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La elección de Zelenski en Ucrania y el camino a seguir para la clase obrera

El comediante, Volodímir Zelenski ganó las elecciones presidenciales el domingo con más del 73 por ciento de los votos en un repudio masivo contra el presidente en funciones, Petro Poroshenko, y el golpe de Estado orquestado por los imperialistas que lo llevaron al poder. 

 

El “oligarca del chocolate”, Poroshenko asumió la Presidencia después de la operación en febrero de 2014 para derrocar el Gobierno prorruso de Víctor Yanukóvich. Las principales potencias imperialistas, ante todo Estados Unidos y Alemania, impulsaron el golpe. Basándose en secciones de la oligarquía ucraniana y la clase media-alta, movilizaron fuerzas fascistas para instalar un régimen títere que sirviera inmediatamente sus intereses económicos y los preparativos de guerra contra Rusia. 

 

La prensa burguesa aplaudió este golpe de Estado encabezado por fascistas como una “revolución democrática”. Se les unió la izquierda de la clase media, incluyendo organizaciones como la ahora difunta Organización Internacional Socialista (ISO, por sus siglas en inglés) en Estados Unidos, que se dedicaron a minimizar sistemáticamente el papel representado por la extrema derecha y el Departamento de Estado en la creación de dicha “revolución”. 

 

Los resultados del golpe de Estado de 2014 para la clase obrera no han sido nada menos que catastróficos. En los últimos cinco años, el régimen de Poroshenko ha estado al frente de la escalada militar imperialista contra Rusia. El gasto militar ucraniano ha alcanzado un nivel impactante de seis por ciento del producto interno bruto. El recrudecimiento sistemático de las tensiones con Rusia por parte del régimen en Kiev, más recientemente en su provocación imprudente en el mar de Azov, han aumentado dramáticamente el peligro de una guerra de escala total en Europa, lo cual podría convertirse rápido en otra guerra mundial. La guerra civil en marcha en el este de Ucrania ya ha cobrado la vida de más de 13.000 personas. 

 

Al mismo tiempo, la oligarquía ucraniana ha llevado a cabo los ataques de máximo alcance contra los niveles ya bajos de vida de la clase obrera ucraniana desde la restauración del capitalismo. Casi un millón de ucranianos están viviendo al borde de la inanición; decenas de miles son dejados en la intemperie para congelarse en el invierno.

 

Para la implementación de estas políticas, el régimen de Poroshenko movilizó fuerzas fascistas como el infame batallón Azov. La glorificación de los UPA y OUN-B, quienes colaboraron con los nazis y masacraron a miles de judíos, polacos y ucranianos durante la Segunda Guerra Mundial, se ha vuelta la política oficial del Estado. Las referencias al comunismo y a los símbolos del Ejército Rojo soviético que derrotó a los nazis en la guerra fueron ilegalizados. La entrada al país de artistas rusos y sus obras se ha prohibido. 

 

Estas son las condiciones que hicieron que la vasta mayoría de la población ucraniana se abstuviera de votar —la participación fue de tan solo 62 por ciento— o votara por Zelenski. Poroshenko fue incapaz de hacer acopio de un apoyo significativo fuera de una pequeña provincia en el oeste de Ucrania y el distrito en Kiev donde viven los superricos. 

 

Sin embargo, independientemente de sus apelaciones a la oposición a la guerra y al enorme enojo hacia la austeridad social durante la campaña, Zelenski defenderá los intereses de la oligarquía ucraniana contra la clase obrera y operará por medio de una alianza con el imperialismo. 

 

A lo largo de la contienda electoral, Zelenski ocultó deliberadamente su verdadera agenda política y económica. En cambio, se apoyó casi exclusivamente en llamamientos demagógicos al odio generalizado hacia Poroshenko. Durante su campaña, Zelenski prometió entablar negociaciones directas con el presidente ruso, Vladimir Putin, a favor de una resolución pacífica a la guerra en el este de Ucrania. Sin embargo, en una entrevista publicada a pocos días de la elección, llamó a Putin un “enemigo” y manifestó que le parecía “perfectamente bien y genial” que las personas consideren al colaborador con los nazis, Bandera, un “héroe”.

 

El 12 de abril, Zelenski se reunió con el presidente francés, Emmanuel Macron. Su equipo ya contrató a una firma de relaciones públicas en Washington para que organizara reuniones con oficiales de la Administración de Trump e influyentes figuras en los centros de pensamiento. Zelenski también mantiene estrechos lazos con el oligarca Ihor Kolomoisky y ahora busca trabajar junto con Mikheil Saakashvili, el expresidente de Georgia, quien fue instalado por medio de una “revolución de color” respaldada por Estados Unidos. 

 

La enorme oposición en la clase obrera al imperialismo y a las políticas de austeridad y guerra de la oligarquía halló una expresión inicial y muy distorsionada en la elección de Zelenski. Sin embargo, bajo condiciones de un levantamiento internacional de la clase obrera, esta oposición se verá reflejada pronto en la forma de la lucha de clases abierta. 

 

En Francia, cientos de miles de “chalecos amarillos” han estado protestando contra la desigualdad social y contra el Gobierno de Macron por meses. Más temprano este año, los trabajadores de autopartes de Matamoros, México lanzaron la mayor huelga en el continente norteamericano en dos décadas. En Estados Unidos, el centro del imperialismo mundial, hubo veinte veces más trabajadores que participaron en huelgas el año pasado que en 2017. En la frontera noroeste de Ucrania, más de 300.000 maestros polacos están en huelga contra el Gobierno derechista del partido Ley y Justicia (PiS, por sus siglas en polaco).

 

El repunte en la lucha de clases plantea cuestiones fundamentales de perspectiva y dirección históricas. En la crisis política y militar en curso en Ucrania, los trabajadores se están enfrentando con el resultado de la disolución de la Unión Soviética en 1991. 

 

A fin de combatir los peligros que enfrentan, los trabajadores deben adoptar un programa socialista. Sin embargo, esto solo es posible a través de la asimilación de las lecciones de la Revolución de octubre y de la lucha librada por el movimiento trotskista contra el estalinismo. 

 

La Oposición de Izquierda, formada por León Trotsky en 1923, reconoció en el estalinismo y su programa del “socialismo en un solo país”, una reacción nacionalista en oposición al programa internacionalista y revolucionario de la revolución permanente que formó la base de la Revolución de octubre. En las décadas posteriores, las políticas nacionales-oportunistas del estalinismo conllevaron innumerables traiciones y derrotas de las luchas revolucionarias de la clase obrera en Europa y Asia. Los crímenes de la burocracia estalinista culminaron en el Gran Terror, el cual exterminó físicamente a los líderes de la Revolución rusa y las generaciones enteras de revolucionarios socialistas, así como el asesinato del propio León Trotsky en 1940. 

 

La Cuarta Internacional, fundada por León Trotsky en 1938, advirtió que, a menos que fuera derrocada a través de una revolución política de la clase obrera, la burocracia estalinista eventualmente destruiría la Unión Soviética, restauraría el capitalismo y se transformaría en una nueva clase gobernante. Esto es exactamente lo que sucedió en 1989-1991. 

 

La oposición a la burocracia en la clase obrera emergió a la superficie a fines de los ochenta cuando un poderoso movimiento de las masas obreras se desarrolló en Polonia. Las luchas en Polonia ayudaron a inspirar una importante huelga de mineros del carbón en la Unión Soviética que se concentró en Siberia y el este de Ucrania. 

 

Sin embargo, las décadas de estalinismo socavaron profundamente la consciencia política e histórica de la clase obrera. La identificación de la dictadura estalinista con el socialismo y el marxismo arrastró el programa de la revolución socialista por el lodo. Al mismo tiempo, los pablistas, una tendencia revisionista que emergió en la Cuarta Internacional ofreció una hoja de parra “izquierdista” para las políticas contrarrevolucionarias del estalinismo. Los pablistas intervinieron en las huelgas obreras, aclamando a la burocracia como una fuerza históricamente progresista y promoviendo su programa de restauración capitalista bajo el lema de “autorreforma”. 

 

Esto hizo posible que la burocracia estalinista liquidara la Unión Soviética, enriqueciéndose enormemente por medio de la privatización de los recursos sociales al restaurar el capitalismo. El desastre social y político subsiguiente fue particularmente agudo en Ucrania, la cual ha sido gobernada por una oligarquía profundamente corrupta y ultranacionalista que ha maniobrado continuamente entre lazos con las distintas potencias imperialistas. 

 

Hoy día, a medida que los trabajadores entran en lucha, deben basarse en las lecciones de estas experiencias históricas críticas. El camino a seguir es la construcción de un partido trotskista —la sección ucraniana del Comité Internacional de la Cuarta Internacional— para que dirija las luchas venideras de la clase trabajadora.

 

(Publicado originalmente en inglés el 25 de abril de 2019)

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