Washington ordenó simultáneamente bombardear dos naciones el domingo por la noche, utilizando aviones de guerra F-15 y F-16 para hacer llover misiles de precisión guiada sobre dos blancos en Siria y uno en Irak.
Las fuentes en el terreno reportan que fallecieron cinco personas en el lado iraquí de la frontera, mientras que un niño murió y varias personas quedaron heridas en el lado sirio.
El primer ministro iraquí Mustafa al-Kadhemi denunció el ataque aéreo como “una violación descarada e inaceptable de la soberanía iraquí”. El canciller sirio comentó a la agencia de noticias oficial Sana que las incursiones aéreas demostraron “la imprudencia de las políticas estadounidenses y la necesidad de que Washington retire sus fuerzas agresoras” de la región.
El lunes, una milicia respondió a los ataques el lunes bombardeando una base estadounidense en Siria, y varias milicias iraquíes amenazaron con represalias contra las fuerzas estadounidenses.
Este es el segundo bombardeo de este tipo llevado a cabo por el Pentágono contra la región fronteriza iraquí-siria desde el presidente demócrata Joe Biden asumió el cargo en enero. El primer ataque, dirigido contra un objetivo en el este de Siria, ocurrió tan solo un mes después de que Biden ocupara la Casa Blanca.
El ataque aéreo en febrero fue el primer bombardeo estadounidense dentro de Siria desde fines del 2019, cuando el Gobierno de Trump empujó toda la región y potencialmente el planeta al borde de una guerra al asesinar con un misil de dron al general Qasem Soleimani de la Guardia Revolucionaria Iraní. Le mostró al mundo lo que significa verdaderamente la consigna insustancial de Biden de que “Estados Unidos ha vuelto”: el imperialismo estadounidense bajo los demócratas está avanzando una política exterior incluso más agresiva, poniendo al mundo en peligro de nuevas y catastróficas guerras.
Ostensiblemente, tanto los atentados del lunes como los de febrero se llevaron a cabo como represalia por los ataques a bases estadounidenses dentro de Irak por parte de milicias iraquíes respaldadas por Irán y hostiles a la ocupación estadounidense de casi dos décadas. En febrero, el Pentágono se refirió a un cohete disparado contra la base estadounidense de Erbil, la capital del Kurdistán iraquí. Los últimos ataques aéreos se justificaron como respuesta a los ataques de las milicias con drones contra varios objetivos, entre ellos una instalación secreta de la CIA.
Una de las características más notables de los últimos ataques es que no han suscitado ninguna respuesta o análisis significativo, y mucho menos críticas, en los medios de comunicación ni la élite política estadounidenses. Un presidente estadounidense que ataca dos países el mismo día, en flagrante violación del derecho internacional y sin autorización legal del Congreso de Estados Unidos, apenas es noticia. Tanto los principales demócratas como los republicanos aplaudieron la acción, y algunos sugirieron que había que seguir atacando Irán.
Dos décadas después del inicio de la “guerra global contra el terrorismo” y de las sangrientas intervenciones de estilo colonial en Irak y Afganistán, las acciones militares ilegales de Estados Unidos lanzadas sin previo aviso en cualquier parte del mundo se han normalizado por completo. Aunque la Administración de Obama reconoció la existencia de “seis escenarios” en esta “guerra global” —Irak, Afganistán, Siria, Libia, Yemen y Somalia—, la lista completa de países y entidades bajo la mira de Washington sigue siendo confidencial bajo la Administración de Biden.
La afirmación del Pentágono de que el bombardeo y la matanza de iraquíes y sirios por parte de Washington fue “en virtud de su derecho a la autodefensa” y con el fin de proteger al “personal estadounidense” no se cuestiona en ningún momento. La pregunta más obvia es: si Washington está tan decidido a proteger a su personal, ¿por qué no lo retira?
Tras el asesinato de Soleimani, el Parlamento iraquí exigió la retirada inmediata de todas las fuerzas de ocupación estadounidenses y extranjeras. Un año y medio después, 2.500 soldados estadounidenses siguen sobre el territorio iraquí, junto con un número desconocido de contratistas militares, agentes de la CIA y otro personal. Una fuerza de unos 900 soldados uniformados, respaldados por un número desconocido de contratistas, están ocupando Siria en flagrante violación de la soberanía del país y con el propósito abierto de negarle al Gobierno de Damasco el acceso a las reservas de petróleo que necesita para la reconstrucción del país tras una guerra de una década orquestada por Estados Unidos para el cambio de régimen que lo ha dejado en ruinas.
En ambos países, Washington basa su ocupación en la mentira de que las tropas estadounidenses están allí para combatir al Estado Islámico de Irak y Siria. El Estado Islámico, un monstruo de Frankenstein creado a través del respaldo de Estados Unidos a las fuerzas de Al Qaeda en Siria, fue derrotado de forma decisiva en Irak —en gran medida por las mismas milicias que el Pentágono ataca ahora— en 2017, y perdió su último dominio en territorio sirio en marzo de 2019.
Las verdaderas razones de la continua presencia militar en la región están ligadas al impulso desesperado del imperialismo estadounidense por revertir el declive de su hegemonía global a través del militarismo. El Gobierno de Biden, al igual que los Gobiernos de Obama y Trump antes de él, hizo promesas vacías de que pondría fin a las “guerras eternas” en la región, con el objetivo evidente de dirigir todo el poderío militar de Washington contra “grandes potencias rivales”, en primer lugar, China.
Sin embargo, a todos les ha resultado imposible sacar al ejército estadounidense de Oriente Próximo, que sigue siendo un campo de batalla estratégico en el enfrentamiento con China, que se ha convertido en el primer inversor de la región y en el primer socio comercial de países como Irak, Irán y Arabia Saudí.
Así lo explicó la semana pasada el jefe del Comando Central (CENTCOM) de EE.UU., el general del Cuerpo de Marines, Kenneth McKenzie Jr., en una conferencia en línea celebrada por el Center for Strategic and International Studies.
Señalando que China depende de la región para la mitad de sus suministros energéticos, el general McKenzie declaró: “Los intereses de China en Oriente Próximo y el Norte de África van mucho más allá del petróleo. A la orilla de las principales rutas marítimas del mundo, la región seguirá siendo un terreno clave desde el punto de vista geoestratégico, mucho después de que hayamos completado la transición a las fuentes de energía renovables. Como tal, es uno de los principales escenarios de la competencia estratégica entre dos sistemas con valores muy diferentes...”.
El repunte de la agresión estadounidense en Oriente Próximo forma parte de una escalada global del militarismo imperialista. La semana pasada se produjo la peligrosa provocación del HMS Defender, un buque británico al que las fuerzas rusas dispararon y lanzaron bombas de advertencia después de que éste entrara deliberadamente en aguas reclamadas por Rusia frente a Crimea. Lejos de tratar de aliviar las tensiones, la OTAN está llevando a cabo en este momento la Operación Sea Breeze, un ejercicio militar masivo de dos semanas en el mar Negro que Moscú ha advertido que puede provocar una confrontación.
Solo un día antes de la provocación del buque británico en el mar Negro, el destructor de misiles guiados USS Curtis Wilbur fue enviado a cruzar el estrecho de Taiwán, provocando protestas de Beijing. Se trata del sexto buque de guerra estadounidense enviado a través del estrecho de Taiwán desde que Biden asumió el cargo el 20 de enero, lo que aumenta la amenaza de que la delicada vía de agua se convierta en un foco de conflicto que detone una confrontación militar entre Estados Unidos y China.
Mientras tanto, el grupo de ataque del portaaviones USS Ronald Reagan, afincado en Japón, ha sido enviado por primera vez al norte del mar Arábigo. Aunque el Pentágono ha afirmado que su despliegue cerca del golfo Pérsico es para proporcionar seguridad a las tropas estadounidenses que se están retirando de Afganistán, es mucho más probable que su llegada en medio de los ataques aéreos de Estados Unidos no sea una mera coincidencia, sino una preparación para una acción militar más amplia, incluso contra Irán.
Cualquiera de estas regiones puede ser la chispa de una conflagración militar global.
La normalización de la guerra ha estado acompañada de la normalización de las muertes masivas según las clases dominantes de todo el mundo subordinan la defensa de la vida humana al afán de lucro, incluso cuando una nueva oleada de la pandemia del COVID-19 eleva el número oficial de vidas perdidas por encima de 4 millones.
En 1938, en vísperas del estallido de la Segunda Guerra Mundial, León Trotsky escribió en El Programa de Transición, el documento fundacional de la Cuarta Internacional:
“La guerra imperialista es la continuación y la agudización de la política depredadora de la burguesía. La lucha del proletariado contra la guerra es la continuación y la agudización de su lucha de clase”.
El asesino afán de lucro a costa de millones de vidas durante la pandemia ha puesto de manifiesto el antagonismo esencial que existe entre el sistema capitalista y las necesidades de la humanidad y ha provocado un crecimiento explosivo de la lucha de clases a nivel internacional.
Estas luchas de la clase obrera mundial son la única base real para oponerse a la campaña bélica del imperialismo estadounidense y mundial. La cuestión más importante es la de una dirección revolucionaria que pueda dar a esta lucha una perspectiva socialista e internacionalista. Esto requiere la construcción del Comité Internacional de la Cuarta Internacional.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 28 de junio de 2021)