La Conferencia de Seguridad de Múnich (CSM) del fin de semana pasado estuvo dominada por un recrudecimiento del potencialmente violento conflicto entre las potencias imperialistas y Rusia y China. El reporte principal resumió lo cerca que se encuentra el mundo a una posible guerra entre potencias nucleares. La introducción, escrita por el presidente de la cumbre, Wolfgang Ischinger, advirtió, “El mundo se ha acercado —¡demasiado!— al borde de un conflicto importante, respaldando esta afirmación con las amenazas de guerra estadounidenses contra Corea del Norte, el rápido crecimiento económico de China, el conflicto entre Rusia y Europa del Este y la confrontación de EUA con Irán.
Sin embargo, más allá de toda la retórica de “una amenaza externa” en la forma de Rusia, China e Irán, la conferencia se caracterizó por un ensanchamiento en la brecha entre EUA y la Unión Europea (UE) alrededor de los planes de desarrollar una capacidad militar independiente europea. Este proyecto comenzó el año pasado con el tratado de Cooperación Permanente Estructurada (PESCO, por sus siglas en inglés) y fue detallado en otro documento de la CSM, intitulado “Más europeo, más conectado, más capaz, construyendo las fuerzas armadas europeas del futuro”.
No era posible esconder el colapso histórico y cada vez más rápido de las instituciones del capitalismo global que Washington creó tras salir de la Segunda Guerra Mundial como el poder hegemónico e imperialista mundial.
Hace tan solo nueve meses, en respuesta a la declaración del mandatario estadounidense, Donald Trump, de que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) era una institución obsoleta, la canciller alemana, Angela Merkel, dijo que Berlín iba a perseguir una política exterior independiente de Washington. En el futuro, indicó, “vamos a tener que luchar por nosotros mismos”.
En la CSM del 2018, la UE, encabezada por Berlín y París declaró que ya no se vería limitada por las estructuras de la OTAN dominadas por EUA y que procuraría convertirse en una potencia global independiente, gastando cientos de miles de millones de euros por año en su propia máquina de guerra. En vísperas de la conferencia, Berlín y Madrid anunciaron que duplicarían sus gastos militares, mientras que París anunció que asignaría €300 mil millones para sus fuerzas armadas entre el 2018 y el 2024. Este aumento del 35 por ciento incluye decenas de miles de millones de euros para su arsenal nuclear.
Aprovechando los aumentos en el gasto militar en EUA y sus demandas de que Europa contribuya su cuota como policías del mundo, las potencias europeas han proclamado que ocuparán el lugar que les corresponde en un nuevo mundo multipolar. El documento de la CSM señala: “‘EUA ante todo’ y el brexit podrían tener el deseado efecto que otros actores en el orden liberal intenten compensar por el menor internacionalismo de los anglosajones… La Unión Europea en su conjunto podría desempeñar un papel estabilizador en el orden internacional libera, al igual que otras agrupaciones de democracias liberales, como un ‘Quad’ renovado [compuesto por EUA, Japón, India y Australia] en la región de Asia-Pacífico”.
Dicha propuesta de que la UE se convierta en una potencia global hace eco del acuerdo entre los demócratas cristianos y socialdemócratas alemanes para formar un nuevo Gobierno de gran coalición, en alianza con el presidente francés, Emmanuel Macron. Este pacto menciona un impactante terreno en el cual establecer una influencia europea: los Balcanes, Rusia, Turquía, Afganistán, Oriente Próximo, el golfo Pérsico y el norte de África. Es decir, la Unión Europea busca crear una esfera de influencia mayor a la que el Tercer Reich pudo conquistar. El llamamiento de Macron a reinstituir el servicio militar obligatorio en Francia y las amenazas para bombardear a Siria son señales de que la UE planea perseguir estos objetivos tomando las armas en grandes números.
Estos planes provocaron una advertencia de un vocero del secretario de Defensa estadounidense, James Mattis. Dijo que Washington estaba preocupado de que las iniciativas arriesgaban “la sustracción de recursos y capacidades de la OTAN”. El mismo Mattis les pidió a las potencias europeas garantías de que la cooperación militar de la UE no competiría con la alianza de la OTAN, algo que la UE se rehusó a hacer.
Desde la disolución estalinista de la Unión Soviética en 1991, la política estadounidense ha sido utilizar su incontestable ventaja militar para mantener un dominio sobre los asuntos globales. En un documento de 1992, los estrategas del Pentágono aseveraron que Washington tenía que convencer a “competidores potenciales de que no tienen que aspirar a un mayor papel o buscar una postura más agresiva”, y debía “desalentarlos a no desafiar nuestro liderazgo ni pretender volcar el orden político y económico establecido”.
Esto ha fracasado. Con base en un eje Berlín-Paris, facciones poderosas de la burguesía imperialista europea están ahora desafiando abiertamente el rol hegemónico indiscutible y global de Washington.
Junto a estas tensiones militares, hay una deterioración dramática en las relaciones políticas y económicas. Las potencias europeas todas rechazan el ultimátum estadounidense de aceptar las modificaciones al acuerdo nuclear con Irán o encarar sanciones que podrían afectar a corporaciones europeas invirtiendo miles de millones de dólares en Irán. En la CSM, el ministro de Relaciones Exteriores alemán, Sigmar Gabriel, declaró tajantemente sobre el acuerdo iraní: “Negociamos este acuerdo juntos. Nos rehusamos a dejarlo y no lo haremos. Al contrario, les aconsejamos a nuestros amigos estadounidense a no dejar que fracase”.
La Comisión Europea también denunció las amenazas estadounidenses de imponer aranceles de 24 por ciento al acero y de 7,7 por ciento al aluminio, y dijo que tomaría represalias en la misma línea contra un conjunto de exportaciones estadounidenses. Dos días después de la cumbre en Múnich, los ministros de Finanzas de la UE se reunieron para discutir su respuesta colectiva a esta amenaza y a los recortes de impuestos corporativos por parte de Trump para incentivar la repatriación de las inversiones tecnológicas a EUA.
El principal periódico de negocios de Alemania, Handelsblatt, comentó: “Las guerras a veces comienzan por error. Por ejemplo, los historiadores comparan frecuentemente el preludio de la Primera Guerra Mundial a los tropiezos de sonámbulos. Tampoco es diferente con las guerras comerciales. El rearme verbal en marcha entre EUA, Europa y China también corre el riesgo de convertir a los conflictos por importaciones de acero y aluminio baratas en una guerra comercial abierta”.
Las guerras comerciales y militares están ineludiblemente conectadas. Una disputa despiadada por mercados e influencia estratégica se está llevando a cabo entre las potencias capitalistas más ricas. Sería una mala apuesta contra la historia creer que esta lucha puede continuar sin resultar en una guerra. La clase obrera en Europa e internacionalmente encara el surgimiento de una implacable lucha interimperialista para repartir el mundo nuevamente, similar a lo que llevó hace un siglo a la Primera Guerra Mundial y a la Revolución de Octubre en 1917.
La fuerza que aparece como la alternativa al sistema capitalista en quiebra es la clase obrera internacional.
La marcha imperialista a la guerra va de la mano con una intensificación de la crisis social y económica que confronta a miles de millones de trabajadores por todo el mundo y desacredita al sistema capitalista cada vez más. El año pasado, las encuestas mostraban que la juventud estadounidense prefiere el comunismo y el socialismo al capitalismo y que más de la mitad de la juventud europea participaría en un levantamiento de masas contra el orden social existente si llegara la ocasión.
Estos eventos reivindican la insistencia del Comité Internacional de la Cuarta Internacional que la disolución de la Unión Soviética no significó el triunfo final del capitalismo. No ha superado los conflictos básicos identificados por los más importantes marxistas del siglo XX y que conllevaban la guerra y la revolución social: aquel entre la economía global y el sistema de Estado nación y aquel entre la producción socializada y el lucro privado. En cambio, las élites dominantes están gastando cientos de miles de millones de euros extraídos de economías devastadas por una década de crisis para derrochar en una nueva marcha global hacia la guerra.
Los trabajadores no pueden permitir ser divididos de sus hermanos y hermanas de clase en los otros países. Como escribió el revolucionario ruso León Trotsky en 1934, un año después de que Hitler llegó al poder, la tarea “no es seguir el mapa de la guerra sino el mapa de la lucha de clases”. Ya existe una oposición de masas a la guerra en la clase obrera de EUA y Europa, y a las políticas de austeridad social impuestas para financiar las máquinas militares. La respuesta necesaria al recrudecimiento de la crisis capitalista es la unificación de la clase obrera en un movimiento socialista contra la guerra.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 22 de febrero de 2018)