El siguiente discurso fue pronunciado por Keith Jones, secretario nacional del Partido Socialista por la Igualdad (Canadá), durante el Acto Internacional en Línea del Primero de Mayo 2023 celebrado el 30 de abril.
La guerra en Ucrania, como la pandemia de COVID-19, ha puesto al descubierto el carácter depredador del capitalismo canadiense.
La afirmación, promovida desde hace tiempo por los abogados y apologistas de la burguesía en la burocracia sindical, el socialdemócrata NDP y la pseudoizquierda, de que Canadá es un capitalismo “más amable y gentil”, distinto a la depredadora república del dólar al sur, ha quedado expuesta como una monstruosa mentira.
El imperialismo canadiense ha desempeñado un rol protagónico en preparar instigar y ejecutar la guerra de EE.UU. y la OTAN contra Rusia, una guerra que la canciller Melanie Joly admite ahora con franqueza tiene por objeto provocar un “cambio de régimen” en Moscú y que el primer ministro Trudeau ha dicho que Canadá librará “el tiempo necesario”.
Desde el comienzo de la guerra, Canadá ha inundado Ucrania con más de 8 mil millones de dólares en ayuda militar y de otro tipo, incluyendo tanques, artillería y sistemas avanzados de defensa antiaérea.
Durante las dos décadas anteriores, Canadá defendió la expansión de la OTAN, ayudó a orquestar el golpe liderado por fascistas de febrero de 2014 que derrocó al presidente electo de Ucrania, y colaboró estrechamente con EE.UU. y Reino Unido para volver el ejército ucraniano interoperable con las fuerzas de la OTAN e incorporar a los fascistas del Batallón Azov.
El imperialismo canadiense desempeñó un papel importante y sucio en la preparación político-ideológica de la guerra a través de su alianza de décadas con la extrema derecha ucraniana. Como lo documentó el WSWS en la serie “Los amigos fascistas del imperialismo canadiense”, tras la Segunda Guerra Mundial, Canadá proporcionó refugio a decenas de miles de colaboradores nazis ucranianos implicados en el Holocausto y la guerra de aniquilación de Hitler contra la Unión Soviética.
En búsqueda del objetivo doble de la guerra fría de erradicar la influencia socialista en la población ucraniano-canadiense y debilitar a la URSS, el Estado canadiense ayudó a la extrema derecha ucraniana a encubrir sus crímenes y formular una nueva narrativa nacionalista que celebrara al criminal de guerra Stepan Bandera y su Organización de Nacionalistas Ucranianos como luchadores por la “liberación nacional”.
Ante el giro de la burocracia estalinista soviética hacia la restauración capitalista, las fuerzas de extrema derecha que el Estado canadiense había promovido a través del Congreso Ucraniano Canadiense fueron enviadas de vuelta para buscar la independencia de Ucrania y, tras 1991, para someter el Gobierno en Kiev a la OTAN y la Unión Europea. Un elemento central de esto ha sido la reinyección en Ucrania de un virulento nacionalismo antirruso y anticomunista ejemplificado por el culto a Bandera.
En el acto del Primero de Mayo del año pasado, señalé que Chrystia Freeland, ministra de Finanzas y vice primera ministra de Canadá, encarnaba en los más altos niveles del Estado, la alianza entre el imperialismo canadiense y la ultraderecha nacionalista ucraniana. El abuelo de Freeland, a quien rinde homenaje por haberla instruido en la cultura e historia ucranianas, fue el destacado colaborador nazi Mikhailo Chomiak.
En el último año, la influencia del Congreso Ucraniano Canadiense en Ottawa no ha hecho más que crecer. Recientemente, su antiguo director general, Taras Zalusky, fue nombrado jefe de gabinete de la ministra de Defensa, Anita Anand.
Envalentonado por este apoyo, el Congreso Ucraniano Canadiense o UCC, está actuando casi como un brazo del Estado para difamar, censurar y suprimir todas las voces y acciones contra la guerra. El UCC presume de sus debates con el ministro de Seguridad Pública de Canadá, Marco Mendicino, sobre la “represión” de los mensajes “prorrusos”.
A instancias de los partidarios del UCC, la Universidad de Waterloo intentó cancelar la reservación de un salón por parte del IYSSEpor motivos falsos. La reunión solo tuvo lugar porque el IYSSE emprendió una vigorosa contracampaña, insistiendo en el derecho democrático de los estudiantes y trabajadores para debatir y oponerse al importante papel que Canadá ha desempeñado en una guerra que podría convertirse en la Tercera Guerra Mundial.
Más recientemente, los nacionalistas ucranianos de extrema derecha lograron forzar la cancelación de una reunión contra la guerra en Montreal tildando a los oradores de prorrusos y violentos.
La campaña encabezada por el UCC y apoyada por el Estado para silenciar todas y cada una de las voces contra la guerra demuestra el miedo en los círculos de la clase dominante. Saben que su falso relato de una “guerra no provocada” y una lucha por defender la “democracia” ucraniana sería refutado si se sometiera a una crítica y un debate.
Mientras que toda la élite política, tanto federalista como independentista de Quebec, apoya firmemente la guerra, la élite gobernante sabe muy bien que entre los trabajadores solo hay ansiedad y oposición hacia la escalada del conflicto en Europa.
Si esta oposición aún no se ha manifestado en forma de un movimiento de masas contra la guerra, se debe sobre todo a las acciones de esas organizaciones que se hacen pasar por la izquierda, incluidos los sindicatos, el NDP y Quebec Solidaire.
El NDP, con el apoyo de sus aliados sindicales, respondió al estallido de la guerra en febrero del año pasado formando una alianza gubernamental con el Gobierno liberal minoritario. Prometiendo proporcionar “estabilidad política”, es decir, sofocar la lucha de clases, el NDP se compromete a mantener a Trudeau en el cargo hasta junio de 2025 mientras su Gobierno emprende la guerra, aumenta drásticamente el gasto militar, persigue la austeridad e impone enormes recortes salariales reales impulsados por la inflación.
En la medida en que existe alguna oposición a la guerra en la pseudoizquierda, la cual defiende la autoridad de los sindicatos y el NDP y promueve la política de identidades, se basa en la perspectiva ruinosa de que el Gobierno y el Estado canadienses pueden ser presionados para que medien una paz negociada que finalice la guerra de Ucrania y asuman un papel altruista en los asuntos mundiales.
Una verdadera oposición a la guerra debe estar animada por una perspectiva totalmente opuesta: la lucha por movilizar a la clase obrera con base en un programa socialista e internacionalista contra el capitalismo canadiense, su Estado y el Gobierno liberal apoyado por los sindicatos y el NDP.
Contrariamente a lo que afirman los nacionalistas de izquierda, que presentan a Canadá como una virgen pura manipulada por el malvado Tío Sam, Canadá es una potencia imperialista rapaz que ha forjado un lucrativo vínculo con las potencias capitalistas más poderosas de cada época: Reino Unido en el siglo diecinueve, EE.UU. durante las últimas ocho décadas, de acuerdo con sus propios intereses y ambiciones imperialistas.
Los trabajadores en Canadá, como en todo el mundo, se ven empujados a emprender luchas masivas que desafían objetivamente la agenda de guerra y austeridad de la clase dominante. La tarea del momento es transformar estas luchas en un movimiento políticamente consciente a favor del socialismo.
La lucha contra la guerra es la punta de lanza. Un movimiento políticamente independiente de las masas obreras que luche por el poder solo puede desarrollarse en la medida en que los trabajadores se separen y se opongan activamente a todas las acciones depredadoras de su “propia” clase dominante y su Estado y conviertan el gran grito de guerra del movimiento socialista “¡Trabajadores del mundo, uníos!” en el eje de sus luchas.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 1 de mayo de 2023)
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