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Perspectiva

Biden solicita enorme desembolso para guerras en Ucrania, Israel y otras partes

El discurso del presidente estadounidense Joe Biden la noche del jueves en televisión nacional consistió en una demanda de un nuevo y enorme gasto militar para expandir la guerra por delegación de EE.UU. y la OTAN contra Rusia en Ucrania, así como para desembolsar miles de millones más para la agresión israelí contra Gaza y la represión del pueblo palestino.

El presidente Joe Biden se pronuncia desde el Despacho Oval en la Casa Blanca el jueves, 19 de octubre de 2023, en Washington D.C., sobre las guerras en Israel y Ucrania. [AP Photo/Jonathan Ernst]

El discurso de Biden no fue un intento serio para convencer a nadie ni explicar racionalmente la política exterior estadounidense. Consistió en una conclusión falsa tras otra, sin un argumento coherente para conectarlas. Biden equiparó Hamás con el presidente ruso Vladímir Putin, algo que objetivamente no tiene el mínimo sentido.

Pero, mientras hablaba, se volvió evidente que el principal objetivo del discurso era utilizar la guerra en Gaza para obtener un masivo proyecto de ley de gasto para la guerra en Ucrania y para apuntalar el Gobierno de Zelenski, después del fracaso de su ofensiva de verano.

De hecho, el New York Times reportó que $60 mil millones de los $100 mil millones en proyecto presupuestario que Biden propuso en su discurso corresponden a la guerra en Ucrania contra Rusia. Esta cifra es más del doble de la solicitud inicial de Biden de $24 mil millones en agosto. Aproximadamente $14 mil millones son para Israel.

A pesar de su carácter incoherente, el principal mensaje del discurso es claro: Estados Unidos se dirige hacia una guerra global y el presidente de Estados Unidos, el llamado “comandante en jefe”, está exigiendo $100 mil millones en fondos adicionales, además del $1 billón ya propuesto para el gasto militar, para financiar esta explosión de agresión militar.

Algo que omite el discurso, pero fue reportado ampliamente antes de la solicitud formal al Congreso el viernes, es que Biden también solicitó miles de millones más en ayuda militar estadounidense a Taiwán —un intento de provocar aún más un conflicto con China—, para militarizar la frontera de EE.UU. con México e intensificar las intervenciones de EE.UU. en el resto de América Latina.

Consciente de la oposición cada vez mayor a la guerra estadounidense en Ucrania, que ya finalizó su decimoctavo mes y se encuentra aparentemente en un atolladero interminable, costoso y sangriento, Biden buscó sacar partido del conflicto en Israel para justificar un mayor gasto en Ucrania, que recibirá el grueso de cualquier asistencia militar que salga del Congreso.

Aunque Biden declaró que el mundo se encontraba en un punto de inflexión, esto no se debe a que la guerra sea algo nuevo para Estados Unidos. Al contrario, Estados Unidos ha estado en guerra durante más de 30 años, y los países que ha invadido, ocupado o bombardeado representan una parte significativa de la población mundial: Irak, Afganistán, Libia, Siria, Yemen, Pakistán, la mayor parte del norte de África, Bosnia, Kosovo, Serbia, Sudán.

Lo que es nuevo es la transformación de estas guerras en un conflicto más general, o, como lo describió León Trotsky en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, cuando “los enfrentamientos separados y los sangrientos trastornos locales... inevitablemente deben confluir en una conflagración de dimensiones mundiales”.

Los contornos de esta nueva guerra mundial pueden deducirse del proyecto de ley de $100 mil millones de Biden. Su objetivo es ampliar la guerra contra Rusia, utilizar el conflicto entre Israel y los palestinos para desencadenar una nueva guerra contra Irán y preparar una guerra inminente contra China. El Gobierno estadounidense está delimitando efectivamente un frente de batalla continuo en un conflicto global cuyo objetivo es el dominio estadounidense de la masa terrestre euroasiática, desde Europa oriental, pasando por Oriente Próximo, Asia Central y, en última instancia, China.

Esto se combina con los esfuerzos por salvaguardar su “patio trasero” en el hemisferio occidental, militarizando la frontera entre Estados Unidos y México y deshaciéndose de inconvenientes políticos y obstáculos potenciales como Venezuela, Nicaragua y Cuba.

Si esto parece un programa megalómano de conquista global, se debe a que no es irrelevante para los megalómanos en Wall Street y el Pentágono que representa Biden cuando pronuncia sus odas a la capacidad de Estados Unidos de lograr “lo que sea” con tal de que movilice todos sus recursos.

Biden incluso utilizó el lenguaje de Wall Street al argumentar a favor del próximo enorme desembolso para el Pentágono y la industria armamentística estadounidense, declarando: “Es una inversión inteligente que va a reportar dividendos a la seguridad estadounidense durante generaciones”. Los trabajadores estadounidenses pagarán con sus niveles de vida y prestaciones sociales, y con las vidas de sus hijos e hijas. Pero la guerra ciertamente beneficiará a Raytheon, Boeing y Lockheed Martin, y a los grandes bancos y fondos de cobertura que los controlan.

Los medios de comunicación desprestigiados aclamarán sin duda el discurso de Biden como un golpe maestro político, como ya hicieron con su rabioso discurso pro-Israel de la semana pasada y su fuerte abrazo a Netanyahu y al Gobierno fascistizante israelí durante su visita del miércoles a Tel Aviv. Pero por mucho que se pretenda glorificar a este representante semisenil de un imperialismo senil y criminal, Estados Unidos no es capaz de conquistar el mundo, solo de destruirlo con su arsenal de armas nucleares.

Biden ya se ha vuelto coautor de los crímenes de guerra en Gaza, con su visita a Tel Aviv y su abrazo a Netanyahu. Ya han muerto al menos 4.000 palestinos, pero es probable que el número de muertos aumente hasta cinco o incluso seis cifras en el transcurso de una invasión terrestre.

En una referencia reveladora hacia el final de su discurso, Biden invocó a la difunta secretaria de Estado Madeleine Albright, que describió a Estados Unidos como “la nación indispensable”. No citó la declaración más famosa de Albright, cuando fue entrevistada por “60 Minutes” en 1996. Se le preguntó sobre el catastrófico efecto de las sanciones estadounidenses sobre Irak, que causaron la muerte de medio millón de niños iraquíes por falta de medicinas y alimentos básicos. “Creo que es una decisión muy difícil”, respondió Albright, “pero el precio, creemos, que vale la pena”.

Hay un ejemplo más reciente que advierte sobre la catástrofe que le espera a la población de Gaza ante una invasión israelí. En 2016, cuando Biden era vicepresidente bajo Obama, el ejército estadounidense lanzó una operación contra el Estado Islámico, que había capturado la ciudad de Mosul en Irak, hogar de 2,5 millones de personas, aproximadamente el equivalente a la Franja de Gaza en la actualidad. Mosul era un denso entorno urbano con una red de túneles excavados para protegerse de los bombardeos estadounidenses. Cuando las fuerzas estadounidenses rodearon la ciudad y la cercaron, destruyeron el sistema de abastecimiento de agua y otras infraestructuras y casi un millón de personas huyeron para salvar sus vidas. El Pentágono lo calificó como “la guerra aérea más precisa de la historia”.

El discurso de Biden no convencerá a los millones de jóvenes y trabajadores en Estados Unidos y en todo el mundo que ya han participado en protestas masivas contra el genocidio israelí en Gaza. Solo conseguirá enfurecerlos aún más.

Estas protestas no solo estallaron por simpatía con dos millones de palestinos, privados de alimentos, agua y electricidad en el asedio de Gaza. La población mundial está comenzando a reconocer la demanda de Biden de miles de millones más para la guerra como una amenaza mortal para ellos mismos.

La masiva oposición mundial se ve aún más exacerbada por los nuevos crímenes del Gobierno israelí, como el bombardeo del hospital Al-Ahli, en el que murieron hasta 500 palestinos, y más recientemente el bombardeo de una iglesia en Gaza, una de las estructuras cristianas más antiguas del mundo, en el que murieron muchas personas más.

Biden ha respaldado la grotesca mentira de que el hospital Al-Ahli fue destruido por un cohete palestino, no por un arma israelí. Pero su respaldo a Netanyahu no hace sino intensificar la oposición a la guerra. Mientras pronunciaba su discurso en la televisión nacional, la Casa Blanca estaba rodeada de manifestantes, entre ellos muchos judíos estadounidenses, que coreaban su oposición a las atrocidades de EE.UU. e Israel.

Ya está en marcha un movimiento de masas en todo el mundo contra el genocidio de Israel contra los palestinos. Este movimiento debe luchar por movilizar la oposición de masas entre los jóvenes y los trabajadores a escala mundial para exigir el fin del bloqueo israelí, impedir la inminente invasión y reocupación de Gaza y detener el suministro al régimen israelí de armas, municiones y otros equipos por parte de las potencias imperialistas, sobre todo Estados Unidos. No solo deben luchar contra la guerra de Estados Unidos en Oriente Próximo, sino también contra la guerra con Rusia y la campaña bélica contra China.

Pero la tarea central en la lucha contra la guerra es la intervención de la clase obrera como fuerza política consciente. El movimiento huelguístico internacional que está en marcha debe unificarse con el movimiento contra la guerra, con base en un programa político socialista.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 19 de octubre de 2023)

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