Hoy marca el diez aniversario del golpe de Estado apoyado por Estados Unidos que derrocó al presidente electo de Honduras, Manuel Zelaya, quien fue arrastrado del palacio presidencial en sus piyamas por tropas armadas, puesto en un avión y llevado fuera del país.
Este evento inició una década de represión interminable por parte de una serie de Gobiernos de extrema derecha y sumamente corruptos. Han gobernado el país con una determinación despiadada para defender los intereses de la oligarquía nacional —las llamadas “diez familias” de multimillonarios y milmillonarios— y del capital financiero internacional.
Para las masas obreras y pobres rurales en Honduras, las políticas implementadas por los regímenes derechistas que siguieron la expulsión de Zelaya han sido devastadoras. Honduras es hoy el país más desigual de América Latina, a su vez la región más desigual del mundo. Casi el 70 por ciento de la población vive en la pobreza, mientras que el 60 por ciento carece de un empleo formal. La tasa de asesinato, la cual subió hasta ser la más alta del mundo, sigue siendo nueve veces más alta que la de Estados Unidos.
Un resultado ha sido el éxodo masivo. El Gobierno estadounidense reportó que ha detenido a 175.000 hondureños en la frontera entre EUA y México en los últimos ocho meses. El país representa por mucho el mayor porcentaje de migrantes y refugiados que escapan a la frontera de EUA —30 por ciento en total—. Esto es casi el doble que el 16 por ciento registrado hace solo 3 años.
Las masas de obreros y sus familias que huyen de las condiciones intolerables del país creadas por el imperialismo y la clase gobernante local se enfrentan a las horrendas circunstancias que han impactado a la población estadounidense y del mundo con la publicación reciente de la fotografía de un padre salvadoreño y su hija que se ahogaron juntos en el río Grande.
Justo en abril del año pasado, un adulto y tres niños de Honduras se ahogaron en el mismo río cuando su balsa se volcó. El jueves, las autoridades mexicanas reportaron que una joven hondureña viajando al norte con su familia se cayó de un tren y fue aplastada por las ruedas.
Estos refugiados están siendo sometidos a la represión, detenciones y abusos combinados de los Gobiernos de Estados Unidos, México y Guatemala, los cuales se han unido para emplear fuerza bruta para prevenir que escapen la pobreza, el terrorismo estatal y la violencia rampante.
Los candidatos presidenciales y líderes parlamentarios del Partido Demócrata han derramado lágrimas de cocodrilo por las muertes en el río Grande y se han presentado como defensores de los inmigrantes. Sin embargo, tales muestras son desmentidas por el hecho de que el presidente demócrata, Barack Obama, el “deportador en jefe” y su entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton, presidieron un golpe de Estado que devastó Honduras, desplazando a sus habitantes desesperados por huir las amenazas de muerte y persecución y siendo lanzados a campos de concentración en EUA.
Después del derrocamiento, secuestro y expulsión de Zelaya, el Gobierno de Obama buscó preservar un velo de compromiso a la “democracia” en América Latina —para que sus operadores militares, de inteligencia y diplomáticos pudieran dar negaciones— denunciando públicamente el derrocamiento de Zelaya.
Sin embargo, Clinton se rehusó firmemente a describir la captura y deportación de un presidente electo a manos del ejército como un “golpe de Estado”, una designación que bajo la Ley de Asistencia Extranjera de EUA habría obligado al Gobierno de Obama cortar su ayuda y lazos con el régimen golpista.
La Administración estadounidense tampoco pidió la reinstalación de Zelaya. Dado que EUA representaba el 70 por ciento de los ingresos por exportaciones y proveía armas y asistencia en los que dependía el ejército del país, tenía un poder incuestionable para forzar que se revirtiera el golpe de Estado.
A pesar de sus cuestionamientos formales, fue revelado pronto que altos funcionarios estadounidenses habían estado teniendo discusiones con los comandantes militares y políticos derechistas que organizaron el golpe de Estado poco antes del derrocamiento de Zelaya.
Zelaya, quien es un político conservador y adinerado del Partido Liberal de Honduras que se alternaba el poder regularmente con un Partido Nacional igual de derechista bajo regímenes dominados por EUA y el ejército, Zelaya se ganó la enemistad de Washington al verse inmerso en la disque “marea rosa” latinoamericana. Este conjunto de Gobiernos nacionalistas burgueses fue capaz, gracias al auge de precios de las materias primas y el surgimiento de la influencia económica de China en la región, de adoptar una postura de populismo e independencia del imperialismo estadounidense.
Para Zelaya, la clara atracción eran el petróleo y los préstamos baratos de Venezuela. Sin embargo, el imperialismo estadounidense, que buscó derrocar siete años antes al presidente venezolano Hugo Chávez en un golpe civil-militar, estaba decidido con eliminar el Gobierno alineado con Venezuela y Cuba en Honduras.
El país centroamericano ha servido por mucho tiempo como una base de operaciones para operaciones contrarrevolucionarias en la región, desde el derrocamiento en 1954 del Gobierno de Árbenz por parte de la CIA en Guatemala hasta la guerra de las “Contras” organizada por la CIA en Nicaragua durante los años ochenta. Las guerras civiles y campañas de contrainsurgencia llevadas a cabo por el imperialismo estadounidense en la región, utilizando a Honduras como su base, cobraron la vida de cientos de miles. Sigue siendo el lugar de la base militar estadounidense más grande en América Latina en Soto Cano.
Gran parte del mismo personal estadounidense involucrado en el golpe de Estado de 2002 contra Chávez en Venezuela bajo George W. Bush participó en el golpe de 2009 contra Zelaya en Honduras bajo Barack Obama. Y la misma estrategia política guía la operación en marcha del Gobierno de Trump de cambio de régimen contra el Gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela.
Detrás de esta clara línea continua de política exterior de Washington, bajo Gobiernos demócratas y republicanos por igual, yace la marcha del imperialismo estadounidense para revertir el declive de su hegemonía económica global por medios militares, particularmente en una región vista desde hace mucho como su “propio patio trasero”.
La clase obrera hondureña respondió al golpe de Estado de 2009 con un heroísmo inmenso. Organizó manifestaciones y manifestaciones continuas entre las garras de una represión salvaje que involucró la detención arbitraria de miles, tiroteos contra los manifestantes, la violación en masa de mujeres en las protestas detenidas y la organización de escuadrones de la muerte para asesinar a periodistas y oponentes del régimen golpista.
Washington ignoró esta brutalidad salvaje y la prensa corporativa la dejó pasar en gran medida en silencio.
Por su parte, Zelaya colocó su confianza en la fachada pseudodemocrática del Gobierno de Obama, apelando a que le ayudarán y sometiéndose —al tiempo que subordinaba al movimiento antigolpista de masas— a una serie de negociaciones para formar un “Gobierno de unidad nacional” con los que lo derrocaron.
Al final, estas negociaciones no llegaron a ninguna parte. El régimen golpista de derecha encabezado por el exaliado de Zelaya en el Partido Liberal, Roberto Micheletti, pudo prolongar el proceso hasta que se organizaron las elecciones amañadas de noviembre de 2009, instalando el Gobierno derechista de Porfirio “Pepe” Lobo y permitiendo que Washington y el imperialismo mundial pretendieran que el golpe no había ocurrido.
A pesar del heroísmo de los trabajadores hondureños, la dirección de los sindicatos y otras organizaciones que apoyaron la reinstalación de Zelaya llevó al movimiento de masas a un callejón sin salida político, dejando a la clase obrera desarmada para enfrentar la capitulación de Zelaya y la consolidación del poder en manos del régimen golpista bajo Lobo.
Honduras se enfrenta en la actualidad a su crisis más severa desde el golpe hace diez años. Por un mes, el país se ha visto estremecido por protestas masivas y huelgas de docentes y doctores contra los recortes amplios dictados por el Fondo Monetario Internacional y las amenazas de la privatización de la educación y la salud. Los estudiantes se han unido a estas protestas de masas, ocupando sus colegios y universidades y enfrentándose a la policía antimotines y las tropas.
Hoy habrá manifestaciones de masas por toda Honduras marcando el aniversario del golpe. Estas protestas rendirán tributo a los 136 asesinados durante la represión de las protestas contra el golpe, así como los 14 asesinados por los escuadrones de la muerte y los 13 desaparecidos. Desde entonces, más han sido matados, incluyendo cuatro en las protestas más recientes.
Sin duda avanzarán la demanda de poner fin al Gobierno de Juan Orlando Hernández (JOH), el presidente corrupto e implementador de las medidas del FMI que está siendo mantenido en el poder por el ejército hondureño y los marines estadounidenses.
Zelaya, ahora líder del Partido Libertad y Refundación (Libre), está avanzando esta demanda, pero nuevamente desde el punto de vista de alcanzar un acuerdo con la oligarquía respaldado por Washington.
En 2009, el World Socialist Web Site declaró que la lucha de la clase obrera hondureña había “ayudado a exponer dos grandes ficciones políticas”. En primer lugar, estaba la pretensión de que el Gobierno de Obama había dado lugar a una nueva era de no intervención y respeto mutuo en las relaciones entre EUA y América Latina. La segunda es que los regímenes burgueses de la región de colores nacionalistas o populistas —como Chávez en Venezuela o el propio Zelaya— ofrecen un camino adelante para la clase obrera y las masas oprimidas”.
Luego advirtió que aquellos que “se hacen llamar ‘socialistas’ y promueven ilusiones en estas figuras están desarmando a la clase obrera y preparando derrotas incluso mayores”.
Con el resurgimiento de la lucha de clases, estas lecciones son cruciales. Los trabajadores pueden defender solo pueden defender sus derechos rompiendo conscientemente con toda forma de nacionalismo burgués y pequeñoburgués. Estos no son instrumentos para librar la lucha de clases sino para suprimirla.
Lo que se necesita es el rearme político y la unificación internacional de la clase obrera en Honduras con los trabajadores de toda Centroamérica, Estados Unidos y todo el hemisferio en una lucha común contra la explotación capitalista, la opresión y la guerra. Esto significa construir secciones del Comité Internacional de la Cuarta Internacional por todo el continente americano.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 28 de junio de 2019)