El martes por la tarde, se produjo una escena macabra que es demasiado común en la vida estadounidense cuando el estudiante de segundo año Ethan Crumbley, de 15 años, llevó a cabo un tiroteo masivo en la secundaria Oxford de un suburbio de Detroit, en la región metropolitana de Míchigan. Una escuela más fue convertida en un matadero, en el que cuatro vidas jóvenes fueron arrebatadas. Fue el decimonoveno tiroteo escolar y el más letal del año, según la base de datos de Education Week.
Según la policía, Crumbley salió del baño al pasillo poco antes de la 1:00 p.m. y disparó a corta distancia más de dos docenas de veces en contra de sus compañeros de clase, matando a cuatro estudiantes e hiriendo a siete otras personas, incluyendo a una docente. Utilizó una pistola semiautomática que su padre, James Crumbley, de 45 años, había comprado cuatro días antes. Crumbley aún contaba con 18 municiones cuando la policía lo enfrentó y detuvo aproximadamente cinco minutos después de que comenzó su ataque.
El joven adolescente fue imputado como adulto y se enfrenta a cuatro cargos de asesinato en primer grado, un cargo de terrorismo causando muerte, siete cargos de asalto con intención de asesinato y 12 cargos de posesión de un arma al perpetrar un delito grave. Los cargos involucran una pena máxima de cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
Cuando el primero de los más de 30 disparos sonó, los estudiantes y maestros respondieron de acuerdo al entrenamiento que ellos y sus homólogos en miles de escuelas de todo el país han recibido para tales situaciones, corriendo y poniendo barricadas en las puertas del aula, alejándose de las ventanas y huyendo en busca de un lugar seguro en la primera oportunidad.
Un video publicado en redes sociales muestra a los estudiantes temiendo perder la vida cuando alguien que pensaban que era el atacante, pero que luego fue identificado como un policía en ropa casual, golpeó la puerta exigiéndoles que abrieran. Respondieron saliendo por una ventana de nivel de calle y huyendo en busca de seguridad.
Como en tantos otros tiroteos en escuelas, los investigadores han determinado que hubo muchas señales de advertencia de que era inminente un estallido violento. Algunos estudiantes se habían quedado en casa el martes, temiendo un ataque después de escuchar los rumores de un posible tiroteo y de ver una cuenta atrás publicada en las redes sociales.
Crumbley se había reunido con los administradores el lunes, y sus padres habían sido llamados a la escuela el martes por la mañana, apenas unas horas antes del ataque, para una reunión con su hijo y el personal de la escuela para discutir las preocupaciones sobre su “comportamiento en el aula”. Los investigadores de la policía informaron que descubrieron un diario en la mochila de Crumbley en el que el adolescente expresaba su deseo de llevar a cabo una masacre. También descubrieron que había publicado en las redes sociales fotos de la pistola con una diana y dos vídeos en los que describía su plan.
Los estudiantes, los profesores y los padres de toda la zona están profundamente conmocionados por la tragedia y siguen en vilo. Los distritos escolares de la región metropolitana de Detroit empezaron a anunciar a última hora del miércoles planes para suspender las clases el jueves. Al menos 15 distritos, muchos de los cuales informaron de amenazas similares de violencia en las escuelas de sus distritos, cerraron sus puertas el jueves por la mañana.
Los tiroteos en las escuelas se han convertido en un fenómeno en Estados Unidos desde hace más de dos décadas. La masacre de 1999 en el instituto Columbine de Littleton, Colorado, fue el punto de inflexión. En aquel horrible incidente, los estudiantes de duodécimo Eric Harris y Dylan Klebold mataron a tiros a 12 de sus compañeros y a un profesor antes de suicidarse.
Cuando se utiliza el término “tiroteo escolar” se evocan innumerables tragedias, llenas de escenas sangrientas de niños y jóvenes muertos: Virginia Tech (2007), la escuela primaria Sandy Hook de Newtown, Connecticut (2012), y el instituto Marjory Stoneman Douglas de Parkland, Florida (2018), por nombrar algunos.
El año pasado se produjo un fuerte descenso de los tiroteos en las escuelas, con solo 10 incidentes registrados por Education Week, pero esto se debió únicamente al hecho de que la mayoría de ellas estuvieron cerradas durante gran parte del año, y los niños recibieron clases en línea. Con la reapertura impuesta por el presidente Joe Biden y la presidenta del sindicato docente AFT, Randi Weingarten, el fenómeno ha vuelto con fuerza, superando los 24 tiroteos registrados en 2019.
Como siempre ocurre, entre los voluminosos comentarios de figuras políticas y artículos en los medios de comunicación, no se puede leer nada que intente explicar las causas sociales y políticas más profundas de la epidemia de tiroteos en las escuelas.
“Debemos seguir rezando y teniendo esperanza por el resto de estudiantes y la profesora que resultaron heridos, y por los estudiantes que están en estado de shock ahora mismo”, escribió en Twitter la diputada demócrata Elissa Slotkin. “De alguna manera tendrán que darle sentido a que uno de sus compañeros les haga esto”.
El sheriff del condado de Oakland, Michael Bouchard, en una reunión informativa con los medios de comunicación el martes por la noche, pintó un panorama sombrío de un imparable espectro que atormenta el país, llevándose al azar la vida de los niños. “Si recuerdan, hace muchos, muchos años, solíamos hacer que los estudiantes se metieran debajo del pupitre por la amenaza potencial de un ataque nuclear”, señaló Bouchard. “Pues bien, hay una amenaza muy diferente, y tenemos que entrenarnos para ella y estar preparados para ella. Este tipo de cosas pueden ocurrir en cualquier lugar, y lamentablemente han ocurrido incluso en una comunidad dulce y tranquila como Oxford. Puede aparecerse en cualquier lugar de Estados Unidos, nadie es inmune”.
Después de cada tiroteo masivo, aparece la inevitable letanía de explicaciones trilladas –psicología individual, acceso a las armas, videojuegos violentos— que proporcionan “soluciones” rápidas. Ni los políticos ni los expertos aprenden ni examinan nada.
Aunque hay mucho que aún se desconoce sobre las circunstancias particulares del tiroteo en Oxford, Míchigan, lo que ha salido a la luz revela algo de la realidad social y política que constituye su telón de fondo. En 2016, la madre de Crumbley, Jennifer Crumbley, una agente inmobiliaria, escribió una carta abierta al presidente entrante Donald Trump, por quien que votó. En su confusa y desesperada carta, Crumbley describe la existencia económica de su familia, como parte de la clase media-baja estadounidense.
“Tengo 38 años. Tengo una familia. Mi marido y yo trabajamos a tiempo completo. He visto cómo se duplican las primas de nuestro seguro. No puedo permitirme comprar este Obamacare. Para mi familia son más de 600 dólares al mes con deducibles. Nos rompemos el trasero, señor Trump. Pago impuestos, mi marido paga la manutención de sus hijos, dono a organizaciones benéficas. Somos jodidamente buenos estadounidenses que no pueden salir adelante.
“Mi marido sufrió un derrame cerebral y se fracturó la espalda y nos quedamos solo con mis ingresos. ¿Sabes lo difícil que es mantener a una familia con solo 40.000 dólares al año? No pude calificar para la ayuda estatal. Ganaba demasiado”.
Concluyó diciendo: “Tengo grandes esperanzas de que cierren la Grande Farmacéutica y hagan que la atención sanitaria vuelva a ser asequible para mí y mi familia de clase media”, escribió. El mundo que describe la Sra. Crumbley es un mundo de perpetua ansiedad y desesperación económica. Pero con esto se mezcla el retraso, la pobreza cultural e ignorancia histórica de las cuales se nutren Trump y su movimiento. Tampoco se puede descontar la relevancia de la absolución de Kyle Rittenhouse y la glorificación de su ejemplo por parte de la prensa derechista, que ocurrió apenas dos semanas antes del tiroteo de la secundaria Oxford.
Ethan Crumbley ha cometido un crimen horrible. Ha destrozado vidas, ha destruido familias y ha extinguido futuros. Pero llamarle un monstruo, juzgar a este joven de 15 años como un adulto y añadirle un cargo de terrorismo no satisface más que un deseo de venganza. Un niño que comete un crimen así a una edad tan temprana padece una profunda patología psicológica, pero agravada por una sociedad enferma.
En abril de 1999, tras la masacre de Columbine, el World Socialist Web Site llamó la atención al contexto social, político e ideológico del tiroteo. “La concentración en las señales de alarma de los individuos”, escribimos, “no ayudará a prevenir futuras tragedias”.
La atención debería enfocarse, más bien, en las señales de advertencia sociales, es decir, en los indicios e índices de disfunción social y política que crean el clima que produce eventos como la masacre de la escuela secundaria de Columbine. Los indicadores vitales de un desastre inminente podrían ser: la creciente polarización entre ricos y pobres; la atomización de los trabajadores y la supresión de su identidad de clase; la glorificación del militarismo y la guerra; la ausencia de un comentario social serio y de un debate político; el estado degradado de la cultura popular; el culto a la bolsa de valores; la celebración desenfrenada del éxito individual y la riqueza personal; la denigración de los ideales de progreso social e igualdad.
En las más de dos décadas transcurridas desde Columbine se ha producido una enorme intensificación de todos estos procesos subyacentes: un aumento vertiginoso de la desigualdad social, la glorificación del militarismo, el fomento de la xenofobia y, para colmo, una pandemia que ha matado a 800.000 estadounidenses. ¿Es una sorpresa que la sociedad que produce regularmente tiroteos masivos como estos —más que cualquier otro país— tenga la mayor tasa de mortalidad por COVID-19? Solo en Míchigan, 200 personas mueren cada día. En Estados Unidos, la vida vale excepcionalmente poco.
Sin embargo, el creciente ánimo de resistencia de la clase trabajadora traerá consigo un cambio radical en el clima político, intelectual y, de hecho, moral del país.
(Publicado originalmente en inglés el 2 de diciembre de 2021)