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Perspectiva

Dejando atrás noción de que “no es partícipe”, EE.UU. busca intensificar la guerra con Rusia

Las importantes explosiones en varias bases militares rusas de la península de Crimea en el mar Negro durante la última semana marcan el comienzo de una fase nueva y cada vez más peligrosa de la guerra imperialista contra Rusia en suelo ucraniano.

Los oficiales ucranianos efectivamente admitieron que Kiev es responsable de los ataques y amenazaron con más ataques. Mykhailo Podolyak, un asesor de alto rango del presidente ucraniano Volodímir Zelenski describió las explosiones como el inicio de una contraofensiva. “Nuestra estrategia es destruir su logística, líneas de suministro y almacenes de municiones y de otros objetos de infraestructura militar. Está generando caos en sus propias fuerzas”. Sugiriendo que existen planes para atacar el puente Kerch que conecta Crimea con Rusia continental, Podolyak afirmó, “Tales objetos deberían ser destruidos”.

Una columna de humo tras una explosión en un almacén de municiones del ejército ruso cerca de Mayskoye, Crimea, 16 de agosto de 2022 (AP Photo) [AP Photo]

Solo hay dos explicaciones para estas explosiones y ambas llevan la etiqueta “Hecho en Washington”.

El semanario alemán Der Spiegel ha ofrecido evidencia que sugiere que las explosiones fueron causadas por misiles y municiones que no habían sido entregadas oficialmente a Ucrania, esquivando los sistemas antimisiles de Rusia. Ucrania ha reconocido abiertamente que EE.UU. está involucrado en el proceso de decisión detrás de cada ataque contra blancos rusos.

Mientras tanto, la prensa estadounidense considera un hecho que las explosiones fueron obra de las fuerzas especiales ucranianas. El New York Times, que aclamó las explosiones como un “osado desafío” contra Rusia, reportó con regocijo el miércoles sobre estas fuerzas y uno de sus miembros entrenado por el Sector Derecho y el Batallón Azov, ambos fascistas. Según el Times, estas unidades no solo son responsables de los ataques contra las bases militares rusas, sino que también están aterrorizando a los trabajadores ucranianos, incluyendo a los maestros, por supuesto “colaboracionismo”.

Estas fuerzas terroristas de extrema derecha fueron armadas y entrenadas por la CIA. En enero, Yahoo News reportó que la CIA había llevado a cabo un extenso programa secreto para entrenar a las fuerzas especiales ucranianas y su personal de inteligencia como preparación para una insurgencia a partir de 2015. Un exoficial de la CIA declaró sin rodeos que el programa les enseñó a los ucranianos a “matar rusos” y añadió: “Estados Unidos está entrenando una insurgencia”.

Por más ruinosa y reaccionaria que sean la naturaleza política del régimen de Putin y su invasión de Ucrania, la situación es que esta guerra fue provocada y está siendo financiada e intensificada por las potencias imperialistas.

El ejército ruso se enfrenta a un ejército y a fuerzas paramilitares fascistas que fueron armadas y entrenadas sistemáticamente por la OTAN desde el golpe de Estado orquestado por el imperialismo en febrero de 2014. Sus operaciones no están siendo planificadas y coordinadas en Kiev, sino en Washington.

En una renovación masiva supervisada y financiada por la OTAN, el desmoronado ejército ucraniano fue reestructurado y pasó de 130.000 efectivos en 2014 a casi 250.000 en 2021. Incluso antes del comienzo de la guerra en febrero, decenas de miles de tropas habían sido entrenadas directamente por Estados Unidos, Reino Unido, Canadá y otros miembros de la OTAN. Estos programas de entrenamiento se han ampliado masivamente desde febrero, y las fuerzas paramilitares estadounidenses también están proporcionando entrenamiento a las tropas ucranianas activas.

La inundación de Ucrania con armamento y municiones sofisticadas, de un país empobrecido con una población anterior a la guerra de menos de 40 millones, no tiene precedentes. Según el Instituto Kiehl para la Economía Mundial, las potencias imperialistas han prometido más de 40.000 millones de dólares en armas y municiones desde el 24 de enero. Estados Unidos encabeza la lista por mucho, con $25.000 millones, seguido del Reino Unido ($4.000 millones), Polonia ($1.800 millones) y Alemania ($1.200 millones).

A estas alturas, cualquier pretensión de EE.UU. de “no ser partícipe” de la guerra contra Rusia ha desvanecido de las decisiones y declaraciones de la Casa Blanca hasta la cobertura en los medios de comunicación, cuya información sobre la guerra está estrechamente controlada por el aparato de inteligencia nacional. De hecho, los informes triunfantes sobre los ataques de Ucrania a Crimea en los propios medios de comunicación estadounidenses llevan la impronta de una provocación deliberada contra Rusia.

La Administración de Biden ha advertido abiertamente del peligro de una Tercera Guerra Mundial, pero ha cruzado deliberadamente todos los supuestos límites que había marcado en relación con la participación de Estados Unidos.

Tanto los funcionarios rusos como los expertos militares occidentales han advertido repetidamente que los ataques a Crimea por parte de Ucrania serían vistos como una amenaza existencial por el Kremlin y podrían desencadenar un conflicto nuclear. Sin embargo, Estados Unidos, utilizando las fuerzas que patrocina en Ucrania, ha hecho todo lo posible para provocar precisamente esa respuesta.

Hasta ahora, el Kremlin se ha mostrado muy moderado en su respuesta a los evidentes intentos de Washington de intensificar la guerra. No cabe duda de que existen importantes divisiones entre los oligarcas rusos y dentro del aparato estatal de Rusia. La oligarquía rusa, surgida de la contrarrevolucionaria burocracia estalinista y de su destrucción de la Unión Soviética, es intrínsecamente incapaz de responder de forma coherente, y mucho menos progresista, a su sangriento encuentro con el imperialismo.

Pero la impotencia política y la inestabilidad del régimen de Putin, lejos de disminuir el peligro de una escalada de la guerra, es, por el contrario, otro factor desestabilizador importante. Ya hay elementos dentro del partido gobernante Rusia Unida que piden ataques de represalia contra los “centros de toma de decisiones”, que, como todo el mundo sabe, no se encuentran en Kiev sino en Bruselas y Washington.

Independientemente de las intenciones y los planes de los bandos enfrentados, la guerra en Ucrania no puede contenerse. La OTAN ya está presionando agresivamente para abrir un frente norte de la guerra. En Escandinavia, Suecia y Finlandia están dispuestas a unirse a la OTAN. En el Báltico, los Gobiernos de extrema derecha de Lituania y Letonia dejaron de expedir visas a los ciudadanos rusos, mientras que Estonia ha iniciado la demolición de los monumentos soviéticos de la época de la Segunda Guerra Mundial. Se trata de una provocación dirigida no solo contra el Kremlin, sino también contra la gran población local de habla rusa, que, al igual que gran parte de la población de la clase trabajadora de la antigua Unión Soviética, todavía siente una poderosa lealtad a la lucha victoriosa de las masas soviéticas contra el fascismo alemán.

En un indicio de que el Kremlin está anticipando una ampliación del frente de la guerra con la OTAN, Rusia ha aumentado significativamente sus tropas y misiles en la vecina Bielorrusia, que comparte fronteras con Ucrania y con los Estados miembros de la OTAN de Polonia, Letonia y Lituania.

Solo se puede sacar una conclusión de las provocaciones temerarias, constantes y cada vez más descaradas del imperialismo estadounidense y sus lacayos en Europa del Este: la clase gobernante estadounidense está decidida a intensificar la guerra con Rusia. Los objetivos de esta guerra, al igual que sus fronteras, se extienden mucho más allá de Ucrania. Desde el punto de vista del imperialismo, Ucrania no es más que el primer disparo de un nuevo reparto del mundo.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 17 de agosto de 2022)

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