El intento de extraditar al fundador de WikiLeaks, Julian Assange, a EE.UU. se reanudó ayer con el inicio de una audiencia sobre la apelación del Gobierno estadounidense. Es una abominación legal con la intención de perpetrar un crimen atroz.
Assange es el blanco porque él y WikiLeaks revelaron crímenes de guerra, tortura, otros abusos de derechos humanos, espionaje masivo, planes golpistas y corrupción estatal. Los arquitectos de estos crímenes, los Gobiernos imperialistas de EE.UU. y otros, están decididos a hacerlo pagar con sangre, o bien a través de una cadena perpetua y la destrucción de su salud física y mental, o bien con un asesinato.
Hace tan solo un mes, Yahoo! News reportó, a partir de conversaciones con 30 fuentes, que se discutieron planes en “los niveles más altos” de la CIA para secuestrar o asesinar a Assange. En las palabras de un exoficial, “Parecía que no existían límites”. El exdirector de la CIA y secretario de Estado, Mike Pompeo, quien encabezó las discusiones, no ha negado el reporte, admitió que “hay partes que son reales” y declaró que “no ofrece disculpas”.
Sin embargo, fue Assange quien estaba en el banquillo ayer, amenazado con ser extraditado y enjuiciado por el Estado cuyos crímenes reveló y cuyos planes para asesinarlo ya fueron expuestos.
Pero estaba “en el banquillo” solo en sentido figurativo. El editor jefe de WikiLeaks, Kristinn Hrafnsson les dijo a partidarios fuera de la corte que le prohibieron a Assange asistir a su propia audiencia y que se vería obligado a asistir por enlace de video desde la prisión. Planteó: “¿Cómo puede interactuar con sus abogados desde la prisión de Belmarsh? ¿Cómo puede representar esto justicia en cualquiera de sus formas?”.
Cuando comenzó la audiencia, el abogado de Assange, Edward Fitzgerald, le dijo al tribunal que su cliente se sentía demasiado mal como para asistir incluso por enlace de video.
Assange de hecho apareció en la cámara algunas horas después, visiblemente en mal estado—delgado, agotado y con dificultades para mantenerse despierto o sentarse derecho en su silla—. Llegó a tiempo para escuchar al abogado del Gobierno estadounidense, James Lewis, sermonear prolongadamente sobre su suicidio y sobre si el riesgo realmente era tan alto. Assange dejó el cuarto del enlace de video por un tiempo y se sentó fuera del ángulo de la cámara cuando regreso.
En un discurso fuera del tribunal, la parea de Assange, Stella Moris, explicó mordazmente que el proceso judicial decidiría “si un periodista será extraditado al país que conspiró para asesinarlo”.
Lógicamente, tales eventos deberían ir acompañados de manifestaciones masivas en todo el mundo exigiendo la liberación inmediata e incondicional del fundador de WikiLeaks. El hecho de que no se estén produciendo es el resultado de una campaña de décadas para aislar y denigrar al heroico periodista, quien ha hecho más que cualquier otro en el siglo veintiuno para exponer los crímenes imperialistas contra la población mundial.
Assange fue la primera y más importante víctima de la política de caza de brujas basada en el género, por medio de la cual las acusaciones de crímenes sexuales son otorgadas el estatus de hechos incontestables y utilizados para destruir el debido proceso y la presunción de inocencia. Las cuestiones de clase y los principios políticos son sofocados bajo una marea de denuncias por aquellos que dicen defender los derechos de las mujeres pero realmente avanzan los intereses del imperialismo y de las capas acomodadas de la clase media.
En agosto de 2010, cuando sucesivas revelaciones de WikiLeaks estremecieron el imperialismo global, se inició una investigación sobre el presunto abuso sexual de dos mujeres por parte de Assange —un fraude evidente y ahora totalmente desacreditado y sometido a un análisis devastador por parte del relator especial de la ONU sobre la tortura, Nils Melzer. Esta pesquisa sentó las bases para su captura a manos de la policía británica y fue utilizada para mantenerlo arbitrariamente detenido en la Embajada ecuatoriana en Londres por casi siete años.
Su objetivo general fue dar un pretexto para una campaña viciosa de calumnias contra Assange e intimidación contra cualquier que lo defendiera. La pseudoinvestigación sueca le ofreció a la prensa, que había lucrado generosamente de su colaboración inicial con WikiLeaks, con una excusa para arremeter salvajemente en su contra.
El Guardian británico publicó obsesivamente calumnias e insultos contra Assange. Su columnista Marina Hyde lo tildó de “otro tipo que no puede hacer frente a una acusación de violación” y “el mayor cabrón en Knightsbridge”. El periódico de Luke Harding acusó a Assange y WikiLeaks de ser agentes rusos. Suzanne Moore describió a Assange en el New Statesman como un “gnomo con pinta de demente” y un “iluso espeluznante”.
En EE.UU., Katha Pollitt escribió sobre Assange en Nation: “Cuando se trata de violación, la izquierda todavía no lo entiende”.
Esta campaña políticamente reprochable fue apoyada por una lista completa de la pseudoizquierda a nivel internacional, los especialistas de la política de género y otras identidades en defensa del imperialismo. En Reino Unido, Tom Walker del Socialist Workers Party (SWP) escribió, “Julian Assange debe enfrentar los cargos de violación”. Lindsey German de Counterfire acusó a sus defensores de “negar los derechos de las víctimas de violación”.
La revista Jacobin, Alternativa Socialista y la Organización Internacional Socialista (ISO, por sus siglas en inglés) en EE.UU., Alternativa Socialista en Australia, el país de origen de Assange, e incontables otros se alinearon internacionalmente o mantuvieron un silencio cómplice.
Los sindicatos no hicieron nada para movilizar a sus miembros en su defensa ni para informarles sobre su situación crítica.
Nada cambió cuando la policía británica arrastró a Assange de la Embajada ecuatoriana en abril de 2019. En cuestión de 48 horas, el Guardian escribió, “Prioricen a la víctima de violación de Assange” y destacó un artículo noticioso titulado, “El fracaso para extraditar a Assange a Suecia sería un respaldo a la ‘cultura de la violación’, dicen grupos de mujeres”.
El SWP estuvo de acuerdo, declarando, “Assange debería enfrentar su juicio en Suecia”, así como el Partido Socialista británico, que insistió, “La acusación de violación debería ser investigada”.
Jeremy Corbyn, quien guardó silencio sobre Assange durante todo su término como líder laborista, hasta ese punto, se vio obligado a expresar una oposición simbólica. Pero inmediatamente dio marcha atrás cuando las parlamentarias blairistas Stella Creasey y Jess Phillips presentaron una carta firmada por otros 100 parlamentarios laboristas exigiendo “acciones que garanticen que Julian Assange sea extraditado a Suecia”. Corbyn no mencionó a Assange ni una sola vez durante la elección general de 2019.
En la medida en que algunos de estos individuos y estas organizaciones declaren alguna oposición formal ahora a la extradición estadounidense, lo hacen sabiendo que ya hicieron su trabajo. Assange ha sido aislado de la fuerza que dotaba a su trabajo periodístico la capacidad de atemorizar tanto a la clase gobernante: la hostilidad masiva al imperialismo que existe en la clase obrera internacional, con la cual resonaron y a la cual fortalecieron y azuzaron las revelaciones de WikiLeaks.
Este es el único contexto político que puede explicar cómo se le ha permitido al Gobierno estadounidense y los tribunales británicos someter a Assange a abusos tan implacables. Morris dijo antes de la audiencia de ayer: “Me preocupa mucho la salud de Julian. Lo vi el sábado. Estaba muy delgado. Espero que los tribunales pongan fin a esta pesadilla”. De hecho, la han perpetuado.
Lewis le dijo al Tribunal Supremo que no es posible que sospechen que EE.UU. está actuando en “mala fe” al ofrecer garantías sobre el trato justo de Assange después de extraditarlo, indicando, “Hay una premisa fundamental de que el Estado solicitante está actuando en buena fe”.
Dice esto de un país cuya agencia de inteligencia CIA, apodada “Asesinatos S.A.”, fue asignada la tarea de planear el asesinato de Assange y que lo ha llevado al borde de la muerte a través de su campaña de extradición. Lewis añadió que no existe “ningún precedente en que el Reino Unido”, el carcelero de EE.UU. en su campaña sistemática de tortura y abuso, “haya informado de alguna preocupación de que EE.UU. no cumpla con sus garantías”.
En su intento para menoscabar la evidencia del testigo experto en psiquiatría de la defensa, quien no mencionó en un reporte el hecho de que Stella Moris es la pareja de Assange, Lewis desechó la sugerencia de que una buena razón de no mencionarla fuera por temor a su seguridad.
El Gobierno se benefició en toda la audiencia del fallo podrido original del tribunal menor en enero, que bloqueó la extradición, pero únicamente por la salud mental de Assange y el riesgo de suicidio, mientras que aceptó todos los otros argumentos presentados por la fiscalía. Por ende, Lewis no tuvo que mencionar el empleo de la Ley de Extradiciones contra un periodista que expuso crímenes estatales, el abuso repetido del debido proceso, el uso de evidencia fabricada en su contra, ni la amenaza mortal a él y su familia. Estas transgresiones ya fueron aceptadas.
Cuánto más se prolonga, tanto más kafkiano se torna el proceso, según desaparecen las verdaderas razones de la persecución de Assange detrás de discusiones sobre su salud y los detalles legales de las leyes de extradición. Es el deber de todos los oponentes de la violencia capitalista y la opresión ayudar a Assange uniéndose a la lucha por organizar a la clase obrera internacional en su defensa.
(Publicado originalmente en inglés el 27 de octubre de 2021)