Una declaración conjunta publicada el jueves por el Servicio de Cambio Climático Copernicus (C3S) y la Organización Meteorológica Mundial (OMM) confirmó que las primeras tres semanas de julio fueron las tres semanas más calientes jamás registradas y predijo que el mes será el más caluroso experimentado por la civilización humana.
Carlo Buontempo, director de C3S, señaló en la declaración, “Las temperaturas récord forman parte de una tendencia de aumentos drásticos en las temperaturas globales. Las emisiones antropogénicas son, en última instancia, la principal causa de este incremento en temperaturas”. Continuó, “No es probable que el récord de julio permanezca aislado este año. Los pronósticos estacionales de C3S indican que en las áreas terrestres las temperaturas probablemente superen los promedios, superando el percentil 80 para la climatología para este tiempo en el año”.
El récord superado este julio fue establecido en agosto de 2016, cuando la temperatura global promedio alcanzó un pico de 16,92 ºC, según la medición de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE.UU. (NOAA, por sus siglas en inglés). Pero, desde el 3 de julio, la temperatura global promedio ha eclipsado ese pico cada 24 horas, alcanzando un nuevo máximo de 17,23 ºC el 6 de julio. El día más frío desde entonces fue el 14 de julio, cuando cayó a 16,94 ºC, todavía por encima del pico anterior.
El trópico y el hemisferio norte han sido particularmente golpeados por las olas de calor en marcha. Las temperaturas en estas regiones actualmente superan por 0,9 ºC y 1,2 ºC el promedio, respectivamente. Las temperaturas en el Atlántico norte han batido los récords estacionales desde marzo, alcanzando casi 1,5 ºC por encima del promedio, mientras que las temperaturas oceánicas mundiales fuera de los polos permanecen 0,8 ºC por encima del promedio, incluyendo un nuevo récord de 21,1 ºC, que también fue alcanzado en marzo. Es cada vez más probable que 2023 será el año más caliente en el registro.
Una de las consecuencias más catastróficas de las temperaturas récord de este año han sido los incendios forestales en Canadá, que han quemado más de 100.000 kilómetros cuadrados, casi el doble del récord anterior establecido en 1989, y han cubierto el noreste norteamericano con niveles tóxicos de humo y ceniza. Gran parte del sur de Europa, Oriente Próximo, el sur de Asia y todo el sur de Estados Unidos estaban o siguen estando bajo alerta por calor. Las inundaciones han matado a 47 personas en EE.UU., 13 de ellas por las crecidas repentinas de julio, mientras que los incendios forestales en Europa y el norte de África han matado a más de 40 personas. Cientos de personas han muerto por golpes de calor en Argelia, China, Chipre, Grecia, Italia, México y España.
Además, las catástrofes provocadas ahora por el cambio climático son precursoras de acontecimientos aún más catastróficos. Las temperaturas del agua frente a la costa de Florida, alcanzando 38,38 °C, y la extensión del hielo marino antártico —más de 2,6 millones de kilómetros cuadrados por debajo del promedio— son indicadores de lo que está por venir. El calentamiento de los océanos amenaza los sistemas coralinos críticos y la población mundial de plancton con enfermedades y mortandad masiva, lo que a su vez amenaza la base de toda la cadena alimentaria. La falta de hielo marino en la Antártida plantea constantemente el peligro mortal de que el hielo terrestre caiga al océano, elevando el nivel de los océanos en todo el mundo e inundando permanentemente las zonas costeras donde se calcula que viven 3.000 millones de personas.
Ya no hay ninguna duda de que el calentamiento global ha sido causado por la explotación de los recursos de la Tierra mediante la producción capitalista anárquica, en particular la quema esencialmente no regulada de carbón, petróleo y gas natural durante siglo y medio. La cuestión apremiante es encontrar una solución a la actual y acelerada crisis ecológica.
En respuesta al informe del C3S y la OMM, el secretario general de la ONU, António Guterres, señaló en una rueda de prensa que 'la humanidad está en aprietos [y] los humanos tienen la culpa'. Se trata de una falsa equivalencia, y Guterres lo sabe.
La culpa no es de “la humanidad”, sino del capitalismo. Lo que realmente bloquea cualquier esfuerzo por abordar seriamente la crisis climática es el sistema de ganancias, la subordinación de la vida económica al lucro privado y la división del mundo en Estados-nación rivales.
En 2008, la declaración de principios del Partido Socialista por la Igualdad de EE.UU. declaró,
El conflicto irreconciliable entre el sistema de ganancias y la propia supervivencia de la humanidad encuentra, en un sentido literal, su expresión más nociva en la crisis del calentamiento global y del medio ambiente. La causa de esta crisis no reside, como afirman falsamente los medios de comunicación burgueses, en el crecimiento de la población. Tampoco es el resultado de la ciencia y la tecnología, cuyo desarrollo es crítico para el avance de la civilización humana, sino que se debe a su mal uso por parte de un orden económico irracional y obsoleto.
Concluyó,
Todas las pruebas científicas apuntan al hecho de que únicamente la reorganización socialista de la economía mundial, en la que el medio ambiente planetario ya no sería rehén ni del afán de lucro ni de los destructivos intereses nacionalistas, logrará las reducciones de gases de efecto invernadero necesarias para evitar el desastre.
Todas las conferencias internacionales para abordar el cambio climático, la más reciente la cumbre sobre el clima COP27, han terminado en un fracaso abyecto, como resultado de la imposibilidad de abordar un problema fundamentalmente global sobre la base de Estados nación capitalistas rivales. Todos reniegan de cualquier promesa climática que hayan hecho en un período anterior mientras amplían masivamente el gasto militar.
El sistema de lucro capitalista, que organiza la sociedad en función de los intereses de la clase capitalista, es orgánicamente incapaz del nivel masivo de planificación y organización social necesario para abordar la crisis climática.
Según el Informe Carbon Majors, cuya última actualización fue en 2020, las 108 principales empresas de combustibles fósiles (por ejemplo, Saudi Aramco, Chevron, Gazprom, BP, ExxonMobil) son responsables del 70 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero desde 1751 (el año que se suele utilizar como referencia para el calentamiento global), la mitad de las cuales se han emitido desde 1990. Solo 20 de esas empresas son responsables del 30 por ciento de las emisiones mundiales.
Sus ganancias a la vez son astronómicas. El director de la Agencia Internacional de la Energía, Fatih Birol, declaró en febrero que los beneficios del petróleo y del gas a nivel mundial se dispararon hasta los 4 billones de dólares en 2022, enriqueciendo aún más a las empresas de inversión y a las instituciones financieras de todos los grandes países capitalistas que controlan estas empresas.
Mientras los milmillonarios y multimillonarios se atiborran a costa de los recursos de la Tierra, son la clase trabajadora y las masas rurales quienes pagan el precio. La ola de calor que asoló Europa el año pasado se cobró la vida de más de 61.000 personas, una cifra que se espera que sea igualada o superada este año. Las inundaciones provocadas por el cambio climático en Pakistán el año pasado desplazaron a 33 millones de personas. Alrededor de 500 millones de personas que se dedican a la ganadería corren el riesgo de perder sus medios de subsistencia. Casi 1.000 millones de personas corren el riesgo de morir de hambre, ya que la tierra de la que dependen para su sustento se ha vuelto demasiado árida para sostener la vida humana.
En otras palabras, la lucha contra el cambio climático es fundamentalmente una cuestión de clase. El impacto del cambio climático lo sufre de forma más directa y catastrófica la clase trabajadora, incluso a través de sequías, hambrunas, incendios forestales e inundaciones. A esto se suman todos los trabajadores que sufren y mueren a causa de las condiciones meteorológicas extremas y las innumerables consecuencias del calentamiento global.
Por lo tanto, todos los llamamientos a cualquier sector de la élite capitalista gobernante son un callejón sin salida. Independientemente de si los demócratas o los republicanos estén en el poder en Estados Unidos, o los conservadores o socialdemócratas en Europa, las principales potencias capitalistas se muestran incapaces y desinteresados a la hora de hacer frente a la crisis. Están mucho más interesadas en enriquecerse a través de diversos esquemas de 'comercio de carbono' y en invadir y destruir países enteros.
La respuesta de los Gobiernos del mundo entero a la pandemia del coronavirus sirve como un ejemplo más de los intereses de esta pequeña capa social. En lugar de iniciar una campaña mundial para evitar la propagación de esta enfermedad mortal, Estados Unidos y todas las grandes potencias primero se aseguraron de proteger las ganancias empresariales, no las vidas humanas. La política subyacente de 'negligencia maligna' ha dejado un saldo estimado de 24 millones de muertos y decenas de millones más que ahora padecen COVID persistente.
En cuanto a los movimientos ecologistas de clase media, su evolución está personificada por los Verdes, que se han convertido en partidarios del militarismo y en instrumentos críticos del dominio de clase. El partido Los Verdes alemán, en particular, se ha convertido, como resultado de su apoyo al capitalismo, en uno de los más fervientes defensores de las guerras imperialistas, incluida la guerra de EE.UU. y la OTAN contra Rusia en Ucrania.
La trayectoria política de estos partidos y tendencias deja claro que cualquier esfuerzo para disminuir y revertir el calentamiento global que no se base en el desarrollo de un movimiento de la clase obrera para derrocar al capitalismo a escala mundial es irremediablemente utópico y ruinoso.
El aumento sin precedentes de las temperaturas mundiales está coincidiendo con un movimiento huelguístico masivo en todo el mundo. En el último año se han producido fuertes luchas en las industrias automovilística, sanitaria y de logística, y ya están tomando forma varias batallas explosivas de clase en UPS, USPS, los muelles de la costa oeste norteamericana y en las Tres Grandes empresas automotrices (Ford, GM, Stellantis), y esto solo en Estados Unidos. Al igual que la lucha contra la pandemia del coronavirus y la guerra imperialista, la lucha contra el cambio climático está inexorablemente ligada al desarrollo de la lucha de clases.
Es urgente armar estas crecientes luchas de la clase obrera con una perspectiva socialista para la reorganización de la sociedad sobre una base racional que atienda a las necesidades humanas, no al lucro privado. Es la única manera de evitar la catástrofe climatológica.
(Publicado originalmente en inglés el 29 de julio de 2023)