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Perspectiva

La masacre de Uvalde y la violencia patológica de la vida estadounidense

El tiroteo en Uvalde, Texas, el 24 de mayo ha generado mucha discusión. La magnitud del horror y la profundidad de la reacción pública sugieren que se ha alcanzado un tipo de “punto de inflexión”.

Muchas personas en EE.UU. y otras partes están planteando preguntas sobre el evento. ¿Cómo pudo ocurrir tal cosa, la masacre de niños pequeños? Los padres se han visto obligados a explicarles a sus propios hijos, víctimas potenciales, la razón de tales incidentes.

Al mismo tiempo, todos saben que solo es cuestión de tiempo para que aparezcan noticias del próximo asesinato masivo, quizás uno peor, en las pantallas de la televisión o las computadoras. Las únicas interrogantes son el lugar, el momento y el número de víctimas… Y las del tiroteo después del siguiente. Sentir ansiosamente de que todavía puede pasar algo malo se ha vuelto un modo de la vida cotidiana en EE.UU.

La masacre de inocentes en Texas revela una profunda patología en el seno de la sociedad estadounidense. Una gran porción de la población está intentando sinceramente entender cómo la situación actual del país ha trastornado a una fracción de esta forma homicida. Está en marcha una politización y radicalización.

Sin embargo, en gran medida, hay masas de personas que aún no hacen la conexión entre la violencia oficial —las guerras interminables y las amenazas de nuevas y mayores guerras, los asesinatos sin tregua de la policía, la indiferencia de la élite política al millón de muertos en una pandemia prevenible— y la manera en que los individuos más psicológicamente susceptibles la experimentan, absorben y reproducen.

La “susceptibilidad” interactúa con la situación política y económica, así como el entorno social y cultural. Este no es el primer periodo violento en la historia estadounidense ni global. Lo que genera una “desesperación doble” y verdaderamente dañina en ciertos jóvenes es la combinación de su aparentemente miserable futuro personal y el estado repugnante y estéril de la vida pública frente a ellos.

La ausencia de cualquier movimiento social arraigado en las masas y progresista (o antiguerra), incluso uno de tipo reformista, tiene consecuencias de gran alcance. Los seres humanos, excepto un puñado, no viven en torno a los precios de la bolsa de valores ni el último equipo militar. La clase gobernante cree que puede salirse con la suya fomentando ilusiones por siempre. El Partido Demócrata postula a un candidato afroamericano que garantiza un cambio histórico, una candidata que supuestamente representa a la mitad menos representada de la población, al “honesto Joe” que promete el Gobierno más radical desde el Nuevo Trato. Cada una de estas mentiras tan solo ha profundizado el cinismo y la desilusión.

La prensa presenta la revulsión popular hacia las acciones del atacante en Uvalde, intentando siempre desviarla en las direcciones más socialmente retrógradas posibles. Sin embargo, cuando se trata de la violencia militar de EE.UU. en Irak, Afganistán o cualquier otro lugar, o su guerra por delegación en Ucrania, la prensa y los noticieros televisivos adoptan otro tono. En esos casos, la glorificación de los asesinatos y las muertes continúa ininterrumpidamente, y no solo en los medios fascistizantes que son propiedad de Murdoch.

El New York Times publicó recientemente un típico artículo sediento de sangre, bajo el título “Atendiendo a los rusos muertos según se amontonan en Ucrania”, regodeándose de la carnicería. Describió los esfuerzos de un soldado ruso de recolectar los cuerpos de las bajas militares rusas.

El Times prosigue: “Este es el mejor trabajo del mundo”, dijo el soldado anónimo, “dada la macabra satisfacción de recolectar los cuerpos del invasor”.

Por su parte, Business Insider, el sitio web financiero y de negocios, reportó recientemente que, “Un soldado ucraniano en una ciudad liberada dijo que matar a las fuerzas rusas es ‘como un deporte ahora’”. Esto solo hace eco de la propaganda estadounidense y sus esfuerzos neocoloniales de “liberación”, condimentados con atrocidades, tortura y asesinatos masivos en Oriente Próximo y Asia central.

¿Por qué debería alguien pensar que la glorificación cotidiana de las masacres de seres humanos como una solución legítima e incluso preferible a problemas difíciles no se transmite de forma visceral a individuos que consideran que están en situaciones personales imposibles?

Las muertes masivas se han “normalizado” a lo largo de los últimos dos años de la catástrofe del COVID-19. En cada instancia, se le ha dicho a la población que debe “aprender a vivir” con la pandemia, que debe superar los sentimentalismos sobre los enfermos y los muertos. El Times, el Wall Street Journal y el resto se han encargado de retratar el flujo de las ganancias y las operaciones empresariales como un tema mucho más trascendental. Asimismo, ¿cuál es el impacto corrosivo de esta devaluación continua de la vida humana —la aceptación complaciente de que muchos adultos mayores, pobres y otras personas vulnerables serán víctimas del virus— en la textura y calidad de la vida popular?

Al mismo tiempo, el episodio en Uvalde pone nerviosa a la élite gobernante. Después de todo, es un ojo morado para el país. En el sitio web de NBC News, Jacob Ware, investigador de contraterrorismo del Council on Foreign Affairs, comentó francamente el 29 de mayo: “La epidemia de tiroteos escolares menoscaba la imagen de EE.UU. frente a nuestros aliados y adversarios, afectando su habilidad para ofrecer liderazgo en materia de derechos humanos y aumentando su vulnerabilidad ante la propaganda de los enemigos… El tiroteo del martes, en particular, puede herir la posición de EE.UU. en cuanto a denunciar la violencia rusa contra los niños en Ucrania”.

Concentrado en su principal preocupación, el Washington Post, publicó un editorial el mismo día que intenta distraer de la condición enferma del país, presentando los acontecimientos de Uvalde como parte de un proceso supuestamente inexplicable que “corta” las “vidas de los jóvenes”. Los jóvenes, concluyó el Post, “siguen viéndose privados de sus vidas y futuros, por la negligencia, la codicia, los odios orquestados y las agresiones delirantes —en lugares desde Ucrania a Uvalde, Texas”.

De hecho, sí hay un vínculo entre las muertes en Uvalde y aquellas en Ucrania, de un conflicto provocado deliberadamente y ahora atizado por Washington, pero no es un vínculo que el Post, propiedad personal de uno de los hombres más ricos del mundo, decide describir: ambas tragedias derivan del estado brutal y degenerado del capitalismo estadounidense y de sus erupciones de violencia en casa y en el exterior.

Las declaraciones de los comentaristas del establishment son tan triviales y delirantes como nunca. El diablo de la burguesía estadounidense no se cortará sus propias garras, es incluso incapaz de reconocer que las tiene.

En gran medida, se ha enfocado la atención en la inacción, la incompetencia o algo peor de la policía en Uvalde. Si bien la prensa utiliza esto para distraer de otros aspectos más preocupantes, este elemento del desastre ha enfurecido legítimamente tanto a las familias de la ciudad como a capas más amplias de la población.

En términos generales, el huracán Katrina e incontables otros desastres “naturales” y sociales han demostrado en las últimas dos décadas que el vasto aparato militar-policial, que se infló más allá del reconocimiento por la “guerra contra el terrorismo”, y la expansión de la “Seguridad Nacional” han sido inútiles cuando se trata de proteger a la población. Ese no es su propósito. Tanto en EE.UU. como en el resto del planeta, este aparato solo sirve, por lo general, para la represión, especialmente cuando se trata de dispararle a los pobres, los indefensos, los armados inadecuadamente o aquellos completamente desarmados.

De forma consistente con esta realidad social, una de las madres de Uvalde reclamó fuertemente haber sido arrestada por alguaciles federales y puesta en esposa cuando urgió a los policías a hacer algo al respecto de la masacre en curso. La mujer “dijo que vio a otros padres siendo empujados al suelo, atacados con gas de pimienta y electrocutados con pistolas paralizantes. “No le hicieron eso al atacante, lo hicieron contra nosotros”, dijo, “Así se sintió”.

Una clase gobernante vil, rapaz e ignorante preside la sociedad estadounidense. La conducción política en ambos partidos, así como con los banqueros y directores ejecutivos son odiados por todo sector honesto del pueblo. La prensa solo existe para bombear veneno en la atmósfera, borrar cualquier forma seria de pensamiento y acallar o marginar las voces críticas.

Pero las masas, al atravesar una experiencia devastadora tras otra, están concluyendo que ya basta.

De forma inexorable y orgánica, un movimiento está comenzando a romper el marco oficial. Esto se ve reflejado incipientemente en los votos que han rechazado los contratos impuestos a los trabajadores por los sindicatos, que son cómplices criminales de la oligarquía financiera.

La ira y la repugnancia generalizadas son un desarrollo necesario y bienvenido. Demuestran que el pesimismo político no solo es injustificado, sino que es completamente reaccionario. Pero ese sentimiento sano necesita ser elevado y dotado de un carácter conscientemente radical y opuesto a la élite política por medio del crecimiento de la consciencia e influencia socialistas en la clase obrera. Será un gran progreso cuando las bases mismas del capitalismo en EE.UU. sean puestas en cuestión y desafiadas al nivel de masas.

(Publicado originalmente en inglés el 1 de junio de 2022)