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Perspectiva

El espectáculo fascista de la Convención Nacional Republicana

El candidato presidencial republicano y expresidente Donald Trump, su candidato a vicepresidente y senador J.D. Vance y el presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, asisten al primer día de la Convención Nacional Republicana, 15 de julio de 2024, Milwaukee, Wisconsin [AP Photo/Evan Vucci]

No es necesario idealizar las convenciones partidarias estadounidenses del pasado para reconocer que la Convención Nacional Republicana de este año fue un espectáculo sin precedentes de reacción y atraso.

La tradición de las convenciones nacionales de los partidos se remonta a EE.UU. de inicios del siglo XIX, en un periodo de gran expansión de los derechos democráticos cuando el carácter masivo de la política burguesa aún era un nuevo fenómeno histórico. En sus comienzos democráticos, la convención nacional sirvió para disputar programas políticos y elevar a los individuos vinculados a estos programas. Por ejemplo, en la reñida convención republicana de 1860 celebrada en el pabellón “Wig Wam” de Chicago, el partido adoptó una plataforma abolicionista de “Suelo Libre” y nominó a Abraham Lincoln como su candidato presidencial.

Después de la Guerra Civil, la clase capitalista consolidó su régimen y el rostro reaccionario de las convenciones partidarias llegó a predominar, demostrando que Estados Unidos era, en palabras de Marx, “el país modelo de la estafa democrática”. El corrupto reparto de cargos entre los jefes del partido en salas de convenciones llenas de humo se convirtió en la norma. Sin embargo, las convenciones seguían siendo escenarios para la definición de las plataformas del partido, como fue el caso en 1896 cuando el Partido Demócrata nominó a William Jennings Bryan en una plataforma de “plata libre” en su convención en Chicago.

Las convenciones siguieron desempeñando este papel hasta mediados del siglo XX y, a veces, promovieron a políticos burgueses de considerable capacidad, como Woodrow Wilson, Franklin Delano Roosevelt, Adlai Stevenson y John F. Kennedy. La burguesía lidió con temas como los derechos civiles a través de la competición de plataformas en las convenciones de 1948, 1964 y 1968.

El desarrollo de formas más abiertamente oligárquicas en la segunda mitad del siglo XX significó que, en las décadas de 1980 y 1990, todas las decisiones políticamente significativas se tomaron en privado. Durante el último medio siglo, el crecimiento masivo de la desigualdad y la expansión constante de las guerras imperialistas han coincidido con un control más descarado de ambos partidos por el capital privado. La vida política se ha vuelto más abiertamente criminal y violenta, como se refleja en los múltiples intentos de asesinato desde la década de 1960 hasta la actualidad. Este proceso de degeneración se aceleró con la disolución de la Unión Soviética, y las convenciones de ambos partidos se han transformado en insípidos infomerciales escénicos llenos de patrioterismo sin sentido.

El encuentro de republicanos de esta semana en Milwaukee, sin embargo, fue testigo de un nivel de putrefacción política que no tiene paralelo histórico. Al nivel intelectual, político y moral más bajo y degradado, la convención fue una celebración obscena de la brutalidad, la violencia y el atraso cultural. En la medida en que se elaboraron ideas políticas, consistieron en llamamientos fascistas para la deportación masiva de 15 millones de inmigrantes y delirios sobre los peligros del comunismo y el socialismo.

La lista de oradores era una alineación de conspiradores derechistas, directores ejecutivos, evangélicos, animadores, personalidades fascistas y otros políticos. Se otorgaron espacios prominentes a los políticos y figuras de los medios de comunicación más públicamente identificados con el intento de golpe fascista del 6 de enero de 2021, incluidos Josh Hawley, Ted Cruz, Marjorie Taylor Greene, Matt Gaetz, Kari Lake, Charlie Kirk, Tucker Carlson y Kimberly Guilfoyle.

Para darle un carácter personalista al evento, cuatro miembros de la familia de Trump y varios de sus asesores personales cercanos dieron discursos, incluido su asesor económico Peter Navarro, quien llegó a la convención directamente desde la cárcel. El candidato a la vicepresidencia, J.D. Vance promovió la mentira de que el Partido Republicano es el partido del trabajador, un absurdo ahistórico al que el presidente del sindicato Teamsters, Sean O’Brien, dio crédito durante su propio discurso en horario estelar.

La convención fue un festival culturalmente retrógrado. O’Brien fue precedido inmediatamente por una “empresaria” llamada Amber Rose, una estrella de televisión que escribió un libro titulado How to Be a Bad Bitch [Cómo ser una perra mala] y es la exnovia del admirador de Hitler y rapero Kanye West.

En la última noche de la convención, el discurso de apertura de Trump fue precedido por un espectáculo político. El músico fascista Kid Rock interpretó su canción “American Bad Ass” y el luchador de 70 años Hulk Hogan ofreció gritos y se arrancó la camisa.

El último en hablar antes de Trump fue el promotor del torneo de lucha UFC, Dana White, cuyo hito que lo llevó a la fama fue haber inventado la competencia de “bofetadas” en la que los individuos se sientan uno frente al otro e intentan abofetearse entre sí lo más fuerte posible. Tal basura ha sido promovida sistemáticamente durante décadas por los medios corporativos y el establishment político para menoscabar deliberadamente el nivel cultural y la conciencia política.

Con este telón de fondo, Trump salió al escenario con la melodía de “God Bless the U.S.A.” de Lee Greenwood y pronunció una diatriba fascista semianalfabeta de 90 minutos, una serie serpenteante de ideas a medias, autocomplacientes y ensartadas sobre la marcha. Presentó el intento fallido de asesinato de la semana pasada como un acto de intervención divina y se dotó del respaldo del Todopoderoso al afirmar que estaba hablando en la convención “solo por la gracia de Dios”.

Inmediatamente después de los llamamientos de Biden y los demócratas para “apaciguar la retórica” en aras de la “unidad nacional”, el contenido político del discurso de Trump consistió en un ataque hitleriano contra los inmigrantes, con la intención de cultivar un clima violento propio de pogromos.

Trump afirmó que los inmigrantes están llegando a Estados Unidos para violar, asesinar e incluso cometer actos caníbales contra ciudadanos estadounidenses. “Vienen de las prisiones. Vienen de las cárceles. Vienen de instituciones mentales y manicomios”, dijo. “¿Alguien ha visto ‘El silencio de los corderos’? El difunto, gran Hannibal Lecter. Le encantaría invitarte a cenar. Es una locura. Están vaciando sus manicomios. Y terroristas en números que nunca habíamos visto. Ocurrirán cosas muy malas.

Trump presentó a los inmigrantes como autores de crímenes brutales y apeló a la delegación de guardias fronterizos y funcionarios del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, sigla en inglés) sentados en la audiencia, diciendo que “fue un placer” llevar a cabo niveles brutales de deportaciones en su primer término:

ICE irrumpiría directamente en una manada de estos asesinos. Y ves puños volando, ves todo volando y se los llevan. Los ponen en una patrulla. Los devuelven y los sacan de nuestro país.

La respuesta de los medios corporativos ha sido tratar los procedimientos como si fueran normales, o incluso aplaudir a los republicanos por su teatralidad. Ninguno de los comentaristas tuvo el intelecto o el coraje de denunciar la convención como el espectáculo fascista que era.

Por el contrario, los demócratas en los medios parecieron encandilados ante la presentación exagerada y de mal gusto de Trump.

Sobre el discurso de Trump, Van Jones de CNN dijo: “Los sueños se convierten en pesadillas y las pesadillas se convierten en sueños. Estás viendo cómo una pesadilla se convierte en un sueño para Donald Trump”.

El New York Times promovió ilusiones de que una versión “agradable” de Trump aún puede ver la luz y atenuar su retórica fascista, escribiendo que su discurso de apertura,

coronó una convención que mostraba a un partido extasiado por sus probabilidades de ganar. Pero dejó abierto cuál versión de Trump terminaría la campaña y gobernaría si gana. ¿El nuevo Trump o el viejo? ¿El tipo agradable o el antihéroe? En términos de combate, ¿la cara o el talón?.

Presentar a Trump como un genio político que puso al Partido Republicano bajo su ala es igualmente absurdo. Trump es el producto podrido de la degradada cultura política, económica y social del capitalismo estadounidense en su período de prolongado declive. Proviene de una combinación tóxica de telerrealidad, casinos, prostitución, lucha libre y especulación inmobiliaria. El hecho de que pueda ganar tantos votos es en sí mismo una expresión de la medida en que la opinión pública se ha degradado en los Estados Unidos.

No puede haber mayor condena al Partido Demócrata que su propia complicidad en el proceso de elevar y despejar el camino para el ascenso de Trump y su posible regreso al cargo. Los demócratas han tenido cuatro años para presentar un programa, pero en cambio se han centrado completamente en la promoción de sus imprudentes objetivos de política exterior imperialista.

Al asumir el poder en 2021, Biden proclamó que “necesitamos un Partido Republicano fuerte” para garantizar un apoyo bipartidista para la guerra contra Rusia en Ucrania y para el genocidio de Israel contra el pueblo palestino en Gaza. El Gobierno ha adoptado las políticas de inmigración de Trump, cerrando la frontera sur y prohibiendo el asilo con el argumento trumpista de que hacerlo es necesario para prevenir el “crimen”.

La respuesta del Partido Demócrata a la Convención Nacional Republicana ha sido relativamente callado, mientras los demócratas intentan resolver la crisis en torno a su candidato presidencial. Las críticas hasta ahora se han centrado en gran medida en las preocupaciones por el futuro de la guerra liderada por Estados Unidos contra Rusia en Ucrania en caso de que Trump gane las elecciones.

Dirigentes demócratas como Nancy Pelosi y Chuck Schumer parecen estar buscando sacar a Biden del boleto, dada su clara incapacidad mental para desafiar a Trump. Pero es notable que esas figuras políticas asociadas con la pseudoizquierda y los Socialistas Democráticos de Estados Unidos (DSA, por sus siglas en inglés) sean los defensores más inflexibles de Biden.

En un video publicado en las redes sociales el jueves, Alexandria Ocasio-Cortez advirtió a sus partidarios que no deberían pedir la destitución de Biden: “No estoy aquí para disuadirlos mediante el miedo, pero necesito que entendamos lo que está en juego, ¿de acuerdo?”.

Bernie Sanders dio una entrevista con el New Yorker en la que dijo:

Tienen razón, a veces no junta tres oraciones. Tienen razón. Pero la realidad del momento es, en mi opinión, que es el mejor candidato que tienen los demócratas por una variedad de razones, y tratar, de una manera sin precedentes, de sacarlo de la boleta haría mucho más daño que bien.

Lo que Ocasio-Cortez y Sanders quieren decir es que quitar a Biden de la candidatura plantea el riesgo de que el proceso de nominación pueda, a pesar de los mejores esfuerzos de los demócratas, servir como un pararrayos para la discusión de ciertos temas que el Partido Demócrata quiere evitar a toda costa: el empeoramiento de la crisis económica que enfrenta la clase trabajadora y, sobre todo, la oposición a la guerra en Ucrania y el genocidio en Gaza.

Sus principales intereses son evitar que la oposición social encuentre algún reflejo dentro del sistema bipartidista y seleccionar a un candidato capaz de llevar a cabo las guerras en el extranjero. Con este fin, el DSA y sus cómplices se aferran de por vida al cadáver tembloroso de Joe Biden, pretendiendo que pueden contrarrestar su rigor mortis y el de los demócratas con masajes reformistas.

Hay que sacar conclusiones políticas del espectáculo fascista en Milwaukee y del peligro de una dictadura fascista. La democracia está en su lecho de muerte. Si las elecciones terminan en los tribunales, no hay duda de que la Corte Suprema colocará su sello de aprobación en cualquier intento de Trump de manipular los resultados o robarse la victoria. Los demócratas, temerosos de movilizar a la población, no harán nada para detenerlo.

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Joseph Kishore, el candidato a la presidencia del Partido Socialista por la Igualdad (PSI), declaró ayer en X:

La orgía de reacción fascista en la Convención Nacional Republicana es la expresión política de la desigualdad social extrema, las guerras interminables, el genocidio respaldado por Estados Unidos en Gaza y la respuesta de la clase dominante a la pandemia que ha matado a millones. Como dijo Trotsky, “la sociedad capitalista está vomitando la barbarie no digerida”.

Si Trump representa en su forma más pura la mugre política de un nuevo fascismo estadounidense, Biden representa la senilidad del liberalismo estadounidense y el colapso de cualquier pretensión de compromiso con las reformas sociales y la defensa de los derechos democráticos.

El futuro de la democracia está completamente ligado al desarrollo de la lucha de clases. Esto requiere una lucha por revitalizar las grandes tradiciones del socialismo en la clase obrera estadounidense e internacional.

Esta es la cuestión esencial que enfrenta la clase trabajadora en las elecciones presidenciales de 2024.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 19 de julio de 2024)

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