México celebrará elecciones generales para presidente y otros cargos el 2 de junio, cinco meses antes de los comicios en Estados Unidos. Como vecinos y principales socios comerciales, con una historia estrechamente relacionada y aproximadamente 40 millones de personas de origen mexicano viviendo en EE.UU., los acontecimientos políticos en México tienen un impacto importante e inmediato en Estados Unidos, que sigue imponiendo su política e intereses imperialistas a México.
En el periodo previo a las elecciones estadounidenses, el candidato republicano fascistizante Donald Trump y el presidente demócrata Biden han buscado superarse uno al otro en utilizar a los migrantes como chivos expiatorios y deshumanizarlos como “ilegales”.
Los republicanos mienten absolutamente cuando alegan que la inmigración está creando una crisis que de alguna forma amenaza a los trabajadores estadounidenses, mientras los demócratas no solo se rehúsan a desafiar esta mentira, sino que la han adoptado.
Ambos partidos han desplegado tropas en la frontera y amenazado con “cerrarla”, y los funcionarios republicanos también han amenazado con invadir México, supuestamente para combatir a los cárteles de la droga.
Mientras emprenden guerras interminables a pesar de afirmar que defienden la “soberanía”, los dos partidos gobernantes estadounidenses llevan mucho tiempo de acuerdo en lo que equivale a una política colonial hacia México y América Latina, que Washington siempre ha considerado su “patio trasero”.
Esto ha implicado repetidas invasiones estadounidenses, golpes de Estado, apoyo a dictaduras fascistas y la superexplotación irrestricta de innumerables trabajadores.
En pos de su guerra económica contra China, la Administración de Biden exige poder supervisar y aprobar todo el comercio mexicano y las inversiones extranjeras. Y ha conseguido en gran medida transformar las fuerzas armadas mexicanas en una extensión de la Patrulla Fronteriza estadounidense.
El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (conocido como AMLO) a veces protesta y exige “respeto” a los funcionarios estadounidenses, pero se ha sometido a las exigencias más importantes de EE.UU. El mes pasado, AMLO promulgó cientos de nuevos aranceles sobre las importaciones chinas y suspendió todas las conversaciones de inversión con las empresas de automóviles chinas.
Tanto Trump como Biden insistieron en abrir las fábricas y dejar que el COVID-19 corriera como la pólvora. AMLO cumplió, sacrificando cientos de miles de vidas y dejando a unos 250.000 niños huérfanos a causa de la enfermedad.
La Constitución mexicana solo permite un único sexenio presidencial. AMLO ha elegido como sustituta a su protegida y exjefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum.
La principal candidata de la oposición, Bertha Xóchitl Gálvez, se presenta en la lista de una alianza electoral llamada Fuerza y Corazón por México que incluye a los tres partidos tradicionales de la oligarquía mexicana.
El Partido de Acción Nacional (PAN), de derecha conservadora, puso fin en 2000 a siete décadas de gobierno ininterrumpido del Partido Revolucionario Institucional (PRI), mientras que el Partido de la Revolución Democrática (PRD) fue formado por una facción del PRI que pretendía representar una alternativa socialdemócrata. En 2012, los tres partidos establecieron un Pacto por México que respaldaba importantes recortes sociales, privatizaciones y otras políticas que preparaban una mayor subordinación de México al capital extranjero. A ello se sumó la corrupción generalizada y la represión policial.
Como resultado, la coalición PRI-PAN-PRD que apoya a Gálvez es ampliamente odiada en la clase trabajadora y va por detrás de Sheinbaum por más de 25 puntos en la mayoría de las encuestas.
Gálvez, quien se presenta como una empresaria millonaria tecnológica, estropeó su aparición en los debates e infamemente atacó a su oponente Sheinbaum por alquilar un apartamento en vez de comprarlo, declarando: “Si a los 60 años no has podido hacer un patrimonio, eres bien güey”.
El propio AMLO fue miembro destacado del PRI, ayudó a formar el PRD a finales de la década de 1980 y se convirtió en su figura más prominente después de Cuauhtémoc Cárdenas. El PRD no tardó en quedar expuesto como una nueva fachada para un régimen capitalista cada vez más desacreditado.
La subordinación a la misma élite política de derechas, la llamada “guerra contra las drogas” y el Pacto por México a favor de los inversores fueron fatales para la credibilidad del PRD. En respuesta, López Obrador estableció el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) como la próxima trampa política para los trabajadores mexicanos.
Sheinbaum entró en la política en 2000 como secretaria de Medio Ambiente de AMLO, cuando éste era jefe de Gobierno de Ciudad de México. Es una ingeniera energética conocida por sus investigaciones previas sobre el cambio climático y se ha comprometido a continuar fielmente lo que AMLO ha denominado la “Cuarta Transformación” de México, una consigna con la que ha querido diferenciar sus políticas “populistas” de las de sus predecesores.
A pesar de la retórica, esto se ha traducido en poco más que un puñado de programas de asistencia social, pensiones complementarias y aumentos limitados del salario mínimo. Como ha reconocido Sheinbaum, la clase dirigente no se opuso a estas medidas.
Fueron un pequeño precio para lavarle la cara al Estado capitalista mexicano, sobre todo en un momento en que los soldados y la policía reprimían violentamente las protestas masivas contra la desigualdad.
Hablando en nombre de Wall Street, Forbes escribió la elección de AMLO como una “ventana de oportunidad”. A través de su demagogia, AMLO suprimió la oposición a importantes recortes de impuestos a las empresas y a una expansión masiva de las fuerzas armadas. Esto ha incluido la creación de un nuevo cuerpo militar, la Guardia Nacional, y la consagración en la Constitución del despliegue interno de tropas. Esto, después de que su promesa de devolver las tropas a los cuarteles fuera una de las principales razones de su victoria en las elecciones de 2018.
Durante el Gobierno de AMLO, la pobreza se redujo solo ligeramente y sigue siendo astronómica, garantizando un suministro continuo de mano de obra barata para las empresas transnacionales. El Gobierno informa que 70 de cada 100 mexicanos con empleo ganan menos de 14.935 pesos (870 dólares) al mes, cifra muy inferior a los 18.064 pesos necesarios para cubrir las necesidades básicas de una familia promedio de cuatro miembros.
Mientras tanto, los milmillonarios mexicanos han visto aumentar su riqueza en un 47 por ciento bajo el Gobierno de AMLO. No es de extrañar que el hombre más rico de México y América Latina, Carlos Slim Helú, con un patrimonio neto de 105.000 millones de dólares, o alrededor del 7 por ciento del PIB de México, haya mantenido buenas relaciones con él.
La verdadera “transformación” de México bajo AMLO ha sido la consolidación de su papel como fuente de mano de obra barata para las superganancias de Wall Street y como una plataforma norteamericana fundamental para que Estados Unidos libre la guerra contra Rusia y China, dos potencias con armas nucleares.
Al igual que Biden, AMLO se ha apoyado en la burocracia sindical para vigilar a la clase obrera y reprimir sus luchas.
A principios de 2019, decenas de miles de trabajadores involucrados en huelgas salvajes en maquiladoras de autopartes, electrónica y otros proveedores clave de la industria estadounidense en Matamoros, Tamaulipas, marcharon a la frontera con Brownsville, Texas, para llamar a los trabajadores estadounidenses a que se “despertaran” y se unieran a ellos en una lucha contra las empresas transnacionales y las burocracias sindicales en ambos países.
Los llamados sindicatos “independientes” aliados de AMLO y patrocinados por la AFL-CIO y el Gobierno de EE.UU. intervinieron para canalizar el movimiento detrás de un aumento del 20 por ciento y un bono de 1.655 dólares, mientras dejaban que las empresas despidieran a miles como represalia. Sacudido por las huelgas, el presidente mexicano aceleró una supuesta reforma laboral exigida por los Gobiernos estadounidense y canadiense que facilitaría el registro y la instalación de dichos sindicatos “independientes” leales al Departamento de Estado.
La burocracia sindical estadounidense actúa a instancias del imperialismo norteamericano directamente y a través de sus burócratas entrenados en México, aislando a los trabajadores de sus aliados de clase más importantes a nivel internacional y manteniendo la carrera a la baja utilizada por las corporaciones para recortar salarios, empleos y condiciones.
Ahora, tanto Gálvez como Sheinbaum proponen mantener a los trabajadores migrantes extranjeros contra su voluntad dentro de México, con el fin de utilizar su situación desesperada y vulnerable como medio para presionar aún más a la baja los salarios.
Ninguna de estas políticas redunda en el más mínimo interés de la clase trabajadora mexicana o estadounidense.
La lucha contra la guerra, y contra todos los ataques a los derechos democráticos, el empleo y los niveles de vida en Estados Unidos, es al mismo tiempo una lucha contra la opresión imperialista de México y América Latina, “que para Estados Unidos es lo que Austria y los Sudetes fueron para Hitler”, como escribió León Trotsky un año antes de la Segunda Guerra Mundial.
La campaña presidencial del Partido Socialista por la Igualdad en Estados Unidos ha llamado a los trabajadores, vivan al sur o al norte de la frontera de México-Estados Unidos, a romper con todos los partidos capitalistas y sus socios en los aparatos sindicales. No tienen nada que ofrecer a la clase obrera más que la continuación de la guerra y la opresión económica.
En su lugar, los trabajadores deben dirigirse a sus hermanos y hermanas de clase al otro lado de la frontera y a escala internacional para construir un movimiento político por el socialismo mundial.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 22 de mayo de 2024)