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Perspectiva

La propaganda mediática y el fiasco afgano

Tras el colapso del régimen títere de EE.UU. en Afganistán el fin de semana, la prensa y la élite política se han obsesionado con una interrogante: ¿cómo es que los “tomó por sorpresa” tan catastróficamente el colapso extremadamente rápido del régimen en Kabul?

La respuesta a esta pregunta tiene mucho que ver con el papel de los propios medios de comunicación. Una de las funciones tradicionales de la prensa burguesa no solo es informar al público, sino también informar a la clase gobernante. Sin embargo, los medios de comunicación estadounidenses se han transformado completamente en una máquina de propaganda estatal. En el proceso, la clase gobernante no solo ha creado un instrumento de engaño, sino también de autoengaño. Los embusteros se han vuelto los engañados.

El portavoz John Kirby del Pentágono, derecha, y el general mayor del Ejército de EE.UU., William Taylor, de Operaciones Conjuntas del Estado Mayor, durante una rueda de prensa en el Pentágono, el 17 de agosto de 2021, Washington (AP Photo/Alex Brandon).

Una importante lección que tomó la clase gobernante de la guerra de Vietnam fue que necesitaba “controlar el relato”, lo que significaba controlar la prensa. Los reportes en los medios de comunicación sobre la horrenda realidad de la guerra fueron un papel importante en cambiar la opinión pública, y un número importante de periodistas prominentes, como el presentador Walter Cronkite de CBS News después de la ofensiva del Tet de 1968, se pronunciaron abiertamente en oposición a la guerra.

La clase gobernante concluyó que limitar los informes negativos —lo que equivalía a limitar los reportes de la verdad— le permitiría definir el resultado de sus operaciones imperialistas. La guerra del golfo Pérsico en 1991 contra Irak fue una etapa importante en este proceso, dado que la prensa reprodujo servilmente la propaganda de la primera Administración Bush. Uno de los únicos periodistas que reportó la devastación causada por las bombas estadounidenses, el corresponsal de CNN, Peter Arnett, fue tildado por la Casa Blanca como instrumento de Sadam Huseín. En 1999, Arnett fue expulsado de la televisora con base en un escándalo inventado en torno a su cobertura de la “operación Tailwind”.

La transformación de los medios de comunicación en voceros del ejército quedó al descubierto después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando el Gobierno de George W. Bush preparaba la guerra en Afganistán. Dan Rather, el principal presentador de CBS News, resumió la subordinación cobarde de la prensa ante el Estado cuando declaró el 17 de septiembre, “George Bush es el presidente. Él toma las decisiones. Y como un estadounidense dónde él quiera que me ponga en fila, diga dónde, y él anunciará la decisión”.

A finales de octubre de 2001, tres semanas después de que comenzara la guerra, el presidente de CNN, Walter Isaacson, envió un memorando a los corresponsales internacionales de la cadena en el que les ordenaba “equilibrar” cualquier información sobre víctimas civiles de los aviones de guerra estadounidenses con declaraciones “sobre cómo los talibanes han dado cobijo a los terroristas responsables” de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Dijo al Washington Post en ese momento que “parece perverso centrarse demasiado en las víctimas o las dificultades en Afganistán”.

El “jefe de normas y prácticas” de CNN prescribió que todos sus presentadores incluyeran un lenguaje específico en sus reportajes que justificara la guerra, como por ejemplo: “El Pentágono ha subrayado repetidamente que está tratando de minimizar las bajas civiles en Afganistán, incluso cuando el régimen talibán sigue albergando a terroristas relacionados con los atentados del 11 de septiembre que se cobraron miles de vidas inocentes en Estados Unidos”.

Esto fijó las “normas y prácticas” para todos los medios de comunicación durante los 20 años de ocupación. Encubrió las horribles atrocidades asociadas a las fases iniciales de la guerra, como la tortura y la masacre de miles de prisioneros por parte de los caudillos respaldados por Estados Unidos cerca de Mazar-i-Sharif en noviembre de 2001. La continua devastación causada por las bombas y los ataques de aviones no tripulados de Estados Unidos, la inestimable corrupción y la criminalidad de las diversas fuerzas patrocinadas por Estados Unidos y contratadas para dirigir el Gobierno “democrático”, no han sido denunciadas durante las últimas dos décadas.

Lo que comenzó con Afganistán se intensificó con la invasión de Irak en 2003. Los militares y los medios de comunicación colaboraron directamente en la institucionalización de los “reporteros integrados”, comenzando con unos 700 periodistas emplazados en unidades militares. Explicando el propósito del programa, el teniente coronel del Cuerpo de Marines de EE.UU. Rick Long dijo en su momento: “Nuestro trabajo es ganar la guerra. Parte de ello es la guerra de la información. Así que vamos a intentar dominar el entorno informativo”.

Antes de la invasión de Irak, los medios de comunicación participaron en la promoción de la guerra reproduciendo las mentiras del Gobierno sobre las “armas de destrucción masiva”. Durante la invasión, presentaron obedientemente la propaganda militar que mostraba a los alegres iraquíes “liberados”. Después de la invasión y durante la ocupación, ayudó a la persecución por parte del Gobierno de aquellos que trataron de exponer lo que realmente estaba ocurriendo, incluyendo a Chelsea Manning y al editor de WikiLeaks, Julian Assange. A lo largo de todo el proceso, la prensa se dedicó a marginar del “debate” oficial la amplia oposición a la guerra.

Las mismas personas que vitorearon la guerra en Afganistán durante los últimos 20 años –Wolf Blitzer, Martha Raddatz, Andrea Mitchell, Brian Williams (quien dijo respecto a los ataques aéreos de Trump en Siria en 2017 que estaba asombrado por la “belleza de nuestras armas”) e incontables más— son ahora quienes proporcionan los comentarios sobre la debacle que ha producido.

Ninguno de estos “periodistas” bien pagados piensa en cuestionar las premisas subyacentes que los llevaron a equivocarse tan desastrosamente en primer lugar: que Estados Unidos lanzó la guerra para “derrotar el terrorismo”, para “promover la democracia” y para “proteger a las mujeres y a las niñas”. En la interminable cobertura de las cadenas de televisión por cable y en las páginas del New York Times, el Washington Post y otros periódicos importantes, no se encuentra una sola voz que se oponga a la guerra o que tenga algo crítico que decir sobre los intereses políticos y sociales detrás de ella. Los “comentaristas expertos” que invitan provienen inevitablemente de la nutrida oferta de exgenerales y exagentes de inteligencia que a su vez se han “integrado” en los medios de comunicación.

Esto aplica también, o quizás más, a los medios “liberales”. Rachel Maddow de MSNBC, que en algún momento se presentó como una periodista de “izquierda”, hizo un comentario el lunes lleno de indignación porque “los militares, los militares afganos que pasamos todos estos años construyendo, no querían luchar”. “Nos” gastamos todo ese dinero, se quejó, y “realmente sólo entregaron las llaves cuando llegó el momento”.

Hace más de 10 años, en julio de 2010, Maddow pasó varios días en Afganistán para “informar” sobre la ocupación militar estadounidense, glorificando las operaciones de “construcción nacional” de los generales estadounidenses con los que habló. En un momento dado, Maddow elogió el centro penitenciario estadounidense de Bagram, utilizado como centro de detención para prisioneros torturados en las prisiones clandestinas de la CIA o que estaban a punto de ser transportados a Guantánamo. La mejor opción para contener a los talibanes, declaró Maddow, “es la ley y el orden, y parte de la ley y el orden es encerrar a la gente”.

En eso consisten los medios de comunicación estadounidenses: un sistema de engaño y autoengaño, en el que los propagandistas llegan a creer su propia propaganda y se sorprenden cuando la realidad se les viene encima.

Para completar lo absurdo de toda esta empresa, los medios de comunicación han participado, especialmente en los últimos cinco años, en el esfuerzo por calificar toda la información veraz como “noticias falsas”. Los medios que no son “fuentes autorizadas” —los “guardianes” de la opinión pública— han sido objeto de censura por parte de Google, Facebook y otras plataformas, supuestamente por difundir “desinformación”. Ante todo, esto se ha llevado a cabo contra el World Socialist Web Site, que tiene un registro incomparable de cobertura de las dos décadas de ocupación de Afganistán.

El largo y deshonroso rastro de mentiras y propaganda de la prensa va más allá que la guerra en Afganistán. En cambio, involucra quizás más significativamente al país que está librando la guerra. Pese a toda la retórica sobre el fracaso de establecer la “democracia” en Afganistán, nadie en los medios tradicionales es capaz de ser honesto ni del estado de la “democracia” en Estados Unidos, que se ha tambaleado durante el último año al borde de la dictadura, ni de las relaciones sociales que subyacen a esta realidad.

La catástrofe infligida contra Afganistán es una manifestación explícita de la criminalidad del capitalismo estadounidense. Los últimos 20 años de ocupación militar han sido 20 años de degeneración política, social y cultural para a clase gobernante estadounidense y todas sus instituciones, incluyendo los medios de comunicación. Y si el colapso de Kabul “tomó por sorpresa” a la prensa, se sorprenderá aún más por los estallidos sociales venideros dentro de EE.UU.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 17 de agosto de 2021)

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