Más de un año desde que el COVID-19 fuera declarado pandemia global, los casos de la enfermedad nuevamente está repuntando en todo el mundo. Casi 9.000 personas mueren a diario. Alimentada por la aparición de variantes más transmisibles, el promedio de siete días se acerca a medio millón de nuevos casos diarios, un incremento de 40 por ciento en el último mes. Los nuevos casos vieron un salto de ocho por ciento la semana pasada, el quinto aumento semanal consecutivo.
En Brasil, el epicentro actual del desastre, fallecen más de dos mil personas cada día. Los hospitales del país están llenos y las morgues están desbordadas de cuerpos que no pueden sepultar.
En India, donde la mayoría de los casos y muertes en sus masivos barrios marginales no se reportan, incluso las cifras oficiales muestran que los casos diarios se triplicaron en el último mes.
En promedio, casi 200.000 personas se contagian del virus cada día en Europa y la tendencia es al alza. Alemania, Francia y Hungría están viendo el mayor aumento en hospitalizaciones y muertes desde el inicio de la pandemia.
En Estados Unidos, donde más de 550.000 personas ya fallecieron, la pandemia está viendo un aumento en 24 estados, particularmente en el centro y noreste del país. En Michigan, el centro de la manufactura estadounidense, los casos casi se triplicaron en el último mes.
A pesar de la elaboración de vacunas altamente efectivas, no existe un plan serio para vacunar a la mayoría de la población mundial. Incluso en los principales países capitalistas de Europa, menos del cinco por ciento de la población ha sido completamente vacunada, mientras que, en la mayor parte de Asia, Latinoamérica y África, casi nadie ha recibido una vacuna.
Esta interminable catástrofe se manifiesta en dos trayectorias distintas que representan los intereses de dos clases distintas. La pandemia global se está convirtiendo cada vez más en una lucha de clases global.
A pesar del repunte de casos, los Gobiernos encabezados por el estadounidense están buscando desmantelar todas las medidas para contener la pandemia más allá de la caótica y descoordinada distribución de la vacuna. El Gobierno de Biden está impulsando la campaña para reabrir las escuelas, manipulando y falsificando la ciencia.
El desdeño hacia la vida humana que comparte toda la clase gobernante fue resumido por los delirios fascistizantes del presidente brasileño Jair Bolsonaro, quien dirigió su ira hacia la población en relación con la pandemia al afirmar: “Basta de sus quejas y lloriqueos. ¿Cuánto más va a seguir el lloriqueo?”.
Exigiendo levantar todas las medidas para contener el virus, Bolsonaro arremetió contra el pueblo brasileño. “¿Por cuánto tiempo más se quedarán en casa y cerrarán todo?”, reclamó. “Nadie puede soportarlo más”.
Como ha sucedido a lo largo de la pandemia, las necesidades en materia de salud pública están siendo subordinadas a las ganancias privadas y la insaciable acumulación de riqueza a manos de la oligarquía. En el último año, las élites gobernantes de todo el mundo han puesto billones de dólares, euros y yenes a disposición de los mercados financieros, dando un empujón a los precios de las acciones a niveles récord. Como resultado directo, la riqueza de los milmillonarios en Estados Unidos ha aumentado $1,3 billones, mientras que las élites gobernantes internacionalmente han visto ganancias similares.
Han muerto millones de personas en el último año. La Organización Internacional del Trabajo estima que el mundo perdió el equivalente a 255 millones de trabajos, mientras que cientos de millones han sufrido consecuencias económicas y sociales devastadoras por la pandemia. Pero, para los ricos, el año no solo ha sido bueno; ha sido fabuloso.
Como con todo lo demás, la producción y distribución de vacunas está siendo subordinada tanto a los intereses de lucro de las élites gobernantes como a los intereses geopolíticos de los Estados nación capitalistas. Mientras intenta acaparar las vacunas, EE.UU. ha entregado varios miles de millones de dólares a las farmacéuticas y les ha concedido patentes para investigaciones que se financiaron con dinero público, permitiéndoles cobrar precios sumamente excesivos a los países en desarrollo. Consecuentemente, los expertos de salud pública se preocupan de que tome años vacunar a sectores significativos de las poblaciones en Latinoamérica y África.
La clase gobernante estadounidense está utilizando la escasez de vacunas para matonear y amenazar a sus vecinos. Más atrozmente, EE.UU. le está ofreciendo dosis vitales a México a cambio de que acepte abusar y aterrorizar a los refugiados que intentan entrar en EE.UU.
En vez de dedicar los recursos necesarios para combatir la pandemia, los países imperialistas están llevando a cabo una escalada militar masiva. Este mes, Reino Unido anuncio un incremento del 40 por ciento en su arsenal de armas nucleares y EE.UU. planea duplicar su presupuesto para amenazar a China en la región del Indo-Pacífico.
Todos los horrores de la pandemia se ven acompañados ahora por un estallido del militarismo y, en última instancia, del uso de armas nucleares. Esta barbarie, que va de la mano del fomento del nacionalismo y chauvinismo, es el producto del mismo orden capitalista que condenó a millones a morir por una pandemia que, para comenzar, pudo haberse prevenido y contenido apenas brotó.
Esta es la trayectoria de la clase gobernante. La trayectoria de la clase obrera es la lucha de clases, lo que presenta la necesidad de que la clase obrera tome el poder político, expropie a los ricos y transforme las gigantescas corporaciones y los bancos en servicios públicos, controlados democráticamente y bajo propiedad social.
La pandemia ha movilizado la oposición social en la clase obrera. En todo EE.UU. y el mundo, los maestros y otros trabajadores de la educación están combatiendo el regreso inseguro a las clases presenciales. En Marruecos esta semana, la policía enfrentó violentamente a miles de maestros que estaban protestando contra los bajos salarios y las terribles condiciones laborales. En Francia y Reino Unido, han estallado protestas contra la violencia policial. En Brasil, los trabajadores petroleros entraron en huelga, paralizando varias refinerías para protestar las condiciones de trabajo inseguras y la propagación descontrolada de la pandemia.
En todo el mundo, los trabajadores enfrentan una lucha común y un enemigo común. A pesar del desastre engendrado por los Gobiernos capitalistas, el COVID-19 puede y debe ser contenido a través del cierre de los negocios no esenciales y la expansión masiva del rastreo de contactos, las pruebas y cuarentenas, junto con una distribución global urgente e igualitaria de las vacunas.
La pandemia es global y no puede detenerse a nivel nacional. Exige la coordinación y unificación de todo el conocimiento científico y las competencias médicas a nivel internacional, algo que el capitalismo y su corolario, el nacionalismo, bloquean a cada paso. Solo la clase obrera puede liderar una lucha internacional contra el COVID-19, uniendo sus luchas y dirigiéndolas contra el capitalismo.
La implementación de este programa exige una lucha política contra todo el orden social y económico. La erradicación del virus y todo lo que conlleva exige la erradicación del capitalismo.
El Comité Internacional de la Cuarta Internacional y sus secciones nacionales, los Partidos Socialistas por la Igualdad constituyen la conducción política de este movimiento. La perspectiva del CICI se basa en la necesidad de organizar y desarrollar un movimiento internacional y revolucionario de la clase obrera por el socialismo. La construcción de la Cuarta Internacional asume una relevancia urgente.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 23 de marzo de 2021)