Este es el texto del informe de apertura de David North, presidente del Consejo Editorial Internacional del World Socialist Web Site, para el Acto Internacional en Línea del Primero de Mayo 2023, celebrado el domingo 30 de abril. Puedes ver todo el evento en el siguiente video, activando los subtítulos en las configuraciones.
En este día de la solidaridad internacional de la clase obrera, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional envía a los espectadores de todo el mundo sus saludos revolucionarios. Declaramos nuestra solidaridad con todos los sectores de trabajadores y jóvenes en todos los continentes y países que han entrado en lucha contra el capitalismo.
El Comité Internacional renueva su compromiso de luchar por la libertad de los trabajadores de Maruti Suzuki en Delhi, India, que han sido inculpados y encarcelados de por vida como castigo por hacer huelga contra condiciones de trabajo brutales. El CICI reafirma su determinación a movilizar la fuerza de la clase obrera internacional para garantizar la libertad de Julian Assange, que se ha convertido en un símbolo de la lucha por la verdad, contra los crímenes de los Gobiernos imperialistas y las mentiras de sus lacayos en los medios corporativos.
Este es el décimo acto en línea del Comité Internacional para celebrar el Primero de Mayo. Se produce cuando la guerra en Ucrania se intensifica sin cesar, amenazando con extenderse más allá del enfrentamiento de la OTAN con Rusia hacia una guerra con China y una conflagración nuclear mundial.
Al intentar encubrir su propio papel en la instigación de la guerra de Ucrania, la Administración de Biden insiste en la absurda narrativa ahistórica y simplista de una “guerra no provocada” de Putin. Pero la invocación del fantasma de Vladímir Putin, el más reciente de una larga lista de demonios conjurados por Washington, no explica nada sobre los orígenes históricos, económicos, sociales y políticos de la guerra.
Distrae de cualquier examen de la conexión entre la guerra de EE.UU. y la OTAN en Ucrania, y:
- los 30 años anteriores de guerras prácticamente ininterrumpidas y libradas por EE.UU. en Irak, Serbia, Afganistán, Somalia, Libia y Siria;
- la implacable expansión de la OTAN hacia el este desde la disolución de la Unión Soviética en 1991;
- la escalada del conflicto geopolítico con China, que es visto por el imperialismo norteamericano como una amenaza peligrosa para su propia posición mundial dominante;
- el prolongado declive de la posición económica mundial de EE.UU., que se manifiesta más claramente en el creciente desafío a la supremacía del dólar como moneda de reserva mundial;
- la serie de conmociones económicas que han requerido rescates desesperados para evitar el colapso total financiero en EE.UU.;
- el evidente callejón sin salida del sistema político estadounidense, ejemplificado por el intento del presidente Donald Trump, el 6 de enero de 2021, de anular el resultado de las elecciones nacionales de noviembre de 2020; y,
- la creciente inestabilidad interna de una sociedad marcada por asombrosos niveles de desigualdad, intensificados por el impacto de la pandemia y una nueva espiral inflacionista, que está radicalizando a la clase obrera estadounidense.
La refutación irrebatible del relato de una “guerra no provocada” consiste en las declaraciones del Comité Internacional de la Cuarta Internacional publicadas en el WSWS, que durante el último cuarto de siglo analizó las contradicciones económicas, políticas y sociales que han empujado a las élites corporativo-financieras de EE.UU a intentar desesperadamente encontrar una salida bélica a crisis irresolubles.
El primer acto en línea del Comité Internacional para el Primero de Mayo se celebró menos de tres meses después del golpe del Maidán de febrero de 2014 dirigido por Estados Unidos y Alemania para derrocar al presidente ucraniano Víktor Yanukóvich, considerado por Washington y Berlín como excesivamente inclinado hacia Rusia, y colocar en el poder a un Gobierno pro-OTAN. Tras el golpe, el Kremlin tomó y anexionó Crimea, que Washington había planeado convertir en una base en el mar Negro para las operaciones navales de la OTAN contra Rusia.
En el anuncio de su primer acto en línea del Primero de Mayo, publicado el 12 de abril de 2014, el WSWS afirmó que el golpe del Maidán había sido organizado “con la intención de provocar un enfrentamiento con Rusia”. El comunicado continúa:
El enfrentamiento con Rusia en Ucrania marca un nuevo y peligroso giro de las potencias imperialistas. ¡Los dioses de la guerra imperialista están sedientos! Como en los años que precedieron a la Primera y la Segunda Guerra Mundial, se está preparando un nuevo reparto del mundo.
Los que creen que la guerra con China y Rusia es imposible, que las grandes potencias imperialistas no se arriesgarían a una guerra con potencias nucleares, se engañan a sí mismos. La historia del siglo veinte, con sus dos devastadoras guerras mundiales y sus innumerables y sangrientos conflictos locales, ha aportado pruebas suficientes de los riesgos que las clases dominantes están dispuestas a asumir. De hecho, están dispuestas a arriesgar el futuro de toda la humanidad y el propio planeta.
Cien años después del estallido de la Primera Guerra Mundial y 75 años después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, la lucha contra el peligro de un tercer cataclismo imperialista enfrenta a la clase obrera internacional.
El Comité Internacional no poseía una bola de cristal. Pero pudo recurrir a la poderosa arma de la teoría marxista y el análisis de la dinámica del imperialismo mundial desarrollado por Lenin durante la Primera Guerra Mundial. En ese momento, Lenin desenmascaró las mentiras con las que los Gobiernos imperialistas buscaban justificar la matanza, así como los sofismas de los que habían repudiado sus promesas de oponerse a las políticas de guerra de los Gobiernos capitalistas y defender la unidad internacional de la clase obrera.
El análisis de Lenin explicó la guerra con base en los fundamentos económicos del imperialismo y los consiguiente e ineludibles conflictos entre Estados capitalistas. Rechazó la afirmación de que la guerra podía apoyarse en nombre de la llamada “defensa nacional”, o que el conflicto militar fuera simplemente el resultado de una decisión política incorrecta. El primer argumento era simplemente una justificación hipócrita para capitular al chovinismo nacional y el último argumento buscaba ofuscar la causa objetiva de la guerra imperialista y sus implicaciones revolucionarias para una estrategia antibélica de la clase obrera.
La economía imperialista conducía inexorablemente a las guerras imperialistas y a todos sus horrores. El líder del Partido Bolchevique escribió en 1916 que, “El imperialismo es, en general, un impulso hacia la violencia y la reacción”. Mediante la aplicación despiadada de la violencia los imperialistas pretendían alterar la división existente de la riqueza y los recursos mundiales entre las grandes potencias. Lenin explicó:
1) el hecho de que el mundo ya está dividido obliga a quienes contemplan una redivisión a intentar tomar todo tipo de territorio; y, 2) una característica esencial del imperialismo es la rivalidad entre grandes potencias en la disputa por la hegemonía, es decir, la conquista de territorios no tanto para beneficiarse directamente sino para debilitar al adversario y socavar su hegemonía…
Lenin añadió,
La cuestión es: ¿cuáles medios existen en el capitalismo aparte de la guerra para superar el desarrollo dispar de las fuerzas productivas y la acumulación de capital, por un lado, y el reparto de colonias y esferas de influencia para el capital financiero, por otro?
La guerra en Ucrania y la escalada del conflicto con China son la manifestación, a un nivel mucho más avanzado y complejo, de las mismas contradicciones globales analizadas por Lenin hace más de un siglo.
Lejos de ser el resultado repentino e inesperado de una “invasión no provocada” –como si la expansión de la OTAN 800 millas (1.300 km) hacia el este desde 1991 no fuera una provocación contra Rusia— la guerra en Ucrania es la continuación y expansión de los 30 años de guerras continuas de EE.UU. El objetivo esencial de la interminable serie de conflictos ha sido compensar el prolongado declive económico del imperialismo estadounidense y asegurar su hegemonía mundial mediante la conquista militar.
En 1934, León Trotsky escribió que mientras el imperialismo alemán, bajo Hitler, pretendía “organizar Europa”, era la ambición del imperialismo estadounidense “organizar el mundo”. Utilizando un lenguaje que parecía destinado a confirmar el análisis de Trotsky, Joe Biden, entonces candidato presidencial, escribió en abril de 2020: “La política exterior de Biden situará a EE.UU. de vuelta a la cabecera de la mesa... el mundo no se organiza solo”.
Pero EE.UU. se enfrenta a un mundo que no quiere necesariamente que lo organice Estados Unidos. El rol del dólar como moneda de reserva mundial, la base financiera de la supremacía geopolítica estadounidense, es cada vez más cuestionado. El papel cada vez más prominente de China como competidor económico y militar es considerado por Washington como una amenaza existencial a su dominio.
Un factor importante en la decisión de las potencias imperialistas de iniciar la guerra en 1914 fue el temor de que el tiempo no estaba de su lado, es decir, que retrasar la guerra solo permitiría que sus competidores ganaran fuerza. En la medida en que consideraban que la guerra era inevitable, había una actitud de “mejor pronto que demasiado tarde” que condujo al estallido de la guerra. Esta convicción subjetiva de los líderes políticos capitalistas y los Estados Mayores de los ejércitos de que el conflicto era inevitable se convirtió, en un punto crítico, en un factor importante en la decisión de lanzar la guerra en agosto de 1914.
En nuestro tiempo, los muchos artículos de la prensa capitalista y las revistas estratégicas que profetizan una guerra con China en los próximos 15, 10 o incluso 5 años, atestiguan la prevalencia de una mentalidad similar en el Washington contemporáneo. No hay otra explicación política seria del carácter temerariamente provocador de las acciones de la Administración de Biden en Taiwán, que obviamente están destinadas a provocar una acción militar china, para que “dispare el primer tiro” y así proporcione a Washington la narrativa propagandística necesaria para justificar sus planes militares establecidos hace mucho.
Estados Unidos es la potencia imperialista más agresiva, pero la misma dinámica que lleva a Washington a la guerra también opera en Europa. Mientras los aliados imperialistas europeos de EE.UU. en la OTAN se ven obligados por el actual equilibrio mundial de poder a seguir las pautas de Washington, no son para nada espectadores inocentes en el enfrentamiento con Rusia.
Todas las viejas potencias imperialistas europeas, veteranos curtidos de dos guerras mundiales apenas en el último siglo, de crímenes salvajes en sus antiguas colonias y de experimentos fascistas y genocidas en sus propios países, padecen las mismas enfermedades políticas y económicas que EE.UU., pero poseen aún menos recursos financieros para hacerles frente.
Aunque son incapaces de perseguir sus ambiciones imperialistas de forma independiente, ni Reino Unido, Francia, Italia, Alemania, ni las “potencias menores” como Suecia, Noruega, Dinamarca, España, Bélgica, e incluso la pequeña Suiza están dispuestas a aceptar su exclusión del reparto territorial y de recursos naturales ni del acceso a ventajas financieras que esperan tras la derrota militar de Rusia y su fragmentación en numerosos Estados.
Todos los intentos de asignar “culpa” por la guerra concentrándose en la pregunta de “¿quién disparó primero?” se limitan a un plazo de tiempo extremadamente corto que aísla un único episodio de una sucesión mucho más larga de acontecimientos.
Cuando se analiza lo ocurrido previo a la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero de 2022 en su contexto histórico y político necesario, no cabe duda de que la guerra fue instigada por EE.UU. y sus aliados de la OTAN.
Sin embargo, el hecho de que la guerra fuera instigada por EE.UU. y la OTAN no justifica la invasión rusa de Ucrania, ni mucho menos altera su carácter fundamentalmente reaccionario. Los que defienden la invasión alegando que fue una respuesta legítima a la amenaza de la OTAN contra las fronteras rusas simplemente ignoran el hecho de que Putin es el líder de un Estado capitalista, cuya definición de “seguridad nacional” está determinada por los intereses económicos de la oligarquía, cuya riqueza se basa en la disolución de la URSS y el robo de su propiedad previamente nacionalizada.
Todos los errores de cálculo y las meteduras de pata de Putin, tanto en el inicio como en la ejecución de la guerra, reflejan los intereses de clase a los que sirve. El objetivo de su guerra es contrarrestar la presión militar de las potencias imperialistas occidentales, y conservar para la clase capitalista nacional una posición dominante en la explotación de los recursos naturales y la mano de obra dentro de las fronteras de Rusia y, en la medida de lo posible, en la región del mar Negro y los países vecinos de Asia central y Transcaucasia.
No hay nada progresista, ni mucho menos antiimperialista, en estos objetivos.
Además, independientemente de su conflicto actual, las nuevas clases dirigentes postsoviéticas en Rusia y Ucrania comparten el mismo origen criminal en la disolución de la URSS y la restauración del capitalismo.
La guerra ya ha inició su segundo año. Los medios capitalistas se regocijan con el derramamiento de sangre anticipando una contraofensiva ucraniana que provocará decenas de miles de muertes más en ambos bandos.
En este momento, los combates más sangrientos se concentran en la ciudad de Bajmut. Incluso teniendo en cuenta la manipulación de la información tanto por Ucrania como por Rusia, por razones de propaganda, no cabe duda de que la batalla por la ciudad se ha cobrado un terrible saldo en vidas humanas.
Pero a pesar de la concentración en las operaciones militares en la ciudad y sus alrededores, no se ha escrito prácticamente nada en la prensa sobre la historia de la propia ciudad. Un vistazo a esta historia atestigua el carácter trágico de este conflicto fratricida y la regresión social que representa para los pueblos de Rusia y Ucrania.
La ciudad de Bajmut fue un importante frente en la guerra civil que siguió a la Revolución de Octubre de 1917. Cayó bajo el control del ejército nacionalista ucraniano antibolchevique de Semyon Petliura, cuyo régimen instigó pogromos que resultaron en la matanza de entre 50.000 y 200.000 judíos.
El Ejército Rojo liberó Bajmut el 27 de diciembre de 1919, y esta victoria puso en marcha una vasta transformación social. Se construyó una fábrica “Victoria de los Trabajadores” y las minas de los alrededores de la ciudad llevan el nombre del revolucionario alemán Karl Liebknecht y el dirigente soviético Yákov Sverdlov. En 1924, la ciudad pasó a llamarse Artemivsk, para honrar la memoria de un destacado bolchevique, Fiódor Andréievich Serguéiev, conocido como camarada Artiom.
Su vida reflejó el internacionalismo revolucionario que había inspirado a amplios sectores socialistas de la clase obrera, la intelectualidad y la juventud en el multinacional Imperio Ruso.
Serguéiev-Artiom se había afiliado al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso en 1901 y apoyó la facción bolchevique de Lenin tras la escisión de 1903 con los mencheviques. Durante la Revolución de 1905, dirigió una rebelión armada de trabajadores en la ciudad de Járkov. Tras la derrota de la Revolución, fue encarcelado en Siberia. Pero el camarada Artiom consiguió escapar al cabo de tres años, y se dirigió, vía Japón y Corea, a Australia.
Pronto se involucró en las luchas de la clase obrera australiana. Conocido como “Big Tom”, en 1912, Artiom se convirtió en editor de un periódico obrero, el Echo of Australia. Como miembro del Partido Socialista Australiano, encabezó la oposición sindical a la participación de Australia en la Primera Guerra Mundial.
A su regreso a Rusia tras la Revolución de Febrero, Artiom desempeñó un papel importante en la organización de la insurrección revolucionaria que aseguró el dominio bolchevique en Járkov. Desempeñó un papel fundamental en la guerra civil que consolidó el poder soviético. En 1921, Artiom murió en un accidente de tren, a la edad de 38 años. Tres años después, Bajmut pasó a llamarse Artemivsk.
El 31 de octubre de 1941, cuatro meses después de invadir la Unión Soviética, las fuerzas nazis ocuparon Artemivsk. A principios de 1942, los nazis, con la ayuda de nacionalistas ucranianos de derechas, llevaron a cabo el asesinato de 3.000 judíos, que fueron acorralados y empujados a un pozo minero, donde murieron asfixiados.
El 5 de septiembre de 1943, Artemivsk fue liberada por el Ejército Rojo.
Después del golpe del Maidán de 2014, el régimen derechista de Poroshenko, ansioso por rehabilitar a los héroes del fascismo ucraniano y eliminar todos los vestigios políticos, sociales y culturales de la era soviética, borró Artemivsk del mapa de Ucrania y restauró el antiguo nombre de la ciudad, Bajmut.
La desaparición de los vestigios de la Revolución de Octubre ha ido acompañada de la glorificación renovada de Stepan Bandera, Dmitri Dontsov y otros héroes del fascismo y el nacionalismo burgués ucraniano neonazi.
No obstante, la pretensión de Putin de que está luchando contra el fascismo ucraniano carece de la más mínima credibilidad política. Él libra la guerra bajo la bandera reaccionaria del nacionalismo ruso. Cuando Putin evoca la herencia del zarismo, y denuncia a Lenin, Trotsky, el bolchevismo y la Revolución de Octubre, da testimonio del carácter históricamente reaccionario y políticamente ruinoso de su régimen.
Cuando exigimos el fin de la guerra, invocamos el principio del internacionalismo socialista. La clase obrera no tiene patria. Ni la clase obrera ucraniana ni la rusa tienen algo que ganar con esta guerra. Ochenta años después de que los trabajadores de Ucrania y Rusia lucharon codo con codo para expulsar a los invasores nazis de la Unión Soviética, ahora, como consecuencia de la restauración del capitalismo, se están matando unos a otros en el mismo suelo que una vez defendieron juntos contra el fascismo y en defensa de las conquistas de la Revolución de Octubre.
La única respuesta políticamente viable, ni mencionar revolucionaria, a la guerra imperialista es la movilización revolucionaria de la clase obrera internacional sobre la base de políticas socialistas. Hoy se habla mucho de la llegada de un mundo “multipolar”, que supuestamente sustituirá la hegemonía “unipolar” del imperialismo norteamericano. Washington será sustituido, según los teóricos académicos y pseudoizquierdistas de la “multipolaridad”, por un consorcio de Estados capitalistas que colectiva y armoniosamente presidirán un reparto más pacífico de los recursos mundiales.
Esta nueva versión del “ultraimperialismo” pacífico no es teóricamente más coherente ni políticamente más viable que hace un siglo, cuando fue propuesto por primera vez por el reformista alemán Karl Kautsky y ampliamente refutado por Lenin. La distribución y asignación pacíficas de los recursos mundiales entre Estados capitalistas e imperialistas es imposible. Las contradicciones entre la economía mundial y el sistema estatal capitalista conducen a la guerra.
En cualquier caso, la realización de un mundo “multipolar” –dejando de lado sus incorrectos fundamentos teóricos— requiere su aceptación pacífica por parte de la potencia imperialista dominante hoy: Estados Unidos. No es una perspectiva realista. Estados Unidos se opondrá con todos los medios a su alcance a cualquier intento de prevenir su hegemonía “unipolar”. Consecuentemente, la utopía de sustituir una “unipolaridad” con un mundo “multipolar” lleva, por su propia lógica retorcida, a una Tercera Guerra Mundial y la destrucción del planeta.
En última instancia, detrás de estas teorías y políticas antimarxistas yace la oposición a una lucha contra el capitalismo y un afán de hallar un equilibrio entre los Estados capitalistas e imperialistas en conflicto.
El Comité Internacional rechaza todas esas adaptaciones cobardes a los regímenes capitalistas y evasivas de las tareas revolucionarias. Como declaró Trotsky al estallar la Segunda Guerra Mundial: “No somos un partido de Gobierno; somos el partido de la oposición revolucionaria e irreconciliable”.
Por ello, no tratamos de aplicar nuestras políticas “a través de los Gobiernos burgueses ...sino exclusivamente mediante la agitación para educar a las masas, explicándoles a los trabajadores lo que deben defender y lo que deben derrocar”.
Este enfoque a la solución de los problemas históricos reconoció Trotsky, “no puede dar resultados milagrosos. Pero no pretendemos hacer milagros. Tal como están las cosas, somos una minoría revolucionaria. Nuestro trabajo debe procurar que los trabajadores que influenciemos valoren correctamente los acontecimientos, no se dejen coger desprevenidos, y preparen el apoyo general de su propia clase a la solución revolucionaria de las tareas a las que nos enfrentamos”.
En la actualidad, no se deben minimizar los peligros que enfrenta la humanidad. La primera responsabilidad de un auténtico revolucionario es decir las cosas como son. Pero esto también implica reconocer que la realidad objetiva no solo presenta el peligro de una Tercera Guerra Mundial y la aniquilación de la humanidad, sino también el potencial de una revolución socialista mundial y un estupendo avance de la civilización humana.
El programa de la Cuarta Internacional, el Partido Mundial de la Revolución Socialista dirigido por el Comité Internacional, es hacer realidad este potencial, construyendo un movimiento de masas contra la guerra imperialista y luchando por la toma de poder en manos de la clase obrera para construir el socialismo en todo el mundo. Esta es la perspectiva que anima, pese a todas las dificultades y peligros, esta celebración del Primero de Mayo.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 30 de abril de 2023)