A tan solo tres semanas de las elecciones presidenciales de EE.UU., la contienda ha tocado el fondo de la reacción política.
En las últimas semanas de la campaña, Trump está haciendo declaraciones absolutamente fascistizantes. Antes de su visita a Aurora, Colorado el viernes, Trump escribió que “invocaré la Ley de Enemigos Extranjeros de 1798” para arrestar y expulsar a los inmigrantes que “han invadido y conquistado el país”.
El domingo, en una entrevista con Maria Bartiromo de Fox News, Trump declaró que, incluso más que los inmigrantes y los refugiados, “el mayor problema es el enemigo interno... los enfermos, los lunáticos radicales de izquierda”. Declaró que este “enemigo” debería “ser fácilmente manejado, si es necesario, por la Guardia Nacional, o si es realmente necesario, por los militares”. Es decir, está amenazando con una dictadura militar.
Los desvaríos fascistas de Trump expresan el hecho de que una parte significativa de la clase dominante está a favor de una dictadura. Esto encuentra su forma más abierta en la campaña a favor de su elección por parte de Elon Musk, el hombre más rico del mundo. Están alineados con los ataques cada vez más directos y desquiciados de Trump a la izquierda, al socialismo, a todas las protestas contra las políticas de la clase dominante.
En estas condiciones, y cuatro años después del intento de golpe fascista del 6 de enero de 2021, Trump bien podría ganar las elecciones. Las encuestas muestran un empate técnico. Esto no se debe a que haya un apoyo de masas para una dictadura fascista, o incluso un gran entusiasmo por Trump. Más bien, refleja la profunda enajenación del grueso de la población con respecto a todo el sistema político. Es, sobre todo, una condena asombrosa contra el Partido Demócrata.
El Partido Demócrata no puede responder a la profunda frustración social que existe en Estados Unidos. La respuesta del Gobierno de Biden-Harris a la agitación fascista de Trump ha sido girar aún más hacia la derecha. Harris ha declarado repetidamente que consideraría incluir a varios republicanos en su gabinete, y ha publicitado el respaldo a su campaña de criminales de guerra como Dick Cheney y Alberto Gonzales.
Las preocupaciones principales de los demócratas son: 1) defender la riqueza y los privilegios de los ricos, y 2) defender los intereses globales del imperialismo estadounidense.
Durante los últimos cuatro años, el foco del Gobierno de Biden ha sido la guerra contra Rusia en Ucrania y el genocidio en Gaza, que ha provocado protestas masivas en los Estados Unidos y en todo el mundo.
Cuando Israel intensifica su genocidio en Gaza y el bombardeo del Líbano, trayendo cada día nuevos horrores, la Casa Blanca demuestra su desprecio hacia el movimiento contra la guerra, anunciando en la víspera de las elecciones que desplegaría 100 soldados a Israel para operar un sistema antimisiles contra Irán. Este es el primer despliegue directo del ejército estadounidense en Israel desde que comenzó el genocidio hace un año.
Una encuesta importante del New York Times publicada el domingo muestra que Harris está perdiendo terreno entre los votantes latinos y negros. Si bien los demócratas todavía tienen ventajas sustanciales, incluyendo de 78 a 15 por ciento entre los votantes negros y de 56 a 37 por ciento entre los votantes hispanos, esto representa una fuerte disminución incluso desde las últimas elecciones.
Durante décadas, los demócratas han construido su estrategia electoral en torno a una “coalición” basada en diferentes grupos identitarios, principalmente haciendo llamados a sectores más privilegiados de la clase media en función de diferencias de raza y género. Esto ha creado las condiciones en las que Trump puede sacar provecho de la ira social, y no solo entre los trabajadores blancos.
La semana pasada, los demócratas recurriero n al expresidente Barack Obama para detener la hemorragia de votos regañando a los hombres negros por no respaldar a Harris. Obama exigió que los trabajadores negros apoyen a los demócratas, no por sus intereses económicos sino por su identidad racial.
Los demócratas son indiferentes a la angustia social en los Estados Unidos. Los precios están subiendo, los salarios se han estancado y los despidos masivos están arrasando las industrias. Boeing acaba de anunciar planes para despedir a 17.000 trabajadores como respuesta la huelga en curso en la empresa. Stellantis recortó más de 2.000 empleos en la planta de ensamblaje de camionetas de Warren, y General Motors acaba de anunciar cientos de despidos en su planta de ensamblaje de Fairfax en Kansas City.
El Partido Demócrata no responderá ni puede responder con políticas reformistas a la crisis social. Es un partido de Wall Street y del aparato militar y de inteligencia, respaldado por una clase media-alta acomodada que está obsesionada con cuestiones de raza y género.
Este es el resultado y la culminación de un proceso político prolongado. Ha pasado más de medio siglo desde que el Partido Demócrata se asoció con reformas sociales significativas. El período del “Nuevo Trato” de Franklin D. Roosevelt, la “Nueva Frontera” de John F. Kennedy y la “Gran Sociedad” de Lyndon B. Johnson pertenece a un pasado lejano.
En cuanto a Obama, el candidato de “esperanza y cambio”, la política central de su presidencia fue el rescate de los bancos después de la crisis financiera de 2008, entregando billones a Wall Street mientras millones de estadounidenses perdían sus hogares y empleos. Las condiciones para la victoria de Trump en 2016 fueron sentadas por los ocho años del Gobierno de Obama, quien impulsó una nueva etapa de la financiarización socialmente destructiva de Estados Unidos y la economía mundial, y por el carácter reaccionario de la campaña de Hillary Clinton (denunciando a los trabajadores como una “canasta de deplorables”).
La principal prioridad del Gobierno de Biden, y de cualquier futura Administración de Harris, es intensificar enormemente la guerra. Tras el intento de golpe de Estado fascista de Trump del 6 de enero, Biden expresó su deseo de un Partido Republicano “fuerte” para poder librar la guerra en el extranjero.
El programa reaccionario y de derecha de los demócratas permite a Trump sacar provecho de las frustraciones sociales y el enfado, en condiciones en las que no hay una articulación real de los intereses de la gran mayoría de la población dentro de las estructuras políticas y económicas del dominio capitalista.
La política del “mal menor”, que afirma que los trabajadores deben apoyar a los demócratas para detener el fascismo, se basa en una mentira política y solo ha profundizado el peligro de la reacción política y la dictadura. Los demócratas no solo intensificarán una guerra en el extranjero que puede conducir a la aniquilación nuclear. La ofensiva continua contra los estudiantes en todo el país para reprimir la oposición al genocidio de Gaza, demuestra que un Gobierno de Harris continuará el ataque a los derechos democráticos.
El proceso electoral ha demostrado que el sistema político está enfermo al estar controlado por una oligarquía corporativo-financiera de megamillonarios y multimillonarios. La profunda ira y oposición social que se expande en toda la clase trabajadora no encuentra una salida auténtica ni viable en el actual sistema político capitalista y bipartidista.
Las huelgas en Boeing, en los puertos y otros sectores de la clase trabajadora son señales claras de este creciente descontento, que se esfuerza por liberarse del control del aparato sindical.
Es necesario dejar de lado la búsqueda de medias tintas y falsas soluciones que no aborden la causa raíz de la crisis: el sistema capitalista. Es necesario construir un movimiento socialista, basado en la clase trabajadora, para quitar el poder de las manos de la oligarquía capitalista y trazar un nuevo camino hacia adelante, en los Estados Unidos e internacionalmente. Esta es la tarea histórica que enfrenta la clase trabajadora y la juventud en las elecciones y el periodo que sigue.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 14 de octubre de 2024)