A partir de este fin de semana, se reunirán jefes de Estado, ministros y miles de delegados más de todos los rincones del globo en Glasgow, Escocia, para dos semanas de discusiones sobre el cambio climático a partir de este fin de semana.
Este año marca la ronda 26ª de negociaciones desde la ratificación de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático por más de 190 países en Río de Janeiro, Brasil, en 1992. En los siguientes 29 años de discusiones, los Gobiernos capitalistas han tenido un fracaso tras otro, encaminando el mundo hacia la catástrofe. La sesión de este año en Glasgow promete mucho de lo mismo.
Sin embargo, ha cambiado mucho desde la última sesión negociadora en 2019. Los últimos dos años han atestiguado una serie de desastres climáticos cada vez mayores en todas las regiones del globo, incluyendo incendios forestales masivos en los montes australianos y el oeste estadounidense, incendios devastadores en Europa, Asia y América, y mortales olas de calor en todo el mundo.
Los avances científicos han fortalecido aún más nuestro conocimiento del cambio climático y su impacto en la humanidad. El último reporte comprensivo del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático publicado en agosto confirmó que los efectos son “generalizados, rápidos y cada vez más intensos y algunas tendencias ya son irreversibles”. El mundo ya se calentó 1,2 C desde niveles preindustriales. La inercia del sistema climático efectivamente garantiza un aumento global de 1,5 C en las próximas dos décadas o antes.
Ni las advertencias calamitosas de los científicos ni las consecuencias de eventos meteorológicos extremos han alterado fundamentalmente la respuesta global al cambio climático. La parálisis internacional frente a la crisis climática se combina con la falta de cualquier respuesta a la pandemia. La cumbre de Glasgow fue pospuesta por un año esperando que esto permitiera una respuesta colectiva para poner fin a las muertes masivas. Estas esperanzas han dado paso a un año aún más desastroso en 2021, en el que se duplicó con creces la cifra global de muertos.
El principal punto en la agenda de Glasgow es revisar las emisiones de gases del efecto invernadero de todas las naciones que se comprometieron al acuerdo de París hace seis años. Estos compromisos son completamente voluntarios y no cuentan con ningún mecanismo para hacerlos valer. Más allá de su inutilidad, las aspiraciones colectivas de Paris no alejan al mundo del límite declarado de 2,0 C, ni hablar de los 1,5 C urgidos por los científicos.
Un análisis del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente publicado esta semana descubrió que, si los países logran cumplir con sus compromisos actuales, las temperaturas aumentarán probablemente 2,7 C este siglo. Pero es aún peor. La mayoría de las naciones han hecho demasiado poco para adoptar energías renovables, aumentar la eficiencia e implementar otras medidas necesarias para lograr sus metas ya insuficientes. Si las políticas actuales continúan, el mundo probablemente superará por mucho los 3 C para 2100, un cambio que pone en cuestión el futuro de la humanidad.
La solución ofrecida en Glasgow es que los Gobiernos conciban objetivos nuevos, más agresivos y consistentes con los catastróficos pronósticos de advertencia. Sin embargo, estos objetivos siguen siendo completamente voluntarios y susceptibles a cínicos trucos en sus cálculos. Por ejemplo, Brasil aumentó sus emisiones estimadas de 2005 para que, en términos porcentuales, parezca que está en camino a cumplir con su compromiso.
El marcado contraste entre las promesas de reducir rápidamente la contaminación por carbono y la realidad de las políticas que mantienen el statu quo dominado por los combustibles fósiles queda ejemplificado por Estados Unidos, responsable de más dióxido de carbono en la atmósfera que cualquier otra nación. El presidente Biden llegó a Glasgow el viernes con la promesa de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a la mitad de los niveles de 2005 para el final de la década y de lograr emisiones netas cero para 2050. Mientras tanto, se encuentra en medio de las negociaciones con su propio partido para recortar sus propuestas de infraestructura y gasto social. Los fondos restantes para hacer frente al cambio climático son solo de $550 mil millones en 10 años, una fracción de lo que el país gasta en prepararse para la guerra en un solo año. La mayor parte de esta financiación para el clima se dedica a deducciones de impuestos para las empresas.
Detrás de las promesas y los gestos falsos sobre compromisos nacionales, se esconden las explosivas rivalidades nacionales que impregnan la cumbre de Glasgow. Para el imperialismo estadounidense, el cambio de política de la Administración Trump, que se retiró del acuerdo de París, a la Administración de Biden, que se reincorporó a él, no refleja ningún giro hacia la coordinación internacional para resolver un problema catastrófico que enfrenta la humanidad. Por el contrario, reabre un frente diplomático en la lucha por el dominio económico y geopolítico, cuyo principal objetivo es contrarrestar el ascenso de China.
Biden lo dejó claro en un discurso pronunciado el jueves, que inició afirmando su objetivo de “convertir la crisis climática en una oportunidad para ponernos en el camino no solo de competir, sino de ganar la competición económica del siglo veintiuno contra China y todos los otros países del mundo”.
Sus comentarios se produjeron tras la reciente publicación de una serie de informes encargados por la Casa Blanca sobre las implicaciones del cambio climático para la seguridad nacional. La primera Estimación Nacional de Inteligencia sobre el cambio climático resumió lo que está en juego en Glasgow. “Es probable que las tensiones geopolíticas aumenten a medida que los países discutan cada vez más sobre cómo acelerar las reducciones de las emisiones netas de gases de efecto invernadero que serán necesarias para cumplir los objetivos del Acuerdo de París”, señalaba el informe. “El debate se centrará en quién tiene más responsabilidad para actuar y pagar, y con qué rapidez, y los países competirán por controlar los recursos y dominar las nuevas tecnologías necesarias para la transición a energías limpias”.
Todos los Gobiernos imperialistas persiguen cálculos similares, guiados sobre todo por el afán de obtener ventajas económicas para sus industrias nacionales y de reforzar su posición geopolítica.
Mientras tanto, el abismo entre las acciones que traman los Gobiernos en Glasgow y lo que se necesita para salvar a la humanidad sigue creciendo.
Esta primavera, la Agencia Internacional de la Energía, un organismo consultivo intergubernamental, publicó una hoja de ruta para conseguir que el sector energético mundial tenga cero emisiones netas en 2050. El sector energético representa las tres cuartas partes de las emisiones mundiales de carbono. Esta trayectoria es necesaria para limitar el calentamiento a 1,5 C.
El informe expone el hecho de que “sería necesario realizar simultáneamente un gran número de cambios sin precedentes en todas las partes del sector energético, en un momento en el que el mundo está tratando de recuperarse de la pandemia del Covid-19”. Solo en los próximos nueve años, se necesita lo siguiente:
- cesar inmediatamente la aprobación de todos los nuevos yacimientos de petróleo y gas y las minas de carbón;
- más que duplicar la proporción de energías renovables en la electricidad hasta el 60 por ciento;
- triplicar la inversión anual en el sector eléctrico;
- modernizar la mitad de los edificios existentes en las economías avanzadas y un tercio en los países en desarrollo;
- duplicar la fabricación mundial de baterías cada dos años;
- quintuplicar las instalaciones de energía solar; y
- pasar a que el 50% de los vehículos de pasajeros nuevos funcionen con electricidad, frente al 2,5% en 2019.
¿Alguien cree que los Gobiernos capitalistas de todo el mundo son capaces de esto? Los participantes en la cumbre de Glasgow ni siquiera pueden ponerse de acuerdo en cumplir sus promesas, que son tremendamente insuficientes, y menos aún en aplicar una transformación sistémica.
La pandemia ha demostrado las verdaderas prioridades de la clase dominante, incluso cuando se enfrenta a muertes masivas. Las abismales medidas para proteger la salud pública fueron acompañadas por una intervención masiva de los bancos centrales en la crisis que estalló en el sistema financiero en marzo de 2020, entregando cantidades prácticamente ilimitadas de dinero para apuntalar los bancos y las casas financieras. Tras estabilizar temporalmente los mercados, la prioridad pasó a ser la reapertura de la economía en la mayoría de las zonas del planeta. Se permitió que el virus se extendiera y mutara. El resultado es que millones de personas han muerto y no se ve el final. Al mismo tiempo, la desigualdad social ha alcanzado niveles insospechados
Los retos fundamentales que plantea la pandemia son los mismos que plantea el cambio climático. Así como el coronavirus no conoce fronteras, el dióxido de carbono tampoco. Una respuesta eficaz a los problemas básicos de nuestro tiempo necesita derrumbar igualmente las fronteras nacionales establecidas bajo el capitalismo.
Exige una reasignación masiva de recursos, dirigiendo los recursos sociales a la satisfacción de las necesidades sociales y no a las ganancias privadas.
Las enormes inversiones necesarias para una rápida transición a una economía impulsada por energías renovables son imposibles mientras los principales sectores de la economía sigan siendo controlados por manos privadas y operados con fines de lucro.
El fracaso a combatir el cambio climático no es culpa de los humanos en un sentido abstracto. Se debe a un sistema social específico: el capitalismo. Las contradicciones inherentes del capitalismo —(1) la división de un mundo económicamente integrado en países rivales y (2) la producción socializada junto al control privado de los medios de producción— presentan un obstáculo que debemos superar si queremos frenar las implicaciones catastróficas del cambio climático. Requiere un plan económico racional y coordinado a nivel global. Requiere la lucha por el socialismo.
Desde su origen, el cambio climático es una cuestión fundamentalmente de clase. ¿De acuerdo con los intereses de quienes opera la sociedad? El capitalismo, que opera en beneficio de una diminuta élite gobernante pero fabulosamente adinerada, ha demostrado ser un completo callejón sin salida. La tarea urgente es girar hacia la clase obrera, la fuerza social cuyos intereses fundamentales están alineados con reconstruir la sociedad para satisfacer las necesidades sociales, no generar lucro privado.
(Publicado originalmente en inglés el 29 de octubre de 2021)