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Perspectiva

La caída del régimen títere afgano: un desastre histórico para el imperialismo estadounidense

La repentina caída del régimen títere de EE.UU. en Afganistán el domingo es un desastre humillante para el imperialismo estadounidense. Significa el colapso de un régimen impuesto a través de una guerra y ocupación criminales, promovido a base de mentiras y mantenido en el poder por medio de asesinatos, tortura y el bombardeo de civiles.

Cuando comenzó el día domingo, el Pentágono anunció que dos batallones de marines y un batallón de infantería estadounidenses estaban aterrizando en el aeropuerto internacional de Kabul para apuntalar al régimen afgano. El régimen títere del presidente Ashraf Ghani publicó un video llamando a las fuerzas de seguridad del régimen a resguardar “la ley y el orden”.

Sin embargo, las tropas talibanes, después de una breve pausa a su avance relámpago frente a las entradas de Kabul, capturó puntos clave en la capital afgana durante el día. Para el atardecer, los oficiales talibanes reportaron que habían capturado el palacio presidencial y que pronto anunciarían la formación de un nuevo Gobierno. La base aérea Bagram, una infame prisión y centro de tortura de la OTAN, fue tomada por el Talibán, que liberó a los 7.000 prisioneros ahí.

Un helicóptero estadounidense Chinook sobre la ciudad de Kabul, Afganistán, 15 de agosto de 2021 (AP Photo/Rahmat Gul)

Según transcurría el domingo, Ghani y su asesor de seguridad nacional escaparon del país. En la mañana, hora de EE.UU., el secretario de Estado, Antony Blinken dijo que los oficiales estadounidenses se encontraban abandonando la Embajada y dirigiéndose al aeropuerto de Kabul. Pero, para la noche, los diplomáticos estadounidenses tuvieron que reconocer que Washington ya ni siquiera controlaba el aeropuerto de Kabul y que les había pedido a los ciudadanos estadounidenses en Kabul que se escondieran.

En un artículo intitulado, “Barrida talibán en Afganistán sigue a años de cálculos equivocados de EE.UU.”, el New York Times admitió: “Los principales asesores del presidente Biden reconocen que estuvieron sorprendidos por el rápido colapso del ejército afgano frente a una ofensiva agresiva y bien planificada del Talibán… Tan recientemente como fines de junio, las agencias de inteligencia estimaban que, incluso si el Talibán tomaba el poder, faltaría al menos un año y medio antes de que Kabul se viera amenazado”.

En realidad, el aclamado régimen “democrático” instalado por Washington y sus aliados de la OTAN en Afganistán constituía un cero político. Aferrándose al poder solo gracias a las decenas de miles de tropas de la OTAN y los aviones de guerra estadounidenses, se disolvió prácticamente de la noche a la mañana cuando fueron retiradas las tropas estadounidenses y de la OTAN.

Si los círculos gobernantes estadounidenses no estaban preparados para el repentino colapso del régimen que apuntalaban a un costo tan enorme, se debe en gran medida a que consumían su propia propaganda. A lo largo de dos décadas, ninguno de los principales periódicos, televisoras u otros medios de comunicación examinaron esta guerra neocolonial de ocupación con siquiera una pizca de honestidad.

Los costos humanos y sociales de la guerra en Afganistán son catastróficos. Las cifras oficiales, que sin duda son sumamente incompletas, afirman que 164.436 afganos fueron asesinados durante la guerra, junto a 2.448 soldados estadounidenses, 3.846 contratistas militares estadounidenses y 1.144 soldados de los otros países de la OTAN. El costo financiero por sí solo se estima en $2 billones y fue financiado con deudas que le costarán otros $6,5 billones en intereses.

Inevitablemente, los eventos de ayer recordaron las famosas fotografías de los diplomáticos estadounidenses abordando helicópteros en el techo de la Embajada en Saigón, hace casi medio siglo al finalizar la guerra de Vietnam. Sin embargo, las implicaciones y consecuencias políticas de la debacle estadounidense en Afganistán son aún más significativas.

El colapso del Gobierno afgano destruye las ilusiones adoptadas por la clase gobernante estadounidense después de la disolución de la Unión Soviética por parte de la burocracia estalinista en 1991. La desaparición del principal rival militar de Washington fue visto por la clase gobernante estadounidense como una oportunidad para superar el declive global y las contradicciones nacionales por medio de la fuerza bruta. El ejército estadounidense y los estrategas de política exterior proclamaron el inicio de un “momento unipolar” en el que el poderío indisputable de EE.UU. presidiría un “Nuevo Orden Mundial” subordinado a los intereses de Wall Street.

La victoria de EE.UU. y sus aliados en la primera guerra contra Irak en 1991, antes del colapso final de la URSS, fue visto como una confirmación de que “¡La fuerza funciona!”, como lo anunció el Wall Street Journal en ese entonces. El presidente George Bush declaró que el imperialismo estadounidense había logrado, por medio de su bombardeo criminal de un país en gran medida indefenso, “deshacerse del síndrome de Vietnam de una vez y por todas”. Un año después, en 1992, el Pentágono adoptó un documento de estrategia que declaraba que el objetivo de EE.UU. sería utilizar medios militares para “desincentivar a que las naciones industriales avanzadas desafíen nuestro liderazgo o siquiera aspiren a un mayor papel regional o global”.

Durante el bombardeo de la OTAN en Serbia en 1999 por parte de la OTAN, bajo el Gobierno de Clinton, apareció el autoengaño de que el dominio de EE.UU. en materia de municiones de precisión guiada transformaría la política global y garantizaría que Washington sería el indiscutible poder hegemónico global. Respondiendo a estas concepciones, el WSWS escribió:

Estados Unidos goza hoy en día de “ventajas competitivas” en la industria de las armas. Pero ni esa ventaja ni los productos de esa industria pueden garantizar el control del mundo. No obstante el grado de sofisticación de sus armas, los cimientos financieros e industriales de la preeminencia americana en el capitalismo mundial no son lo que eran hace 50 años. Su porción de la producción mundial ha descendido dramáticamente. Su déficit en el comercio exterior aumenta en miles de millones de dólares todos los meses. Detrás de la genuflexión hacia los proyectiles de precisión existe el concepto de que el dominio de la tecnología de las armas puede contrarrestar esos índices económicos más básicos de su fortaleza nacional. Esa es una peligrosa ilusión.

En el contexto del proyecto de conquistar el mundo, la guerra en Afganistán era considerada como parte central de la estrategia estadounidense para controlar Asia central y la “isla-mundo” de Eurasia, con el fin de fortalecer la posición del imperialismo estadounidense contra China, Rusia y las potencias imperialistas europeas. Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el WSWS rechazó los argumentos de que la invasión formaba parte de una “guerra contra el terrorismo” dirigida contra Al Qaeda y el Talibán, que en sí fueron el resultado de los esfuerzos de EE.UU. para desestabilizar la Unión Soviética dos décadas antes:

El gobierno de EE.UU. ha iniciado la guerra en búsqueda de los intereses nacionales de largo alcance de la élite gobernante estadounidense. ¿Cuál es el propósito principal de la guerra? La caída de la Unión Soviética hace una década creó un vacío político en Asia Central. Se ha comprobado que esta región contiene los depósitos de petróleo y gas natural más grandes de segundo lugar en el mundo… Al atacar a Afganistán, imponer un régimen favorable, y movilizar sus enormes fuerzas militares a la región, los Estados Unidos desea establecer un nuevo sistema político dentro del cual podrá ejercer su control hegemónico.

En 2003, EE.UU. invadió Irak con base en mentiras reproducidas por toda la prensa estadounidense de que el Gobierno iraquí contaba con armas de destrucción masiva que iba a entregar a Al Qaeda. Comparando el ataque sin provocación a un Irak indefenso a la invasión nazi de Polonia en 1939 que inició la Segunda Guerra Mundial en Europa, el WSWS escribió:

No importa cuales sean los resultados de las etapas iniciales del conflicto que ha comenzado, el imperialismo estadounidense pronto se dará con el desastre. No puede conquistar al mundo. No puede imponer de nuevo sus cadenas colonialistas a las masas del Oriente Medio. La guerra no ofrecerá ninguna solución a sus males internos. Al contrario; las dificultades imprevistas y la intensificación de la resistencia que la misma guerra engendra intensificarán todas las contradicciones internas de la sociedad estadounidense.

Estas palabras resuenan con fuerza hoy día. En conjunto, las guerras de Afganistán e Irak, junto con la invasión de Libia y la guerra civil de Siria instigada por la CIA, han dejado millones de muertos y sociedades enteras destruidas. Lejos de establecer el dominio mundial indiscutible del imperialismo estadounidense, han conducido a un desastre tras otro. Las condiciones en Irak, tres décadas después de la primera guerra del golfo Pérsico, son, a lo sumo, aún peores que en Afganistán.

Afganistán es una metáfora de todo el edificio en descomposición del capitalismo estadounidense. Los déficits presupuestarios de EE.UU. se han tapado imprimiendo electrónicamente billones de dólares de capital ficticio en fondos de “flexibilización cuantitativa” y entregándoselos a los súper ricos en rescates bancarios. Este capital ficticio en el que se basa la economía de burbuja del capitalismo estadounidense tiene su equivalente en el poder ficticio conferido al Pentágono por las “bombas inteligentes” y los ataques asesinos con drones en países como Afganistán.

Hay que hacer una seria advertencia: hay elementos poderosos de la élite gobernante estadounidense que están preparando sin duda muchos planes de contingencia, cada uno más descabellado que el anterior, para responder a este descalabro. No tienen ninguna intención de aceptar la devastadora pérdida de prestigio y credibilidad que supone su derrota a manos de un movimiento islamista armado solo con armas ligeras en uno de los países más pobres y desgarrados por un conflicto.

Las declaraciones del exdirector de la CIA y general retirado del ejército, David Petraeus, en una entrevista radiofónica el viernes, apuntan a las discusiones que se están produciendo entre bastidores. Calificando de “desastrosa” la posición de Estados Unidos en Afganistán, Petraeus declaró: “Se trata de un enorme revés para la seguridad nacional, y está a punto de empeorar mucho si no decidimos tomar medidas realmente significativas”.

El ejército estadounidense tiene gran parte de su prestigio invertido en Afganistán y en el proyecto más amplio de conquista imperialista del que formaba parte. La clase dominante estadounidense no retrocederá en sus esfuerzos por controlar el mundo mediante la fuerza militar, de la que depende su riqueza.

A diferencia de Vietnam, la clase dominante estadounidense no puede atribuir la debacle en Afganistán a un movimiento contra la guerra. Con la ayuda de las organizaciones de la clase media-alta, que se tragaron toda la “guerra contra el terrorismo” y el “imperialismo de los derechos humanos”, la amplia oposición a la guerra dentro de Estados Unidos ha sido suprimida y dirigida detrás del Partido Demócrata, el cual representa tanto como los republicanos a Wall Street y el ejército.

La respuesta homicida de la clase dominante a la pandemia, sin embargo, demuestra que la clase dominante no valora más las vidas de los trabajadores de los principales países capitalistas que las de las masas de Asia central y Oriente Próximo. Incluso mientras la pandemia sigue extendiéndose, hay expresiones cada vez mayores de oposición de la clase trabajadora.

El desarrollo de esta oposición en un movimiento político consciente que luche por el socialismo está inextricablemente conectado con la lucha contra la guerra imperialista. Esta es la lección fundamental de toda la debacle criminal que es la guerra de EE.UU. en Afganistán.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 15 de agosto de 2021)

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