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Perspectiva

La pandemia de COVID-19 en Europa se sale de control

Ayer, los maestros se retiraron de las clases en docenas de escuelas en toda Francia cuando los estudiantes regresaron de vacaciones en el primer día de clases desde que el presidente Emmanuel Macron anunció un nuevo cierre. No tuvo que pasar mucho tiempo para que el fraude político de los cierres anunciados por los Gobiernos de toda Europa se volviera evidente para amplias capas de jóvenes y trabajadores.

Anunciando el cierre la semana pasada, Macron dijo que los estudiantes de primaria y secundaria seguirían asistiendo a la escuela para que sus padres puedan seguir trabajando. Dado que el Ministerio de Salud estimó que dos tercios de las concentraciones de transmisión están en las escuelas o en los lugares de trabajo, Macron prometió que los protocolos de seguridad reforzados limitarían la propagación del virus. Esta promesa no tiene ningún valor. Los protocolos de seguridad actuales insisten en que el distanciamiento social se aplique solo “en la medida en que sea posible” y que “no se requiera para los estudiantes de la misma clase o año”.

Los trabajadores de la salud transportan a un paciente de COVID-19 desde una unidad de cuidados intensivos (UCI) en un hospital de Kyjov al hospital de Brno, República Checa, el jueves 22 de octubre de 2020. (Foto AP/Petr David Josek)

Cada día se encuentra un cuarto de millón de nuevos casos de COVID-19 en Europa –incluyendo 52.518 en Francia, 22.253 en Italia, 21.926 en Suiza, 18.950 en Reino Unido, 18.340 en España, 15.578 en Polonia y 13.125 en Alemania—. Mientras tanto, los profesores y estudiantes siguen atestados 30 por aula.

Los estudiantes de Francia se unen a los estudiantes de secundaria de Grecia y Polonia que han iniciado ocupaciones masivas de escuelas y protestas. Los jóvenes de toda Europa se enfrentan a una lucha política.

Los Gobiernos europeos están actuando con desprecio por las vidas de la población. Incluso después de que Macron dijera que 400.000 franceses podrían morir de COVID-19 si no se tomaban medidas de emergencia, París, Londres y Berlín pusieron en marcha cierres que, a diferencia de los cierres de esta primavera, exigen que los niños y los trabajadores no esenciales sigan yendo a la escuela y trabajando para contagiarse.

El Consejo Científico de Francia estimó el viernes que estos cierres reducen la tasa de reproducción (R0) de COVID-19 solo a entre 0,9 y 1,2, lo que significa que el número de nuevos casos diarios disminuirá muy lentamente, o incluso seguirá creciendo exponencialmente. “Hay una gran incertidumbre sobre la eficacia de las nuevas medidas menos estrictas”, advirtió el miembro del Consejo Científico, Simon Cauchemez. Mientras las camas con ventiladores de Francia ya están medio llenas con pacientes de COVID-19, en España están un cuarto llenas, y el resto de Europa los sigue solo unas pocas semanas atrás. Se avecina un colapso del sistema de salud.

Las pretensiones de los Gobiernos europeos de haber manejado la pandemia más inteligentemente que la Administración de Trump han sido expuestas como un cínico y mortal fraude. Los jefes de Estado europeos no actuaron, tal vez, con la misma arrogancia burda del presidente milmillonario y especulador de bienes raíces de Estados Unidos. No se negaron a usar mascarillas, a comparar el COVID-19 con la gripe, o a jactarse después de contraer el virus de la excepcional calidad de la atención médica que recibieron en comparación con aquella disponible para la abrumadora mayoría de los trabajadores en sus países.

Detrás de la apariencia de competencia, sin embargo, mentían a escala masiva. La política sueca de “inmunidad colectiva”, de permitir que el virus se extendiera por todo el país con la esperanza de que la población se inmunizara, resultó en una tasa de mortalidad nueve veces superior a la de la vecina Finlandia. Sin embargo, esta política fue adoptada por todos los Gobiernos europeos.

Al igual que los funcionarios de toda Europa, el epidemiólogo en jefe de Suecia, Anders Tegnell, negó estar aplicando una política de inmunidad colectiva. Sin embargo, en un correo electrónico desclasificado del 14 de marzo que envió a los funcionarios finlandeses, Tegnell abogó por “mantener las escuelas abiertas para alcanzar la inmunidad colectiva más rápidamente”. Es decir, al igual que el Gobierno de Macron hoy en día, abogaba por mantener las escuelas abiertas para que el virus se extendiera entre los profesores y estudiantes y luego a la población trabajadora en general.

Mientras que el asesor científico principal británico, sir Patrick Vallance, dijo “No es posible evitar que todos se contagien, ni tampoco es deseable”, el Ministerio del Interior de la canciller alemana Angela Merkel informó secretamente que la propagación fuera de control del virus podría costar un millón de vidas alemanas en 2020. Sin embargo, “Mamá Merkel”, como la prensa la promociona al pueblo alemán, se presentó ante el público y predijo a la ligera que el 70 por ciento de la población alemana se infectaría.

La crisis de la pandemia no puede resolverse simplemente quitando a Trump, o este o aquel otro político capitalista de su cargo. Todos los Gobiernos europeos siguieron esencialmente la misma política que Trump, pero prestaron algo más de atención a engaños políticos hábiles. Y hoy en día, alrededor de 2.500 personas en toda Europa mueren cada día por COVID-19, 1.000 más que en América del Norte.

Lo que impulsó la adopción de los cierres en Europa fue la intervención de la clase obrera. En marzo, una ola de huelgas salvajes reclamando una política de refugiarse en casas estalló en las plantas de automóviles, acero e ingeniería en toda Italia, inicialmente el país más afectado, y luego se extendió a España, Francia, Reino Unido y más allá. Los Gobiernos capitalistas europeos, por otra parte, trataron de fomentar la mayor complacencia posible, presionando para un regreso prematuro al trabajo y a las aulas, incluso antes de que el número de nuevos casos se redujera a cero. Las desastrosas consecuencias de esta política son ahora evidentes.

Los trabajadores y los jóvenes que están emprendiendo la lucha contra la política asesina en Europa ante el COVID-19 necesitan rechazar con desprecio el argumento de que no hay dinero para una política de refugio en casa, la única manera de contener el virus y evitar el colapso del sistema hospitalario. La Unión Europea (UE) adoptó un plan de rescate bancario y corporativo de 2 billones de euros, y Reino Unido implementó un rescate bancario de 645.000 millones de libras esterlinas. De hecho, hay mucho dinero para asegurar que los trabajadores empleados, los trabajadores autónomos y los propietarios de pequeñas empresas puedan refugiarse en sus casas mientras mantienen sus ingresos y medios de vida.

La incapacidad de los Gobiernos en Europa, como en EE.UU., de actuar con decisión para detener la pandemia refleja la bancarrota del capitalismo: tal acción contrariaría los intereses materiales de la clase dominante. Los Gobiernos de la UE, como Trump y los demócratas, pretenden que estos recursos vayan a rescatar las carteras de acciones de los multimillonarios y a aumentar las ganancias de las grandes empresas, no a salvar vidas.

Una parte de estos fondos se canalizó a través de innumerables comités laborales de empresa y fundaciones a los funcionarios de los sindicatos y sus aliados políticos para que ayudaron a implementar las políticas de regreso al trabajo. Y este otoño, a medida que aumentaban los casos, crecía la ira pública y la presión sobre los Gobiernos para que implementaran los cierres, los sindicatos y sus aliados no organizaron ninguna acción. Incluso ayer, el partido “populista de izquierda” español Podemos, que participa en un Gobierno de coalición con los socialdemócratas, rechazó los llamamientos de las autoridades regionales de Asturias a favor de una política de permanecer en casa.

El camino a seguir para los trabajadores y los jóvenes contra la pandemia es formar sus propios comités de seguridad de base en los lugares de trabajo y las escuelas, independientes de las burocracias sindicales, para vigilar la salud y la seguridad en el trabajo y preparar una lucha más amplia. La lucha contra un fracaso global del sistema capitalista que amenaza con una pérdida catastrófica de vidas requiere la movilización de la fuerza colectiva industrial y social de la clase obrera. Las secciones europeas del Comité Internacional de la Cuarta Internacional han promovido el llamamiento a una huelga general europea e internacional

Preparar tal acción, sin embargo, significa emprender una lucha política por el socialismo. Solo la confiscación de las riquezas mal habidas de los superricos y la lucha de la clase obrera por tomar el poder y organizar la vida económica en función de las necesidades sociales, y no el lucro privado, pueden evitar una catástrofe sanitaria. En Europa, esto significa apoyar la lucha de la clase obrera por derribar la Unión Europea, tomar el poder estatal y construir los Estados Unidos Socialistas de Europa.

(Publicado originalmente en inglés el 3 de noviembre de 2020)

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