La derrota general del Partido Demócrata en las elecciones del martes, de año no electoral, constituye un punto de inflexión político. La elección de un gobernador republicano en Virginia, la primera victoria republicana en el estado en una docena de años, se produjo a pesar de un gasto masivo de recursos por parte del Partido Demócrata, incluyendo apariciones del presidente Biden, la vicepresidenta Kamala Harris, el expresidente Barack Obama y muchas otras figuras nacionales del partido.
En Nueva Jersey, el gobernador demócrata parece haber sobrevivido la contienda, la cual estuvo inesperadamente reñida para un estado dominado desde hace mucho por los demócratas. Sin embargo, sufrieron un baño de sangre en las elecciones para legisladores estatales. En un resultado asombroso, Stephen Sweeney, fue derrotado en su intento de reelección por un candidato que gastó $153 en su campaña. Sweeney es vicepresidente internacional del sindicato de herreros, una posición que posiblemente contribuyó a su derrota en un distrito predominantemente obrero en el sur de Jersey.
Ambas elecciones ocurrieron en estados fácilmente ganados por Joe Biden en 2020 frente al entonces presidente Donald Trump. Biden ganó Virginia por 10 puntos porcentuales y Nueva Jersey por 16 puntos. El giro en contra de los demócratas fue de 12 puntos en Virginia y 15 puntos en Nueva Jersey y se concentró en las áreas suburbanas más pudientes en las afueras de la ciudad de Nueva York y Washington DC.
Las cuestiones económicas desempeñaron sin duda un papel importante en la derrota de los demócratas. La participación de los votantes descendió en mayor medida, en comparación con 2020, en las zonas de clase trabajadora que habían votado a Biden y que no vieron nada en términos de mejoras en el empleo, los salarios o las prestaciones sociales. Por el contrario, un fuerte aumento de la inflación, especialmente en el precio de la gasolina, el coste de los coches usados, los precios de los alimentos y los alquileres —todo ello de importancia crítica para los trabajadores peor pagados— contribuyó a la desafección respecto al partido en el poder en Washington.
La victoria electoral de Biden se vio alimentada por el enfado popular ante la gestión de Trump de la pandemia de COVID-19, y su evidente desinterés por el enorme número de infecciones y muertes. Pero la nueva Administración ha continuado con la misma política de anteponer las ganancias corporativas a la vida humana. Ha forzado la reapertura de escuelas y empresas a pesar de la aparición de nuevas variantes mortales como la delta. A finales de este año, habrán muerto más estadounidenses por el coronavirus bajo la Administración Biden que bajo Trump, a pesar de la vacunación masiva.
Las elecciones del 2 de noviembre fueron la primera gran contienda entre los dos partidos capitalistas desde que el presidente republicano intentó un golpe de Estado fascista para anular las últimas elecciones y mantenerse en el cargo. Es asombroso que los demócratas hayan sido incapaces de apelar a la ira popular por este ataque a la Constitución y a los derechos democráticos. El demócrata Terry McAuliffe invocó constantemente el nombre de Trump en las elecciones de Virginia, pero nunca le atribuyó ni a él ni al Partido Republicano los acontecimientos del 6 de enero.
El Partido Demócrata responderá a esta derrota política moviéndose violentamente hacia la derecha. Sus principales portavoces ya han declarado que las derrotas se debieron a que el partido adoptó una política demasiado izquierdista en relación con el gasto social y los impuestos a los ricos. Un columnista declaró que los grandes ganadores del martes fueron los senadores Joe Manchin y Kyrsten Sinema, los dos demócratas de derechas que han bloqueado el proyecto de ley de gasto social llamado “Reconstruir meor” de Biden.
A todos los efectos, el 2 de noviembre marca el final de la Presidencia de Biden, al menos en lo que respecta a las políticas nacionales. Biden no pudo promulgar su proyecto de ley de gasto social, ni sus prometidas reformas sobre el derecho al voto, la inmigración y la violencia policial, ni siquiera antes de las elecciones. Lo que se apruebe en el Congreso será solo el remanente de una hoja de parra, y solo lo que el Partido Republicano decida permitir.
Después de que Trump tratara de mantenerse en el poder a través del ataque del 6 de enero al Capitolio de EE.UU., Biden se opuso a cualquier esfuerzo serio para investigar el intento de golpe de Estado o castigar a los que trataron de derrocar la Constitución estadounidense. Declaró que quería preservar un Partido Republicano fuerte. Ahora lo tiene. La derecha fascista, y Trump en particular, son los beneficiarios.
Sin ninguna perspectiva en el frente interno, es muy probable que la Administración de Biden trate de mejorar su posición mediante una renovada agresión imperialista en el extranjero. La Administración de Obama-Biden, después de su derrota electoral en las elecciones al Congreso de 2010, lanzó guerras en Libia, Siria y Yemen. La clase obrera internacional se enfrenta a peligros aún mayores por parte de un Gobierno estadounidense que está avivando los enfrentamientos con Irán y con las potencias nucleares de China y Rusia.
El resultado de la votación del 2 de noviembre fue una derrota, no solo para la Administración, sino de todo el marco político del Partido Demócrata, su orientación social durante muchas décadas. El Partido Demócrata siempre ha sido un partido capitalista, pero una vez hizo un llamamiento a la clase trabajadora sobre la base de sus intereses económicos. Este período ya caducó.
En su lugar, ha tratado de forjar una base de apoyo político en sectores de la clase media-alta mediante llamamientos basados en la promoción de la política de identidades racial y de género. El Partido Demócrata es ahora inseparable de un enfoque obsesivo en cuestiones de raza y género, incluyendo la acción afirmativa, las reparaciones por la esclavitud y la enseñanza de mitos reaccionarios como la “teoría crítica de la raza” y el Proyecto 1619, inventado por el New York Times hace dos años para negar la naturaleza progresista de la Revolución estadounidense y la guerra civil.
Con Biden, la política de identidades se ha combinado con una promoción agresiva de los sindicatos, es decir, de las burocracias privilegiadas que constituyen un sector considerable de la clase media-alta. Biden se ha declarado repetidamente como el presidente más prosindical de la historia, respaldando los esfuerzos de los sindicatos para organizarse en Amazon, con el fin de crear una nueva barrera contra las luchas de los trabajadores de Amazon.
La adopción de la política de identidades, como lo han subrayado el PSI y el WSWS repetidamente, divide a la clase obrera y fortalece la reacción política. De esta manera, el obsceno espectáculo de los políticos de ultraderecha –los herederos políticos de los tories de 1776 y los esclavistas de 1861— se presentan como defensores de Thomas Jefferson y Abraham Lincoln. Este Partido Demócrata
Esta política del Partido Demócrata hizo posible que el republicano Glenn Youngkin en Virginia combinara un respaldo al fascista Donald Trump con la afirmación de oponerse a “ver todo a través del lente de la raza”.
El papel de los demócratas en el fortalecimiento de la reacción sigue un patrón histórico definido. Durante los últimos 30 años, cada vez que el Partido Demócrata ganó el control total del Gobierno —–ambas cámaras del Congreso y la Casa Blanca— procedió a promulgar políticas que enajenaron en lugar de beneficiar a la clase trabajadora, produciendo una catástrofe electoral como consecuencia. La victoria de Clinton en 1992 fue seguida por la toma de posesión del Congreso por parte de los republicanos con Newt Gingrich en 1994. La victoria de Obama en 2008 condujo a la captura republicana de la Cámara de Representantes en 2010, luego del Senado en 2014 y, finalmente, a la victoria de Trump en 2016. La victoria de Biden en 2020 parece que producirá una debacle similar.
Los demócratas han dado por perdidos amplios sectores de la clase trabajadora blanca, sobre todo en las regiones empobrecidas y desindustrializadas de los Apalaches y de las pequeñas ciudades, donde los sindicatos que Biden abraza se identifican en la mente de los trabajadores con fábricas cerradas y huelgas traicionadas. El resultado es que, en las antiguas ciudades mineras de carbón del suroeste de Virginia, que fueron bastiones de la militancia obrera hace solo 40 años, los candidatos republicanos ganan ahora hasta el 90 por ciento de los votos.
La derrota de los demócratas el 2 de noviembre, por mucha consternación que cause en las filas de los apologistas pseudoizquierdistas de este partido reaccionario e imperialista, no es en absoluto una derrota de la clase obrera. Por el contrario, coincide con el aumento de la militancia y la conciencia de clase entre millones de trabajadores, expresada tan poderosamente en los votos masivos de rechazo a los contratos promovidos por el sindicato United Auto Workers y otros cascarones burocráticos que aún se hacen llamar “sindicatos”.
Es digno de mención que más de 10.000 trabajadores en huelga en John Deere votaron en contra de otro acuerdo favorable a la empresa y respaldado por el UAW el mismo día en que el Partido Demócrata fue ampliamente repudiado en las elecciones estatales de Virginia y Nueva Jersey. Hay una clara conexión entre la derrota de la oficialidad sindical y la derrota del partido político al que estos dirigentes sindicales están atados por mil hilos.
La clase obrera debe ver los sindicatos y el Partido Demócrata por lo que son: obstáculos y barricadas que hay que desechar, no vehículos para las luchas futuras. Es necesario que los trabajadores se liberen de la camisa de fuerza política del Partido Demócrata, cuyo papel objetivo es allanar el camino para el regreso al poder de Trump y los fascistas, en las elecciones de 2022 y 2024, si no incluso antes.
La clase obrera debe construir un movimiento político independiente que repudie todas las divisiones atizadas y explotadas por la clase dominante –blancos contra negros, hombres contra mujeres, nacidos en el país contra inmigrantes, trabajadores estadounidenses contra sus hermanos de clase en el extranjero— y que una a todos los trabajadores en una lucha común por sus intereses sociales y de clase comunes. Los trabajadores de todos los países tienen las mismas necesidades de empleos dignos, salarios que permitan mantener a una familia, protección contra la pandemia del COVID-19 y el fin de las amenazas de guerra y de violencia fascista.
Para luchar por estos intereses, los trabajadores necesitan su propio partido, un partido revolucionario que diga la verdad y dirija las próximas luchas sin dar concesiones. Ese partido es el Partido Socialista por la Igualdad en Estados Unidos, y nuestros partidos hermanos en todo el mundo, secciones del Comité Internacional de la Cuarta Internacional.
(Publicado originalmente en inglés el 3 de noviembre de 2021)