El próximo mes serán dos años desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró oficialmente la pandemia global de COVID-19. Este hito sombrío se aproxima cuando la variante ómicron impulsa un aumento fuerte en las infecciones, hospitalizaciones y muertes en todo el mundo.
En tan solo las primeras seis semanas de 2022, ha habido más de 100 millones de casos reportados de COVID-19 en todo el mundo, casi la mitad de la cifra de casos reportados en todo 2021. Más de 350.000 personas han fallecido. Si este ritmo continúa durante el resto del año, más de 3 millones de personas morirán por coronavirus en 2022, comparado a 2,5 millones en 2021 y un poco más de 2 millones en 2020. Esto es según las cifras oficiales, que subestiman por mucho los casos y muertes reales.
En Estados Unidos, que sigue siendo el epicentro de la pandemia, más de 2.600 personas mueren a diario según el promedio de 7 días de BNO. Es un nivel más alto que en toda la pandemia excepto algunas semanas del invierno de 2020-2021. Los hospitales en gran parte del país siguen saturados. Mientras los casos diarios reportados caen respecto al pico de ómicron a mediados de enero, siguen siendo más altos que en cualquier momento desde enero de 2021.
El estado de la pandemia en su tercer año plantea varias preguntas críticas sobre la perspectiva de combatir el virus.
Hace seis meses, en agosto de 2021 —antes de la aparición de la variante ómicron—, el World Socialist Web Site publicó una declaración que resume las tres estrategias básicas que han sido seguidas en respuesta a la pandemia de coronavirus: la “inmunidad colectiva”, la mitigación y la eliminación-erradicación.
Explicamos que la primera estrategia de “inmunidad colectiva” (de rebaño) es “la afirmación fraudulenta de que la propagación rápida del virus en los sectores más jóvenes y vigorosos de la población creará un escudo humano alrededor de los más vulnerables”. Según los defensores de la “inmunidad colectiva”, se debe instar a la gente a contagiarse para crear inmunidad en la población y eventualmente controlar el virus.
Este programa de contagios masivos y deliberados fue implementado agresivamente en EE.UU. bajo Donald Trump, en Brasil bajo Jair Bolsonaro y en Reino Unido por Boris Johnson. La pérdida catastrófica de vidas de los últimos dos años en estos países —con EE.UU. a la cabeza con más de 900.000 muertos— ha expuesto la estrategia de “inmunidad colectiva” como una política homicida y criminalmente desquiciada de muertes en masa.
La segunda estrategia de “mitigación” propone “un conjunto sin forma de medidas que intentan negociar entre las realidades del virus y los intereses financieros de las élites gobernantes,” escribimos. Los mitigacionistas argumentaban que era posible contener el virus y poner fin a la pandemia a través del uso de mascarillas, el distanciamiento social, las pruebas, las vacunas y otras medidas. La declaración calificó como una variante de la estrategia de mitigación la afirmación del Gobierno de Biden de que era posible poner fin a la pandemia con solo las vacunas y el uso de mascarillas.
No obstante, la aparición de la variante ómicron ha sido utilizada por la élite política de todos los mayores países capitalistas para justificar su abandono de cualquier pretensión de una política de mitigación. Utilizan como pretextos que ómicron es supuestamente “leve”, que el contagio de decenas de millones de personas está aumentando la inmunidad en la población y, más recientemente, que ha vuelto el COVID-19 “endémico”, un término que se utiliza ampliamente sin ningún fundamento científico.
El miércoles en Suecia, la cuna de la estrategia de “inmunidad colectiva” o el “modelo sueco”, se eliminaron las pocas restricciones que quedaban para la pandemia, e incluso se ha puesto fin a la mayoría de las pruebas de COVID-19. El mismo día, el Gobierno británico del primer ministro Boris Johnson anunció que este mes abrogará las leyes que exigen el autoaislamiento tras infectarse.
El Gobierno de Dinamarca anunció a principios de este mes que dejaba de tratar el COVID-19 como una enfermedad “socialmente crítica”, a pesar de que la cepa más peligrosa BA.2 de ómicron está aumentando los nuevos casos en Dinamarca muy por encima de sus récords anteriores. El promedio de muertes diarias se está acercando rápidamente al máximo de principios de 2021. Italia y España están poniendo fin a la obligatoriedad del uso de mascarilla en exteriores y Suiza está eliminando los requisitos de vacunación tan pronto como la próxima semana.
En Estados Unidos, los gobernadores estatales demócratas, bajo la dirección del Gobierno de Biden, están poniendo fin a los requisitos de uso de mascarilla en las escuelas, entre otras regulaciones, alineando su política con lo que ya ha estado en vigor en la mayoría de los estados gobernados por los republicanos. El gobernador demócrata de California, Gavin Newsom, dijo el miércoles que el estado pasará a una estrategia “endémica”, con lo que quiere decir que el COVID-19 se tratará ahora como el resfriado común o la gripe.
Como parte del fin de las restricciones, EE.UU. y otros países están poniendo fin o socavando los mecanismos de notificación que permiten dar un seguimiento preciso de los casos y las muertes.
Para justificar la posición de que no se necesitan más medidas para contener la transmisión del virus, los medios de comunicación corporativos ahora publican regularmente artículos afirmando que el COVID-19 se ha vuelto “endémico”. Tales afirmaciones no tienen absolutamente nada que ver con los hechos científicos, y mucho menos con la salud pública.
Escribiendo en la revista Nature el mes pasado, el experto en enfermedades infecciosas Aris Katzourakis, profesor de zoología de la Universidad de Oxford, señaló que “la palabra 'endémico' se ha convertido en una de las más mal utilizadas de la pandemia”. No solo es una infección endémica aquella en la que las tasas globales de casos son estables y predecibles –lo que claramente no es el caso de COVID-19—, sino que determinar que un virus es endémico no tiene nada que ver con declarar que el peligro ha pasado.
“Una enfermedad puede ser endémica y a la vez extendida y mortal”, escribió Katzourakis. “La malaria [que se considera endémica] mató a más de 600.000 personas en 2020. Diez millones se enfermaron de tuberculosis ese mismo año y 1,5 millones murieron. Endémico ciertamente no significa que la evolución haya amansado de alguna manera un patógeno para que la vida simplemente vuelva a ser 'normal'”.
Los defensores de la estrategia de “dejarlo propagarse libremente”, “nueva normalidad” y “endemia” ignoran ciertos hechos básicos: que el número de muertes en el mundo está cerca de su nivel más alto registrado y que está aumentando considerablemente; que aunque ómicron puede ser menos grave para muchos de los que están vacunados, sigue siendo una enfermedad grave y mortal, especialmente para los ancianos y los inmunocomprometidos; que gran parte de la población mundial sigue sin vacunarse, incluida la mayoría de los niños; y que, mientras continúe la transmisión viral, existe una presión evolutiva perpetua para la aparición de nuevas variantes más virulentas y resistentes a las vacunas.
Subrayando este último punto, el científico jefe de la Organización Mundial de la Salud, Soumya Swaminathan, advirtió ayer: “Hemos visto al virus evolucionar, mutar... así que sabemos que habrá más variantes, más variantes preocupantes, así que no estamos al final de la pandemia”.
Por último, ninguno de los nuevos defensores de los contagios masivos reconoce las consecuencias a largo plazo aún poco conocidas de contraer el virus. Un informe publicado esta semana en Science descubrió que las personas infectadas por el COVID-19 –incluso si no fueron hospitalizadas— tenían, un año después, un riesgo sustancialmente mayor de padecer enfermedades del corazón y los vasos sanguíneos, como infartos, accidentes cerebrovasculares y paros cardíacos. Eric Topol, cardiólogo del Scripps Research, calificó los resultados de “sorprendentes. ... Si alguien pensó alguna vez que el COVID era como la gripe, éste debería ser uno de los conjuntos de datos más potentes para señalar que no lo es”.
¿Cuántas personas más morirán de enfermedades cardíacas y otras consecuencias del COVID largo en los próximos años cuando millones de personas contraen el virus cada día?
Hay pocos precedentes históricos de esta situación. Ante los contagios y muertes masivas, los líderes de los principales países capitalistas simplemente declaran: “¡Basta! Esta es la 'nueva normalidad'. Acéptenlo. Vuelvan al trabajo, vuelvan a la escuela y dejen de quejarse”.
La aceptación abierta y descarada de las infecciones masivas por parte de todos los mayores Gobiernos ha escandalizado sin duda a muchos científicos y epidemiólogos con principios, incluidos los que abogaban por fuertes medidas de mitigación.
La falacia básica de su enfoque ha sido tratar la pandemia principalmente como una cuestión médica. El colapso de la estrategia de mitigación, sin embargo, expone de la manera más directa que la lucha contra la pandemia es una cuestión de clase, que sólo puede resolverse mediante los métodos de la lucha de clases.
Las catastróficas políticas hacia la pandemia de los próximos dos años no han sido el producto de errores. La pandemia fue utilizada por la clase gobernante para entregar billones de dólares a los mercados. Todo este dinero debe ser pagado a través de la explotación de los trabajadores, para lo cual necesitan volver al trabajo. Las medidas necesarias y posibles para frenar la pandemia han sido rechazadas porque menoscaban este imperativo social y económico.
Explicando la bancarrota de la política de mitigación, el WSWS escribió en agosto:
La mitigación es el equivalente en la epidemiología al reformismo en la política capitalista. Así como el reformista guarda esperanzas de que las reformas graduales y de a poquito disminuirán y aliviarán eventualmente los males del sistema de lucro, los mitigacionistas fomentan la ilusión de que el COVID-19 eventualmente evolucionará en algo que no será menos dañino que un resfriado común. Esta es una quimera totalmente divorciada de la ciencia sobre la pandemia.
Así como es imposible “negociar con el virus” también es imposible “negociar” con la clase gobernante. Han colapsado tanto la pretensión del Gobierno de Biden de intentar “reformar” la pandemia a través de medidas de mitigación como la pretensión de que implementaría reformas sociales en general. Su respaldo efectivo de la “inmunidad colectiva” es consistente con su programa de guerras y reacción política. Todas son manifestaciones distintas de los mismos intereses de clase: los intereses de la oligarquía corporativa y financiera.
Como lo ha insistido el WSWS, la alternativa a la “inmunidad colectiva” no es la mitigación sino la eliminación-erradicación. Como explicamos en agosto, esta estrategia “significa la implementación de universal de todo el arsenal de medidas para combatir el COVID-19, coordinadas a nivel global, para sofocar el virus de una vez y por todas”. Las medidas de mitigación son necesarias, pero solo es posible poner fin a la pandemia en la medida en que se combine con una estrategia global más amplia que busque eliminar el virus.
Todas las afirmaciones de que tal política es imposible e inviable quedan refutadas tanto por la experiencia histórica, como la exitosa erradicación de la viruela, y por el ejemplo de China. China, el país más poblado del mundo, ha demostrado que es posible contener la COVID-19 mediante una política de Cero COVID, utilizando los métodos que se han empleado durante mucho tiempo como parte de las políticas básicas de salud pública.
Sin embargo, la implementación de una estrategia de eliminación global debe estar arraigada en la clase trabajadora. La experiencia de los últimos dos años ha producido una enorme avalancha de ira social entre millones de trabajadores de todo el mundo. Esto se cruza ahora con la creciente oposición a la desigualdad, la explotación y la masiva dislocación social y económica que ha producido la respuesta de la clase gobernante a la pandemia.
En el tercer año de la pandemia, la lucha por la eliminación global del COVID-19 debe estar conectada a un movimiento social, político y revolucionario de masas de la clase trabajadora, que tiene como objetivo la completa reestructuración de la vida social y económica. En su nivel más fundamental, la pandemia ha puesto de manifiesto la bancarrota del capitalismo y, por tanto, la necesidad del socialismo.
(Publicado originalmente en inglés el 12 de febrero de 2022)