Esta conferencia fue pronunciada por Bill Van Auken, veterano escritor del World Socialist Web Site , en la Escuela de Verano del Partido Socialista por la Igualdad (EUA) el 25 de julio de 2019.
Ya hace casi tres décadas desde la liquidación deliberada de la Unión Soviética por parte de la burocracia estalinista de Moscú y el lanzamiento de la Primera Guerra del Golfo Pérsico, que empezó en enero de 1991. Esta guerra, que implicó el despliegue de más de medio millón de soldados estadounidenses —más del doble de los enviados a la invasión de Irak de 2003— claramente jalonó un punto de inflexión en el desarrollo de los EUA y del imperialismo mundial.
Igualmente marcó un punto de inflexión para el Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI). Desarrollos objetivos, en particular la desintegración del estalinismo, se intersecaron con la prolongada lucha del CICI contra el revisionismo pablista, que culminó en la escisión de 1985 y la consolidación del control por parte de los trotskistas ortodoxos, por primera vez desde la fundación del Comité Internacional en 1953. Estó marcó un cambio fundamental en la relación entre la Cuarta Internacional y la clase trabajadora.
Comprendiendo ese cambio, el CICI intentó asumir la inmensa responsabilidad política de dirigir a la clase trabajadora internacional, que encontró expresión concreta en la convocatoria de la extraordinariamente importante “Conferencia Mundial de los Trabajadores Contra la Guerra y el Colonialismo”, celebrada en Berlín en noviembre de 1991, a la que volveremos.
El giro agudo por parte del imperialismo estadounidense hacia el unilateralismo y el militarismo, consumado en la Guerra del Golfo de 1991, iba ligado a la prolongada crisis del capitalismo estadounidense y el declive relativo de su dominio de la economía global. Con el fin de la URSS, el imperialismo estadounidense concluyó que ahora podría compensar el desafío al que se enfrentaban las corporaciones estadounidenses de rivales de Europa y Japón, que habían estado creciendo desde la década de 1970, a través del uso casi sin trabas de las fuerzas armadas estadounidenses.
En el caso del Golfo Pérsico, el ejército estadounidense podría ser utilizado para lograr una supremacía estadounidense indiscutida en la región productora de petróleo más importante del mundo, que colocaría a Washington en posición de chantajear a sus rivales europeos y asiáticos que dependen de la importación de petróleo con la amenaza de cortarles el abastecimiento de energía. Como decía el presidente George H. W. Bush, en el período previo a la Guerra del Golfo, un ataque a Irak les daría a los EUA una “persuasión que llevará a relaciones comerciales más armoniosas”.
Este no fue un acontecimiento que nos pillara por sorpresa. En su Resolución de Perspectivas de 1988, el CICI advertía:
A pesar de la pérdida de su hegemonía económica, los Estados Unidos siguen siendo, militarmente, el país imperialista más poderoso, y se reserva el papel de policía del mundo. Pero las condiciones que prevalecían en 1945 al principio del así llamado Siglo Estadounidense han sido transformadas drásticamente. La pérdida de la preponderancia económica que antes hacía de su palabra “la ley” entre las principales naciones capitalistas obliga a los Estados Unidos a depositar una confianza cada vez mayor en la fuerza bruta de su poderío militar. [1]
La resolución proseguía declarando que una profecía que hizo Trotsky estaba por ser justificada, y citaba de su obra La Guerra y la Cuarta Internacional de 1934: “¿El mundo está dividido? Hay que volver a dividirlo. Para Alemania era cuestión de ‘reorganizar Europa’. Los Estados Unidos deben organizar el mundo. La historia está llevando a la humanidad cara a cara ante la erupción volcánica del imperialismo estadounidense”. Esto se confirmó en apenas dos años.
Hay una continuidad evidente entre estos acontecimientos de hace casi 30 años y la situación política global actual. La lucha para establecer la hegemonía estadounidense sobre el Golfo Pérsico amenaza con encender una nueva y aún más terrible guerra contra Irán, un país con el triple de habitantes que Irak y una superficie cuatro veces mayor que la de este país. El estallido de una confrontación militar es solo cuestión de tiempo.
Las últimas tres décadas han visto a los Estados Unidos comprometerse en guerras continuas y expandiéndose cada vez más tanto bajo administraciones demócratas como republicanas. El impulso por conquistar y subyugar las tierras del Medio Oriente y Asia Central es una política consensuada de la clase gobernante estadounidense. Los resultados incluyen más de un millón de muertos en Irak y cientos de miles más en Afganistán, Libia, Siria y Yemen.
Cada vez más estos varios conflictos amenazan con metastatizar para llegar a ser una Tercera Guerra Mundial. Los preparativos para una guerra nuclear con Rusia y China fueron descritos de manera espeluznante recientemente por el director entrante de los Jefes del Estado Mayor Conjunto como la prioridad número 1 del ejército. Mientras tanto el Pentágono publicó una “doctrina conjunta” aparentemente alocada, que supera y con mucho al Dr. Insólito. Declara: “las armas nucleares podrían crear las condiciones para resultados decisivos y la restauración de la estabilidad estratégica. Específicamente, el uso de armas nucleares cambiará fundamentalmente el alcance de una batalla y desarrollará situaciones que exijan que los comandantes ganen”.
Hay un sentir preocupado en los círculos gobernantes de que tres décadas de guerra solo han creado una serie de debacles, y que el imperialismo estadounidense se está confrontando con lo que en círculos militares y de política exterior se llama “competencia estratégica” de Rusia y China. Al mismo tiempo, están surgiendo conflictos cada vez más agudos entre Washington y los que fueran sus socios de la OTAN, en particular Alemania, contra la cual Estados Unidos combatió en las dos guerras mundiales.
La contradicción entre el carácter interdependiente de la economía global y el sistema capitalista del Estado-nación está llevando inexorablemente a una nueva guerra mundial.
Bajo estas condiciones, ha habido varios comentarios recientes por parte de analistas de política exterior estadounidense que lamentaban el fin del “momento unipolar” proclamado hace casi 30 años, y mirando hacia atrás a este con una cierta nostalgia.
Entre estos hay un artículo publicado en Foreign Affairs por el charlatán pseudointelectual multimillonario de la CNN, Fareed Zakaria, titulado “La autodestrucción del poder estadounidense”. Escribe:
Desde que terminara la Primera Guerra Mundial, los Estados Unidos han querido transformar el mundo. En los años 1990, ello parecía más posible que nunca antes. Países de todo el planeta se estaban desplazando hacia la manera americana. La Guerra del Golfo pareció marcar un nuevo hito para el orden mundial, en que fue librada para mantener una norma … legitimada por el derecho internacional. [2]
La manera americana, orden mundial, normas y derecho internacional: así es como esas capas recuerdan gustosas una matanza en masa.
Zakaria rinde un homenaje especial al individuo que popularizó el concepto del “momento unipolar”, el columnista ultraderechista Charles Krauthammer, que escribió un artículo con ese título, también en Foreign Affairs, en 1991. Promocionó una perspectiva sin adornos del uso unilateral de la agresión militar estadounidense para afirmar el dominio del capitalismo estadounidense en todo el globo. Escribió:
Nuestra mejor esperanza para la seguridad en estos tiempos … está en la fuerza y voluntad estadounidenses para dirigir un mundo unipolar, imponiendo desvergonzadamente las reglas del orden mundial y preparándose para hacerlas cumplir.
Procedió a presentar el pretexto para la próxima importante guerra estadounidense: “No hay alternativa a confrontar, disuadir y, si es necesario, desarmar Estados que blanden y usan armas de destrucción masiva. Y nadie más que los Estados Unidos puede hacer eso”.
Insistió además en que si el imperialismo estadounidense se demostrara incapaz de mantener su momento unipolar sería “no por razones exteriores sino domésticas. … productividad estancada, hábitos laborales en declive, demanda creciente de privilegios de Estado del bienestar y un nuevo gusto por lujos ecológicos”. Acusó que mientras que “el gasto en defensa bajó, los privilegios domésticos casi se duplicaron”. Y, sobre todo, culpó al “deseo insaciable de Estados Unidos de niveles de vida todavía más altos sin pagar nada de su coste”. [3]
Esto, después de una década de ataques constantes a los niveles de vida de la clase trabajadora tras romper la huelga de PATCO de 1981. El mensaje fue claro: la guerra imperialista en el extranjero tenía que ir acompañada por una intensificación de la contrarrevolución social y guerra de clases en los propios Estados Unidos.
El propio Bush, en el período previo a la Guerra del Golfo, proclamó que desatar el poderío militar estadounidense, contra un país oprimido relativamente indefenso, inauguraría un “Nuevo Orden Mundial”.
El contenido de este “nuevo orden mundial” nunca fue explicado. Lo único que estaba claro era que el viejo orden se había venido abajo y lo que iba a reemplazarlo, en primera instancia, era un estallido de violencia militar estadounidense.
El derrumbe catastrófico de los regímenes estalinistas de Europa del Este y la Unión Soviética —celebrado por intelectuales burgueses simplistas como el “fin de la historia” y el “triunfo del capitalismo”— había eliminado un puntal clave del viejo orden posterior a la Segunda Guerra Mundial. Es más, las mismísimas fuerzas de la globalización de la producción capitalista y el desarrollo tecnológico que habían socavado fatalmente las autárquicas economías estalinistas estaban empujando a todo el orden capitalista mundial a una profunda crisis.
Nuestro movimiento entendió esto claramente. Su actitud hacia el colapso del estalinismo y la crisis de guerra en el Golfo Pérsico se oponía totalmente a la de los izquierdistas pequeñoburgueses, que quedaron completamente desmoralizados por la caída del estalinismo. Esto no era así por el peligro que planteaba a la clase trabajadora, sino porque había desaparecido el aparato burocrático sobre el que ellos mismos se habían estado apoyando y que servía como medio para suprimir la lucha de clases. Proclamando una nueva “Medianoche en el Siglo” renunciaron a cualquier pretensión de socialismo o de oposición al imperialismo.
La actitud del Comité Internacional hacia la inminente Guerra del Golfo quedó claramente expresada en el informe de David North, el secretario nacional de la Liga Obrera [el predecesor del Partido Socialista por la Igualdad (EUA)], a un congreso especial del partido el 30 de agosto de 1990.
La guerra con la que amenaza Estados Unidos a Irak es una guerra de un bandido imperialista contra un país pobre e históricamente oprimido … una guerra de saqueo con el objetivo de hacerse con el control de reservas cruciales de petróleo en el Medio Oriente y, sobre esa base, fortalecer su posición en los asuntos del imperialismo mundial.
Esto fue menos de un mes antes de que las tropas iraquíes hubieran invadido Kuwait, y bajo condiciones en las cuales los Estados Unidos estaban llevando tropas masivamente a Arabia Saudí y buques de guerra al Golfo Pérsico. Al mismo tiempo, estaba imponiendo resoluciones en la ONU para sancionar la guerra, con pleno apoyo de otras potencias imperialistas, importantes y menores —que querían su tajada del saqueo— y, de manera más crítica, la colaboración de la burocracia estalinista de Moscú dirigida por Gorbachev.
El informe continúa, diciendo que la crisis de guerra en el Golfo marcó el comienzo de un nuevo reparto imperialista del mundo. Decía,
El fin de la era postbélica significa también el final de la era colonial. Al proclamar el “fracaso del socialismo”, la burguesía imperialista está proclamando, en los hechos, si no aún en las palabras, también el “fracaso” de la independencia.
El informe desacreditó las afirmaciones de la administración de Bush de que su fortalecimiento masivo para la guerra en el Golfo Pérsico era una respuesta necesaria a la invasión iraquí del “pequeño” Kuwait. Más bien, declara, la invasión “meramente brindó un pretexto esperado desde hacía mucho para la implementación de planes estratégicos en los que los tres últimos gobiernos estadounidenses llevan más de una década trabajando”.
Ciertamente, el presidente demócrata Jimmy Carter había proclamado la así llamada “Doctrina Carter” en enero de 1980. Decía:
Un intento por parte de una fuerza exterior para hacerse con el control de la región del Golfo Pérsico será visto como un ataque a los intereses vitales de los Estados Unidos de América, y tal ataque será repelido por todos los medios necesarios, incluso la fuerza militar.
Justificaba esta amenaza en base a la “dependencia abrumadora de los países occidentales del abastecimiento vital de petróleo desde Medio Oriente”. El sucesor de Carter, Ronald Reagan, introdujo el “corolario Reagan”, prometiendo que los EUA defenderían estos intereses petroleros vitales contra amenazas internas también a la estabilidad.
El gobierno estadounidense inventó deliberadamente el pretexto para su intervención militar en el Golfo Pérsico. Las tensiones entre Irak y Kuwait habían estado creciendo desde el final de la guerra entre Irán e Irak, en la que Washington había brindado ayuda significativa al régimen iraquí de Saddam Hussein. La rebaja de los precios del petróleo por parte de Kuwait y su exigencia del pago de deudas había socavado aún más la economía iraquí que había sido azotada por la guerra, mientras Bagdad afirmaba que Kuwait estaba llevando a cabo perforaciones inclinadas en el campo petrolífero iraquí de Rumaila, en la frontera entre los dos países.
La embajadora estadounidense ante Irak, April Glaspie, usó una reunión el 25 de julio de 1990 —a apenas semanas de que Bush anunciara su “raya en la arena” y lanzara el rumbo a la guerra— para asegurar a Saddam Hussein de la amistad y simpatía de los EUA, al tiempo que le decía que Washington “no tenía opinión acerca de conflictos entre árabes como su desacuerdo fronterizo con Kuwait”.
Habiendo tendido la trampa, Saddam Hussein, empujado por la desesperación por la crisis económica y social creciente en Irak, pronto cayó en ella.
Como todas las guerras imperialistas estadounidenses libradas en nombre de la liberación y de la democracia, la Guerra del Golfo se basó en engaños y mentiras.
Se intentó equiparar a Saddam Hussein, quien hasta hacía muy poco era cortejado por Washington como aliado, con Adolf Hitler. Esta demonización se volvería un rasgo estándar de todas las ulteriores guerras estadounidenses. De hecho, había sido usada en lo que equivalía a un ensayo para la Guerra del Golfo, menos de dos años antes. Para preparar la invasión de Panamá, el Departamento de Estado de los EUA comparó la implicación en el tráfico de drogas de Manuel Noriega —hombre de confianza de la CIA por mucho tiempo— con la invasión de Polonia por parte de Hitler.
Se realizó una campaña masiva de propaganda para persuadir a la opinión pública estadounidense para que apoyara la Guerra del Golfo. Esto incluyó de manera infame el testimonio de una niña de 15 años en el Congreso, en el que contaba entre lágrimas haber visto soldados iraquíes invadiendo un hospital para robar incubadoras, tirando bebés al suelo para que se murieran. Después se reveló que ese cuento había sido inventado de cabo a rabo. Esa muchacha no había estado en Kuwait antes, durante ni después de la invasión iraquí. Era la hija del embajador kuwaití en Washington y miembro de la familia real, enviada para leer un guion escrito por una importante firma estadounidense de relaciones públicas.
Finalmente, Bush justificó la intervención militar afirmando que había una amenaza inminente por la concentración por parte de Irak de 120.000 soldados en la frontera con Arabia Saudí. Imágenes de satélite revelaron ulteriormente que no había nada en la frontera entre Kuwait y Arabia Saudí excepto arena del desierto.
Una parte críticamente importante del informe al Congreso Especial de la Liga Obrera, en 1990 fue la clarificación de nuestra actitud hacia la invasión de Kuwait por parte de Saddam Hussein. Respuestas iniciales dentro del Comité Internacional habían incluido su condena como un “acto de agresión” por parte de la sección británica, en un artículo inicial publicado en su periódico. Por otro lado, hubo una sugerencia desde el interior de la sección australiana de que apoyáramos la anexión de Kuwait como un “pasito” hacia “las tareas nacionales y democráticas incompletas de la revolución árabe”.
El informe dejaba claro que no teníamos por qué condenar la agresión iraquí. Dada la guerra económica librada por Kuwait y Arabia Saudí contra Irak en el período previo a la invasión, nuestra preocupación no era quién disparó primero. Es más, adoptar tal posición sería apoyar la integridad territorial de Kuwait, un territorio con un jeque al frente que fue creado por el imperialismo británico, arrancado a la provincia sureña iraquí de Basra, como medio para dominar mejor la Península Arábiga. Lo mismo pasa con casi todas las fronteras trazadas por las potencias imperialistas en el Medio Oriente.
Al mismo tiempo, en respuesta a la sugerencia de un miembro de la sección australiana de que apoyemos la anexión de Kuwait, afirmaba:
Atribuir cualquier papel progresista a la invasión de Hussein llevaría al CICI en una dirección falsa y socavaría las conquistas teóricas y políticas que hemos estado realizando desde 1985, en nuestra lucha colectiva contra la traición del PRT del programa de la revolución socialista mundial.
Por supuesto, esto se refiere a la lucha librada contra el abandono por parte del Partido Revolucionario de los Trabajadores británico [WRP, por sus siglas en inglés] de la teoría de la revolución permanente, particularmente en lo que atañe a sus relaciones oportunistas con varios regímenes árabes, sistemáticamente subordinando la lucha independiente de la clase trabajadora al punto de vista supuestamente antiimperialista de uno u otro dirigente nacionalista burgués.
El informe insiste en que no se puede atribuir un papel progresista a la invasión iraquí de Kuwait sin un examen claro de la naturaleza de clase y los intereses del régimen que la había llevado a cabo. En el caso de Saddam Hussein en Irak, la invasión estaba siendo llevada a cabo por parte de un régimen burgués que no estaba actuando para “completar las tareas nacionales y democráticas de la revolución árabe” sino más bien para lograr una relación más favorable entre la burguesía iraquí y el imperialismo.
Así, el CICI defendió a Irak, un antiguo país colonial oprimido, contra el imperialismo, a pesar de su oposición al régimen y las políticas de Saddam Hussein y en base a una perspectiva socialista internacional. Insistía en que la lucha contra el imperialismo podía librarse solo a través de la movilización revolucionaria independiente de la clase trabajadora tanto en los EUA como en otros países capitalistas avanzados, así como el propio Medio Oriente.
Como dice el informe:
El desarrollo económico y cultural de las masas árabes requiere no meramente la eliminación de los “enclaves imperialistas” sino la de todo el sistema capitalista del Estado-nación en todo Medio Oriente. No buscamos volver a trazar las fronteras, sino su eliminación. Eso puede lograrse solamente mediante el proletariado revolucionario en base a un programa socialista.
Los EUA lanzaron la Guerra del Golfo el 16 de enero de 1991. La Operación Tormenta del Desierto, como se la apodó, consistió principalmente en uno de los bombardeos aéreos más intensos de la historia militar. Ochenta y ocho mil toneladas de munición fueron arrojadas sobre Irak a lo largo de solo 42 días. Ello equivale aproximadamente a un cuarto del tonelaje total de bombas arrojadas sobre Alemania durante toda la Segunda Guerra Mundial. El total de bajas iraquíes se estimó en 135.000. Gran parte del ejército iraquí de conscriptos fue eliminada —algunos soldados fueron incinerados desde el aire o enterrados vivos en sus trincheras. Cientos de miles de otros iraquíes, por supuesto, murieron como resultado de la destrucción sistemática de la infraestructura del país.
En la llamada Autovía de la Muerte, los EUA lanzaron oleada tras oleada de bombardeos contra una columna indefensa de vehículos de millas de longitud, que llevaba tropas iraquíes así como civiles que se retiraban de Kuwait bajo órdenes del gobierno de Hussein, que anunció que estaba obedeciendo una Resolución de la ONU que exigía esa retirada.
Como declaramos respondiendo a este crimen de guerra:
La guerra de los EUA contra Irak está entre los crímenes más terribles del siglo veinte, una matanza que las futuras generaciones verán retrospectivamente con vergüenza. Ha demostrado que la clase gobernante de los supuestamente democráticos Estados Unidos es tan capaz de asesinatos en masa como los nazis. [4]
El Wall Street Journal respondió a la Guerra del Golfo con un editorial que decía:
Para la élite gobernante estadounidense, desde hace mucho tiempo con reyertas internas, el camino debería estar más claro ahora para reformar un consenso funcional sobre el papel mundial de los EUA. Algunos de los asuntos más divisivos de la creación de políticas mundiales ahora parecen zanjados. La fuerza es una herramienta legítima de la política; funciona. Para las propias élites, el mensaje es que Estados Unidos puede dirigir, dejar de lloriquear, pensar con más valentía. A partir de ahora mismo. [5]
Entendimos este editorial, del portavoz del capital financiero estadounidense, como un reflejo exacto del triunfalismo patológico que prevalecía en la burguesía estadounidense.
El 11º Pleno del Comité Internacional se celebró el 5 de marzo de 1991, a poco menos de una semana de que terminara la Guerra del Golfo. Su informe de apertura decía:
La burguesía estadounidense está notificando que el imperialismo estadounidense buscará por la fuerza superar los problemas que surgen del prolongado declive de los EUA. Para todos los problemas del capitalismo estadounidense —la decadencia de su base industrial, la pérdida de sus mercados de ultramar, los déficits comerciales masivos y los déficits presupuestarios, el colapso de la banca, el crecimiento gangrenoso de los males sociales —la burguesía cree que ha encontrado una respuesta: ¡la fuerza!
El informe cita el pasaje extremadamente relevante del Anti-Dühring, escrito 113 años antes, en el que Engels dio una respuesta marxista a la afirmación de Dühring de que la fuerza era el elemento decisivo en la historia:
… sus propias fuerzas productivas han rebasado el alcance de su dirección y empujan a toda la sociedad burguesa, como con necesidad natural, hacia la ruina o la subversión. Y cuando los burgueses apelan ahora a la violencia y al poder para evitar el hundimiento de la resquebrajada “situación económica”, prueban exclusivamente que se encuentran en el mismo engaño que el señor Dühring, creyendo que “la situación política es la causa decisiva de la situación económica”, imaginándose, exactamente igual que el señor Dühring, que con lo “primitivo”, con “el poder político inmediato”, pueden transformarse aquellos “hechos de segundo orden”, la situación económica y su inevitable desarrollo, y que pueden desterrar sencillamente del mundo los efectos económicos de la máquina de vapor y de toda la moderna maquinaria movida por ella, los del comercio mundial y los del actual desarrollo bancario y crediticio, utilizando precisamente, para esa expulsión, cañones Krupp y fusiles Máuser. [6]
Poned informatización en vez de máquina de vapor y bombas inteligentes y misiles teledirigidos en vez de cañones Krupp y Máusers y esta afirmación queda como una refutación apropiada de los despotriques triunfalistas de la clase gobernante estadounidense tras la Guerra del Golfo.
En respuesta a las preparaciones abiertas de Washington para una importante guerra contra Irak, la Liga Obrera planteó la demanda de un referéndum popular sobre la guerra. Al proponer esta demanda democrática, el partido llevó a cabo una importante iniciativa táctica. Su propósito era convertir la perspectiva del derrotismo revolucionario en prácticas concretas dentro de la clase trabajadora, bajo condiciones en las que una oposición generalizada a la guerra no encontraba expresión en el marco político existente. Las dos cámaras del Congreso estadounidense llevaron a cabo votaciones casi unánimes a favor de la guerra. Por su parte, la AFL-CIO apoyó al gobierno estadounidense y se negó a decir una palabra sobre la inminente carnicería.
La decisión de plantear esta demanda se inspiraba en un importante antecedente histórico en el movimiento trotskista estadounidense: el debate de 1937-38 dentro del Partido de los Trabajadores Socialistas estadounidense (SWP, por sus siglas en inglés) sobre la llamada Enmienda Ludlow. Esta fue un proyecto de ley introducido en la Cámara de Representantes de los EUA por el congresista demócrata Louis Ludlow, que exigía una enmienda en la Constitución estadounidense, para requerir que cualquier declaración de guerra por parte del gobierno de los Estados Unidos sea votada primero por el pueblo estadounidense en un referéndum popular. La exigencia de un referéndum había ganado un apoyo popular creciente —las encuestas de opinión de la época mostraban que casi el 70 por ciento de la población estadounidense la respaldaba— a pesar de que el estalinista Partido Comunista, que estaba apoyando servilmente la administración Roosevelt, se oponía vehementemente a ella.
El SWP al principio votó contra dar cualquier apoyo a la propuesta, argumentando que solo alentaría ilusiones democráticas y pacifistas en la clase trabajadora. Trotsky criticó esta actitud y argumentó que una campaña del partido en apoyo de un referéndum brindaría una palanca para movilizar a la clase trabajadora independientemente contra la venidera guerra imperialista.
En una discusión en marzo de 1938 con los dirigentes del SWP, Trotsky explicó su abordaje de la demanda del referéndum. Respondiendo al argumento del SWP de que un referéndum no detendría la guerra, Trotsky reconoció que por supuesto era cierto que solo la revolución socialista podría poner fin a la guerra, pero insistió en que, aunque el partido debe luchar continuamente contra las ilusiones en la democracia capitalista, no rechazaba demandas democráticas, en la medida en que tales demandas sirvieran para despertar políticamente a las masas de trabajadores y atraerlos a la lucha. El apoyo popular a la demanda del referéndum tenía contenido progresista, en que reflejaba la hostilidad de amplias masas a la guerra imperialista, así como su desconfianza activa respecto al gobierno y sus supuestos representantes en el Congreso.
El SWP cambió su posición y exigió que el partido interviniera agresivamente en la clase trabajadora en apoyo a un referéndum sobre la guerra, mientras combatía las ilusiones pacifistas y democráticas promovidas por sus patrocinadores reformistas burgueses. Al mismo tiempo, lucharía por extender la lucha más allá de la demanda del referéndum a luchas de masas organizadas por parte de la clase trabajadora, y plantear su propio programa socialista revolucionario contra la guerra.
La demanda del referéndum fue incluida en el Programa de transición, que predecía que
Mientras más crezca el movimiento por el referéndum, más pronto los pacifistas burgueses se aislarán, más se desacreditarán los traidores de la Internacional Comunista y más viva se hará la desconfianza de los trabajadores hacia los imperialistas. [7]
Esta iniciativa del referéndum por parte de la Liga Obrera se topó con una vehemente resistencia de dos camaradas de la rama de LA, en base a una perspectiva sectaria que desestima la demanda como “utópica” y “fútil”, esencialmente desestimando la necesidad de plantear cualquier exigencia o llevar a cabo cualquier práctica de desarrollar la consciencia de la clase trabajadora y crear las condiciones para su intervención como una fuerza social independiente en la lucha contra la guerra. En cambio, insistían en que la tarea era “enseñar a la clase trabajadora que el capitalismo inevitablemente lleva al colapso económico, la guerra y la barbarie”, y que la clase trabajadora debe tomar el poder. No ofrecían ninguna propuesta, sin embargo, respecto a cómo las masas de trabajadores llegarían a tal conclusión, fuera de la intervención práctica del partido revolucionario en la lucha de clases.
Los opositores a la demanda argumentaban además que era imposible parar la guerra antes del plazo anunciado por Bush para la invasión estadounidense y que, en cualquier caso, no había provisión en la Constitución estadounidense para celebrar un referéndum popular.
Una respuesta inicial a esos argumentos por parte del Comité Político de la Liga Obrera observó que, “el radicalismo pequeñoburgués fácilmente combina oratoria demagógica con filisteísmo democrático”. En respuesta a su invocación del plazo de Bush y la Constitución, añadía, “Lo que pase en enero y después, lo que sea o no ‘constitucional’ dependerá en no pequeña medida de la relación de fuerzas de clase. Como lo habría dicho Trotsky, ‘la lucha decidirá’”. [8]
El término “sectario” es mejor conocido por los miembros de nuestro movimiento como un epíteto dirigido contra el partido por los pablistas y otros oportunistas por nuestra defensa de los principios y nuestra hostilidad implacable a la política que subordina a la clase trabajadora al estalinismo, las burocracias obreras y el nacionalismo burgués.
La lucha contra el sectarismo, sin embargo, no desempeñó un papel pequeño en la historia del movimiento trotskista, que se vio obligado a confrontarse con tendencias que se oponían implacablemente a los intentos del movimiento por encontrar un camino a las masas, y por superar el aislamiento impuesto por las direcciones estalinistas y socialdemócratas en la clase trabajadora. Este fue particularmente el caso en 1934, con el Giro Francés y su aplicación en los EUA con la entrada en el Partido Socialista. Esta táctica, propuesta por Trotsky, tenía por cometido intervenir en los Partidos Socialistas, que estaban creciendo como resultado de una radicalización de la clase trabajadora, y desacreditar al estalinismo. Estaba diseñada para ganarse a los mejores elementos, especialmente la juventud, revelando el carácter derechista de las direcciones de estos partidos e implicar a los partidos trotskistas en luchas de masas. En el caso de los trotskistas estadounidenses, fueron capaces de ganarse a jóvenes e importantes sectores de trabajadores del Partido Socialista, creando las condiciones para el establecimiento del SWP.
A pesar del fracaso de la oposición sectaria a la campaña del referéndum para ganar algo de apoyo dentro del partido, no subestimamos su importancia política. Como le dijo David North a un colectivo nacional de la Liga Obrera el 31 de diciembre de 1990:
No me andaré con rodeos. Si el partido les diera el menor apoyo o siquiera crédito a las críticas políticas de los camaradas de Los Ángeles, significaría la destrucción del partido muy rápidamente. Y si sus críticas encontraran una respuesta dentro del Comité Internacional, llevaría a la destrucción del movimiento internacional. [9]
La demanda del referéndum también fue denunciada por los remanentes de las dos facciones del WRP británico —los que siguieron a Healy y los que se fueron con Slaughter y Banda.
Su argumento era que planteando la demanda del referéndum, nos estábamos adaptando al imperialismo estadounidense y abandonando la perspectiva del “derrotismo revolucionario”.
Esto repetía la misma alianza contra el trotskismo que se dio en 1983. A la sazón, en el intento por suprimir las críticas planteadas por la Liga Obrera al regreso cada vez más pronunciado del WRP al pablismo, Slaughter publicó su denuncia cínica de un artículo que apareció en el Bulletin (por entonces el periódico de la Liga Obrera) sobre la invasión estadounidense de Granada, ostensiblemente porque no exigió explícitamente la derrota militar del imperialismo estadounidense. Vinculaba esta supuesta incapacidad con lo que él criticaba como “demasiado hincapié en la ‘independencia política de la clase trabajadora’”.
Exigir la derrota militar era absurdo después de que las tropas estadounidenses ya hubieran conquistado la isla, sin encontrar resistencia excepto la de un pequeño grupo de obreros de la construcción cubanos. De manera más importante, la separación del derrotismo revolucionario de la independencia de la clase trabajadora era profundamente reaccionaria.
En su informe al 11º Pleno, David North explicó la importancia política del derrotismo revolucionario y las lecciones vitales que se había aprendido en el abordaje del partido de la Guerra del Golfo, en términos de clarificar qué significa movilizar a la clase trabajadora contra el imperialismo.
Hemos rechazado la idea de que seamos algún tipo de espectador político pidiéndole a Saddam Hussein que derrote al imperialismo estadounidense. Luchamos por la independencia política de la clase trabajadora, por la movilización de la clase trabajadora contra esta guerra. Cuando hablamos de la derrota del imperialismo en la guerra, hablamos de la derrota mediante el instrumento de la lucha de clases. ...
Como dice Trotsky, la fórmula “la derrota de la clase gobernante en casa es el mal menor” significa lo siguiente: es el mal menor si es realizada mediante la movilización independiente de la clase trabajadora.
Procedió a presentar el ejemplo de la Segunda Guerra Mundial, señalando que una demanda abstracta de la derrota de las fuerzas estadounidenses por parte de Hitler como el mal menor, que una victoria de los nazis sería un resultado preferible, sería una burla del marxismo y totalmente reaccionario. En la medida en que la derrota del imperialismo estadounidense fuera realizada por una revolución exitosa por parte de la clase trabajadora estadounidense, sin embargo, representaría un resultado preferible, sentando las bases para el desarrollo de la revolución mundial y el ajuste de cuentas con el fascismo por parte de la clase trabajadora internacional.
Es más, en el contexto de la Guerra del Golfo, exigir el derrotismo revolucionario desde el punto de vista de luchar contra el ejército estadounidense hasta el último iraquí no tenía sentido y era reaccionario. El equilibrio de fuerzas militares era tal que —fuera de la movilización revolucionaria de las masas del Medio Oriente y la clase trabajadora en los EUA y más allá— la victoria militar de los EUA estaba casi asegurada. De manera más fundamental, delataba un completo desprecio y hostilidad a luchar contra la guerra en base a la lucha de la clase trabtajadora. Estaba enteramente atada a la perspectiva pablista de que una u otra forma de “lucha armada”, librada por fuerzas no proletarias, era el sustituto de la movilización revolucionaria de la clase trabajadora a nivel internacional, y particularmente en los países capitalistas avanzados.
La respuesta más decisiva del CICI a la Guerra del Golfo, el “momento unipolar” del imperialismo estadounidense y la marcha hacia la restauración del capitalismo y la disolución de la URSS, fue el llamamiento de la Conferencia de Berlín contra la guerra imperialista y el colonialismo.
Esta fue ciertamente una de las iniciativas más ambiciosas y exitosas emprendidas por el Comité Internacional en su historia, y su panfleto, el manifiesto que convocaba la conferencia, fue publicado en 18 idiomas.
El manifiesto, lanzado el Primero de mayo de 1991, es un documento extraordinario, que pone a la Guerra del Golfo Pérsico firmemente en el contexto de la larga historia de la lucha por construir el movimiento socialista revolucionario, en la lucha contra la guerra.
Declara desde el principio que el propósito de la conferencia es “renovar las grandes tradiciones del internacionalismo socialista traicionadas por los socialdemócratas, los estalinistas y otros representantes del oportunismo”.
Su punto de partida es que la Guerra del Golfo sirvió para revelar la total bancarrota de todos los partidos tradicionales y las organizaciones sindicales de la clase trabajadora, que suprimía sistemáticamente la oposición a la guerra, sirviendo cmo nada más que apéndices del Estado capitalista. Esto significaba que si tenía que haber una lucha contra la guerra, esta tenía que ser conducida por nuestro partido internacional.
El manifiesto hace el necesario hincapié en el papel indispensable desempeñado por el estalinismo en apoyar la guerra. Esto, decía, había “demolido finalmente lo poco que quedaba del viejo mito de que la burocracia soviética representaba algún tipo de fuerza ‘antiimperialista’ en la política mundial”.
Defiende de manera poderosa que con el nuevo estallido de violencia imperialista, la clase trabajadora se confrontaba con todas las grandes tareas históricas y políticas planteadas a principios del siglo XX, con el ascenso del imperialismo.
Las mismas contradicciones, entre la producción social y la propiedad privada, entre el carácter mundial de la producción y el sistema del Estado-nación, que resultaron en la Primera Guerra Mundial y en la Segunda Guerra Mundial, amenazaban con producir un conflicto global aún más cataclísmico. Como en las etapas previas a las guerras mundiales anteriores, la lucha por mercados, recursos y mano de obra barata, que llevaron a guerras y a la esclavización colonial en países oprimidos e indefensos, estaban allanando el camino a la confrontación entre las propias potencias imperialistas.
El documento establece el vínculo inextricable entre la lucha contra el imperialismo y el desarrollo del movimiento socialista revolucionario. Rastrea el origen de esta relación desde la fundación de la Segunda Internacional en 1889, y su aprobación del manifiesto de Basel en 1912, que apelaba a que los trabajadores se unieran a través de las fronteras nacionales en la lucha contra el imperialismo, y advertía de que una guerra daría lugar a luchas revolucionarias. El crecimiento incesante del oportunismo en la Segunda Internacional, sin embargo, llevó a sus secciones principales a ponerse de lado de sus propias “patrias” cuando estalló la guerra en 1914, las cuales votaron los créditos de guerra para sus respectivos gobiernos.
La guerra inauguró una época de desequilibrio capitalista que habría de durar tres décadas, dominada por crisis capitalistas y ensombrecida por la exitosa Revolución de Octubre de 1917 en Rusia, lo cual cuestionaba la misma supervivencia del orden capitalista.
La ausencia, sin embargo, de partidos revolucionarios —particularmente en Europa— parangonables a los bolcheviques de Rusia, permitió que la burguesía derrotara una serie de luchas revolucionarias. Pero no fueron capaces de crear un nuevo equilibrio para reemplazar lo que había sido hecho añicos por 1914.
El ascenso de la burocracia en la Unión Soviética, dirigida por Stalin, y la terrible degeneración de la Internacional Comunista al estar subordinada a la teoría estalinista del “socialismo en un solo país” y las maniobras de Moscú con el imperialismo, llevó a una serie de derrotas catastróficas, sobre todo en Alemania. La llegada de los nazis al poder en 1933, sin que se disparara un solo tiro, reveló el carácter contrarrevolucionario del estalinismo, lo que llevó a Trotsky a fundar la Cuarta Internacional.
El documento establece que la capacidad de la burguesía de lograr un nuevo equilibrio en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, lo que no pudieron conseguir tras la Primera Guerra Mundial, se basaba no meramente en el ascenso del imperialismo estadounidense como potencia hegemónica, sino también en el papel indispensable del estalinismo. Se opuso y saboteó las luchas revolucionarias de la clase trabajadora tras la guerra, particularmente en Italia, Francia y Grecia. En Europa del Este, su establecimiento de los llamados Estados amortiguador sirvió no solo para suprimir a la clase trabajadora y cualquier lucha genuina por el socialismo, sino también para pacificar una región díscola que había sido una fuente de inestabilidad en Europa desde los albores del siglo XX.
El equilibrio al que se llegó tras la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, como el documento deja claro, estaba minado con sus propias contradicciones. Su resurgimiento del comercio mundial y la reconstrucción del capitalismo en Europa y Japón llevó al declive gradual de la hegemonía estadounidense, llevando a déficits estadounidenses crecientes que, por 1985, habían hecho de los Estados Unidos una nación deudora.
Refiriéndose a la crisis en los Estados Unidos, el manifiesto esboza un retrato que parece totalmente contemporáneo:
Ninguna ley social significativa ha sido aprobada por el Congreso en más de dos décadas [ahora podemos decir cinco décadas]. Recortes presupuestarios masivos han destruido lo que queda de los viejos programas sociales. Las estadísticas sobre la criminalidad son apenas los síntomas más evidentes del estado maligno de las relaciones sociales. En medio de un desempleo que crece rápidamente y, para aquellos que todavía tienen empleo, salarios a la baja, el estado de la educación, vivienda y asistencia sanitaria es nada menos que catastrófico.
Un tercio de la población es analfabeta funcional. Ni siquiera los medios de comunicación pueden evitar informar a diario sobre algunas de las ‘historias de horror’ más espectaculares de vidas destruidas por el impacto de la crisis social: personas sin techo congeladas en cajas de cartón, víctimas de cáncer a las que se les niega el tratamiento porque no tienen seguro médico y trabajadores desempleados y sus familias suicidándose. [10]
En relación con el colapso de los regímenes estalinistas en Europa del Este y el por entonces claramente evidente avance hacia la restauración capitalista en la URSS —el cual se consumaría a pocas semanas de la conferencia de Berlín— el manifiesto establece que su origen eran las mismas contradicciones fundamentales que socavaban el equilibrio del período posterior a la Segunda Guerra Mundial— entre la economía mundial y el sistema del Estado nación. Estos regímenes demostraron ser los más vulnerables, precisamente a causa de sus programas autárquicos de desarrollo económico nacional. Su crisis y su fin representaron una justificación poderosa de la lucha incansable del movimiento trotskista contra el programa reaccionario y antimarxista del “socialismo en un solo país”.
El documento también revelaba las condiciones a las que se enfrentaba la clase trabajadora en los países oprimidos y excoloniales, ante el resurgir del militarismo imperialista. Exponía la ficción de la independencia política formal, que no aportó conquistas sociales duraderas a las masas y preservó la dominación económica del imperialismo.
Aunque algunos de los regímenes postcoloniales fueron capaces de utilizar el conflicto de la guerra fría entre Moscú y Washington para arrancar concesiones mayores al imperialismo, el abandono por parte de la burocracia soviética, bajo Gorbachov, de sus clientes en el llamado Tercer Mundo, eliminó cualesquiera restricciones que existían a la agresión imperialista.
Como respuesta, todos los nacionalistas burgueses se desplazaron abruptamente a la derecha, buscando algún arreglo con el imperialismo. Esto llevó a varios regímenes, incluso al del compañero baazista de Saddam Hussein, Hafez al-Assad en Siria, a unirse a la coalición que fue a la guerra contra Irak.
El manifiesto destacaba que la Conferencia de Berlín había sido convocada para preparar un paso decisivo hacia adelante en la resolución de la crisis de dirección revolucionaria.
Señaló el siguiente punto decisivo:
El gran potencial de la Cuarta Internacional está objetivamente arraigado en el hecho de que su programa corresponde a la lógica interna del desarrollo económico mundial y articula el papel histórico mundial del proletariado internacional. Sin embargo, la victoria de su programa no será realizada automáticamente como resultado de un desarrollo espontáneo de procesos económicos objetivos o el asco instintivo de las masas hacia su vieja dirección. Por el programa revolucionario hay que luchar. [11]
El informe de apertura por parte del camarada North explicaba, desde un punto de vista histórico, cómo los cambios en la situación objetiva, que se intersecan con la larga lucha por construir el movimiento trotskista en una lucha implacable contra el estalinismo y el revisionismo pablista, habían llevado a la conferencia de Berlín. Repasaba mucho de las mismas etapas o períodos que se discutieron en la primera charla de la Escuela de Verano de 2019 del PSI.
Resumiendo la importancia de la conferencia, el informe declaraba:
Nos reunimos hoy no como una facción de un amplio movimiento trotskista. Los que están en esta sala hoy son los representantes acreditados de la Cuarta Internacional y del trotskismo mundial. Ahora es posible que el Comité Internacional ajuste cuentas decididamente con los pablistas. Hemos hecho lo que Cannon intentó hacer hace 38 años y lo que la Socialist Labour League [predecesor del WRP] dijo que había que hacer hace años, esto es, purgar el oportunismo pablista de la Cuarta Internacional. [12]
Contraponía las condiciones bajo las cuales se había convocado la conferencia en Berlín a las que prevalecían cuando la Cuarta Internacional se fundó en 1938. A lo largo de los doce meses anteriores, destacadas figuras en la convocatoria del congreso fundacional —el hijo de Trotsky, León Sedov, su secretario político Erwin Wolf y el secretario de la Cuarta Internacional, Rudolf Klement— habían sido todas asesinadas por la policía secreta estalinista, la GPU. No hubo informe de apertura al congreso, ya que el documento que iba a ser presentado había sido robado del cuerpo de Klement cuando lo secuestraron y asesinaron.
Estos asesinatos estaban inextricablemente vinculados a la campaña de genocidio político en la Unión Soviética, dirigida contra todos los trabajadores revolucionarios, intelectuales socialistas y dirigentes bolcheviques que habían desempeñado un papel decisivo en la Revolución de Octubre de 1917.
A un año de la fundación de la Cuarta Internacional, la humanidad sería arrojada en otra guerra mundial, y a dos, su principal dirigente, León Trotsky, moriría a manos de un asesino de la GPU. La propia guerra vio cómo los cuadros de la Cuarta Internacional eran sometidos a la represión conjunta y mortal de los estalinistas y los fascistas, así como a la de los así llamados imperialistas demócratas, y los dirigentes de la sección estadounidense fueron encarcelados acusados de sedición.
Aunque la Cuarta Internacional sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial, como dice el informe:
... lo que la policía de los fascistas, estalinistas e imperialistas “democráticos” no han podido conseguir —la destrucción de la Cuarta Internacional— casi lo logra una tendencia oportunista que surgió como respuesta a la reestabilización del capitalismo mundial, en base al acuerdo político entre el imperialismo estadounidense y el Kremlin. Desde los acontecimientos de Yugoslavia bajo Tito y la nacionalización de las relaciones de propiedad en Europa del Este, Michel Pablo y el que por entonces era su socio cercano Ernest Mandel sacaron la conclusión de que el estalinismo conservaba un potencial revolucionario que Trotsky no había sido capaz de apreciar. [13]
En vez de ser, como había insistido Trotsky, la principal agencia del imperialismo en el movimiento obrero, las burocracias estalinistas y sus partidos asociados estaban destinados a brindar el impulso necesario para la victoria del socialismo.
Explicando las condiciones desfavorables a las que se enfrentaba el trotskismo ortodoxo durante el período del ascenso del pablismo, en camarada North enfatizó:
En última instancia, la influencia de los pablistas se basaba en el poder residual de las organizaciones estalinistas y las fuerzas pequeñoburguesas que, debido a las características peculiares del orden de postguerra, eran capaces de mantener, especialmente en los países atrasados, influencia sobre las masas en base a un postureo radical pseudoantiimperialista. Los pablistas colaboraron con estas fuerzas y las alentaron para bloquear el desarrollo de un liderazgo revolucionario independiente en la clase trabajadora. [14]
Al mismo tiempo, el informe defiende que había también fuerzas objetivas muy poderosas que subyacían a la escisión de 1985 y el trotskismo ortodoxo se desplazaba desde lo que describía como una “tendencia semilegal” hacia retomar el control de la Cuarta Internacional.
Refiriéndose al período que iba desde 1982, cuando la Liga Obrera planteó por primera vez sus diferencias con el WRP, hasta 1985, como “un lapso de tiempo asombrosamente corto”, el informe declara:
De la misma manera como la dominación anterior del oportunismo tenía raíces objetivas profundas, el cambio de relaciones dentro del Comité Internacional era un reflejo de los cambios dentro de la situación mundial. La lucha de 1982-85 dentro del Comité Internacional coincidió aproximadamente con la crisis dentro de la burocracia soviética tras los acontecimientos de Polonia y el período que llevó a la asunción del mando de Gorbachov en marzo de 1985. [15]
Como hemos discutido, las relaciones cambiadas en el CICI no fueron simplemente un reflejo pasivo de grandes cambios objetivos. Habían sido preparados y se había luchado por ellos. La divergencia cada vez mayor entre la Liga Obrera y la Liga Comunista Revolucionaria srilanquesa por un lado, y el WRP por el otro, expresaba orientaciones políticas, teóricas y, de hecho, de clase, opuestas, que se habían estado desarrollando a lo largo de más de una década. La línea divisoria fundamental era entre el internacionalismo revolucionario y el oportunismo nacional.
Concluyendo el informe a la Conferencia de Berlín, David North explicó:
Estamos entrando en un período que se caracterizará por luchas cada vez mayores de la clase trabajadora. Nuestro cometido es llevar la consciencia marxista a este movimiento creciente de la clase trabajadora, y organizar la vanguardia de la clase trabajadora en secciones de la Cuarta Internacional como el partido mundial de la revolución socialista...
Debemos transformar la militancia espontánea de la clase trabajadora en consciencia marxista. Y tenemos la fuerza política para hacerlo, precisamente porque hemos ajustado cuentas decididamente con los que traicionaron el programa del trotskismo dentro de nuestro propio movimiento. Hemos demostrado nuestro derecho a dirigir a la clase trabajadora en virtud de esta lucha. [16]
Esta conferencia sentó los cimientos para la decisión que el Comité Internacional tomó cuatro años más tarde de transformar las ligas en partidos, lo que será el tema de otra conferencia. El informe identificó las implicaciones históricas esenciales de la desacreditación irrevocable del estalinismo y sus apologistas para nuestro partido internacional:
Esta conferencia de Berlín jalona una nueva etapa en el desarrollo de la Cuarta Internacional. El Comité Internacional hoy constituye la única organización trotskista mundial fiable en todo el mundo. El Comité Internacional no es simplemente una tendencia específica dentro de la Cuarta Internacional, sino que es la Cuarta Internacional como tal. A partir de esta conferencia, el Comité Internacional asumirá las responsabilidades del liderazgo para el trabajo de la Cuarta Internacional como el Partido Mundial de la Revolución Socialista. [17]
Junto con la liquidación de la Unión Soviética y la guerra del Golfo Pérsico, el otro importante acontecimiento mundial de importancia decisiva para el Comité Internacional de la Cuarta Internacional, que estaba teniendo lugar durante la Conferencia de Berlín, fue el desmantelamiento de Yugoslavia.
El manifiesto de la conferencia declaró lo siguiente:
Las noticias de prensa sobre los acontecimientos contemporáneos en los Balcanes parece que hubieran sido escritos en 1930 o incluso en 1910. La prensa internacional está llena de noticias de conflictos entre serbios, croatas, eslovenos y musulmanes bosnios; de batallas por la definición de la identidad nacional de los macedonios. [18]
El manifiesto advertía de que estos conflictos estaban siendo manipulados y explotados por las potencias imperialistas, mientras el capitalismo buscaba desviar la indignación popular por la desigualdad social hacia el callejón sin salida del conflicto nacional y étnico.
La capacidad de los demagogos pequeñoburgueses reaccionarios de agitar por la violencia comunal, decía, “hay que atribuirla no al poder intelectual y moral del nacionalismo, sino al vacío político dejado por la postración de las organizaciones tradicionales de la clase trabajadora, que no ofrecen ninguna salida a la crisis del sistema capitalista”.
Entre la convocatoria de la conferencia el primero de mayo de 1991 y el inicio de sus sesiones el 16 de noviembre, los acontecimientos se produjeron muy rápidamente —Croacia y Eslovenia declararon su independencia el 25 de junio de ese año. Macedonia hizo lo propio poco después, y la república de Bosnia-Herzegovina empezó su fragmentación en cantones étnicos enfrentados. Habían estallado choques armados, particularmente en la ciudad costera de Dubrovnik.
La promoción del chauvinismo étnico virulento y del separatismo nacional fue dirigida por antiguos burócratas de la gobernante Liga de los Comunistas de Yugoslavia. Buscaban, por un lado, dividir y reprimir a la clase trabajadora yugoslava, que había llevado a cabo una ola de huelgas de masas contra las medidas de austeridad impuestas por el FMI como parte de la restauración capitalista. Por el otro, eran empujados a desgajar Estados étnicos para forjar sus propias relaciones independientes con el imperialismo como una nueva clase gobernante de capitalistas cipayos.
En su informe a la conferencia, el camarada North señaló hacia la actitud adoptada por el dirigente pablista Ernest Mandel, que defendía el apoyo incondicional para la autodeterminación de Croacia, sin importar el carácter de clase del régimen. Mandel hasta lanzó un llamamiento para la intervención imperialista directa, denunciando el chauvinismo serbio, mientras hacía la vista gorda al chauvinismo croata.
Esta posición encajaba impecablemente con la del imperialismo alemán, que estaba apoyando la independencia croata y eslovena como parte de una reafirmación de su poder en Europa tras la reunificación. El imperialismo alemán estaba volviendo a las escenas de sus crímenes de 1914 y 1941, desafiando unilateralmente a los Estados Unidos, las Naciones Unidas y la Comisión Europea.
La conferencia de Berlín adoptó una resolución titulada “Sobre la defensa de la clase trabajadora en Europa del Este y la Unión Soviética” que declaraba lo siguiente:
Por todas partes camarillas capitalistas rivales están alimentando el nacionalismo y el chauvinismo, para incitar a los trabajadores unos contra otros y para evitar un levantamiento contra los viejos y los nuevos opresores. El baño de sangre en Yugoslavia es un resultado de estas políticas. Esta guerra no tiene nada que ver con el derecho de las naciones a la autodeterminación. Los nacionalistas serbios y croatas simplemente están luchando para conseguir para sí una porción mayor de la explotación de la clase trabajadora. [19]
La historia de Yugoslavia, su ascenso y su caída, podría ser el tema de una escuela entera, como también podría serlo la cuestión nacional y la consigna de la “autodeterminación”. Claramente ello no puede realizarse en esta conferencia.
Por supuesto, el desarrollo del CICI de su perspectiva sobre la cuestión nacional había derivado de la lucha emprendida entre 1982 y 1985 contra la promoción del WRP de varios líderes nacionalistas burgueses como “antiimperialistas”, a quienes había que apoyar políticamente. Contra este regreso a la perspectiva del pablismo y las alianzas sin principios con regímenes nacionalistas burgueses, la Workers League había defendido la teoría de la revolución permanente de Trotsky, y la necesidad de la movilización revolucionaria independiente de la clase trabajadora sobre una base internacional como la única manera de realizar las tareas democráticas de la revolución en los países oprimidos.
Este análisis fue profundizado en la resolución de perspectivas del CICI de 1988, que señalaba a la incapacidad orgánica de cualquiera de los representantes de la burguesía nacional de librar una lucha coherente contra el imperialismo. Fue concretada más a fondo en las discusiones cruciales sobre las perspectivas en Sri Lanka y la actitud del partido hacia el LTTE nacionalista tamil, que será el tema de otra conferencia.
No solo la disolución de la Unión Soviética y el desmantelamiento de Yugoslavia, sino de manera más fundamental el desarrollo de la globalización capitalista, posibilitaron el ascenso de un nuevo tipo de movimiento nacionalista, que buscaba descuartizar a los Estados existentes —incluyendo los que se habían originado en las previas luchas nacionales contra el colonialismo— para promover los intereses de facciones burguesas rivales en establecer las relaciones más ventajosas al imperialismo y el capital transnacional.
Este fue visiblemente el caso en Yugoslavia, donde el primer impulso por desintegrar la federación existente provino de Eslovenia y Croacia, las regiones más ricas del país, donde las élites gobernantes locales calcularon que les podría ir mejor rompiendo con las repúblicas más pobres y estableciendo sus propios lazos independientes con los gobiernos, bancos y corporaciones europeos.
Consideraciones similares han motivado toda una serie de movimientos separatistas nacionales, incluyendo en Europa, en los casos de la derechista Liga Norte en Italia y el nacionalismo catalán en España.
Este nuevo nacionalismo se posicionaba en aguda contradicción respecto a movimientos nacionales anteriores, tales como en la India y China, que planteaban la tarea progresista de crear nuevos Estados unificando pueblos dispares en una lucha común contra el imperialismo —una tarea que claramente demostró ser irrealizable bajo el liderazgo de la burguesía nacional. Los movimientos nacionalistas que surgieron hacia finales del siglo XX persiguieron, en cambio, desintegrar Estados existentes siguiendo líneas étnicas, religiosas y lingüísticas con la ayuda del imperialismo.
Las fuerzas pablistas defendieron y promocionaron estos nuevos movimientos nacionalistas, invocando la consigna del “derecho a la autodeterminación” y regurgitando citas de Lenin y Trotsky, arrancadas de su contexto tanto histórico como político y usándolas para propósitos totalmente antitéticos a su entera perspectiva internacionalista revolucionaria.
Escribiendo en respuesta a un manifiesto publicado por los socialdemócratas armenios, Lenin declaró:
La exigencia de que se reconozca el derecho de cada nacionalidad a la autodeterminacion sólo significa que nosotros, el partido del proletariado, debemos estar siempre e incondicionalmente en contra de todo intento de violencia e injusticia que pretenda influir desde fuera por la auto determinacion de las naciones. A la vez que cumplimos siempre y en todas partes con este deber negativo (luchar y protestar contra la violencia) nos preocupamos por la autodeterminacion, no de los pueblos y las naciones, sino del proletariado, dentro de cada nacionalidad... Por lo que se refiere al apoyo que se deba prestar a la demanda de la autonomía nacional, hay que decir que no constituye un deber permanente y programático del proletariado. Sólo en ciertas circunstancias, aisladas y excepcionales, puede ser necesario ese apoyo. [20]
¿Qué quería decir Lenin con “este deber negativo” nuestro? Él estaba diciendo que los socialistas —incluso hace casi un siglo— no defienden positivamente la separación nacional. En cambio, son opositores intransigentes de cualquier intento por suprimir a las minorías nacionales o mantenerlas en estructuras capitalistas de Estado nación por la fuerza. Los bolcheviques defendían el derecho a la autodeterminación —en vez de defender el separatismo nacional— como un medio de combatir las influencias nacionalistas dentro de la clase trabajadora y derribar barreras étnicas y lingüísticas características de regímenes con un desarrollo capitalista tardío. En Rusia, conocida como “la cárcel de las naciones”, ello adoptó la forma de combatir el chauvinismo gran ruso, para crear las mejores condiciones para el desarrollo de una lucha de clases unificada a lo largo de todo el imperio zarista.
En su obra El derecho de las naciones a la autodeterminación, Lenin exigía “un análisis histórico concreto de la cuestión” de la autodeterminación. Insistía en que ello no era una consigna abstracta y universal, y que tenía que ser examinada desde el punto de vista de la etapa histórica del desarrollo de países concretos.
Escribiendo en 1914, Lenin dividió el mundo en tres categorías. En la primera, los países capitalistas avanzados de Europa, dijo que el papel de los movimientos nacionalistas burgueses progresistas había llegado a su fin en 1871. En la segunda, Europa del Este, los Balcanes y la propia Rusia, habían surgido movimientos nacionales burgueses al comenzar el siglo XX. Y en la tercera, los países coloniales y semicoloniales, incluyendo a China, la India y Turquía, que representaban a la mayoría de la humanidad, los movimientos nacionales burgueses habían “apenas empezado”.
Es más, Lenin delineó el impulso objetivo de los movimientos nacionales en el desarrollo del capitalismo, que estaba ligado a la formación de Estados nacionales, la unificación política de territorios y la captura del mercado doméstico.
En su reexaminación de la consigna de la autodeterminación nacional, el CICI adoptó la misma aproximación materialista-histórica que Lenin, sin repetir de memoria viejas fórmulas, sino haciendo un análisis histórico concreto.
Claramente, los países de las dos categorías donde Lenin decía que la autodeterminación nacional era aplicable —Europa del Este, Rusia y los Balcanes y el mundo colonial— había pasado por inmensas convulsiones revolucionarias desde 1914, incluyendo la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia y la descolonización de Asia, África y el Medio Oriente, y la Revolución China de 1949.
Los nuevos movimientos separatistas étnicos-nacionalistas no son los “movimientos nacionales burgueses-democráticos” a los que se refería Lenin. En Europa del Este, los Balcanes y Rusia, estos surgieron como parte del proceso de la restauración capitalista y de burócratas convirtiéndose en capitalistas, buscando repartirse sus territorios mediante la violencia y la limpieza étnica. En los antiguos países coloniales, representaban un producto colateral de la incapacidad de más de un siglo de gobierno por parte de gobiernos nacionalistas burgueses de lograr la independencia del imperialismo.
Bajo estas condiciones, el “derecho a la autodeterminación” había venido a significar algo muy diferente de las concepciones propuestas por Lenin. El sentido “negativo” que Lenin y los bolcheviques le dieron a este derecho ha sido completamente tirado por la borda por los pablistas y los pseudoizquierdistas, quienes, imitando a las potencias imperialistas, alientan cada manifestación de separatismo nacional, basada en el particularismo étnico o religioso, como un desarrollo progresista.
Los nuevos movimientos nacionalistas de manera manifiesta no están implicados en el proceso descrito por Lenin: la formación de Estados nacionales para unificar un territorio nacional y capturar el mercado doméstico. En vez de eso están dedicados a la fragmentación de Estados existentes. En vez de crear un mercado doméstico, su objetivo es establecer relaciones más estrechas con el imperialismo para el beneficio de camarillas burguesas locales.
El CICI rechazó la concepción de que la liberación de la humanidad podría ser planteada en esta era de integración económica global estableciendo nuevos Estados nacionales. El programa de fragmentar poblaciones existentes según la etnia, el idioma y la religión es el camino a la barbarie. En oposición a estos desarrollos, planteaba la unificación de la clase trabajadora en lucha a través de las fronteras nacionales, basadas en el programa de la revolución socialista mundial.
En conclusión: el supuesto “momento unipolar” de 1990 y 1991, con la disolución de la Unión Soviética y el lanzamiento de la Guerra del Golfo, marcó el colapso del equilibrio de la etapa posterior a la Segunda Guerra Mundial, establecido en base a la hegemonía del capitalismo estadounidense y la colaboración de la burocracia estalinista moscovita. Señaló el comienzo de un nuevo período de guerra ininterrumpida, el crecimiento de rivalidades interimperialistas, e inevitablemente un ascenso global de la lucha de clases y la revolución socialista.
La respuesta a grandes acontecimientos, y la lucha por clarificar políticamente a la clase trabajadora, emprendida tras la escisión de 1985, habían establecido irrefutablemente que este movimiento y solamente este movimiento representaba a la Cuarta Internacional y al trotskismo. Y estableció que solo este movimiento está preparado para emprender la construcción de un partido genuinamente revolucionario a la altura de las tareas inmensas con las que se confronta la clase trabajadora.
Los documentos desarrollados durante este período de cambios inmensos brindaron los cimientos teóricos y políticos cruciales para el trabajo que ahora tenemos ante nosotros, a medida que nos confrontamos a un resurgir de la lucha de clases a escala internacional, que crea las condiciones para la construcción de la Cuarta Internacional en cada país, como el partido de masas de la revolución socialista mundial concebido por León Trotsky.
Notas:
[1] The World Capitalist Crisis and the Tasks of the Fourth International, Perspectives Resolution of the International Committee of the Fourth International, (Detroit: Labor Publications, 1988), pág. 66.
[2] Fareed Zakaria, “The Self-Destruction of American Power”, Foreign Affairs, vol. 98, núm. 4, (julio-agosto de 2019).
[3] Charles Krauthammer, “The Unipolar Moment” Foreign Affairs, vol. 70, núm. 1, (1990/1991), págs. 23–33.
[4] El Bulletin, 1º de marzo de 1991, “Bush is Guilty of Mass Murder”.
[5] Citado en Desert Slaughter, The Imperialist War Against Iraq, (Detroit: Labor Publications, 1991), pág. 232.
[6] Engels (1878) Anti-Dühring, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/anti-duhring/ad-seccion2.htm
[7] El programa de transición. La agonía del capitalismo y las tareas de la Cuarta Internacional, https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1938/prog-trans.htm
[8] Workers League Internal Bulletin, vol. 4, núm. 15, pág. 31.
[9] Workers League Internal Bulletin, vol. 5, núm. 1, pág. 2.
[10] Oppose Imperialist War & Colonialism, Manifesto of the International Committee of the Fourth International, (Detroit: Labor Publications, 1991), pág. 12.
[11] Ibid., pág. 24.
[12] The Fourth International, vol. 19, núm. 1, otoño-invierno de 1992, pág. 11.
[13] Ibid., pág. 7.
[14] Ibid., pág. 9.
[15] Ibid., pág. 10.
[16] Ibid., pág. 14.
[17] Ibid., pág. 13.
[18] Oppose Imperialist War & Colonialism, pág. 16.
[19] The Fourth International, vol. 19, núm. 1, pág. 38.
[20] Sobre el manifiesto de la “Unión de los socialdemócratas armenios”, Iskra, núm. 33, 1º de febrero de 1903, en V. I. Lenin, Obras completas, Tomo VI, Madrid: Akal Editor, 1976, pág. 351, tomado de https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oc/akal/lenin-oc-tomo-06.pdf
(Publicado originalmente en inglés el 13 de septiembre de 2019)