La derecha conservadora se ha apoderado inevitablemente del cuarenta aniversario de la guerra de las Malvinas/Falklands para hacer sonar los tambores patrióticos, dado que se produce en medio de la guerra por delegación de la OTAN en Ucrania.
Los simpatizantes del primer ministro Boris Johnson ya habían hecho referencia a un “momento Falklands”, en el cual el gobierno es rescatado de la hostilidad popular hacia su manejo criminal de la pandemia y la crisis por el coste de la vida por una creencia en que oponerse a la invasión de Ucrania por parte de Rusia justifica una amnistía política para los Tories.
Tales discusiones reflejan la posición de “creadores de opinión” de los medios más que cualquier sentimiento popular entre los trabajadores. Verdaderamente, hasta la discusión de tal “momento” es políticamente arriesgada, porque la guerra de las Malvinas/Falklands es un ejemplo tan grotesco de un gobierno odiado que utiliza una aventura militar para desviar y suprimir la oposición popular con un efecto terrible para la clase trabajadora.
Escribiendo el 1 de abril en The Times, Andrew Rosindell, un parlamentario conservador y antiguo vicedirector del Partido Conservador, describió la guerra como “un ejemplo de Gran Bretaña oponiéndose a la tiranía y la dictadura, a favor de la democracia, la libertad y la soberanía”, antes de vincular esto no solo con Ucrania sino también con China, girando “la cabeza hacia Taiwán, tras sus atrocidades en Hong Kong…”.
Estaba furioso porque los jóvenes no estuvieran familiarizados con la guerra, y se quejaba de que es “absolutamente atroz” que “no se la enseñe en las escuelas en el Reino Unido”.
Una bravuconada por el estilo de los Tories ha sido la declaración navideña a los isleños de las Falklands por parte de Johnson en la que proclamaba el “compromiso absolutamente inalterado” del Reino Unido “con las Islas Falklands y su pueblo”. El secretario argentino para Malvinas, Antártida y el Atlántico del Sur, Guillermo Carmona, respondió que “Las Malvinas no son Ucrania, pero hoy el principio de la integridad territorial también está comprometido allí”.
Dado que Reino Unido y las potencias de la OTAN están librando de facto una guerra contra Rusia citando en parte la integridad territorial de Ucrania, sería más sensato que Rosindell y los de su calaña mantuvieran sus bocotas cerradas y se basaran en el supuesto desconocimiento de la generación más joven. Porque cualquier comprensión genuina del conflicto de 1982 con Argentina en el Atlántico del Sur confirma que fue un sucio baño de sangre imperialista que es visto con repulsión por parte de las amplias masas de las generaciones anteriores.
La entonces primera ministra conservadora, Margaret Thatcher, envió una fuerza militar británica masiva a Malvinas en abril de 1982 que consistía en 127 buques, 9.000 personas, 70 aviones y seis submarinos, dando inicio a una guerra de 74 días contra un mucho más débil ejército de conscriptos. El conflicto se cobró la vida de 900 personas, 255 soldados británicos en comparación con 649 argentinos, y tres isleños de las Falklands que murieron durante el bombardeo naval de Port Stanley por parte de Gran Bretaña.
Las Islas Malvinas están situadas a 8.000 millas del Reino Unido y a solo 400 millas de Argentina. Eran un pequeñito fragmento del imperio colonial de España en América Latina pero había sido explorado y reclamado también por los británicos y los franceses a finales del siglo dieciocho. En la declaración de independencia respecto a España en 1816, los argentinos afirmaron el control de las islas.
Gran Bretaña intentó dos veces sin éxito invadir Argentina, en 1806-1807. Durante las guerras que finalmente llevaron a la independencia exitosa de Argentina (1816-1853), Gran Bretaña ocupó las Malvinas en 1833. Les puso el nombre de Falklands, las pobló y desde entonces han sido usadas para alimentar las pretensiones sobre el petróleo y los recursos minerales en las aguas polares del sur. En 1982, apenas había 1.500 habitantes británicos en las islas.
La junta militar del general Leopoldo Galtieri intentó utilizar la pretensión legítima de Argentina sobre las islas para desviar la oposición doméstica social y política. En marzo de ese año, un barco mercante argentino con chatarra atracó en Georgia del Sur, y Galtieri envió tropas a Georgia del Sur y a las Malvinas el 2 de abril.
Thatcher se decidió por una respuesta militar solo en parte para defender los intereses imperialistas británicos en el Atlántico del Sur. Había importantes cálculos políticos domésticos tras su determinación a ir a la gurra.
En 1982, el gobierno de Thatcher estaba siendo profundamente agraviado. Las cifras oficiales de desempleo estaban en 3,6 millones, y el total extraoficial era aún mayor. Las políticas de los conservadores estaban encontrando resistencia en grandes disputas industriales y huelgas, e incluso la amenaza de huelga de las enfermeras. Planes gubernamentales de cerrar 23 minas de carbón tuvieron que archivarse en 1981 a causa de la amenaza de huelga.
Con este trasfondo doméstico, un cuerpo especial fue enviado para recuperar las islas y se declaró una zona de exclusión de 200 millas alrededor de estas.
Galtieri no se esperaba una respuesta militar, dado que Londres estaba disminuyendo su presencia militar en las islas y Thatcher había ofrecido dos años antes entregar su soberanía a Argentina antes de volver a alquilarlas por 99 años.
La junta también esperaba una no intervención empática de parte del gobierno estadounidense, a causa de sus antecedentes en la tortura y el asesinato de trabajadores y estudiantes izquierdistas y su asesoramiento a la CIA en armar y formar a los Contras en Nicaragua. Sin embargo, aunque EEUU fue oficialmente neutro durante el conflicto, la administración Reagan con reticencia le dio apoyo táctico y de inteligencia a las fuerzas británicas dado el estatus del país como un importante aliado —tanto desde el punto de vista militar como en el copatrocinio de Thatcher de una agenda económica monetarista de contrarreformas y ataques al salario, el empleo, los derechos sindicales y provisiones sociales.
Tan importante como la neutralización de Washington para Thatcher era el apoyo que obtuvo del Partido Laborista y los sindicatos. Con la decisión de enviar esas fuerzas especiales, el Partido Laborista se hundió de bruces en el apoyo patriótico del militarismo imperialista.
Solo 33 parlamentarios laboristas congregaron una oposición a la guerra mientras el dirigente laborista Michael Foot argumentaba que el carácter derechista de la junta justificaba apoyar el imperialismo británico, insistiendo en un discurso al parlamento que no hay que dejar que tenga éxito la “brutal, infame agresión” —por parte de Argentina.
Sin el apoyo del laborismo, el conflicto y sus atrocidades aparejadas no hubieran sido posibles. Junto con los medios, el belicismo del laborismo permitió un esfuerzo unido para excitar el patriotismo en torno a una supuesta “guerra justa” contra una junta fascista en una campaña que desorientó y confundió a amplios sectores de trabajadores.
El 25 de abril, marines británicos vencieron fácilmente el fortín argentino en Georgia del Sur, determinando la famosa instrucción de Thatcher a los periodistas de “simplemente recocijarse con la noticia”. El 2 de mayo, el crucero argentino General Belgrano estaba navegando por fuera de la zona de exclusión con rumbo norte-noroeste de 270 grados respecto a las islas cuando fue hundido por torpedos lanzados desde el submarino nuclear HMS Conqueror, matando a 323 soldados argentinos. The Sun, propiedad de Rupert Murdoch, sacó el titular “¡Te pillé!”, que se vio obligado a retirar por el rechazo generalizado. Al otro día, el HMS Sheffield fue alcanzado por aviones argentinos, matando a 20 de sus tripulantes y obligando a que se procediera a hundir el barco. Otros cinco barcos británicos fueron hundidos durante el conflicto.
En Goose Green, en el primer día de combate terrestre, una fuerza británica superada en cantidad perdió apenas 17 hombres, mientras que Argentina perdió a 250 conscriptos mal entrenados. Las fuerzas argentinas de Port Stanley se rindieron el 14 de junio, y los británicos declararon el fin de las hostilidades el 20 de junio. Dos días después, el general Galtieri renunció. Su junta se vino abajo en menos de un año.
Con todo, a pesar de la superioridad militar de Gran Bretaña, allí murieron más soldados británicos que en Irak en 2003. Es más, la intensidad de la lucha cuerpo a cuerpo dejó un legado de trastornos de estrés postraumático entre cientos de veteranos británicos y argentinos. Más soldados británicos se suicidaron después de la guerra que los que murieron en ella.
El precio que pagó la clase trabajadora más en general fue muy alto. Gracias a los laboristas, Thatcher pudo escenificar una recuperación política notable —en la que el dirigente laborista nominalmente “izquierdista” desempeñó el papel clave. Foot, un pacifista veterano y miembro de la Campaña para el Desarme Nuclear, había sido elegido en 1980 debido al amplio rechazo que reinaba dentro del partido por cómo el gobierno laborista de James Callaghan había allanado el camino para que Thatcher llegara al poder mediante sus ataques a la clase trabajadora.
Pero tal como con Jeremy Corbyn 35 años después, Foot traicionó ese sentimiento y en cambio aseguró que Thatcher ganara un segundo mandato en el cargo.
En las elecciones generales de junio de 1983, los conservadores ganaron más del 40 por ciento de los votos, bajando levemente. Los laboristas ganaron solo el 27,6 por ciento, bajando más del 9 por ciento, perdiendo más votos ante la Alianza formada entre los Liberales y el Partido Socialdemócrata, la escisión derechista de los laboristas formada en 1981.
La victoria de Thatcher en 1983 abrió las puertas a un ataque total a las condiciones de vida de los trabajadores que alcanzó su punto álgido con la derrota de la huelga de un año de los mineros de 1984-1985 y la privatización total de los servicios esenciales. Para los trabajadores, las referencias engreídas al “factor Falklands” por parte de los conservadores pasaron a ser vistas como un ejemplo de cómo millones de personas habían sido temporalmente engañadas por sus más enconados enemigos políticos.
Hay que aprender las lecciones de tales acontecimientos —sobre todo la necesidad de que la clase trabajadora rechace los esfuerzos contemporáneos por suprimir la oposición a los conservadores utilizando mentiras sobre que la guerra en Ucrania es también para defender la “democracia” contra la “dictadura”.
Una vez más, el papel clave lo desempeña el Partido Laborista. Escribiendo en Prospect, el destacado blairista Andrew Adonis preguntaba, “¿Es Ucrania las Malvinas de Johnson?”. Respondía, “A corto plazo, la Batalla de Kiev ha eclipsado totalmente el ‘partygate’, y justificadamente. Solo tenemos un gobierno por vez, y sería inadmisible que los conservadores iniciaran una competición por el liderazgo durante una invasión militar de la Europa democrática… la política esencial del gobierno ha sido correcta en esta crisis, y Johnson merece un crédito particular por su decisión de hace unas semanas —en conjunción con Biden y EEUU— de dar cantidades significativas de armas defensivas a la heroica resistencia del presidente Zelensky”.
O, como el dirigente del partido Sir Keir Starmer les dijo a las tropas británicas más simplemente durante una visita a la base militar de Tapa en Estonia, el 10 de marzo, “no hay lugar para la política partidista” porque el mundo se enfrenta a “una situación muy grave”.
El precio pagado por tales amnistías políticas obtenidas mediante mentiras es muy alto. Una de las respuestas más reveladoras al aniversario de Malvinas/Falklands fue el relato de Max Hastings en el Sunday Times, “A 40 años de las Falklands: la guerra que transformó a Gran Bretaña”. Escrito por un ferviente thatcherista que se jacta de ser el primer periodista integrado que llega a Port Stanley, deja claros los cínicos cálculos políticos tras su relato festivo de la guerra.
“Es difícil que alguien que no haya vivido esa época entienda cómo se elevó el espíritu nacional británico con la noticia de la victoria de la fuerza especial en el Atlántico Sur en esa guerrita contra una dictadura latinoamericana de pacotilla”.
Cuando partió para informar sobre la guerra, “Los mineros del carbón se refregaban las manos ante la perspectiva de añadir el pellejo de Thatcher al de Ted Heath”. La guerra era por lo tanto necesaria, insiste, para fortalecer la mano de la clase gobernante británica contra la clase trabajadora.
Admite abiertamente, “Thatcher envió a las fuerzas especiales no porque lo requirieran los intereses nacionales —las Falklands eran completamente irrelevantes para los problemas reales con los que se enfrentaba Gran Bretaña en 1982— sino para salvar su propia autoridad”.
Pregunta, “¿Ha merecido la pena todo ello? Les podríamos haber dado a cada habitante de las Falklands £10 millones para que se mudaran de allí, para un total mucho menor que el coste de la guerra y de fortificar las islas desde entonces… Aún así, aún así. Soy de los que creen que mereció la pena luchar en la guerra de las Falklands, porque le dio poder a Thatcher, en tanto que victoriosa, para lograr la sorprendente transformación de Gran Bretaña que ella presidió en los años ulteriores”.
Lo que sucedió tras la victoria política entregada a Thatcher por los laboristas fue una transferencia sin precedentes históricos de la riqueza social desde la clase trabajadora hacia una oligarquía global emergente que ha continuado sin menguar bajo los sucesivos gobiernos conservadores y laboristas, y guerras en Afganistán, Irak, Libia, Siria y en otras partes que se han cobrado la vida de millones de personas.
Ahora se está intentando hacer la misma jugarreta política en condiciones en las que la clase trabajadora está al borde de un precipicio económico y el mundo se enfrenta a la perspectiva de una confrontación militar entre potencias nucleares. El precio por aflojar en la lucha de clases sería mucho mayor.
No hay indicios de que los trabajadores estén dispuestos a declarar una tregua con los Tories y los empleadores. La actividad huelguística y la oposición a los recortes del gobierno están aumentando. Lo que hace falta ahora es que la clase trabajadora rechace conscientemente todo el apoyo al belicismo de Gran Bretaña y la OTAN contra Rusia, y unir la oposición a la guerra con una lucha social y política contra el impulso hacia la austeridad de la gran patronal, el gobierno de Johnson y sus aliados laboristas en una lucha por el internacionalismo socialista.
(Publicado originalmente en inglés el 3 de abril de 2022)