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La profunda grieta en la economía mundial y su significado

Hay una dicotomía extraordinaria en la economía mundial para la que no hay paralelo excepto en los “locos años veinte” de hace un siglo, cuando un auge estadounidense condujo al colapso del mercado de valores de 1929 y el inicio de la Gran Depresión.

Mientras el resto del mundo (todas las principales economías) lucha por registrar incluso una tasa de crecimiento positiva, y mucho menos una expansión constante, Estados Unidos se encuentra en medio de un auge financiero a medida que el dinero fluye a su mercado de valores y sistema financiero desde el resto del mundo.

Este fenómeno, que ha aumentado notablemente desde el inicio de la pandemia, se ha visto acelerado por el bombo auge financiero en torno al desarrollo de la inteligencia artificial (IA), reflejado en el ascenso de la empresa de IA Nvidia, que pasó de ser una empresa tecnológica de segunda categoría a convertirse en la segunda empresa más grande de Estados Unidos por capitalización de mercado.

El presidente electo Donald Trump, con Lynn Martin, presidenta de la Bolsa de Valores de Nueva York (centro), Melania Trump (derecha) y el corredor de bolsa Peter Giacchi (izquierda), caminan por el piso de la Bolsa de Valores de Nueva York, el 12 de diciembre de 2024. [AP Photo/Alex Brandon]

Y se ha intensificado con la elección de Trump como presidente de Estados Unidos, su colocación de oligarcas financieros en el control de áreas clave de su administración, su compromiso con los recortes de impuestos corporativos y la eliminación virtual de lo que queda de las regulaciones financieras.

Se necesitaría más espacio del que tenemos disponible aquí para detallar todos los indicios de la creciente caída de la economía global. Baste señalar algunas expresiones sobresalientes de este proceso.

En Alemania, la tercera economía más grande del mundo y otrora la potencia de Europa, está en marcha una ola de despidos en toda la industria manufacturera, la columna vertebral de su economía. No se trata de una recesión coyuntural, de la que se pueda esperar una “recuperación” en el curso del ciclo económico, sino de la desintegración de sus propios cimientos.

Los titulares de la prensa financiera plantean la pregunta “¿Está roto el modelo empresarial alemán?”. La respuesta que se da cada vez más es sí.

En noviembre, el Financial Times (FT) citó comentarios del economista jefe del Deutsche Bank, Robin Winkler, de que la caída de la producción industrial era “la recesión más pronunciada” en la historia de posguerra de Alemania.

En septiembre pasado, Siegfried Russwurm, presidente de la Federación de la Industria Alemana, advirtió: “El modelo empresarial de Alemania está en grave peligro, no en algún momento en el futuro, sino aquí y ahora”. Dijo que para el año 2030, una quinta parte de la producción industrial de Alemania podría desaparecer, y que “la desindustrialización es un riesgo real”.

Los despidos masivos en la industria del acero y del automóvil –la amenaza de cierre de tres plantas de VW– han atraído la atención internacional. Pero la crisis no se detiene allí. La producción química, en la que Alemania ha sido líder mundial desde las últimas décadas del siglo XIX, ha caído un 18 por ciento respecto de sus niveles de 2018.

Un informe del Bundesbank alemán publicado la semana pasada redujo su previsión de crecimiento para 2025 del 1 por ciento a casi cero y advirtió que una guerra arancelaria estadounidense podría empujar al país a una recesión.

El banco central dijo que, según los supuestos actuales, Alemania crecería solo un 0,1 por ciento el próximo año, pero si Trump cumple con sus amenazas de imponer un arancel del 10 por ciento a los productos europeos y del 60 por ciento a las exportaciones chinas a Estados Unidos, el PIB alemán podría caer 0,6 puntos porcentuales.

Significativamente, el presidente del Bundesbank, Joachim Nagel, quien insistió en septiembre en que “Alemania no está en decadencia”, señaló en sus comentarios sobre el último informe: “La economía alemana está luchando no solo con vientos en contra cíclicos persistentes sino también con problemas estructurales”.

Los últimos datos procedentes de China, la segunda mayor economía del mundo y la principal fuente de crecimiento económico global desde la crisis financiera mundial de 2008-2009, muestran que el país está teniendo dificultades para alcanzar su objetivo oficial de crecimiento de “alrededor del 5 por ciento” este año (el más bajo en más de tres décadas) y que el crecimiento podría caer aún más el año próximo.

En Beiging suenan las alarmas y cada vez son más fuertes. Las cifras publicadas a principios de esta semana muestran que el gasto de consumo creció sólo un 3 por ciento en el año hasta noviembre, por debajo de las predicciones de un aumento del 4,6 por ciento y del aumento del mes anterior del 4,8 por ciento.

En su Conferencia Central de Trabajo Económico anual, celebrada la semana pasada, la dirigencia del Partido Comunista Chino pidió esfuerzos “vigorosos” para impulsar el consumo, y su informe incluyó la cuestión como la máxima prioridad, muy por delante del llamado a desarrollar “nuevas fuerzas productivas”, que ha sido el pilar central del programa económico impulsado por el presidente Xi Jinping.

A principios de este mes, el gobierno pidió un cambio en la postura de la política monetaria de “prudente” a “moderadamente laxa” –la primera vez que se ha utilizado ese lenguaje desde la crisis de 2008– en un intento de tratar de impulsar la economía.

Japón ha estado muy fuera de la escena como centro de crecimiento global durante décadas y ha luchado contra presiones deflacionarias persistentes, con una tasa de crecimiento que ha sido de sólo entre el 1 por ciento y el 2 por ciento en el mejor de los casos. Su declive se expresó a principios de este año cuando perdió su posición como tercera economía más grande del mundo a manos de Alemania y fue degradado al cuarto lugar.

También se podría citar el caso del Reino Unido o de economías medianas como Australia, donde, de no ser por el gasto público, la economía estaría en recesión y el PIB per cápita ha disminuido durante siete trimestres consecutivos.

En cambio, la economía estadounidense parece estar avanzando a paso firme, a medida que el dinero fluye a raudales en abundancia hacia sus mercados financieros. Si bien el sentimiento predominante es que Estados Unidos seguirá avanzando a paso firme, se están haciendo oír las alarmas.

Ruchir Sharma, comentarista habitual del FT y presidente de Rockefeller International, en un artículo reciente titulado “La madre de todas las burbujas”, detalló la extraordinaria entrada de dinero en Wall Street y señaló el auge del “excepcionalismo estadounidense” en los círculos financieros.

Los inversores globales, escribió, “están comprometiendo más capital en un solo país que nunca antes en la historia moderna”, con el resultado de que Estados Unidos “representa casi el 70 por ciento del principal índice bursátil mundial, frente al 30 por ciento en los años 1980”. El divorcio entre el sector financiero y la economía real subyacente se pone de relieve por el hecho de que la participación de Estados Unidos en la economía global es del 27 por ciento.

El poder de atracción de Estados Unidos en los mercados globales de deuda y privados es más fuerte que nunca. Hasta ahora, en 2024, “los extranjeros han invertido capital en la deuda estadounidense a una tasa anualizada de 1 billón de dólares, casi el doble de los flujos hacia la eurozona”, y Estados Unidos atrae el 70 por ciento de los flujos hacia el mercado de 13 billones de dólares para inversiones privadas.

Sharma dijo que hablar de burbujas tecnológicas o de inteligencia artificial oscurecía el panorama más amplio. “Estados Unidos, que domina por completo el espacio mental de los inversores globales, está sobreposeído sobrecomprado [lo que significa que todos los que quieren tener una acción ya lo han hecho], sobrevaluado y sobrevalorado en un grado nunca antes visto”.

En una columna posterior, señaló que había recibido cierta resistencia en respuesta a su evaluación inicial, y prácticamente todos los analistas de Wall Street insistían en que las acciones estadounidenses seguirían subiendo. Pero, basándose claramente en la experiencia histórica, señaló que “todo este entusiasmo sólo tiende a confirmar que la burbuja está en una etapa muy avanzada”.

El defecto de la economía estadounidense, señaló, es su “adicción cada vez mayor a la deuda” y que ahora se necesitan casi 2 dólares de deuda adicional para generar 1 dólar adicional de PIB, un aumento del 50 por ciento en los últimos cinco años.

“Si cualquier otro país gastara de esta manera, los inversores huirían, pero por ahora, creen que Estados Unidos puede salirse con la suya, como economía líder del mundo y emisor de la moneda de reserva”.

Otro factor que alimenta la burbuja estadounidense es la creencia, al menos en algunos sectores de los mercados financieros, de que la guerra arancelaria de Trump, especialmente contra China, va a tener efectos beneficiosos.

Stephen Roach, analista de China desde hace mucho tiempo y ex director de Morgan Stanley Asia, esbozó algunas de las realidades subyacentes de la relación económica entre Estados Unidos y China. Comenzó señalando la respuesta de Beiging a las últimas medidas estadounidenses con la prohibición de las exportaciones de minerales críticos. Estos fueron un “recordatorio de que la represalia es el combustible de alto octanaje de la escalada del conflicto”.

Dijo que había una visión equivocada en los círculos políticos estadounidenses de que la relación con China era unidireccional, dejando de lado la otra mitad de la ecuación.

“Estados Unidos también depende en gran medida de los productos chinos de bajo costo para que los consumidores con ingresos limitados puedan llegar a fin de mes; Estados Unidos necesita el ahorro excedente chino para ayudar a llenar su vacío de ahorro interno; y los productores estadounidenses dependen de China como el tercer mercado de exportación más grande de Estados Unidos. Esta codependencia significa que Estados Unidos depende de China al igual que China depende de Estados Unidos”.

Señaló la última arma financiera china: sus tenencias de bonos del Tesoro de Estados Unidos, deuda gubernamental, que ascienden a más de un billón de dólares, incluidos 772 mil millones de dólares de la República Popular y 233 mil millones de dólares que emanan de Hong Kong.

Si China comenzara a retirar sus tenencias o incluso no se presentara a las subastas de deuda del Tesoro, “esto sería devastador para la economía estadounidense, propensa al déficit, y desataría el caos en el mercado de bonos estadounidense, con daños colaterales desgarradores en los mercados financieros mundiales”.

La opinión predominante entre los “estadounidenses arrogantes” es que China no se “atreve a coquetear con esta opción nuclear” porque el daño sería demasiado grande. Pero si bien ese escenario puede parecer inverosímil, porque produciría un colapso financiero, sería “temerario descartar las consecuencias del ‘riesgo de cola’ de un adversario atrapado”.

Como señalamos al principio, el único paralelo con la situación actual son los “felices años veinte”. Existe la percepción de que el desplome de Wall Street, que desencadenó la Gran Depresión, simplemente surgió de la nada.

De hecho, ya antes de los acontecimientos de octubre de 1929 se veían cada vez más indicios de lo que iba a suceder. En 1927-28, había indicios claros de que se estaba gestando una recesión, especialmente en Alemania, que condujo a una serie de crisis políticas.

La catástrofe financiera que siguió –depresión, desempleo masivo, fascismo, dictadura y, finalmente, guerra mundial– planteó la necesidad objetiva de una revolución socialista mundial como única respuesta a la barbarie desatada por la crisis del capitalismo.

La clase obrera, debido a las traiciones de su dirección, los partidos comunistas estalinistas y los partidos de la socialdemocracia, fue incapaz de llevar a cabo esta tarea históricamente necesaria.

La historia, por supuesto, no se repite, pero, como comentó Mark Twain, tiende a rimar. Y todo indica que la crisis del capitalismo, su agonía mortal, está en una etapa aún más avanzada que en ese momento.

En este punto, por lo tanto, la cuestión decisiva es la construcción del Comité Internacional de la Cuarta Internacional como el partido mundial de la revolución socialista para proporcionar el liderazgo necesario en las luchas de clases masivas puestas inmediatamente en la agenda por el colapso económico cada vez más profundo del orden económico capitalista que envuelve al mundo y en el que no habrá ningún “excepcionalismo estadounidense”.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 17 de diciembres de 2024)

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