El World Socialist Web Site condena la escalada de provocaciones de EE.UU. y la OTAN contra Rusia. Su objetivo es inventar un pretexto para la guerra. Estas acciones temerarias amenazan con desencadenar una guerra global que se cobraría cientos de millones de vidas.
El Gobierno de Biden anunció ayer que pondrá a 8.500 tropas en alerta para ser enviadas a países de Europa central y oriental en la frontera con Rusia. Esto sigue a un reporte del New York Times de que el Gobierno estadounidense está desarrollando planes para desplegar hasta 50.000 tropas en la región.
El coronel estadounidense Alexander Vindman, quien ha participado en las conversaciones de alto nivel de EE.UU. con el régimen ucraniano, declaró: “¿Por qué es importante esto para el público estadounidense? Es importante porque estamos a punto de tener la guerra más grande en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Va a haber un despliegue masivo de poder aéreo, artillería de largo alcance, misiles de crucero, cosas que no hemos visto utilizadas en el terreno europeo por más de 80 años, y no va a ser un ambiente limpio ni estéril”.
Así como con las desastrosas intervenciones europeas en Irak y Afganistán, el camino hacia la guerra con Rusia ha sido allanado con mentiras. La acumulación militar en Europa del Este está siendo justificada con afirmaciones impulsadas por la prensa de que una invasión de Ucrania es inminente, algo que incluso el Gobierno ucraniano ha cuestionado. Esto se ha visto suplementado por advertencias sin fundamentos de que Rusia está planeando una operación de “falsa bandera”. Si se produjera tal operación, se puede tener certeza de que sus perpetradores estarán en Washington y no Moscú.
La mentira más reciente, fabricada por el Gobierno británico, es que Rusia busca instalar a la fuerza un régimen títere en Ucrania. Esto es precisamente lo que Washington, Berlín y la alianza de la OTAN hicieron en 2014, respaldando un golpe de Estado ultraderechista que tomó el poder en Kiev. Esta mentira estalló antes de dejar las manos de Londres. El hombre identificado como el supuesto líder del régimen títere ruso en Ucrania, el empresario y exparlamentario Yevhen Murayev, de hecho, tiene prohibido entrar en Rusia, que ha incautado sus activos.
La mentira más grande de todas es que EE.UU. y la OTAN buscan defender la “democracia” contra una “agresión extranjera”. El Gobierno y el aparato estatal ucranianos están colmados de las mismas fuerzas paramilitares neonazis que protagonizaron el golpe de 2014. Esto incluye el partido Svoboda, que el Parlamento Europeo condenó formalmente por sus “perspectivas racistas, antisemitas y xenofóbicas”, así como la milicia neonazi y el Batallón Azov.
En cuanto a las afirmaciones del Gobierno de Biden de que está defendiendo la santidad de la soberanía nacional ucraniana contra una “agresión extranjera”, la lista de países que EE.UU. ha invadido o bombardeado en los últimos 30 años incluye Panamá, Irak, Kuwait, Haití, Somalia, Bosnia, Sudán, Afganistán, Yugoslavia, Yemen, Irak (nuevamente), Pakistán, Libia y Siria.
Desde la disolución de la Unión Soviética en 1991, la alianza militar de la OTAN ha extendido sus fronteras 1.300 kilómetros hacia el este, incorporando a Polonia, Hungría, la República Checa, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Eslovaquia, Eslovenia, Croacia, Montenegro y Macedonia del Norte. En 2021, la OTAN reconoció oficialmente a Ucrania como un “aspirante a miembro”, mientras que Suecia y Finlandia están considerando unirse a la alianza antirrusa. Tanto Finlandia como Estonia se encuentran a menos de 200 kilómetros de San Petersburgo, y la frontera este de Ucrania está a menos de 750 kilómetros de Moscú.
Mientras que EE.UU. y las potencias europeas están denunciando a Rusia por presuntos movimientos de tropas dentro de sus propias fronteras, EE.UU. ha entregado varios miles de millones de dólares en armas a los Estados bálticos de Estonia, Lituania y Letonia que están siendo transportados a Ucrania. Estados Unidos ya tiene a más de 150 asesores militares en Ucrania, incluyendo de las Fuerzas de Operaciones Especiales, junto a asesores de Reino Unido, Canadá, Lituania y Polonia. En estas condiciones, ¿cómo no puede asumir Rusia que es el blanco de un ataque militar?
Si bien las mentiras para justificar una agresión imperialista no son más creíbles que las acusaciones de “armas de destrucción masiva” en Irak, los medios de comunicación presentan las nuevas mentiras, así como las viejas, como si fueran la verdad absoluta.
Ni el Gobierno de Biden ni sus aliados de la OTAN han explicado cuál creen que sea el resultado de escalar el enfrentamiento. ¿Cuál es el peor escenario posible?
EE.UU. afirma que no se involucrará directamente en un conflicto militar con Rusia. Esa es una mentira. Al inundar Ucrania con armas y estacionar asesores militares estadounidenses en el país, EE.UU. ya está involucrado, según las leyes y en la práctica, en una acción hostil contra Rusia.
¿Qué planean hacer EE.UU. y la OTAN si sus acciones conducen a que Rusia responda militarmente tanto contra sus títeres ucranianos como sus titiriteros en EE.UU. y Europa occidental? Además, ¿realmente creen el Gobierno de Biden y la CIA que una guerra con Rusia será un conflicto pequeño y fácil de contener? Si eso piensan, deberían reconsiderarlo.
Una guerra con Rusia se expandiría rápido a escala global, involucrando inevitablemente a China y, si vamos al caso, a todos los países del mundo. Las provocaciones de EE.UU. y la OTAN han aumentado el peligro de una guerra nuclear más que en cualquier momento desde el ápice de la guerra fría entre EE.UU. y la Unión Soviética.
Parecería que solo los dementes provocarían una guerra con consecuencias potencialmente tan catastróficas. Sin embargo, esta locura sigue una lógica.
En primer lugar, están los cálculos geopolíticos del imperialismo estadounidense. La referencia de Biden en su reciente conferencia de prensa al hecho de que Rusia tiene ocho zonas horarias e inmensos recursos indica los cálculos criminales que animan la planificación militar estadounidense.
El imperialismo estadounidense y el europeo ven a Rusia, como lo hizo Hitler en 1941, como un vasto escenario para el saqueo. Mediante una combinación de guerra y desestabilización interna, el imperialismo busca instigar la desintegración de Rusia. Su objetivo es dividir a Rusia en numerosos Estados títeres que existirían como colonias de las principales potencias imperialistas.
Además, Estados Unidos considera que la integración de Rusia en su propia esfera de influencia es esencial para preparar su guerra con China.
Pero todo esto tiene lugar en el contexto de una catástrofe producida por la respuesta de la clase gobernante a la pandemia del COVID-19. Casi 900.000 estadounidenses han muerto a causa del COVID-19, según las cifras oficiales. A medida que la variante ómicron se extiende sin freno, la clase gobernante ha abandonado cualquier pretensión de contener, ni mucho menos de eliminar, el virus. Las escuelas y los lugares de trabajo se mantienen abiertos, lo que garantiza que haya contagios a una escala masiva que no se había visto en toda la pandemia.
En el Reino Unido, el principal cómplice de Estados Unidos en la campaña de guerra contra Rusia, el Gobierno de Boris Johnson pende de un hilo. Pero Johnson, el rastrero político y social que declaró infamemente “dejemos que los cadáveres se apilen por miles”, solo ejemplifica la degeneración de la política burguesa europea en su conjunto.
La pandemia ha desencadenado una crisis económica, social y política de todo el orden capitalista. En la última semana, Wall Street ha experimentado las mayores caídas desde el colapso de marzo de 2020. El aumento de la inflación amenaza con socavar la política de la Reserva Federal de proporcionar efectivo ilimitado a los mercados financieros, lo que ha alimentado una manía especulativa como no se había visto desde los años anteriores a la Gran Depresión.
El Gobierno de Biden sobrevivió a duras penas a un golpe de Estado fascistizante hace un año, cuyo objetivo era impedir que tomara el poder. El instigador del golpe, Donald Trump, sigue siendo el líder de facto del Partido Republicano, y la conspiración para tumbar la Constitución y establecer una dictadura sigue en marcha.
Durante el último año, la fijación obsesiva de la Administración de Biden ha sido la “unidad”. Con respecto a las divisiones dentro de la clase gobernante, Biden está utilizando las provocaciones contra Rusia para forjar una alianza con los sectores más derechistas del Partido Republicano, es decir, una unidad de la clase gobernante a partir de la agresión militar en el extranjero.
Sin embargo, el mayor temor de la clase gobernante es el crecimiento de la oposición social desde abajo. La lucha contra la pandemia está comenzando a tomar la forma de un conflicto entre clases, como lo demuestran los paros de profesores y estudiantes, y la ira cada vez mayor entre sectores más amplios de la clase trabajadora. Este mismo mes, han estallado luchas de profesores en Chicago y en toda Francia, seguidas de protestas y paros estudiantiles en Nueva York, San Francisco, Oakland, Boston y en Austria y Grecia. En las minas y fábricas metalúrgicas de toda Turquía ha estallado una ola de huelgas salvajes contra los contratos vendidos acordados por los sindicatos.
El miedo a la aparición de un movimiento obrero de masas es lo que confiere a la campaña antirrusa su carácter histérico y homicida. No sería la primera vez que se utiliza la guerra en un intento desesperado de establecer una falsa “unidad nacional”.
En el pasado, las clases gobernantes históricamente condenadas han recurrido con frecuencia a políticas suicidas de guerra en un intento de preservar su dominio de clase. En su obra sobre este tema, titulada “Causas y propósitos internos de la guerra en Europa, 1870-1956”, el historiador de la Universidad de Princeton, Arno Mayer, observó: “En su intento de recuperar el control dentro de cada país, los Gobiernos asediados tienden a agitar el espectro de los peligros externos, estimando que las tensiones internacionales al borde de una guerra pueden ayudar a fomentar la cohesión interna”.
Estas consideraciones fueron fundamentales para la “guerra contra el terrorismo”, que se utilizó para librar una guerra en el extranjero y la represión dentro del país. Tras la debacle de la guerra en Afganistán, que culminó con la retirada de las fuerzas estadounidenses el año pasado, la tentación de la clase gobernante es encontrar una salida a través de una conflagración militar aún más catastrófica.
Una clase gobernante que demuestra estar dispuesta a sacrificar innecesariamente millones de vidas durante la pandemia, no estará menos dispuesta a sacrificar decenas o cientos de millones, o incluso miles de millones, en una guerra.
Tanto la clase obrera rusa como la ucraniana se enfrentan a las catastróficas consecuencias de la disolución de la Unión Soviética por parte de la burocracia estalinista en 1991. Este acto criminal se justificó con la afirmación de que Rusia se enriquecería a través de una integración pacífica en el próspero orden capitalista mundial. En cuanto al potencial peligro de una agresión imperialista, Gorbachov, Yeltsin y los teóricos estalinistas de la restauración capitalista lo descartaron como una extraña fantasía marxista. El “imperialismo” no era más que un concepto leninista —o peor aún, trotskista— inventado para justificar la Revolución de Octubre de 1917 y el socialismo. Este “invento” está ahora armado hasta los dientes y preparando el violento desmembramiento de Rusia y su transformación en una colonia del imperialismo mundial.
El régimen de Putin, que gobierna en nombre de los oligarcas capitalistas que dominan el país, no tiene ninguna respuesta viable, ni mucho menos progresista, a la amenaza. Al ser hostil a la clase obrera, oscila entre los intentos de negociar un acuerdo con las potencias imperialistas y amenazarlas con el poderío militar de Rusia. La clase obrera rusa no puede prestar ningún tipo de apoyo político al régimen de Putin.
La situación es urgente. La clase obrera debe ser consciente del peligro de guerra y de la necesidad de intervenir políticamente para detenerla.
La lucha contra la guerra debe estar conectada con el creciente movimiento de la clase trabajadora contra la política de la clase gobernante de infección masiva, los niveles sin precedentes de desigualdad social y el creciente peligro de una dictadura de extrema derecha y fascistizante. Es decir, la lucha contra la guerra debe desarrollarse como un movimiento político independiente de la clase trabajadora contra la clase gobernante y todo el sistema capitalista.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 23 de enero de 2022)