A principios de este mes, los economistas Thomas Piketty, Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, destacados expertos en la desigualdad global, publicaron un estudio verdaderamente pionero sobre el crecimiento de la desigualdad de ingresos en Estados Unidos entre 1946 y el 2016.
Si bien los estudios anteriores de estos economistas lograron avances importantes en la documentación de la desigualdad en EE.UU.—la economía avanzada más desigual del mundo— éste se trata del primer trabajo que, según los autores, “cubre el 100 por ciento del ingreso nacional”, incluyendo el impacto de los impuestos, programas sociales como Medicare y Medicaid y ganancias al capital.
Sus resultados representan la descripción más completa de la desigualdad social en EE.UU. hasta la fecha. Revelan que, en el transcurso de las últimas cuatro décadas, se ha dado la redistribución de la riqueza hacia los ricos más rápida en la historia moderna.
Los economistas descubrieron que la participación en el ingreso nacional del 50 por ciento más pobre del país se redujo casi a la mitad desde 1980, de 20 por ciento a 12 por ciento, mientras que la participación del 1 por ciento más rico creció del 12 por ciento al 20 por ciento. “Ambos grupos básicamente intercambiaron su participación en la renta”, señalan los autores, “con una transferencia de 8 puntos porcentuales de la renta nacional del 50 por ciento inferior al 1 por ciento superior”.
El estudio documenta un cambio brusco en la tendencia de 1946-1980 a la de 1980 al presente. En el primer período, los ingresos (antes de impuestos) del 50 por ciento más pobre se duplicaron, creciendo 102 por ciento, mientras que los ingresos del 1 por ciento más rico crecieron 47 por ciento y los del 0.001 por ciento más rico aumentaron 57 por ciento.
Sin embargo, a partir de 1980, los ingresos del 50 por ciento más pobre se estancaron en alrededor de $16.000 al año (en dólares actuales), mientras que los ingresos del 1 por ciento crecieron 205 por ciento y los del 0.001 por ciento más rico despegaron, aumentando 636 por ciento.
Al tomar en cuenta a los distintos programas sociales y créditos fiscales, los economistas encontraron que los ingresos de la mitad más pobre aumentaron 21 por ciento desde la década de 1980. Sin embargo, indican que este incremento no se tradujo en más ingresos disponibles. Prácticamente todo corresponde a más pagos para los seguros médicos de Medicare, los cuales han sido absorbidos por los conglomerados farmacéuticos y de seguros que se dedican a manipular precios de servicios médicos vitales.
El factor principal en el aumento de la desigualdad, particularmente a partir del año 2000, ha sido el crecimiento de las “ganancias al capital”, es decir, en el mercado de valores. La clase gobernante y sus representantes políticos han utilizado burbujas especulativas en el mercado de valores para transferir cantidades enormes de riqueza a sus manos.
Estos resultados reflejan los cambios históricos en la estructura del capitalismo y en las relaciones de clase en EE.UU. El descomunal crecimiento de la desigualdad social está vinculado con el decaimiento del capitalismo estadounidense y de su posición relativa en la economía mundial.
Los historiadores señalan a menudo que, durante sus primeros días, la economía estadounidense era la más igualitaria socialmente del mundo occidental. Los monopolios y el surgimiento del capital financiero en la última parte del siglo XIX transformaron a EE.UU. en una tierra de “capitalistas ladrones” y trabajadores e inmigrantes cuyas condiciones de vida quedaron retratadas en obras como Cómo vive la otra mitad de Jacob Riis, publicada en 1890, y La Selva de Upton Sinclair, de 1906.
Pero junto con estos procesos se expandió el movimiento obrero, en gran parte gracias a los esfuerzos de socialistas, quienes lucharon por organizar a la clase obrera estadounidense a través de sus diversas divisiones étnicas, religiosas y regionales. La Revolución Rusa de 1917 les dio un nuevo aliento a estas luchas, que incluyeron a las movilizaciones militantes de los años 30 que resultaron en la creación de sindicatos industriales.
La burguesía estadounidense, alarmada que la clase obrera siguiera el ejemplo de los bolcheviques y armada con el poder económico más grande y la industria más avanzada, instituyó el New Deal o Nuevo Trato de Franklin D. Roosevelt, introduciendo seguros sociales al país y regulando los peores abusos de Wall Street.
Estados Unidos emergió de la Segunda Guerra Mundial como la primera potencia mundial, controlando más de la mitad de la producción económica mundial. A finales de la década de 1960, su dominación económica comenzó a declinar a medida que las economías europeas y asiáticas fueron reconstituidas, desencadenando una serie de crisis económicas y políticas que culminaron en un período de estancamiento económico con inflación durante los años 70.
La clase gobernante en EE.UU. respondió con políticas de guerra de clases, desindustrialización y financiarización. Con el nombramiento de Paul Volcker a la cabeza de la Reserva Federal en 1979, el presidente Jimmy Carter sumergió al país a una recesión forzada. En 1981, llegó Ronald Reagan al poder y puso en marcha una contrarrevolución social a gran escala, comenzando con la supresión de la huelga de los controladores aéreos de PATCO, despidiendo y hostigando a los huelguistas. Las burguesías alrededor del mundo impulsaron políticas similares.
Las burocracias sindicales jugaron un papel fundamental en facilitar esta ofensiva, aislando y traicionando toda resistencia por parte de la clase obrera a través de la década de 1980, e incorporándose cada vez más en la estructura administrativa de las corporaciones y el estado. Para finales de la década, los sindicatos se habían transformado, en práctica, en los brazos de las empresas y el gobierno. Las cúpulas burocráticas se dedicaron a suprimir y sabotear las luchas obreras.
Los demócratas y republicanos, por igual, han promovido políticas que han generado mayor desigualdad social, como la desregulación financiera, reducciones de impuestos para los ricos y empresas, recortes a programas sociales y la eliminación de protecciones laborales.
Después de la crisis financiera del 2008, el gobierno de Obama aceleró la introducción de estas políticas. Su administración amplió el rescate financiero iniciado bajo Bush y facilitó la transferencia de billones de dólares a las manos de Wall Street a través de los programas de “expansión cuantitativa” de la Reserva Federal. Además, se empeñó en recortar salarios y empleos durante la reestructuración de la industria automotriz en el 2009.
El gobierno entrante de Donald Trump va a intensificar despiadadamente esta ofensiva contra la clase obrera. Su llegada al poder junto con un gabinete lleno de multimillonarios, ideólogos ultraderechistas y exgenerales militares sí representa algo nuevo; todos ellos trabajarán decididamente para seguir empobreciendo a los trabajadores y reprimir violentamente toda oposición social.
El fenómeno Trump no es ninguna aberración. Al contrario, es la culminación nociva de la decadencia del capitalismo estadounidense, junto con el crecimiento sin precedentes de la desigualdad social y el colapso de la democracia estadounidense.
Estos mismos procesos han sentado las bases objetivas para la revolución socialista. A mediados de la década de 1990, cuando la Liga de los Trabajadores (Workers League) en EE.UU. y las otras secciones del Comité Internacional de la Cuarta Internacional comenzaron a transicionar de ligas a partidos, con el nombre Partido Socialista por la Igualdad, reconocimos el inmenso significado revolucionario de “la brecha cada vez más grande entre un pequeño porcentaje de la población que goza de riquezas sin precedentes y la amplia masa de la población que vive en distintos grados de incertidumbre económica y angustia”.
Las dos últimas décadas han confirmado este pronóstico. La lucha contra la desigualdad social requiere la construcción de un liderazgo político nuevo en la clase obrera que organice y unifique sus luchas con base en un programa revolucionario. El sistema de lucro capitalista debe ser reemplazado un sistema que se base en la igualdad, la planificación internacional y el control democrático de la producción—es decir, el socialismo.