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Caravana de trabajadores migrantes desplazados por huracanes se forma en Honduras

Una caravana de unos quinientos hondureños, incluyendo muchas familias con niños pequeños, inició su viaje a Estados Unidos el miércoles por la noche y la madrugada del jueves. Los migrantes están tratando de escapar de la destrucción de sus hogares y medios de vida por dos tormentas consecutivas que establecieron récords el mes pasado, los huracanes Eta e Iota. Estas intolerables condiciones se han visto agravadas por la pandemia de COVID-19.

La caravana se reunió informalmente durante varios días en la principal estación de autobuses de San Pedro Sula. Luego de que el gobierno guatemalteco anunciara que no se permitirá la entrada de migrantes sin pasaporte y una prueba COVID-19 negativa, la caravana se dividió en un intento de ingresar a Guatemala a través de dos cruces fronterizos diferentes.

Se espera que grupos mucho más grandes se unan o formen nuevas caravanas en las próximas semanas partiendo de Honduras, Guatemala, El Salvador y el sur de México. Desde el 7 de diciembre, un director de un refugio para migrantes en la ciudad mexicana de Tenosique, en la frontera con Guatemala, informó: “Cada día llegan aproximadamente 20 personas diciendo que perdieron propiedades, casas, cosechas, tanto de Honduras como de Guatemala”.

La ONU estima que en Centroamérica 6.8 millones de personas fueron afectadas por los huracanes Eta e Iota, 5.5 millones de ellos en Honduras y Guatemala. En estos dos países más afectados, 140,000 hogares fueron destruidos y 400,000 personas permanecen en refugios provisionales, muchos de ellos sin agua corriente ni alimentos.

Cerca de 330,000 personas no han recibido ninguna ayuda de emergencia porque permanecen aisladas por la destrucción de carreteras e infraestructura de comunicaciones. Incluso antes de la pandemia, más de la mitad de la población ya vivía por debajo del umbral oficial de pobreza, y la ONU estimaba que 5.2 millones de personas en Honduras, El Salvador y Guatemala requerían asistencia humanitaria debido a la “violencia crónica y extrema, los desplazamientos forzados, la inseguridad alimentaria y los efectos cada vez más adversos del cambio climático".

El pueblo inundado de Campur, Alta Verapaz, Guatemala, el 3 de diciembre junto a una imagen de satélite antes de la inundación (Crédito: UNICEF)

A lo largo de diciembre, han aparecido innumerables testimonios en las redes sociales, locales e internacionales describiendo la desesperación absoluta. Entre las declaraciones más frecuentes de las víctimas del huracán están “Lo perdimos todo”, “Solo nos fuimos con lo que podíamos llevar”, “Nos escapamos con lo que llevábamos puesto”, “Desde entonces vivimos en la calle” y “¿Cómo vamos a comer?”

Un niño de 13 años de Campur, Alta Verapaz, un pueblo guatemalteco que quedó completamente inundado, explicó a UNICEF: “Fue difícil salir de nuestra casa. Todavía es difícil. Al menos no me acostumbro a estar aquí en la escuela Cruce Chinamá. Estoy acostumbrado a mi vida normal en casa. No sé qué hacer aquí. Se siente como un sueño que nunca sucedió. Me gustaría despertarme y ver que nunca sucedió".

Después de años trabajando para ahorrar dinero y abrir una frutería, Luis Salgado de Honduras le dijo a Jornada que las inundaciones dañaron todos sus productos y que quedó endeudado y no pudo alimentar a sus tres hijos. “Primero vino la pandemia, luego el huracán. No tenemos dinero para los niños”, dijo mientras marchaba hacia el norte.

Que estos migrantes no sean disuadidos por los despliegues masivos de tropas y la creación de campos de detención insalubres por parte de los gobiernos de derecha en Guatemala, México y Estados Unidos dice mucho sobre la situación que enfrentan. El aumento de casos y muertes de COVID-19 en Centroamérica, México y Estados Unidos tampoco ha detenido su viaje.

En octubre, una caravana de 3,000 migrantes hondureños fue disuelta por soldados guatemaltecos y deportados sumariamente, mientras que el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador los amenazaba con penas de prisión de hasta diez años si hubieran llegado a México. El gobierno mexicano ya había desplegado a más de 26,000 soldados bajo las órdenes de la administración Trump para detener caravanas de migrantes anteriores.

La ola migratoria posterior al huracán también coincide peligrosamente con los esfuerzos de Trump por revertir su derrota electoral en noviembre y permanecer en el poder por medios extraconstitucionales. Esto ha incluido avivar el chovinismo antiinmigrante para movilizar milicias fascistas y capas de fuerzas del orden y oficiales militares en su apoyo.

Los grupos de derechos de los refugiados en Guatemala y México han informado que los migrantes también se han sentido alentados por la elección del presidente electo Joe Biden del Partido Demócrata, que se considera más favorable a los inmigrantes que los republicanos.

Biden, quien fue vicepresidente bajo la administración Obama que llevó a cabo un número récord de deportaciones y la separación de familias migrantes, ha señalado a través de las elecciones de su gabinete que el alboroto contra los inmigrantes continuará bajo su administración. Nominó a Alejandro Mayorkas para encabezar la maquinaria de deportación en el Departamento de Seguridad Nacional luego de ser subsecretario de Obama y de la belicista Susan Rice como asesora de política interna, encargándose de implementar las tácticas de la guerra contra el terrorismo contra trabajadores nativos y migrantes dentro Estados Unidos.

Por otro lado, las caravanas de migrantes, un fenómeno que alcanzó grandes proporciones después de 2018, representan objetivamente contingentes de trabajadores y parte de un resurgimiento de la lucha de clases en las Américas y más allá en los últimos años. Al igual que las huelgas y protestas masivas, las caravanas son movilizaciones masivas de trabajadores y jóvenes impulsados por la austeridad capitalista y la explotación neocolonial de labor y recursos naturales por Wall Street y el imperialismo.

Las caravanas han coincidido con oleadas de huelgas y protestas masivas en Honduras contra el régimen autoritario del Partido Nacional, que se instaló en un golpe militar respaldado por la administración Obama en 2009.

La reapertura de negocios y la falta de asistencia económica a pesar de la pandemia y los huracanes ya han alimentado varias protestas masivas en Guatemala, luego de la aprobación por el Congreso de un presupuesto de austeridad que desde entonces ha sido suspendido.

Las luchas contra las políticas de derecha impuestas por las élites locales, las corporaciones transnacionales y el capital financiero globalizado solo pueden desarrollarse en un carácter de masas insurreccionales y tener éxito si se orientan estratégicamente hacia la unidad con la clase obrera internacional y el derrocamiento del estados-nación capitalista y el sistema de ganancias.

Es un asunto existencial para los trabajadores de México, Guatemala y Estados Unidos unir fuerzas con los trabajadores de Honduras e internacionalmente para enfrentar los esfuerzos del imperialismo de acabar con la clase trabajadora global y los pobres una pieza a la vez, mientras que los partidos nacionalistas y procapitalistas y los sindicatos fomentan el nacionalismo y enfrentan a los trabajadores entre sí a través de las líneas nacionales.

Con base en estas consideraciones fundamentales, los trabajadores de la región deben luchar por la defensa de sus hermanos y hermanas migrantes de Honduras, Guatemala y más allá. Esto significa defender su capacidad para viajar y establecerse en cualquier lugar que consideren mejor para sus familias, con plenos derechos de ciudadanía.

Los trabajadores también deben luchar por la expropiación de las oligarquías financieras y las grandes corporaciones para asignar billones de dólares para reconstruir Centroamérica, incluyendo un programa de emergencia para brindar atención médica, educación de calidad, vivienda y todas las demás necesidades básicas para los desplazados por las tormentas.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 10 de diciembre de 2020)

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