La segunda ola de calor de Europa este verano está alcanzando temperaturas récord en todo el continente. Gran parte del sur y oeste de Europa alcanzará máximos de 40-47 grados. Miles mueren, territorios extensos se queman y las cosechas son destruidas según el calentamiento global vuelve este tipo de acontecimientos más frecuentes y severos.
Los incendios forestales se extienden en Portugal, España, Francia, Croacia, Grecia y Turquía. Un meteorólogo describió el suroeste de Francia como un “apocalipsis de calor”. El Gobierno francés ya se vio obligado a evacuar a 25.000 personas. En Turquía, más de 3.500 fueron evacuados y más de 800 en Portugal. Alrededor de 3.200 en el sur de España tuvieron que huir de lo que el diario español ABC describió como “una avalancha de fuego”.
Además de la destrucción causada por el fuego, la ola de calor ya deja a su paso una ola de muertes, usualmente por ataques cardiacos o accidentes cerebrovasculares. Portugal ya reportó más de 650, una cada 40 minutos entre el 7 y el 13 de julio. España reportó más de 510. Estas cifras se dispararán. Durante la ola de calor europea de 2003, cuando hubo altas temperaturas por un periodo prolongado, se estima que 72.000 personas fallecieron en todo el continente, según la ONU, incluyendo aproximadamente 15.000 en Francia y 13.000 en España.
La gran mayoría de los hogares europeos no tienen aire acondicionado, lo que aumenta el peligro. Según una encuesta de la empresa de aires acondicionados Inaba Denko, el 3 por ciento de los hogares en Reino Unido y Alemania tienen aire acondicionado, el 5 por ciento en Francia, el 7 por ciento en Italia, el 8 por ciento en Portugal y el 30 por ciento en España. En Reino Unido, solo el 65 por ciento de las oficinas y el 30 por ciento de los locales comerciales cuentan con aire acondicionado.
La respuesta del Gobierno británico a esta ola de calor pone de manifiesto la irresponsabilidad y la indiferencia temeraria ante la pérdida de vidas que caracteriza todos los Gobiernos europeos. Cuando el calentamiento global se cobra miles de vidas, amenaza el suministro de comida con sequías devastadoras y produce inundaciones graves, el primer ministro adjunto Dominic Raab le dijo cínicamente al pueblo británico que “disfruten el calor” y sean “resilientes”.
El primer ministro británico Boris Johnson es famoso en todo el mundo por declarar en la pandemia de COVID-19, “Dejen que los cuerpos se apilen por miles”. Ni siquiera se molestó en asistir a una reunión de emergencia del gabinete el lunes después de que el país declarara su primera “advertencia roja de calor extremo”. El mismo día, los servicios ferroviarios y los aeropuertos tuvieron que cerrar por los efectos del calor y los hospitales tuvieron que cancelar cirugías porque los quirófanos estaban demasiado calientes para operar.
Denunciando a los trabajadores por querer refugiarse en casa del COVID-19 y el calor, la editora adjunta del Daily Telegraph, Camilla Tominey, se quejó el sábado: “Los holgazanes británicos hallaron una nueva razón para quedarse en casa”.
Este es un ejemplo particularmente impactante de la indolencia e inacción en círculos oficiales ante el cambio climático, que ha producido una nueva ola de calor y una sequía.
Tras décadas en que los Gobiernos capitalistas de todo el mundo se han rehusado a tomar acciones significativas contra el calentamiento global, la humanidad se enfrenta a una catástrofe. En noviembre, el grupo investigador respetado Climate Action Tracker pronosticó un aumento de 2,4 grados en la temperatura global para el final del siglo, basándose en los objetivos de emisiones de corto plazo de cada país. Esto superaría con creces el límite ya peligroso de 1,5 grados establecido por el Acuerdo de París de 2015.
El calor extremo en Europa se volverá algo cada vez más común. Un estudio publicado este mes en Nature Communications descubrió que el continente había visto un “aumento particularmente fuerte en el calor extremo” e indicó que “se proyecta un aumento desproporcional” de las olas de calor en Europa “comparado al promedio global de la temperatura en el futuro”.
Durante la última temporada de incendios forestales, Levent Kurmaz de la Universidad Bogazici de Estambul le dijo al Independent: “Todo el Mediterráneo va a tener un clima desértico para fines del siglo”. Para entonces, señaló el Independent, “el clima del sur de Turquía, el sur de Grecia y el sur de Italia va a ser similar al del Cairo y de la ciudad de Basra en el sur de Irak en la actualidad”.
Hoy, incluso cuando los precios de los alimentos ya aumentan considerablemente, las cosechas están en grave peligro. Casi la mitad de Europa se encuentra en nivel de alerta por sequía y casi una décima parte en nivel de alerta. El Observatorio Europeo de la Sequía ha advertido: “El estrés hídrico y el calor están haciendo bajar el rendimiento de las cosechas respecto a un panorama ya negativo para los cereales y otros cultivos. Francia, Rumanía, España, Portugal e Italia tendrán que hacer frente a esta reducción del rendimiento de los cultivos. Alemania, Polonia, Hungría, Eslovenia y Croacia también se ven afectados”.
El norte de Italia está sufriendo la peor sequía de los últimos 70 años, y los principales ríos, como el Po y el Serchio, se han secado casi por completo. Según el mayor sindicato agrícola del país, más del 30 por ciento de su producción agrícola está amenazada.
Otro estudio, publicado en Earth’s Future este mes de marzo, constata que la sequía europea de 2018-2020 fue la peor en 250 años. Podrían esperarse sequías de hasta ocho años en un escenario de emisiones intermedio y de 25 años en el peor escenario.
El aumento del nivel de los océanos debido al calentamiento global amenaza con inundaciones masivas y daños en los cultivos y las costas. Si no se realizan enormes obras de infraestructura para protegerse de las inundaciones, el coste de los daños causados por éstas sería enorme. En 2014, la Unión Europea (UE) estimó que este coste podría aumentar a finales de siglo hasta el 4 por ciento del producto interno bruto, o más de medio billón de dólares; en 2018, el consorcio Carbon Brief estimó ese coste en 961.000 millones de euros.
El calentamiento global es una amenaza crítica que requiere la movilización planificada y coordinada a nivel mundial de los recursos de la humanidad para evitar el desastre. Hay que dedicar enormes recursos tecnológicos, científicos e industriales a reducir las emisiones de carbono, ampliar las infraestructuras públicas, acondicionar miles de millones de hogares y transformar la industria mundial. Solo esto puede proteger vidas, los suministros de alimentos y las infraestructuras vitales para minimizar los daños causados por el cambio climático.
Se ha demostrado que es imposible idear una respuesta de este tipo en el marco caduco del sistema capitalista de Estados nación ni bajo los dictados de la UE y el Gobierno de Johnson, que son herramientas indisimuladas de la aristocracia financiera y la City de Londres.
En cambio, los Gobiernos capitalistas de todo el mundo están invirtiendo billones de dólares en la expansión de sus ejércitos y en la guerra entre ellos. Europa ha aumentado su gasto militar colectivo en casi $100.000 millones en la última década, en el período previo al estallido de la guerra abierta entre EE.UU. y la OTAN con Rusia este año en Ucrania.
Además, al cortar las importaciones de gas natural de Rusia, las potencias de la OTAN están recurriendo a fuentes de energía altamente contaminantes: Alemania, Austria y los Países Bajos han vuelto a abrir centrales eléctricas de carbón. Bajo la autoridad de la ministra alemana de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, del Partido Verde, la enviada alemana para el clima, Jennifer Morgan, dijo en una reciente conferencia sobre el clima en Berlín que “la guerra de agresión rusa nos obliga a tomar decisiones a corto plazo que no nos gustan”.
Los trabajadores y los jóvenes deben sacar las lecciones de la inacción y la indiferencia asesina de los Gobiernos capitalistas de Europa. La lucha contra el calentamiento global, como la lucha contra la guerra y contra la pandemia del COVID-19 que se ha cobrado casi 1,9 millones de vidas en Europa, es una cuestión política y de clase. Los intereses de los trabajadores y los jóvenes de todo el mundo se oponen diametralmente a los de la élite gobernante. La lucha contra el cambio climático requiere la movilización revolucionaria de la clase obrera en una lucha por el socialismo y una economía planificada bajo el control democrático de los trabajadores.
(Publicado originalmente en inglés el 18 de julio de 2022)