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Comité Internacional de la Cuarta Internacional
Cómo el WRP traicionó al trotskismo: 1973-1985

Estalla la guerra entre Irán e Irak

En los meses previos al estallido de la guerra de septiembre de 1980, el WRP intensificó su campaña de glorificación política del régimen baazista. El 28 de julio de 1980, el Comité Político aprobó una resolución que declaraba:

El Workers Revolutionary Party da la bienvenida y promete la ayuda máxima a las medidas dinámicas y radicales del gobierno iraquí del presidente Sadam Huseín. Al darles tierra a los campesinos y autonomía a los kurdos, erradicar el analfabetismo, multiplicar el ingreso per cápita y acabar para siempre con el dominio de los monopolios petroleros foráneos, el Partido Baaz Árabe Socialista ha impulsado la revolución árabe y ha creado una firme base para la cooperación con un régimen socialista revolucionario [¡!] en Reino Unido.

Basándose en esa resolución, Healy ordenó una serie de seis artículos, que se publicaron en agosto, detallando, según la introducción del News Line, “la evolución social y económica, la vida cultural —desde el arte hasta la arqueología—, el nuevo papel de la juventud y la lucha política del Partido Baaz Árabe Socialista y del presidente iraquí Sadam Huseín para usar la riqueza natural del país para mejorar todos los aspectos de la vida del pueblo iraquí” (9 de agosto de 1980).

Seis semanas más tarde, Huseín y los baazistas utilizaron esa riqueza natural para sumir al pueblo iraquí en una guerra sangrienta contra Irán.

El antecedente histórico de la guerra entre Irán e Irak es una rivalidad territorial que lleva cientos de años y que fue agravada por el dominio imperialista que siguió el desmoronamiento del Imperio Otomano. Desde la década de los treinta ha habido muchos choques fronterizos que concluyeron con acuerdos impuestos por el imperialismo, los cuales solo sembraban las semillas de nuevos conflictos. En la médula de este conflicto fronterizo de tan larga data ha estado la soberanía sobre el Shatt al-Arab, la corriente formada por la confluencia de los ríos Tigris, Éufrates y Karún antes de verter sus aguas en el golfo Pérsico. Los gobiernos iraquíes siempre han insistido en que su país debe tener completa soberanía sobre el Shatt al-Arab —contrario al principio de vaguada según el cual el límite se fija en el medio de la corriente— porque es la única salida iraquí al mar.

En 1975, el régimen del sha de Irán —con el apoyo de los Estados Unidos— obtuvo importantes concesiones, incluyendo el principio de vaguada después de casi llegar a la guerra con Irak. Cuando Sadam Huseín anunció el 17 de septiembre de 1980 que estaba abrogando el Tratado de Argelia de hacía cinco años, podía afirmar con cierta justificación histórica que el acuerdo de 1975 había sido impuesto por el imperialismo. Sin embargo, con ese argumento solo estaba repitiendo las quejas de Teherán sobre tantos otros acuerdos que “habían resuelto” la disputa fronteriza entre Irán e Irak.

De todos modos, cualquiera que fuera la legitimidad de las pretensiones de Irak sobre el Shatt-Arab, solo era una cortina de humo que cubría un intento de anexar una porción considerable y valiosa de territorio iraní. A pocas horas de comenzar la guerra, las tropas iraquíes habían penetrado con profundidad dentro del territorio iraní, mucho más allá del área tradicionalmente reclamada por Irak.

La fecha de la invasión iraquí es de gran importancia para determinar su carácter de clase. Al atacar a Irán en medio de la “crisis de los rehenes”, el régimen baazista claramente buscaba el apoyo del imperialismo yanqui y de los regímenes reaccionarios del golfo y Arabia Saudita; estos últimos estaban sumidos en arrebatos de pánico por el derrocamiento del Trono del Pavo Real. Esencialmente, Huseín decía que el poder militar de Irak, que se había fortalecido para combatir la agresión israelí, ahora se vendía al “mejor postor”.

El comienzo de la guerra era la continuación o, mejor dicho, la culminación, de un desplazamiento hacia la derecha de los baazistas que Healy había encubierto consistentemente. A partir de 1975, las relaciones de Irak con el régimen del sha y con la familia real saudita habían mejorado gradualmente; el comercio con los EUA había aumentado considerablemente; el Partido Comunista de Irak había sido víctima, con el visto bueno del WRP, de una represión severa; y en marzo de 1980, los baazistas anunciaron que estaban organizando un frente único de grupos opuestos al gobierno nacionalista burgués prosoviético de Yemen del Sur.

Después de los acuerdos de Camp David de 1978, los baazistas iraquíes dijeron que la dirección de la revolución árabe ahora le correspondía a su partido. Pero, a pesar de toda esa fanfarronería sobre la revolución, propagada con asiduidad por el News Line, los baazistas revelaron un gran temor cuando se vieron confrontados por un verdadero levantamiento popular de las masas de Irán y juzgaron mal su fuerza, con consecuencias letales. Huseín, quien en 1975 ayudó a orquestar el pacto con el régimen “omnipotente” del sha de Irán, quedó pasmado al descubrir que Irán, después de su revolución antiimperialista, no “se caía de maduro”.

El WRP respondió a la invasión iraquí de Irán en septiembre de 1980 con un débil intento de poner sus cuentas políticas al día denunciando la guerra y pidiendo un cese al fuego inmediato. Pero no era posible abrir y cerrar, cual grifo de agua, el análisis marxista. La declaración del Comité Político del 24 de septiembre de 1980 estaba apolillada de contradicciones reflejando la línea vendida que el WRP había seguido hasta el momento de estallar la guerra.

El análisis de la guerra y las conclusiones políticas resultantes estaban dominadas por la fe del WRP en el papel progresista histórico del nacionalismo baazista y en su capacidad para dirigir una lucha antiimperialista. Por eso vio la guerra como si fuera una aberración, un desvío temporal de la lógica progresista del baazismo y no como la expresión inevitable del carácter reaccionario del nacionalismo burgués iraquí, con su funesto chauvinismo antipersa, su dependencia final en el imperialismo y con su incapacidad de formular un programa viable para unir a las masas de Oriente Próximo y Asia Menor.

Jomeini

A la vez que los baazistas estaban llevando a cabo medidas que servían directamente los intereses del imperialismo yanqui, de la burocracia soviética y del sionismo, el Comité Político pretendía que “el Partido Baaz Árabe Socialista es, a largo plazo, la verdadera amenaza contra sus intrigas e intereses en Oriente Próximo. Ha demostrado una y otra vez que no es el esclavo de esas fuerzas reaccionarias” (Documents of the Fifth Annual Congress, pág. 20).

La referencia a los baazistas como “la verdadera amenaza” contra el imperialismo, “ a largo plazo ”, demuestra que la clase trabajadora levantina y también la de todos los países semicoloniales y atrasados, ya no pesaba en los cálculos políticos de la dirección del Workers Revolutionary Party. Esa ceguera respecto a la existencia del proletariado, ni mencionar su papel revolucionario, produjo una capitulación cobarde ante los regímenes burgueses y una pérdida completa de esperanza en las luchas de liberación nacional. Por lo tanto, en vez de pedirle a la clase trabajadora que derroque a los baazistas de Irak para asumir el lugar que le correspondía como líder de la lucha contra el imperialismo, Healy y Banda se postraron ante los baazistas, rogándole a Sadam Huseín que terminara la guerra para no privar a la OLP de un régimen burgués que patrocinara la lucha contra el sionismo.

La dependencia ruinosa en este régimen burgués se justificaba así:

Durante las acciones bélicas entre Irán e Irak, el verdadero peligro concierne la revolución palestina en el sur de Líbano. La OLP de repente está viéndose peligrosamente estrujada. No solo ha perdido el apoyo inmediato de Irak e Irán, sino que no tiene ninguna esperanza de apoyarse en el régimen en crisis de Asad en Siria o en el hipócrita rey Husein de Jordania. La revolución palestina y sus aliados del Movimiento Nacional Libanés están siendo amenazados por la CIA y por las fuerzas falangistas encabezados por Pierre Gemayal y apoyadas por Israel, desde el norte, y desde el sur por los fascistas del comandante Saad Haddad y por el ejército israelí.

En vez de declarar enfáticamente que la OLP había sido traicionada por la burguesía árabe, el WRP lamentaba la pérdida de su amparo pero les sugería a los palestinos que no existía alternativa a esa dependencia política. Lejos de siquiera insinuar el papel traicionero de los baazistas, el Comité Político puso toda la responsabilidad de la crisis que confrontaba la OLP “enteramente sobre los hombros del imperialismo y de las viles maniobras de la burocracia soviética” —como si se pudiese esperar alguna otra cosa del imperialismo o del estalinismo—. Siguiendo esa línea, la declaración se refería al Comité Internacional de la Cuarta Internacional como un simple “oponente de esas fuerzas contrarrevolucionarias” (ibid.).

Este autosocavamiento político se expresó en otra oración: “Nosotros diferimos de los movimientos de liberación nacional y de revolución nacional en la cuestión decisiva del partido revolucionario y de la construcción del Partido Mundial de la Revolución Socialista” (ibid.).

Esa declaración implicaba que la construcción del partido revolucionario y la lucha por la revolución mundial son cuestiones tácticas que los trotskistas debaten con nacionalistas burgueses. La forma misma como se presentaba la cuestión negaba la base materialista histórica de la política del partido del proletariado. El WRP claramente rechazaba el punto de vista marxista —basado en la realidad objetiva— de que los baazistas son los representantes del enemigo de clase del proletariado. En cambio, a la manera del pablismo más extremo, dejaban abierta la posibilidad de una convergencia política entre los trotskistas y una u otra variedad de nacionalismo burgués y, en base a eso, la construcción de un “Partido Mundial de la Revolución Socialista” híbrido.

Su referencia a dos categorías políticas, movimientos de liberación nacional y de revolución nacional, buscaba equivaler aproximadamente el carácter político de la OLP y del Partido Baaz Árabe Socialista.

El Comité Político concluía diciendo: “El criterio político que pone a prueba todas las fuerzas de Oriente Próximo es la lucha contra el imperialismo sionista. El Workers Revolutionary Party puede decir con orgullo que sus antecedentes se han basado en principios, coherentes e inmaculados” (ibid., pág. 22). Esa sección combinaba un error teórico con una mentira abierta. La primera oración falsificaba la teoría de la revolución permanente; la segunda violaba los límites de la credibilidad humana.

Trotsky rechazó explícitamente el falso “criterio político” del WRP cuando escribió: “No solo hay que medir la actitud de cada burguesía nacional particular hacia el imperialismo ‘en general’, sino también su actitud hacia las tareas revolucionarias históricas inmediatas de su propia nación” (The Third International after Lenin, New Park, pág. 132).

La ciudad de Khorranshahr destruida por el combate entre Irán e Irak

Cinco días después de la publicación de la declaración del Comité Político, una declaración suplementaria del 27 de septiembre de 1980 fue emitida por el Comité Central. Era tan traicionera y contradictoria como la anterior. En esta ocasión, el WRP llegó a instar a las masas iraquíes a que “se movilicen contra la guerra, deteniendo la mano ensangrentada de los instigadores de la guerra, y busquen la unidad con las masas iraníes para confrontar al enemigo imperialista que tienen en común” (Documents, pág. 24).

Pero la falta de sinceridad de ese llamamiento fue revelada por el hecho de que el Comité Central evitó, con cierto tacto, nombrar a “los instigadores de la guerra”. ¡Aparentemente, la “mano ensangrentada” no estaba conectada a ningún cuerpo! No obstante, Healy y Banda (quienes redactaron esas declaraciones) no dejaron de ofrecerle a Sadam Huseín un consejo amistoso:

El Partido Baaz Árabe Socialista ha combatido coherentemente todo intento de subordinarlo al imperialismo y estalinismo. Por eso, ha ganado el apoyo de todas las fuerzas revolucionarias, incluyendo del WRP. Hay que entender que su presente ofensiva militar y sus fines bélicos rompen con su política pasada; por lo tanto, no puede ser apoyada y, si continúa, resultará en un desastre para el propio Partido Baaz Árabe Socialista (ibid., pág. 25).

La declaración no terminaba con un llamamiento a la clase trabajadora para que asumiera una lucha revolucionaria contra el imperialismo y sus agentes en la burguesía nacional, sino con una apelación patética por una “¡conferencia de paz ahora entre Irak, Irán, la OLP y todos los que combaten al enemigo imperialista y sionista!” (ibid., pág. 27). Es de suponer que esa conferencia habría incluido una delegación del WRP, con Healy y Banda en el papel de abogados de Sadam Huseín, ayudando a escribir el tratado de paz. El contenido reaccionario de esa declaración es que indicaba que las cuestiones políticas e históricas que dieron lugar a la guerra debían resolverse, con la ayuda del WRP, a espaldas de la clase trabajadora y sin la intervención de las masas con sus consignas independientes.

El WRP no consultó en ningún momento con el Comité Internacional sobre sus intentos de formular, en competencia amistosa con la Cancillería británica, su propia política extranjera.

Al continuar la guerra en 1981 tras cobrar miles de muertos y lisiados, Healy seguía tratando de aferrarse a las faldas de los baazistas. Así que, en el Quinto Congreso del Workers Revolutionary Party en febrero de ese año, un manifiesto adoptado unánimemente declaraba: “Nuestra oposición a la guerra no disminuye nuestro apoyo al Partido Baaz Árabe Socialista de Irak siempre y cuando continúe sosteniendo la lucha contra el imperialismo y el sionismo y apoyando a la revolución palestina” (News Line, 7 de febrero de 1981).

Healy no estaba dispuesto a permitir que los cuerpos de miles de obreros y campesinos de Irán e Irak se interpusieran entre él y el Partido Baaz Árabe Socialista. Batiendo una retirada de las posiciones del WRP del mes de septiembre anterior, Healy ya no sostenía que la continuación de la guerra fuera incompatible con la defensa de la lucha palestina contra el sionismo.

Fórmulas tan tortuosas ya no se podían atribuir simplemente a errores de carácter teórico. Son la labor de un hombre que se ha vendido, junto a su partido, a las agencias de los Estados burgueses y que trabaja consciente y directamente para ellas. No se puede llegar a ninguna otra conclusión a partir de esta crónica.

En la declaración oficial del Comité Político y del Quinto Congreso Nacional, el WRP había tratado de hacer equilibrio entre los dos campos opuestos y no había podido reconocer explícitamente el derecho del régimen de Irán a repeler la invasión de Irak. Una posición marxista y principista hubiese dicho directamente que Irán estaba librando una guerra defensiva contra un ataque oportunista del régimen baazista en colaboración con el imperialismo yanqui. Hubiese apelado a los obreros iraníes a que levanten las armas contra las fuerzas de Irak, manteniendo a la vez una actitud de alerta crítica contra los líderes burgueses islámicos, sin confiar para nada en sus promesas de haber renunciado a sus intenciones agresivas contra el territorio iraquí, y defendiendo rigurosamente su independencia. A la misma vez habría exigido que Irán repudie toda pretensión en torno al Shatt al-Arab y que los derechos nacionales de todas las minorías de Irán sean respetados. Además, habría explicado que las raíces políticas de los conflictos interminables entre iraníes e iraquíes tenían su origen en las revoluciones democráticas incompletas de ambos países, en las divisiones entre Estados que impiden el avance económico y que obstruyen los deseos instintivos de unidad de las masas de Irán e Irak. Además, habría explicado que la única base para acabar con ese conflicto fratricida y para asegurar la independencia nacional frente al imperialismo era mediante la unidad del proletariado de Irán e Irak, el derrocamiento del capitalismo en ambos países y la lucha en común para establecer los Estados Unidos Socialistas de Oriente Próximo. Finalmente, habría explicado que la única alternativa a la guerra fratricida, a la dependencia económica y a la dominación imperialista es la revolución socialista.

A principios de 1982 ya estaba claro que la posición militar de Irak se estaba haciendo cada vez más precaria. En mayo, los iraníes lograron importantes victorias, culminando con la captura de Khorramshahr. De una manera típicamente oportunista, sin ninguna explicación teórica, este acontecimiento fue descrito en el News Line como “un triunfo para la revolución iraní y para sus masas combatientes”. También con miopía típica, el News Line expresaba su confianza completa en las intenciones de la burguesía iraní: “No creemos en las acusaciones occidentales de que la intención de Irán es invadir Irak. Si eso ocurriera, nos opondríamos con el mismo vigor con el que nos opusimos a la invasión iraquí de Irán”.

Esas ilusiones estúpidas expresaban la ausencia completa de cualquier análisis marxista de la naturaleza de clase de las fuerzas opuestas. Ciego ante los nuevos peligros en la situación política, el News Line también declaraba que los éxitos militares de Irán habían “fortalecido la revolución que estaba ocurriendo”.

“Esta es una señal del desarrollo político de las masas revolucionarias, no solo en Irán sino también en todo el mundo, cosa sobre la que la clase trabajadora británica debería tomar nota”.

La República Islámica no se enteró de los editoriales del News Line e insistió con sus ataques contra Irak. Al imponer demandas políticas y económicas intolerables sobre su pueblo, el régimen de Jomeini reveló que el fundamentalismo islámico no era otra cosa que el antifaz mesiánico de los fines expansionistas tradicionales de la Gran Persia capitalista, tomando el papel de hombre fuerte del golfo Pérsico. Esto hizo que el conflicto dejara de ser una guerra defensiva de parte del régimen de Jomeini, lo que demandaba un rápido cambio en la política de los marxistas, quienes ahora tenían que adoptar una posición derrotista sobre la guerra.

Sin embargo, el News Line, ansioso de no ofender a la potencia ascendente del golfo, y con más y más dudas sobre sus vínculos con Irak, se limitó a hacer un suave desafío usando, como era habitual, a los palestinos para esconder los trucos políticos de Healy: “La invasión iraní de Irak no favorece a los combatientes libaneses y palestinos situados en Beirut ni a la propia revolución iraní y hay que denunciarla” (16 de julio de 1982).

Soldados iraníes muertos en sus trincheras

Con los recursos financieros del régimen iraquí en quiebra por la guerra, Healy decidió que su alianza con Sadam Huseín ya no era útil. Era hora de pasar al lado que prometía más. Pero existían dos importantes obstáculos en el camino de Healy —su oposición previa a la invasión iraní y el análisis inicial del Comité Internacional de hacía tres años sobre la naturaleza de clase y las perspectivas de la revolución iraní—. En una declaración del 12 de febrero de 1979, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional había expuesto la naturaleza de clase de la conducción bajo Jomeini y advertido que no se tuviera ninguna confianza en el clero islámico.

A la vez que reconocía el papel clave de Jomeini en los acontecimientos que llevaron al derrocamiento del sha, el CICI rechazó cualquier concesión a su ideología religiosa y programa político:

La verdad es que el movimiento de las masas es impulsado por cuestiones de clase y no religiosas.

Sin embargo, como no existía una dirección revolucionaria organizado y dada la cobarde política colaboracionista de clase del partido Tudeh, el ayatolá Jomeini y otros líderes religiosos de la secta chiita pudieron crear virtualmente un monopolio político de todas las fuerzas de la oposición.

Millones de iraníes siguen hoy a Jomeini, pero no es porque persiguen la utopía reaccionaria de un “Estado islámico”, sino porque el ayatolá simboliza una oposición intransigente contra la dinastía de los Pahlaví y su gobierno autocrático.

La misma doctrina política de Jomeini es incierta, contradictoria y ambigua.

Combina progreso y reacción, la ley sharía y la asamblea constituyente, la opresión de las mujeres y la libertad personal.

Las medidas de Jomeini reflejan la naturaleza contradictoria y ambigua de los comerciantes del bazar y de otros elementos de la clase capitalista nativa de Irán y de la pequeña burguesía.

Estos sectores de la sociedad iraní se balancean precariamente entre el imperialismo, los monopolios petroleros y los bancos, por un lado, y las masas iraníes, por el otro.

Su posición semicolonial los obliga a oponerse a los imperialismos británico y norteamericano.

Pero no pueden desafiar el poder del Estado capitalista iraní, ni lo harán. …

Ahora, lo que predomina son las cuestiones fundamentales de la revolución socialista.

Es el dominio consciente de esas cuestiones y una práctica revolucionaria dictada por una comprensión científica de la situación objetiva lo que decidirá la cuestión.

¿Cuáles son esos principios básicos establecidos en más de un siglo de experiencia revolucionaria?

La clase trabajadora es la única clase revolucionaria de la sociedad moderna. La revolución contra el imperialismo es una revolución mundial, a la que están subordinadas las revoluciones de todos los países. …

El Estado capitalista no puede ser capturado y adaptado a un propósito socialista; sus cuerpos de hombres armados deben ser aplastados, desmantelados, disueltos.

Hay que armar y movilizar al pueblo detrás de un partido marxista revolucionario (News Line, 17 de febrero de 1979, págs. 7-10).

La declaración concluía con la elaboración de un programa socialista revolucionario con la demanda de que se construyera una sección iraní del Comité Internacional de la Cuarta Internacional.