantes concesiones, Netanyahu y su Gobierno han fracasado manifiestamente en lograr su reiterada promesa de eliminar a Hezbolá como fuerza militar.
La guerra, al igual que el conflicto de Israel con Hezbolá en 2006, subrayó que el régimen sionista depende de la intervención directa de Estados Unidos si quiere cumplir su promesa de redibujar el mapa de la región.
A escala regional, las operaciones militares contra Irán y sus fuerzas alineadas continúan sin interrupción. Los aviones de guerra estadounidenses y británicos lanzaron al menos dos ataques aéreos el jueves contra objetivos en Yemen. En Siria, se produjo uno de los mayores ataques en muchos meses por parte de las milicias islamistas patrocinadas durante mucho tiempo por Estados Unidos e Israel contra las tropas leales a Bashar al-Assad cerca de Alepo, resultando en la muerte de un alto general del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria iraní el jueves.
El régimen en crisis en Teherán no tiene una respuesta progresista a los ataques sistemáticos de las potencias imperialistas. Divididos entre una facción que todavía cree que puede llegar a un acuerdo con el imperialismo y los partidarios de la línea dura que abogan por una confrontación más agresiva, incluso mediante la adquisición de armas nucleares, los gobernantes burgueses-clericales temen sobre todo la posibilidad de un movimiento de masas de los trabajadores en Irán y en toda la región contra el imperialismo y el nacionalismo burgués.
Teherán presionó a Hezbolá para que accediera al alto el fuego, lo que sin duda formaba parte de sus esfuerzos por ganarse el favor del Gobierno entrante de Trump al presentarse como una fuerza de “orden” y “estabilidad” en la región. Otro paso en esta dirección fue la reunión entre Elon Musk, el hombre más rico del mundo y alguien cercano a Trump, y el embajador de Irán ante la ONU esta semana. Fue Trump quien atacó provocativamente a Irán durante su primer mandato, incluso finalizando el acuerdo nuclear que reducía las sanciones contra Teherán a cambio de someter su programa nuclear a inspecciones externas.
Esto desenmascara el callejón sin salida que representan los regímenes nacionalistas burgueses en toda la región. Frente a una campaña sostenida de “cambio de régimen” en Teherán, todo lo que puede ofrecer la dirigencia iraní son llamamientos quejumbrosos para algún tipo de acuerdo con los imperialistas, que están decididos a eliminar a Teherán como un obstáculo para su dominio desenfrenado sobre Oriente Próximo. Esto se debe a la incapacidad orgánica del régimen, debido a su naturaleza de clase burguesa, de hacer un llamado dirigido a los trabajadores de toda la región, por no hablar de la clase trabajadora en los centros imperialistas, entre los cuales está creciendo la oposición a la guerra imperialista y las medidas de austeridad internas que son inseparables de ella.
Esta oposición debe desarrollarse en forma de una lucha política consciente por parte de la clase obrera internacional para poner fin a la guerra imperialista y al genocidio. Solo a través de una movilización industrial y política de la clase trabajadora sobre la base de un programa socialista, en los centros imperialistas de América del Norte y Europa, y en todo Oriente Próximo, se puede detener el deslizamiento de la humanidad hacia guerra mundial y la barbarie que produce. Este es el programa por el que lucharon el World Socialist Web Site y el Comité Internacional de la Cuarta Internacional, e instamos a todos aquellos dispuestos a asumir esta lucha a unirse a nosotros en la construcción de un movimiento internacional contra la guerra dirigido por la clase trabajadora.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 29 de noviembre de 2024)