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Perspectiva

La política Cero Covid de China demuestra que la eliminación del COVID-19 es posible

El World Socialist Web Site publicó ayer un análisis detallado de la política Cero COVID que amerita que cualquiera que quiera entender cómo poner fin a la pandemia lo estudie cuidadosamente. El meticuloso estudio de las medidas tomadas con éxito por China para controlar rápido la transmisión del SARS-CoV-2 implica un desenmascaramiento devastador de las políticas desastrosas perseguidas por los Gobiernos de EE.UU. y Europa.

Un trabajador administra una prueba de COVID-19 desde una instalación móvil para pruebas de coronavirus en un complejo de edificios en Beijing, 1 de diciembre de 2021 (AP Photo/Mark Schiefelbein)

Al implementar su política de Cero Covid, China, con una población de 1,4 mil millones, ha registrado menos de 100.000 casos y 5.000 decesos (incluyendo tan solo 10.000 casos y tres muertes desde abril de 2020). En comparación, Estados Unidos, con menos de un cuarto de la población china, ha reportado más de 50 millones de casos y 800.000 muertes. En otras palabras, si EE.UU. hubiera sido tan eficiente como China para contener el virus, se contarían menos de mil muertes.

Los rigurosos controles de China sobre los viajes internacionales, necesarios por la propagación masiva del virus a nivel global, han ido de la mano de medidas agresivas de salud pública dentro del país para contener brotes. Estas medidas han incluido confinamientos focalizados, el aislamiento de individuos, pruebas masivas y el rastreo de contactos.

La política no solo ha salvado millones de vidas, sino que asombrosamente permitió que la población se pueda trasladar e interactuar libremente durante la mayor parte de los últimos dos años. La contribución explica que la vida dentro de China, incluyendo sus grandes centros urbanos, “ha sido relativamente normal desde el final de la primera ola en la primavera de 2020. Los negocios, como los restaurantes, bares, cines han permanecido abiertos en toda China”. En gran parte, la población de China no ha vivido bajo el constante temor de contagiarse y contagiar a otros.

Una sección del ensayo, “Controlando un brote en 15 días”, merece un estudio atento en particular. Citando el caso de un brote en la metrópoli de Chongqing (población de 20 millones), explica cómo se implementó en la práctica la política de eliminación (“Cero Covid”).

Después de no tener ningún contagio por la mayor parte del año tras el brote inicial en los meses iniciales de 2020, la ciudad respondió rápido cuando un hombre de 32 años dio positivo el 1 de noviembre de 2021. La contribución explica:

En el día de la primera detección, la ciudad de Chongqing cerró la sede central de la empresa energética y otros edificios visitados por las personas infectadas. Los distritos de la ciudad en los que vivían las personas infectadas anunciaron campañas de pruebas masivas y recolectaron muestras de 125.000 personas en 24 horas.

Los complejos de apartamentos de los pacientes fueron puestos estrictamente bajo confinamiento con la provisión regular de comida y otros bienes vitales por parte de trabajadores de la salud de la ciudad… Varias secciones de la ciudad fueron clasificadas “zonas de alto riesgo”, controlando estrictamente la entrada y salida de ellas. En toda la ciudad, los salones de Mahjong, los cines, las bibliotecas, los museos y otros lugares públicos donde se reúnen muchas personas fueron cerrados temporalmente.

Las autoridades iniciaron una campaña de rastreo de contactos (identificando las personas con las que interactuaron los contagiados, incluyendo el uso de aplicaciones en teléfonos inteligentes). Aquellos en riesgo de haberse infectado fueron puestos en aislamiento. El Estado les dio alojamiento seguro y comida de forma regular. El total de personas en cuarentena alcanzó un máximo de 1.300 una semana después de la identificación del clúster inicial de casos.

Dada la magnitud de la respuesta, solo un puñado de personas dio positivo y todas habían sido puestas en cuarentena el primer día. El 17 de noviembre, después de que no se detectara ninguna infección fuera de la cuarentena por más de dos semanas, la ciudad anunció que el brote había sido controlado. Chongqing fue oficialmente declarada una “zona de bajo riesgo”. Las restricciones fueron relajadas y la vida volvió a la normalidad.

Tomó 15 días pasar del primer caso detectado al final oficial del brote.

Este periodo de 15 días fue el único momento en que los 20 millones de residentes de Chonqing se enfrentaron a restricciones significativas en sus vidas desde el brote inicial a inicios de 2020.

El éxito de esta estrategia ha dependido de y ha recibido un apoyo y participación populares, así como de una inversión importante en infraestructura social y sistemas de salud pública a nivel local y nacional. El autor señala, por ejemplo, que las ciudades con poblaciones menores a 5 millones deben tener la capacidad de tomar muestras de toda la población en tan solo dos días, mientras que las ciudades con poblaciones mayores a cinco millones deben poder hacerlo en cinco días.

La política “dinámica cero” de China es una confirmación en la práctica de la viabilidad de una política que busca eliminar el SARS-CoV-2. Como lo explica el artículo, en el verano de 2020, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de China (CCDC) publicó un artículo en la revista médica The Lancet que describía dos estrategias básicas: “contención y supresión” (“dinámica cero” o política de eliminación) y “mitigación”, que en formas diferentes es la política perseguida por todos los principales Gobiernos capitalistas.

“La mitigación podría permitir el desarrollo de la inmunidad colectiva tras un largo periodo”, escribieron los CCDC, “pero a un gran costo en términos de casos, morbilidad y mortalidad”.

Como lo han explicado los científicos y lo ha documentado ampliamente el World Socialist Web Site, una estrategia de “mitigación”, que en el último año se ha centrado en la vacunación, no es capaz por sí sola de detener la pandemia. De hecho, el caso de China demuestra que las medidas de salud pública —confinamientos, aislamiento, rastreo de contactos y pruebas masivas— son incluso más críticas que la vacunación, ya que China fue capaz de eliminar el virus, fuera de los brotes aislados, antes de que hubiera una vacuna disponible.

No cabe duda de que la vasta experiencia social de la lucha revolucionaria colectiva ha dejado una profunda huella en la conciencia de las masas, que ha persistido a pesar de la restauración del capitalismo. Existe un enorme apoyo popular a la política de Cero Covid, que expresa un nivel de solidaridad y conciencia social que aún no existe en Estados Unidos y Europa.

El régimen de Beijing simplemente no podía ignorar la expectativa de que se tomaran las medidas adecuadas para detener la pandemia. Estas medidas tienen un carácter muy progresista, pero no son específicamente socialistas. Las medidas que China ha aplicado se basan, de hecho, en principios y procedimientos de salud pública establecidos desde hace mucho tiempo y desarrollados a lo largo de los siglos diecinueve y veinte, aunque ayudados por la tecnología mucho más avanzada que posibilitó la revolución de las comunicaciones.

Además, una estrategia de eliminación, a menor escala, fue implementada en un puñado de otros países de la región de Asia-Pacífico, incluyendo Nueva Zelanda, Singapur, Taiwán y Vietnam. Bajo la intensa presión, sobre todo de Washington, estos países han dado marcha atrás en gran medida, y China sigue siendo el “último reducto del Cero Covid”. En EE.UU., en un período anterior, las medidas agresivas de salud pública contenían las enfermedades infecciosas, como en el caso del brote de viruela de 1947 en la ciudad de Nueva York, que se detuvo mediante el rastreo masivo de contactos y la vacunación.

La pregunta que hay que responder no es por qué se aplicaron esas políticas claramente eficaces en China, sino por qué, a pesar del asombroso coste en vidas humanas, se han rechazado en Estados Unidos y Europa.

La explicación debe provenir de un análisis de los intereses de clases involucrados. Las medidas para detener la pandemia y salvar vidas fueron rechazadas, pero no porque fueran ineficaces, sino porque entran en conflicto con los intereses de la élite gobernante. Desde el principio, se tomó la decisión consciente de anteponer el rendimiento de los mercados financieros y las ganancias empresariales a salvar vidas.

La aprobación en EE.UU. de la Ley CARES a finales de marzo de 2020, sobre una base bipartidista casi unánime, autorizó la entrega de billones de dólares a Wall Street, una política emulada en los otros grandes países capitalistas. Una vez hecho esto, la clase dominante se dedicó a reabrir todo, permitiendo que el virus se extendiera libremente.

Además, no se puede ignorar el hecho de que, en los años previos a la pandemia, el “problema” de la alta esperanza de vida y los costes de la atención de salud para los ancianos fue un tema intensamente debatido dentro de la clase dirigente.

El New York Times informó ayer que 1 de cada 100 ancianos estadounidenses mayores de 65 años ha muerto a causa del COVID-19. Se trata de una cifra asombrosa: uno de cada 100, es decir, 600.000 estadounidenses mayores de 65 años. Esto significa que millones de personas han perdido a un padre, un abuelo o un cónyuge a causa de la pandemia.

Y este colosal crimen social continúa. La variante ómicron de COVID-19 se está extendiendo rápidamente por todo el mundo, pero la clase dirigente ha dejado claro que no se tomarán medidas serias para detenerla. El primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, reconoció el domingo que “se avecina un maremoto de ómicron”, pero propuso que no se haga nada más que “ponerse la dosis de refuerzo ya”. Todos los comercios y escuelas deben permanecer abiertos.

En Estados Unidos, que se encuentra actualmente en medio de una oleada de la variante delta, el presidente Biden ha insistido en que no habrá “ningún cierre” en respuesta a ómicron. Más de 1.100 personas mueren cada día en Estados Unidos, y cada semana mueren más personas que en todo el transcurso de la pandemia en China.

Más de 5,3 millones de personas han muerto a causa del COVID-19, según las cifras oficiales, mientras que el número real (según el “exceso de mortalidad”) es de unos 15 millones. Solo en Estados Unidos, la cifra real de muertos por la pandemia supera el millón. Si estas muertes eran evitables —y China demuestra que lo eran— entonces se está hablando de un crimen social de proporciones monumentales, de hecho, uno de los mayores crímenes sociales de la historia moderna.

La experiencia de los dos últimos años demuestra que no existe ningún límite en el número de muertes que los Gobiernos de Estados Unidos, Europa y otros grandes países capitalistas están dispuestos a aceptar. El límite no lo pondrán los Gobiernos de la clase dominante, sino la organización e intervención independientes de la clase obrera.

El dilema al que se enfrenta China es que el esfuerzo por mantener una política de Cero COVID en un solo país es, a largo plazo, insostenible. Las principales potencias imperialistas están ejerciendo una enorme presión para que China abandone esta política. Hay dos motivos detrás de este impulso. En primer lugar, las restricciones de China se consideran perjudiciales para los intereses lucrativos de Estados Unidos y Europa, ya que China es un importante centro de producción para el mercado capitalista mundial.

Pero aún más importantes son las consideraciones políticas internas. Una reacción común que el WSWS ha recibido de la presentación por parte del científico es la sorpresa tanto por el éxito de la política china de Cero Covid como por su amplio apoyo popular. La clase dominante teme que la capacidad de China para eliminar el virus dentro de sus fronteras fomente el crecimiento de la resistencia en la clase obrera internacional al curso homicida en el que se ha embarcado la oligarquía financiera.

Esto es lo que explica el tono cada vez más histérico de la propaganda antichina, que ha involucrado acusaciones de “genocidio” contra China, la cual ha demostrado una preocupación mucho mayor por la salud y la vida de sus ciudadanos, incluidos los uigures, que las potencias estadounidenses o europeas. Esto ha complementado la mentira del “Laboratorio de Wuhan” de que China es responsable de la pandemia.

Su intención es envenenar la opinión pública con mentiras y de desacreditar y bloquear un verdadero debate público sobre las alternativas a la política aplicada en los principales países capitalistas. Esta campaña intensificará a su vez la presión de las élites empresariales dentro de China para que se abran las puertas del país al virus, mientras que cualquier retroceso en la política de Cero Covid se topará con una enorme resistencia en la clase obrera china.

El ejemplo de China demuestra que la lucha contra la pandemia de COVID-19 es ante todo una cuestión política. La aplicación de una estrategia de eliminación global requiere un movimiento social de masas de la clase trabajadora, basado en el repudio de los intereses económicos que se han priorizado a lo largo de la pandemia. Esto significa, ineludiblemente, una lucha revolucionaria contra todo el sistema capitalista.

Es fundamental desarrollar dentro de la clase obrera una comprensión de lo que ha sucedido, quiénes son los responsables y qué hay que hacer. Este es el objetivo de la Investigación Global de los Trabajadores sobre la Pandemia de COVID-19, iniciada por el World Socialist Web Site.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 13 de diciembre de 2021)

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