Esta semana, el mundo cruzó la sombría línea del millón de muertes por la pandemia de COVID-19, n medio de un resurgimiento global de la enfermedad. Aproximadamente 210.000 personas han muerto en EE.UU., 142.161 en Brasil, 96.351 en India y 76.430 en México.
La enfermedad sigue propagándose en todo el sur global, con India reportando la cifra impactante de 80.500 nuevos casos ayer.
Europa, un epicentro temprano del brote, está nuevamente en el centro de un importante repunte. Hubo 7.143 casos nuevos de coronavirus reportados en Reino Unido en las últimas 24 horas, el mayor salto desde que la pandemia inició.
La semana pasada, Francia reportó un nuevo máximo de 16.069 casos nuevos el 24 de septiembre, más del triple que la cifra reportada en el apogeo del brote en marzo.
Pero, cuando se espera que los meses de otoño e invierno en EE.UU. y Europa conlleven un mayor resurgimiento de la enfermedad, los Gobiernos de todo el mundo están abandonando cualquier esfuerzo para contenerla.
“A veces siento que sencillamente nos rendimos y vamos a dejar que la epidemia continúe”, dijo Carlos Del Rio, profesor de medicina en la Universidad de Emory, al Wall Street Journal. Las palabras de Del Rio, resumen la actitud que prevalece cada vez más en las mansiones presidenciales y palacios parlamentarios de todo el mundo.
El presidente francés Emmanuel Macron, presidiendo el país con el peor rebrote en Europa, declaró el mes pasado que la población francesa tiene que “aprender a vivir con el virus”, reemplazando su retórica sobre una “guerra” contra el virus. “Debemos hacer todo para evitar un cierre total”, dijo Macron.
La teoría de la “inmunidad colectiva”, que antes solo era abiertamente avanzada por figuras ultraderechistas como el caudillo brasileño Jair Bolsonaro, está siendo abiertamente promovida en EE.UU. y Europa. Ha ganado adeptos, como escribió el New York Times recientemente, en Wall Street” y entre “ejecutivos empresariales”.
Nada resume el abandono de cualquier pretensión de contener la pandemia de COVID-19 que la decisión del presidente Donald Trump de apartar efectivamente a los principales expertos de salud del país y reemplazarlos con el curandero derechista Scott Atlas, quien aboga deliberadamente por contagiar a la población con COVID-19.
El lunes marcó la segunda rueda de prensa importante de la Casa Blanca en la que los expertos veteranos de salud pública, Anthony Fauci, Deborah Birx y Robert Redfield, no estuvieron presentes, pero Atlas tomó el podio.
El 23 de septiembre, en una conferencia de prensa eclipsada por las declaraciones de Trump de que no abandonará su cargo pacíficamente si Biden queda electo, el mandatario le cedió todo el evento a Atlas, quien procedió a denunciar al director de los CDC, Robert Redfield, por “definir incorrectamente” el peligro de la pandemia.
La expulsión efectiva de los principales expertos de salud pública del país ha sido aceptada sin una sola declaración de oposición ni protesta por parte de ninguno de los miembros del partido nominalmente de oposición.
Los científicos tuvieron que defenderse. NBC News reportó que por casualidad escuchó una llamada enojada en la que Redfield se queja de que Atlas “está armando a Trump con datos engañosos sobre una amplia gama de temas, incluyendo poner en cuestión la efectividad de las mascarillas, si los jóvenes son susceptibles al virus y los potenciales beneficios de la inmunidad colectiva”.
“Todo lo que die es falso”, dijo en desesperación Redfield según NBC. Cuando le solicitaron comentar sobre las declaraciones de Redfield, Fauci indicó, “Creo que ustedes saben quien está fuera de lugar”, atacando al curandero.
Fauci, Birx y Redfield han argumentado, al menos públicamente, que el Gobierno debería buscar contener la pandemia y prevenir que las personas se enfermen y han urgido al público a tomar medidas como utilizar mascarillas.
Por el contrario, Atlas exige que no se tome ningún esfuerzo para prevenir la propagación de la pandemia en amplias capas de la población. Como lo señaló en julio, “No es un problema cuando los grupos de bajo riesgo se contagian. De hecho, es algo positivo”.
En el contexto de estos acontecimientos, asombra la total falta de reportaje ni mucho menos críticas del apoyo efectivo de la Casa Blanca a la “inmunidad colectiva”.
En abril, cuando Trump especuló en una de sus incoherentes ruedas de prensa que el COVID-19 podía tratarse con inyecciones de desinfectantes en los pulmones de los pacientes, la prensa no dejó de hablar al respecto por días. Por más irresponsables que fueran los delirios de Trump sobre sus curanderías, no pudieron hacerle daño a más que a un puñado de ilusos seguidores que tomaron su consejo.
Pero Atlas está efectivamente dirigiendo la política de todo el país en una dirección que resultará en cientos de miles de muertes más y no ha habido ninguna señal de protesta dentro de la élite política.
Hay ciertas razones de clase para este silencio. En su última entrevista con Laura Ingraham, Atlas tenía una consigna: ¡abran las escuelas!
Eso es exactamente lo que los gobernadores, alcaldes y legisladores estatales demócratas están haciendo. La Ciudad de Nueva York, el mayor distrito escolar del país, con más de un millón de estudiantes, reanudó las clases presenciales el martes para los estudiantes de primaria, y el jueves volverán los grados más altos.
El esfuerzo para reabrir las escuelas está siendo encabezado por el alcalde “progresista” demócrata Bill de Blasio y el gobernador demócrata Andrew Cuomo.
La reapertura de escuelas está engendrando una gran expansión de la pandemia entre los niños de edad escolar a nivel nacional, que ahora componen el 10 por ciento de los casos de COVID-19, comparado al 2 por ciento en abril.
El carácter bipartidista de la campaña para reabrir las escuelas y obligar a los maestros a regresar a sus trabajos cuadra con la respuesta general a la pandemia, que ha sido dictada únicamente por los intereses financieros de la clase gobernante.
Más temprano este mes, el veterano periodista del Washington Post, Bob Woodward, publicó una grabación en la que Trump afirma que buscó “minimizar” deliberadamente el peligro de la pandemia.
Pero otros materiales en su libro dejan en claro que Trump estuvo a la cabeza de una conspiración mucho más amplia para encubrir la amenaza de la pandemia, que involucró al Congreso a los principales oficiales gubernamentales.
Woodward señala que el 9 de febrero, Fauci y Redfield presentaron un informe secreto a 25 gobernadores estatales en el que buscaron “helarle la sangre” a su audiencia:
El brote de coronavirus va a emporarse muchísimo antes de que mejore la situación, advirtió Redfield. Ni siquiera hemos visto el comienzo de lo peor, dijo Redfield, dejando que se entendiera la gravedad de sus palabras. No hay razón para creer que lo que ha estado pasando en China no vaya a ocurrir aquí, señaló. Había casi 40.000 casos en China en ese momento, con más de 800 muertes, apenas cinco semanas después de anunciar los primeros casos. Estoy completamente de acuerdo, dijo Fauci a los gobernadores. Esta es una cuestión muy seria. Tienen que estar preparados para enfrentar problemas en sus ciudades y sus estados. Fauci pudo percibir la alarma en los rostros de los gobernadores. “Creo que les helamos la sangre”, dijo Fauci después de la reunión.
Pero Woodward escribió que el informe de prensa oficial pintó algo completamente falso: “El panel reiteró que… el riesgo al público estadounidense sigue siendo bajo por el momento”. La prensa estadounidense, con sus incontables “fuentes anónimas” en las agencias de inteligencia estatales, no reportó el informe a los gobernadores y el New York Times no publicaría un editorial sobre la pandemia de COVID-19 por más de dos semanas.
De hecho, existe una continuidad macabra entre el encubrimiento a principios del año y los esfuerzos en marcha para abandonar todo intento de contener la pandemia en EE.UU. y Europa.
La única preocupación de las clases gobernantes del mundo fue utilizar la pandemia como un pretexto para llevar a cabo la transferencia de varios billones de dólares hacia los balances de las corporaciones. A pocos días de la aprobación de la Ley CARES, su consigna, “La cura no puede ser peor que la enfermedad”, fue exhibida en las páginas de opinión del New York Times y la cuenta de Twitter de Trump, como parte de una campaña para levantar prematuramente los cierres.
El impulso sin cuartel para obligar a los trabajadores a regresar a sus trabajaos mientras la pandemia sigue haciendo estragos ha llevado a un repunte masivo e incontables muertes.
Desde el punto de vista de la clase gobernante, la pandemia hace más bien que mal en la actualidad, matando a los adultos mayores y poniendo a disposición dinero que de lo contrario se utilizaría para cuidar a los que ya no pueden generar ganancias.
Estas políticas han resultado en más de 200.000 muertes en EE.UU. y más de un millón en todo el mundo, mientras que las vidas de millones más están en peligro.
No obstante, junto a este sombrío hito, está entrando en escena otra fuerza social. Los trabajadores de más de una docena de importantes centros laborales en EE.UU. e internacionalmente han formado comités de base, independientes de los sindicatos corruptos, a fin de resistir los esfuerzos de las empresas para encubrir los contagios y destruir lo que quede de los protocolos de seguridad.
En la medida en que buscan combatir las políticas criminales de sus patrones, los obreros se hallan combatiendo todo el orden social capitalista. Necesitan extraer la conclusión de que la lucha por preservar la vida humana y la lucha contra el capitalismo constituyen la misma lucha.
(Publicado originalmente en inglés el 30 de septiembre de 2020)