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Perspectiva

800.000 muertes por COVID-19 en Europa: capitalismo, asesinato social y la necesidad del socialismo

Ayer, la cifra total de muertes por la pandemia de coronavirus en toda Europa superó las 800.000.

Tal cantidad de muertes es un golpe tan masivo para la sociedad que es difícil de entender. Es como si las ciudades de Fráncfort (753.056) o Ámsterdam (821.752) fueran borradas del mapa. La pérdida de vida ha superado el total de muertes de la batalla de Verdún en la Primera Guerra Mundial o la cifra de soldados matados en la gigantesca batalla de Moscú de 1941 durante la invasión nazi de la Unión Soviética.

En esta foto de archivo del 18 de febrero de 2021, una trabajadora médica administra la vacuna de Pfizer-BioNTech durante el inicio de la campaña de vacunación por COVID-19 para aquellos en categorías de riesgo, en un centro de vacunación de Overijse, Bélgica. Dos meses después de que se administraran las primeras vacunas, la Unión Europea sigue teniendo dificultades para poner en marcha la campaña de inoculación para COVID-19. Los líderes de la UE se reunirán l 25 de febrero de 2021 para intentar dar un impulso al proceso, cuando las nuevas cepas generan preocupación de que tendrán que acelerar la respuesta de Europa (Eric Lalmand/Pool vía AP, archivo)

Una de cada 529 personas ha muerto por COVID-19 en Bélgica, una de 545 en la República Checa, una de 558 en Reino Unido, una de 625 en Italia, una de 630 en Portugal y una en 646 en Bosnia. A medida que aumentan las muertes y colapsan los nacimientos, la expectativa de vida ha caído en Europa occidental por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial: 1,5 años en Italia, 1 año en España y Reino Unido, y medio año en Suecia y Francia.

Decenas de millones de personas en Europa han perdido a sus seres queridos. Hasta el mes pasado, el 63 por ciento de los españoles, el 59 por ciento de los polacos, el 58 por ciento de los italianos, el 57 por ciento de los británicos y suecos, el 51 por ciento de los franceses y el 34 por ciento de los alemanes tuvieron al menos un familiar o amigo cercano que dio positivo. El 19 por ciento de los españoles y polacos, el 21 por ciento de los italianos, el 13 por ciento de los británicos, el 11 por ciento de los franceses, el 10 por ciento de los suecos y el 8 por ciento de los alemanes vieron morir a un familiar o amigo cercano.

Decenas de millones de trabajadores perdieron su empleo al caer la economía un 11 por ciento en España, un 10 por ciento en Reino Unido, un 9 por ciento en Italia, un 8 por ciento en Francia, un 5 por ciento en Alemania y un 3 por ciento en Polonia y Rusia. Los restaurantes, teatros, gimnasios y otros pequeños negocios no saben cuándo, o incluso si podrán volver a abrir con normalidad. Los estudiantes que han perdido sus trabajos a tiempo parcial hacen cola para recibir alimentos y suministros básicos de organizaciones benéficas u otras asociaciones.

Sin embargo, la pandemia no es solo una tragedia, sino un fracaso total del orden social. Una clase dirigente totalmente indiferente a la vida humana está llevando a cabo políticas que equivalen, como escribió recientemente el prestigioso BMJ (British Medical Journal), a un “asesinato social”.

En la actualidad, el número total de casos confirmados de COVID-19 asciende a 33,5 millones, es decir, alrededor del 5 por ciento de la población europea. Cada día, 100.000 personas o más dan positivo, y las variantes más mortíferas del virus se propagan aún más. Recientemente, la República Checa hizo una solicitud de ayuda internacional, ya que sus hospitales están llenos y se espera que se vean desbordados en dos o tres semanas. Solo recibió una respuesta, de Berlín, que ofreció recibir a solo nueve pacientes.

Sin embargo, en medio de las advertencias de los científicos de que es inevitable un nuevo aumento de los casos debido a las nuevas variantes, a menos que se tomen medidas drásticas, los Gobiernos capitalistas de toda Europa están rechazando implementar órdenes de refugiarse en casa y en cambio avanzan con la eliminación de las medidas restantes de distanciamiento social.

El primer ministro británico, Boris Johnson, marcó la pauta el 21 de febrero, cuando anunció una “hoja de ruta” para el levantamiento “irreversible” del “último cierre” de Reino Unido. En este plan, Londres no intentará controlar la expansión exponencial del virus a menos que las condiciones “supongan un riesgo de aumento de internamientos hospitalarios”. Johnson ordenó sin tapujos que los trabajadores británicos “acepten que habrá más infecciones, más hospitalizaciones y, por tanto, tristemente, más muertes” más allá de las 126.000 ya registradas.

Berlín comenzó a reabrir las escuelas en toda Alemania el lunes, y los Gobiernos regionales españoles están aflojando las restricciones de distanciamiento social. El presidente francés Emmanuel Macron sorprendió a la opinión pública el mes pasado al rechazar implementar un confinamiento a nivel nacional ampliamente esperado y recomendado por los científicos. Aunque dos tercios de los franceses esperaban dicho confinamiento, Macron sermoneó a los funcionarios gubernamentales en una reunión del Consejo de Seguridad Nacional: “Estoy harto de que los científicos respondan todas mis preguntas sobre las variantes con un solo escenario: un nuevo confinamiento”.

Con el retraso desesperante de la distribución de las vacunas, la vacunación no prevendrá una ola de nuevas muertes en los próximos meses si se siguen esas políticas. El porcentaje de la población que ha recibido una de las dos dosis de la vacuna oscila entre el 24 por ciento en Reino Unido y el 13,5 por ciento en Serbia, el 4 por ciento en Polonia, el 3 por ciento en Alemania, Francia, España e Italia, el 2,8 por ciento en la República Checa y el 1,4 por ciento en Rusia.

La propagación masiva del virus no es inevitable. Siguiendo los llamamientos de los profesionales médicos para que se rastreen estrictamente los contactos y se den órdenes de refugiarse en casa, algunos países como China, Taiwán y Vietnam limitaron drásticamente el contagio. En Europa, sin embargo, los representantes políticos de la aristocracia financiera condenaron a muerte innecesariamente a cientos de miles de personas.

La lucha contra la pandemia requiere la movilización política de la clase obrera contra el capitalismo, que subordina la vida humana al lucro privado y a los reaccionarios intereses geopolíticos nacionales de las potencias imperialistas.

Los cierres iniciales impuestos en gran parte de Europa en la primavera de 2020 se adoptaron debido a una ola de huelgas salvajes en Italia que se extendió a países como España, Francia y Reino Unido. “En todos los sectores industriales (...) existe un cambio extremadamente brutal en la actitud de los trabajadores”, escribió entonces Patrick Martin, vicepresidente de la principal federación empresarial de Francia, el Medef. Culpando a los trabajadores de una “reacción exagerada” al COVID-19, Martin advirtió que los gerentes “no puede seguir produciendo por la presión de los trabajadores”.

Mientras la clase obrera se movilizaba para defender la vida, los funcionarios capitalistas europeos y los medios de comunicación trabajaban para defender las ganancias y la muerte. Pidieron el fin de los confinamientos y la continuación de la producción no esencial, manteniendo así el flujo de ganancias para los bancos. Desenmascarando la estrategia de “inmunidad colectiva” de Europa, el asesor científico principal del Reino Unido, Patrick Vallance, dijo que “no es deseable” detener la propagación del COVID-19, y pidió “cierta inmunidad en la población para protegernos en el futuro”.

En Alemania, donde un memorando clasificado del Ministerio del Interior publicado el verano pasado estimaba que dejar que el COVID-19 se extendiera provocaría más de un millón de muertes, el presidente Wolfgang Schäuble denunció la opinión de que “todo debe quedar en segundo plano frente a la protección de la vida”. La Constitución alemana, declaró sin rodeos, “no excluye que tengamos que morir”.

Al finalizar el confinamiento inicial del año pasado, los funcionarios europeos diseñaron rescates por valor de varios billones de euros, entregando una enorme riqueza pública a la aristocracia financiera. Los rescates bancarios de €1,25 billones del Banco Central Europeo y de £645.000 millones del Banco de Inglaterra, y los rescates corporativos de €750.000 millones de euros de la UE y de £330.000 millones en Reino Unido, hicieron que los mercados bursátiles se dispararan. El individuo más rico de Europa, el multimillonario francés Bernard Arnault, vio aumentar su fortuna en €30.000 millones.

La codicia de la aristocracia financiera era indistinguible de la lucha de las potencias imperialistas por dominar los mercados mundiales. Advirtiendo del riesgo de una “globalización centrada en China”, Le Monde respaldó la política de “inmunidad colectiva” de Trump como “la opción de 'los negocios primero', sacrificando parte de su población para no dejar que el poder chino tenga el campo libre”. Asimismo, la UE también sacrificó a su población.

Los sindicatos alemanes y franceses dieron su visto bueno al rescate de la UE, a medida que las fuerzas de la clase media acomodada de las burocracias sindicales y los partidos de pseudoizquierda vieron cómo se disparaban sus carteras de valores. El partido “populista de izquierda” Podemos implementó políticas de “inmunidad colectiva” desde el Gobierno español.

Todas estas organizaciones apoyaron la política universal de regreso al trabajo y a las aulas de la clase dominante. Desde el verano pasado, mantuvieron a los trabajadores en el trabajo y a la mayoría de los jóvenes en las escuelas, incluso cuando los Gobiernos reintrodujeron falsos “cierres” cuando los casos de COVID-19 comenzaron a dispararse en noviembre. Tomaron su consigna de la declaración de Macron en septiembre: “Debemos aprender a vivir con el virus”.

Las consecuencias están ahora a la vista. Los sistemas sanitarios europeos, saqueados por décadas de austeridad desde la disolución estalinista de la Unión Soviética en 1991, se mostraron incapaces de rastrear, aislar y contener el virus, incluso después de que los cierres de la primavera pasada redujeran inicialmente los casos de COVID-19 a solo unos pocos miles por día.

Obsesionada con la defensa de su riqueza e indiferente a las muertes masivas, la clase dirigente de los principales países europeos ha intensificado sus políticas fascistizantes. Los oficiales militares españoles, indignados por las huelgas de marzo que pedían el cierre de las fábricas no esenciales, proclamaron su lealtad al fascismo y anunciaron planes de llevar a cabo un golpe de Estado para fusilar a “26 millones” de personas. El ministro del Interior de Macron, Gérald Darmanin, antiguo miembro de la ultraderechista Acción Francesa, introdujo leyes para prohibir la filmación de la policía y para regular el islam, preparando el terreno para intensificar la represión policial de las protestas y alimentar el odio antimusulmán.

La oposición de la clase trabajadora está volviendo a aumentar en toda Europa. En los últimos meses se han visto huelgas de los trabajadores del sector público italiano, huelgas salvajes de los profesores franceses contra las clases presenciales, acciones industriales en fábricas de España y de otros países amenazadas con cierres, y una creciente radicalización de los jóvenes y los estudiantes contra las medidas de Estado policial. Sin embargo, para librar esta lucha hay que sacar conclusiones políticas.

La pandemia marca un punto de inflexión histórico. El capitalismo europeo ha quedado desacreditado: sus élites dirigentes, sus burocracias sindicales corporativistas que funcionan como herramientas del Estado y sus partidos de pseudoizquierda. La lucha contra la pandemia requiere la construcción de un movimiento socialista en la clase obrera internacional, independiente de los sindicatos y los partidos establecidos. Solo esto puede preparar la transferencia del poder estatal a manos de los trabajadores para librar una lucha internacional, con bases científicas, contra la pandemia mundial del COVID-19.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 24 de febrero de 2021)

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