El último día de 1917, Franz Mehring —el gran historiador, periodista y teórico socialista, quien junto con Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht había repudiado el voto a favor de la guerra de la socialdemocracia alemana— analizaba los acontecimientos de Petrogrado, seis semanas después de la insurrección dirigida por los Bolcheviques que barrió con el Gobierno Provisional burgués. Reconociendo las inmensas secuelas de la toma del poder por los bolcheviques, Mehring insiste en que lo que había ocurrido en Petrogrado con el tiempo demostraría ser solo el comienzo de una lucha ardua y prolongada. Escribe:
Las revoluciones de verdad son de larga duración; tanto la Revolución Inglesa del siglo XVII como la Revolución Francesa del siglo XVIII, tardaron cuarenta años para resolverse. Los retos que encararon ambas revoluciones, la inglesa y la francesa, son juegos de niños en comparación a los enormes problemas que encara la Revolución Rusa.[1]
En verdad, aun cuando se conquistó el poder en Petrogrado casi sin derramar sangre, de inmediato y sin ninguna interrupción le siguieron una serie de crisis políticas, comenzando con el conflicto sobre la formación de un Gobierno. Casi de inmediato viene la confrontación con la Asamblea Constitucional, que los bolcheviques disolverían. Luego viene la amarga controversia sobre las negociaciones con los alemanes y las decisiones —en medio de fuertes divisiones dentro de la dirección bolchevique— de aceptar las tajantes exigencias del imperialismo alemán y firmar un tratado de paz.
Ya en la primavera de 1918, arrasaba en la Rusia soviética una tremenda guerra civil. Ese julio, un miembro del Partido Socialrevolucionario intenta asesinar a Lenin, disparándole dos balazos; que éste apenas logra sobrevivir. Nada de eso importa para el sinfín de relatos existentes que se esmeran en fabricar la imagen de los bolcheviques como fanáticos sedientos de sangre e indiferentes a todos los pactos, aun los más razonables. En contraste, sus enemigos, particularmente los mencheviques, son presentados como paladines de la rectitud y la concertación. Nada de eso tiene que ver con la realidad. Examinemos la primera de las crisis que siguieron a la insurrección.
Desde el principio, tanto el Partido Menchevique como el Partido Socialrevolucionario, exigieron que los bolcheviques abandonasen su “aventura” y cedieran el poder. Se negaron siquiera a negociar con los bolcheviques a menos que se desarmara al Comité Militar Revolucionario, organizador del levantamiento. La seguridad de sus líderes (entre ellos, Trotsky) estaría garantizada hasta que su fortuna fuera decidida por una futura Asamblea Constituyente.[2] Sus demandas insolentes sugerían que no comprendían el balance del poder en Petrogrado.
La presencia, dentro del Comité Central de los bolcheviques, de una numerosa facción, dirigida por Lev Kámenev, que estaba dispuesta a hacer enormes concesiones con tal de ampliar la base del Gobierno, alentaba la intransigencia de esos partidos supuestamente “socialistas moderados” que contaban con el apoyo de la dirección derechista del sindicato ferroviario (Vikzhel).
Estando ausentes los dos principales líderes de la revolución, Lenin y Trotsky, el Comité Central del Partido Bolchevique en un momento responde a la exigencia de los antedichos “socialistas moderados” de excluir a estos dos líderes de la dirección de un nuevo Gobierno de coalición, declarando que “se aceptan acuerdos recíprocos en las nominaciones de los partidos”.[3]
Según el historiador Alexander Rabinowitch, la línea del Comité Central, que defendería nuevamente Lev Kámenev, demostraba que “ni Lenin o Trotsky eran intocables. Es más, podía no ser un requisito absoluto la existencia de una mayoría bolchevique en un Gobierno de todos los partidos socialistas”.[4] En esencia, la exigencia menchevique de excluir a Lenin y Trotsky del poder era una incitación a la decapitación de la clase obrera. Fiódor Dan, uno de los principales líderes del partido menchevique, llega a exigir que se desarmen a los obreros de Petrogrado.
El frenesí antibolchevique de los “socialistas moderados” asusta a un sector de la tendencia más izquierdista de esa corriente, la menchevique internacionalista dirigida por Mártov. Un miembro de esa facción, A.A. Blum, les pregunta a los “moderados” de derecha: “¿Han pensado ustedes qué significaría la derrota de los bolcheviques? El protagonismo de los bolcheviques es el protagonismo de los obreros y soldados. Los obreros y soldados serían aplastados junto con el partido del proletariado”.[5]
Muy a pesar de los sentimientos de capitulación dentro del Comité Central bolchevique, los obreros de Petrogrado apoyaban fuertemente el poder soviético. Lenin defendía intransigentemente la insurrección y la creación de un Gobierno genuinamente revolucionario. En una explosiva reunión del Comité Central el primero de noviembre de 1917, Lenin lanza una furiosa filípica contra Kámenev y los otros dirigentes bolcheviques que impulsaban una capitulación. Hace referencia al fusilamiento de soldados capturados en Moscú, ciudad donde la burguesía resistía rabiosamente la revolución, a manos de oficiales militares terratenientes de menor rango (Junker; los “señoritos”).Resaltando lo acontecido en derrotas de anteriores sublevaciones obreras, ahogadas en sangre, Lenin les recordaba a los capitulantes: “De haber triunfado la burguesía, habría repetido su actuación de 1848 y 1871”.[6] Se refería a la masacre de los obreros de París dirigida por el general Cavaignac en 1848 y el fusilamiento de más de diez mil trabajadores conducida por el ejército burgués de Versalles durante la represión de la Comuna de París en mayo de 1871.
El hacer tratos y establecer alianzas con los mismos partidos que habían apoyado al Gobierno Provisional equivalía a renunciar a la Revolución de Octubre. Entre todos los integrantes del Comité Central, solo uno defendía con energía y sin ninguna duda el repudio de Lenin a aceptar alianzas con los opositores del levantamiento; “el pactar acuerdos es algo que no puedo tomar con seriedad”, declaraba Lenin; “Trotsky hace tiempo declaró imposible la unificación. Desde el momento que Trotsky se dio cuenta de eso no ha habido mejor bolchevique”.[7]
Para Lenin era imprescindible que, como dirección de la clase obrera, el partido defendiera sus intereses de clase. Respondiéndole a Zinóviev, quien exigía junto a Kámenev un pacto con la derecha, Lenin declara:
Zinóviev dice que nosotros no somos la autoridad soviética. Hemos quedado solo los bolcheviques, aislados desde que nos abandonaron los socialrevolucionarios y los mencheviques, etcétera, etcétera. De eso no tenemos la culpa. Nos eligió el Congreso de los Sóviets, que no es una organización nueva. Se le unen todos los que quieren luchar. No consiste del pueblo; la integra la vanguardia en que las masas confían. Nosotros estamos con las masas —las activas, no las exhaustas—. Dejar de extender la revolución significa postrarse a las masas exhaustas; pero nosotros somos la vanguardia. Los sóviets se forman en la lucha. Los sóviets son la vanguardia de las masas proletarias.[8]
Reforzando la posición de Lenin, Trotsky presenta un análisis sin sentimentalismos de la realidad política:
Nos dicen que no podemos llegar a más. Si ese fuera el caso deberíamos simplemente ofrecerle el poder a los que correctamente han luchado contra nosotros. Pero ya hemos hecho mucho. Nos dicen que no podemos depender en las bayonetas. Tampoco podemos seguir sin bayonetas. Necesitamos de bayonetas para reunirnos aquí. Uno debe imaginarse que nos han enseñado algo las experiencias por las que hemos atravesado. Se libró una batalla en Moscú. Sí, se libró una batalla seria contra los Junkers en ese lugar. Esos Junkers no les deben nada ni a los Mencheviques ni a Vikzhel. Pactar con Vikzhel no evitará batallar contra las brigadas Junker burguesas. ¡No!, continuará una cruenta lucha de clases contra nosotros también en el futuro. Cuando toda la piojenta clase media, incapaz por ahora de decidir a quién apoyar, descubra que nuestro Gobierno es fuerte, se volcará hacia nosotros, también Vikzhel.
Al día siguiente de que aplastamos a los cosacos del general Krasnov en Petersburgo, llovieron telegramas de felicitaciones. Las masas pequeñoburguesas buscan una fuerza a seguir. Los que no comprenden eso no pueden comprender nada en el universo y menos que nada en la maquinaria estatal. Ya en 1871, Karl Marx decía que la clase obrera no puede simplemente apoderarse de las viejas instituciones porque éstas engendran intereses y hábitos propios que hay que combatir. Hay que acabar con estas estructuras y reemplazarlas con otras; podremos actuar no bien ocurra eso.
De no ser así, si el andamiaje zarista fuera útil para nuestra nueva misión, toda la revolución no valdría un comino. Debemos construir una clase de estructura que sirva para verdaderamente elevar los intereses de las masas populares por encima de los intereses de las instituciones.
Existen muchos entre nosotros que han cultivado una actitud puramente académica sobre las masas y sobre la cuestión de clases y de la lucha de clases. En cuanto percibieron la realidad revolucionaria, comenzaron a hablar un idioma diferente (de negociaciones y pactos, no de lucha).
Vivimos ahora en un periodo de profundas crisis sociales. En la actualidad, el proletariado está abocado en la destrucción y el reemplazo de la maquinaria estatal. La resistencia de nuestros opositores es un reflejo del proceso de nuestra evolución. No existen palabras para domar el odio que sienten hacia nosotros. Nos dicen que supuestamente comparten un programa similar al nuestro. Denles unos cuantos puestos en el Gobierno y todo se resolverá… ¡No! La burguesía se une en nuestra contra en virtud de sus intereses de clase. Bajo esas condiciones, ¿qué ganamos con marchar codo a codo con Vikzhel ?... Nos enfrentamos a una violencia armada, que solo podremos vencer recurriendo a la violencia nosotros mismos. Lunacharski dice que la sangre corre ¿Qué hacer? Evidentemente no deberíamos haber comenzado.
Por lo tanto ¿porque no admiten ustedes abiertamente que el error más grande no fue en octubre sino a fines de febrero cuando nos encaminamos a una futura guerra civil?[9]
Las disputas dentro de la dirección bolchevique duraron más de una semana. Lenin, con el apoyo de Trotsky, tuvo que hacer un gran esfuerzo para vencer la campaña interna a favor de un Gobierno de coalición con los mencheviques, socialrevolucionarios y otros opositores del levantamiento del 24 y 25 de octubre que dirigieron los bolcheviques.
Debajo de la superficie del conflicto dentro de la dirección bolchevique, que otra vez arrastraba al partido al borde de una escisión, se encontraba el hecho que un cuantioso sector del Comité Central seguía opuesto, no solo a la toma de poder en octubre, sino a toda la orientación política que Lenin había actualizado al volver a Rusia en abril de 1917. La exigencia de Kámenev, que el Partido Bolchevique aceptara un Gobierno de coalición, incluso uno sin Lenin ni Trotsky, en el fondo significaba un retorno a su perspectiva y la de Stalin sobre la Revolución de Febrero.
Recordemos que antes del regreso de Lenin, el Partido Bolchevique dirigido por Kámenev y Stalin se había adaptado a los marcos políticos que habían surgido del resultado inmediato de la Revolución de Febrero. Aceptaba la legitimidad del Gobierno Provisional burgués. Para el recién establecido sóviet, no le quedaba otro rol que el de influenciar hacia la izquierda la elaboración de medidas políticas del recientemente emparchado Estado burgués. La consecuencia inescapable de aceptar el gobierno burgués era apoyar a que prosiguiera la participación de Rusia en la guerra imperialista; ésta sería reinterpretada, después del derrocamiento del régimen del zar, como una guerra en defensa de la democracia.
En su esencia, la perspectiva política de la reacción inicial de la dirección bolchevique al levantamiento de febrero era que en Rusia ocurría una revolución democrática burguesa, cuyo fin era establecer una democracia parlamentaria, como las que existían en Gran Bretaña y Francia. De esa manera se rechazaba la lucha a favor de un Gobierno de los trabajadores, léase dictadura del proletariado, por ser prematura desde los puntos de vista histórico y económico. Se consideraba que Rusia no estaba preparada para el socialismo, por ser un país atrasado económicamente y con una mayoría campesina. A favor de Kámenev y los otros líderes bolcheviques que compartían ese enfoque, éstos podían insistir, e insistieron con toda legitimidad, que se anclaban en el viejo programa bolchevique de la dictadura democrática del proletariado y los campesinos.
En cuanto a la naturaleza de clase del régimen que resultaría del derrocamiento del Gobierno zarista, ese programa era, siendo generosos, ambiguo. Es más, el programa de la dictadura democrática de los proletarios y campesinos era fundamentalmente diferente de la perspectiva de la revolución permanente, que Trotsky había elaborado durante y después de la Revolución de 1905. Bien se sabe que esa teoría de Trotsky pronosticaba que la revolución democrática contra el zarismo, rápidamente se transformaría en una revolución socialista; cosa que haría necesario que la clase obrera se apoderara del Estado, comenzara a poner en práctica medidas socialistas e hiciera profundos, e incluso fatales, avances contra en las la propiedad burguesa-capitalista.
Casi todos los contemporáneos políticos izquierdistas de Trotsky rechazaban la prognosis de Trotsky de que la Revolución Rusa que se avecinaba adquiriría una forma socialista —también los bolcheviques—. Consideraban esa tesis sobre las condiciones rusas poco realista, hasta utópica. No era posible proponer que la clase obrera se hiciera del poder en un país cuya economía estaba insuficiente preparada para medidas socialistas.
Los que criticaban a Trotsky no le prestaban suficiente atención al fundamento de su argumento: su predicción de que la revolución socialista no derivaba de evaluar las condiciones nacionales rusas, sino del análisis de la evolución de la economía capitalista mundial de siglo XX y su impacto en la vida política de todos los países. Trotsky señalaba en 1907 que la evolución del capitalismo mundial “ha transformado al mundo entero en un solo organismo económico y político”. La muy compleja red conectiva de relaciones económicas inevitablemente apresaría a todos los países en la vorágine de una “crisis social de magnitud sin precedentes”. La erupción de esta inevitable crisis llevaría a la liquidación “radical y mundial” del dominio capitalista.
El análisis de Trotsky sobre la crisis mundial determinaba su concepción estratégica de la Revolución Rusa. El “carácter internacional” de la crisis capitalista le abriría las puertas a un “majestuoso futuro” a la clase obrera rusa. “La emancipación política, liderada por la clase obrera rusa”, dijo Trotsky, “la eleva a alturas históricas sin precedentes; pone en sus manos enormes medios y recursos; la convierte en la iniciadora de la liquidación mundial del capitalismo, para la cual la historia ha alistado todas las condiciones objetivas”.[10]
Lenin, antes de 1914, rechazaba la orientación estratégica que se derivaba de la teoría de la revolución permanente de Trotsky. La Primera Guerra Mundial y la inmediata postración de la Segunda Internacional a los chauvinismos nacionales causaron un profundo impacto en los conceptos de Lenin sobre la Revolución Rusa. En cuanto fuera posible, la detonación de la guerra mundial fue el acontecimiento que haría posible “transformar todo”.
Partiendo de agosto de 1914, el análisis de Lenin sobre las causas de la guerra mundial y el entreguismo de la Segunda Internacional se convirtieron en los cimientos de su entendimiento de todos los acontecimientos políticos. La guerra no era un simple acontecimiento, luego del cual, según la expectativa de Kautsky, todo retornaría más o menos igual que antes. Para Lenin, significaba el comienzo de una nueva época en la política mundial.
Tan solo dos años antes de la guerra, los delegados de la Segunda Internacional presentes en el Congreso de Basilea de 1912 habían aprobado una resolución en que se comprometían a aprovechar la crisis de la venidera guerra para cumplir con la liquidación por todo el mundo del sistema capitalista. Uno puede dar por cierto que para la mayoría de los delegados este compromiso no era más que un insignificante ensayo retórico. Para Lenin, sin embargo, la resolución era una seria propuesta, una obligación para todas las secciones de la Segunda Internacional.
Para Lenin la guerra no era nada accidental, ninguna consecuencia de errores y malos cálculos de parte de uno u otro Gobierno nacional. La guerra no era ni más ni menos que una catastrófica disrupción del sistema de equilibrio económico y geopolítico del orden establecido mundial, capitalista e imperialista. La detonación de la guerra, que atrapaba a millones en su salvaje vorágine de violencia sin precedente, fue la reacción de las clases capitalistas en el poder en Europa al colapso de todo su sistema. La guerra haría borrón y cuenta nueva. Requeriría una nueva repartija de territorios coloniales y esferas de influencia, renovados cimientos de un eventual equilibrio económico y político.
Repudiar la receta capitalista para la clase obrera de todos los países imperialistas requería necesariamente e inevitablemente de la revolución socialista mundial.
El desmoronamiento sistémico, que tomaba la forma de guerra en la práctica objetiva de las clases de poder imperialistas, tomaría la forma para la clase obrera de la intensificación de la lucha de clases anticapitalista y la revolución socialista. Acabar con la guerra exigía derrocar a las clases capitalistas, abolir el sistema económico enraizado en el sistema de propiedad capitalista y lucro y destruir a los Estados nacionales.
Era la obligación del movimiento socialista mundial orientar su programa y sus actividades al desarrollo consciente de esa corriente objetiva de transformación social y económica.
Desde la vista de águila del entendimiento de la guerra imperialista en el marco global, estaba claro que los que sostenían que Rusia —aislada pieza nacional de la economía mundial— no estaba “lista” para la revolución socialista dejaban de lado lo más esencial. Lenin no era partidario de ningún programa de socialismo nacional. Para Lenin (y Trotsky, por supuesto) Rusia era un frente de batalla crucial en lo que era una lucha internacional. La clase obrera rusa encaraba complicadas circunstancias que le brindaban la misión de abrir el primer gran frente de batalla en la revolución socialista mundial.
De vuelta en Rusia, Lenin se sintió obligado a conducir una intensa batalla política contra todas esas tendencias dentro del Partido Bolchevique que circunscribían a la revolución socialista dentro de la arena nacional. Lenin inaugura la Séptima Conferencia del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso para todo el país con la siguiente declaración:
Camaradas, nos hemos reunido en esta primera conferencia del partido del proletariado que toma lugar durante la revolución rusa y la evolución de la revolución mundial también. Está llegando el momento que demuestra que todas las aseveraciones de los fundadores del socialismo científico, y la prognosis unánime de los socialistas que se reunieron en el Congreso de Basilia, que la guerra mundial inevitablemente nos encarrilaría hacia la revolución. ...
El proletariado ruso que tiene el gran honor de comenzar la revolución al mismo tiempo no debe olvidar que su movimiento y su revolución son solo una pieza de la revolución mundial y del movimiento proletario mundial, que en Alemania, por ejemplo se acelera con cada día que pasa. Solo desde ese ángulo podemos precisar nuestra misión.[11]
Continúa Lenin:
Desde el enfoque marxista, es absurdo hablando del imperialismo restringirse a las condiciones que existen en un solo país. Todos los países capitalistas están estrechamente ligados entre sí. Ahora, en tiempos de guerra, esos lazos se fortalecen. Toda la humanidad se encuentra enredada en una sangrienta maraña y de la que ningún país se puede zafar solo. Aunque se trata de países más o menos avanzados, esta guerra los enlaza con tantas cuerdas que por cuenta propia ninguno puede escapar.[12]
Aun después de lograr Lenin el apoyo del partido a la perspectiva de la lucha por el poder, no cesaba en insistir en las bases internacionales de la estrategia del partido. Explicaba en artículos, discursos en movilizaciones de masas y en conferencias académicas que la guerra y la revolución rusa partían de la crisis del imperialismo mundial. En una conferencia el 4 de mayo 1917 intitulada “Guerra y Revolución”, Lenin declaraba:
La guerra que todos los capitalistas están luchando no puede acabar sin que ocurra una revolución de los obreros contra estos capitalistas. Mientras que el control obrero solo exista como frase, sin ser actualizado; mientras el Gobierno del proletariado revolucionario no haya reemplazado el Gobierno de los capitalistas; el Gobierno se verá obligado a seguir repitiendo: nos encaminamos al desastre, desastre, desastre…
Esta guerra solo puede acabar con revoluciones obreras en varios países. Mientras tanto debemos preparar esa revolución; debemos impulsarla.[13]
La decisión bolchevique de tomar el poder es una prueba de la extraordinaria valentía política y también de la “voluntad política”, en el mejor sentido de esa frase. En esta encrucijada histórica, la “voluntad de poder” bolchevique no reflejaba un impulso subjetivo sino la necesaria congruencia de la práctica política con la realidad objetiva.
Críticos de la Revolución de Octubre, incluso aquellos que declaraban su apoyo a sus aspiraciones socialistas, argumentaban que la decisión de conquistar el poder era muy riesgosa. Teniendo en cuenta que tanto Lenin como Trotsky pensaban que el futuro de la Rusia Soviética dependía de la extensión de la revolución socialista a Europa Central y Occidental, particularmente Alemania, ¿no era peligroso, o descabellado, hacer depender las medidas bolcheviques en la conquista del poder por los trabajadores de otro país? ¿No estaban los bolcheviques apostando demasiado en la revolución alemana? ¿No hubiera sido más prudente demorar la lucha revolucionaria en Rusia hasta que el desarrollo de un movimiento revolucionario en Alemana hiciera menos problemática la posibilidad de que saliera airosa la revolución rusa?
Ese escepticismo demuestra un pobre entendimiento del proceso histórico y de la dinámica de la lucha revolucionaria internacional. En un folleto escrito en la antesala de la Revolución de Octubre, intitulado ¿Podrán los bolcheviques retener el poder?, Lenin se mofa de los que solo estaban dispuestos a aprobar una revolución social “si la historia nos llevase a ella de la manera pacífica, serena, suave y precisa con la que un tren rápido alemán entra en una estación. Un conductor muy formal abriría la puerta del coche y anunciaría: “¡Estación Revolución Social! ¡alle aussteigen!” (todos deben descender).[14]
Lenin también hace referencia a otro argumento contra la conquista del poder, que se utilizaba con frecuencia. La revolución sería muy recomendable, si la situación política no fuese tan “inusualmente complicada”. Dando rienda a su sarcasmo, Lenin responde a los “hombres sabios” que insisten en que los bolcheviques esperen que amanezca una circunstancia “sin complicaciones”:
Semejantes revoluciones no existen; y los suspiros por semejantes revoluciones se reducen a lamentos reaccionarios de los intelectuales burgueses. Aunque la revolución se haya iniciado en una situación que parezca ser no muy complicada, el desarrollo de la revolución de la revolución misma crea siempre una situación excepcionalmente complicada. Una revolución, una verdadera y profundamente ‘popular’, según expresión de Marx, es un proceso increíblemente complicado y doloroso de muerte del viejo orden y nacimiento de un nuevo orden social, del estilo de vida de decenas de millones de hombres. La revolución es la lucha de clases y guerra civil más aguda, más furiosa, más encarnizada…
Si la situación no fuera extremadamente complicada, no habría revolución. Quien les tenga miedo a los lobos que no se interne en el bosque. [15]
La historia en general y especialmente las revoluciones, serían simples acontecimientos si siempre brindaran alternativas claras con resultados totalmente predecibles; si el camino mejor considerado y más progresivo también es el menos peligroso y más fácil. En verdad grandes proyectos históricos aparecen como problemas laberínticos, que requieren tomar dolorosas decisiones y grandes riesgos y hacer enormes sacrificios.
La Revolución de Octubre que estableció el primer Estado obrero fue precisamente un proyecto grandísimo y complicadísimo (me atrevo a usar la palabra). Tengamos presente ciertas importantes condiciones que pesaron sobre el progreso de los acontecimientos de octubre 1917 y de los meses y años subsiguientes.
La revolución ocurrió en medio de una conflagración mundial que aceleró la desintegración de un imperio vasto y arcaico que ocupaba una sexta parte de las tierras del mundo. La gravedad de crisis geopolíticas, sociales y económicas que azotaban a la Rusia de 1917 determinaba la contundente velocidad de acontecimientos entre febrero y octubre. Cuando Lenin predecía una “catástrofe muy cercana” en el otoño de 1917, no exageraba para nada. El Gobierno Provisional burgués y sus aliados entre los mencheviques y socialrevolucionarios dentro de los sóviets no podían ni elaborar ni implementar ningunas medidas coordinadas para lidiar con una crisis tan monumentalmente grave. Vladimir Putin, en su único comentario sobre el centenario de la Revolución de Octubre, solo pudo expresar su pesar de que no se pudo encontrar una solución menos violenta para la crisis de 1917:
“Debemos preguntar, ¿fue realmente imposible el desarrollo no a través de la revolución sino mediante la evolución, sin destrozar el Estado, sin arruinar sin misericordia el futuro de millones, sino mediante un progreso gradual, paso a paso?”.[16]
Basta imaginar a algún Putin en 1917, como funcionario de algún departamento de policía ligado al Gobierno Provisional, indignado por el repudio popular a las viejas instituciones, horrorizado por la violencia en las calles, decepcionado por el fracaso del general Kornílov en restaurar el orden, y enemigo acérrimo de los bolcheviques.
Ante la crisis de 1917, no era posible una solución evolutiva y sin violencia. El fracaso del Gobierno Provisional y de toda la perspectiva reformista de la dirección socialista “moderada” de los sóviets antes de octubre es prueba de que la crisis no podía resolverse en base al capitalismo ni en el entorno del nacionalismo ruso.
La única respuesta estratégica viable al desmoronamiento sistemático que comienza con el inicio de la guerra europea, era el programa de revolución mundial de Lenin y Trotsky. Rosa Luxemburg, no obstante su rechazo de ciertos aspectos de las medidas bolcheviques, escribe sobre la “visión política de los bolcheviques; su firmeza de principios y su amplia perspectiva que resultó de haber basado toda su política en la revolución proletaria mundial.”[17]
De haber sido la historia bondadosa con los bolcheviques, la conquista de poder por la clase obrera alemana hubiera ocurrido antes que, o al menos simultáneamente con, la Revolución de Octubre. Pero, como escribiría Trotsky, la historia no fue bondadosa. Fue una madrastra malvada. La traición por parte de los socialdemócratas alemanes le cerró la puerta a esa posibilidad. Además de retrasar la revolución en ese país, esa traición, confundió y dividió a la clase obrera germana.
Quedaba claro que para salvar a la revolución había que barrer con el Gobierno Provisional, particularmente después del intento contrarrevolucionario del general Kornílov. Por lo tanto les tocó a los bolcheviques conquistar el poder bajo condiciones de aislamiento político. Encararon la doble misión de defender la revolución contra la contrarrevolución dentro de Rusia (respaldada por el imperialismo mundial) al mismo tiempo que impulsaban la causa de la revolución socialista mundial. La creación del Ejército Rojo y el establecimiento de la Tercera Internacional (comunista) reflejan esos dos aspectos interconectados de su política revolucionaria. El primer congreso de la Tercera Internacional ocurrió en Moscú en marzo de 1919. Los tres congresos que le siguieron tomaron lugar anualmente, en 1920, 1921, y 1922. Hasta la actualidad, sus debates y resoluciones siguen siendo esenciales para la educación teórica y política de los marxistas revolucionarios.
La revolución no hubiese sobrevivido de no haber sido por la creación del Ejército Rojo, especialmente en el entorno de derrotas de la clase obrera fuera de las fronteras soviéticas. Sobre eso es necesario discutir, aunque solo sea con brevedad, el rol esencial de Trotsky, como comisario de guerra y principal comandante del Ejército Rojo. El historiador Jonathan D. Smele, autor de una valiosa investigación sobre las guerras civiles rusas (utiliza el plural), escribe que “hay que elogiar la transformación de Trotsky de propagandista a organizador de un ejército de millones con solo unos meses de experiencia como corresponsal de guerra en los Balcanes en 1912”. Para Smele, la “habilidad de Trotsky de inspirar lealtad” y “de escoger sabios consejeros” son importantes características de su liderazgo.[18]
El coronel Harold W. Nelson (quien enseñó en la Universidad de Guerra de EUA) insiste en la capacidad excepcional de Trotsky como estratega y líder militar: “Entendía más perfectamente que la velocidad era más importante que victorias tácticas. Sentía que era más importante concentrar sus tropas en la zona crítica, en vez de dividirlas en pos de objetivos políticos”. En sus obra anterior sobre la Guerra de los Balcanes se nota su interés en como la guerra afectaba a los que se veían obligados a pelear. Trotsky “quería saber que hacían los hombres en el combate y deseaba descubrir lo que el combate le hacía a los hombres. La suya no era la curiosidad pasiva del observador, pero el interés apasionado del estudiante… Este interés apasionado en vitales problemas sociales era parte de la naturaleza de Trotsky. Estudiaba la guerra con el mismo ardiente deseo que con sus estudios sobre economía, lenguaje y teoría revolucionaria”.[19]
Trotsky tenía una extraordinaria capacidad administrativa y de organización. El elemento clave de su liderazgo en el Ejército Rojo era su entendimiento histórico y político sin par de la compleja interacción de fuerzas sociales que obraban dentro de Rusia, los muy movedizos intereses geopolíticos y económicos que obraban dentro de cada país, los cambiantes intereses y antagonismos económicos que obraban dentro del imperialismo mundial, la influencia de todos esos acontecimientos globales en diferentes países y la evolución de la revolución socialista. En todo esto la lucha de la clase obrera y particularmente de las tácticas políticas de la vanguardia marxista, desempeñaban un papel muy importante, y bajo ciertas condiciones, un papel decisivo en el transcurso de la historia mundial.
Mientras dirigía las campañas del Ejército Rojo contra todos sus enemigos a lo largo de cuantiosas batallas y cubriendo miles de kilómetros, Trotsky buscaba comprender el lugar de la Revolución de Octubre en la evolución mundial de la revolución socialista. No obstante reveses en algún sector de ese gran campo de batalla que era la revolución mundial, oportunidades estratégicas de victoria podían surgir en algún otro sector.
Después de las derrotas en Alemania y Hungría, los bolcheviques se dieron cuenta de que la victoria de la revolución socialista en Europa sería parte de una transformación más prolongada que habían imaginado. Al mismo tiempo, las masas orientales, que la victoria bolchevique había despertado a la política, presentaron nuevas posibilidades para la revolución mundial. En agosto de 1919, Trotsky envió un extenso memorándum al Comité Central del Partido Comunista Ruso (el nuevo nombre del partido). Escribió:
No hay duda que nuestro Ejército Rojo es sin comparación una fuerza mucho más poderosa en el terreno de la política mundial de Asia que en el terreno europeo. Allí se abre para nosotros la posibilidad de actuar en el campo asiático, no simplemente esperar un largo tiempo para ver cómo se desarrolla la situación en Europa. En India, puede ser que el camino sea más transitable y más corto que el camino a una Hungría soviética. El tipo de ejército que en este momento no tenga peso en Europa, puede alterar el inestable equilibrio de las relaciones de dependencia colonial en Asia y darle un empuje directo a levantamientos de las masas oprimidas y lograr su triunfo en Asia…
Nuestros éxitos militares en los Urales y en Siberia deben de levantar el prestigio de la Revolución Soviética a través de toda la Asia oprimida a niveles excepcionales. Urge tomar ventaja de ese hecho y establecer una Academia Revolucionaria, la sede política y militar de la Revolución Asiática, en los Urales o en Turquestán, que en un futuro cercano podría llegar a tener un mayor impacto que el Comité Ejecutivo de la Tercera Internacional.[20]
La vuelta hacia atrás de la clase obrera europea entre 1919 y 1921 evidenciaba que la evolución de la revolución socialista sería un proceso más lento que lo que originalmente anticipaban los bolcheviques. De ninguna manera significaba eso que la decisión de conquistar el poder en Rusia se fundamentaba en una evaluación errada de las condiciones en Europa; cosa que por lo general sostienen los historiadores burgueses. En verdad la Revolución de Octubre había impulsado una enorme radicalización de la clase obrera europea. Hubo levantamientos (Alemania, Hungría) y tremendas huelgas (Italia). Pero la derrota de ese movimiento ahora requería un nuevo análisis de ciertos elementos de la perspectiva revolucionaria.
De las cruciales lecciones que surgieron de la Revolución de Octubre y sus consecuencias, la primera es que la victoria de la revolución socialista depende de la existencia de un partido socialista revolucionario capaz de dirigir a la clase obrera, mucho más de lo que se pensaba antes de 1914. El hecho que el futuro a largo plazo de la revolución se decida unos cuantos días decisivos hace que la cuestión del liderazgo adquiera un gran significado histórico y político. Segundo, la experiencia de la Revolución de Octubre le dio más agarre al temor que los capitalistas le tienen a la revolución socialista.
Habiéndose dado cuenta las élites de poder de que la victoria bolchevique no se podría revertir; habiendo reconocido el significado de haber perdido el control, estaban decididas a todo costo a impedir que la experiencia se repitiera. Esa concienciación del peligro político resultó en la enorme movilización de la violencia contrarrevolucionaria contra la clase obrera y su vanguardia política. Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht fueron ejecutados en Berlín en enero de 1919 durante la carnicera represión del Levantamiento Espartaquista. Movimientos fascistas se establecieron por toda Europa.
En julio de 1921, Trotsky cautelaba que la burguesía “en el momento en que se ve amenazada por la ruina de la manera más inmediata alcanza, políticamente, su máxima potencia, su mayor concentración de esfuerzos y recursos, de medios políticos y militares de engaño, coacción y provocación, es decir, las sofisticación de su estrategia de clase”. Más adelante dice Trotsky: “Jamás la estrategia contrarrevolucionaria, es decir, el arte de librar una lucha combinada contra el proletariado alcanzo la altura que llegó hoy con la ayuda de todos los métodos posibles, desde los sermones dulzones de los curas y de los profesores, hasta el fusilamiento de los huelguistas por las ametralladoras”.[21]
¿Cómo respondería la clase obrera a la decisión burguesa de utilizar todos sus métodos para acabar con todas las amenazas a su control? Trotsky responde: “La tarea de la clase obrera, en Europa y en el mundo, consiste en contraponer a la estrategia contrarrevolucionaria exhaustivamente planificada de la burguesía, su propia estrategia revolucionaria igualmente elaborada hasta el final”.[22]
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Entre 1921 y 1924, ocurre un crucial periodo de transición política en la Unión Soviética. Durante los siete años previos, entre 1914 y 1921, Rusia atraviesa tétricas convulsiones sociales y políticas. Las derrotas de la clase obrera europea aseguraban que la Unión Soviética seguiría aislada política y económicamente durante años, quizás décadas.
Introducir la Nueva Política Económica en marzo de 1921 conllevaba a substanciales concesiones al mercado capitalista; cosa que fue explicada, con toda legitimidad, como un necesario paso hacia atrás. Sin embargo el resultante fortalecimiento de los adversarios capitalistas, que interactuaban con la creciente burocratización del Partido Comunista y del andamiaje estatal junto con la estabilización del capitalismo en la Europa Occidental, entrañaba serias consecuencias políticas.
A fines de 1922 ya se notaba que se disminuía el espíritu revolucionario de los primeros años del Estado soviético. Esta disminución se evidenciaba políticamente con el resurgir de tendencias chauvinistas en la dirección del Partido.
Lenin sufrió una grave apoplejía en mayo de 1922. No regresaría a la práctica política hasta octubre de ese año, quedando asombrado por la transformación política dentro de la dirección del Partido. Lenin rechazó vehementemente la falta de respeto en el trato de Stalin para con los representantes del Partido Comunista de la República Soviética de Georgia, llamándolo un “bribón chauvinista gran ruso”. En marzo de 1923, Lenin amagó romper todo contacto personal con Stalin. Al día siguiente sufrió una tremenda apoplejía que acabó con su vida política. Murió el 21 de enero de 1924.
En octubre de 1923, el Partido Comunista desperdició otra gran oportunidad revolucionaria en Alemania. Otro gran fracaso ocurriría en Bulgaria. Esas derrotas fueron interpretadas como la conclusión de seis años de insurrecciones revolucionarias en Europa Central y Occidental que comenzaron en Rusia. Dentro del Partido Comunista Ruso y en un cuantioso sector de la clase obrera, se comenzó a perder la confianza en la posibilidad de una revolución victoriosa en algún país capitalista avanzado que acabara con el aislamiento de Rusia y proveyera recursos para el desarrollo de una economía socialista.
Con Lenin ausente, en el Partido Comunista Ruso, se aislaba más y más a León Trotsky, quien más que ningún otro líder personificaba los lazos entre la Revolución de Octubre y la Revolución Socialista Mundial. Cuando se publicó, en el otoño de 1924, Lecciones de Octubre, donde Trotsky reseña las luchas políticas dentro del Partido Bolchevique previas a la insurrección de 1917, se desató un venenoso ataque político contra Trotsky y la teoría de la revolución permanente. Sus enemigos en el Comité Político del Partido Comunista, particularmente Kámenev, Zinóviev, y Stalin, no solo llegaron a negar el papel central que Trotsky desempeñó en el triunfo de la insurrección y la subsecuente victoria del Ejército Rojo contra las fuerzas contrarrevolucionarias, sino que alegarían que su teoría de la revolución permanente constituía un acto de revisionismo de lo que desde entonces se apodaría “leninismo” y que no tenía nada que ver con la estrategia del Partido Bolchevique ni la preparación para la toma del poder.
Minimizaron la lucha política de Lenin en abril de 1917 contra la línea de Kámenev y Stalin. Sostuvieron que la perspectiva de Lenin de las Tesis de Abril era una elaboración del viejo programa bolchevique de la dictadura democrática del proletariado y los campesinos y que nada tenía que ver con el concepto de Trotsky de la revolución permanente. Comenzó así la época de la “Gran Mentira.” Kámenev, en un largo informe intitulado Trotskismo o Leninismo, inició la falsificación desenfrenada de la historia, con el fin de desacreditar y demonizar a León Trotsky; falsificación que se convertiría en la principal característica de la vida política soviética.
Según Kámenev, Trotsky “no entendía los elementos básicos de la teoría de Lenin de las relaciones entre la clase obrera y los campesinos en la Revolución Rusa, ni siquiera después de octubre. Jamás pudo entenderlos en cada maniobra de nuestro partido para lograr la dictadura del proletariado sin separarse de los campesinos. Le impedía entenderlo su propia teoría que, en su opinión, había sido ‘confirmada totalmente’. De haber sido correcta la teoría de Trotsky significaría que todo el poder soviético en Rusia hace mucho hubiera dejado de existir”.[23]
La esencia política y teórica del ataque de Kámenev contra Trotsky y su rechazo de la teoría de la revolución permanente era restaurar, en el entorno de la Nueva Política Económica, la perspectiva nacionalista que había sido rechazada en 1917. Más que nada, el blanco del ataque de Kámenev era la insistencia de Trotsky en el rol de la perspectiva de revolución socialista mundial como guía de la política nacional. Kámenev rechazaba la teoría de Trotsky de la revolución permanente, porque “haría que el Gobierno obrero ruso dependiera totalmente de la revolución proletaria inmediata de occidente”.[24] Lo que era especialmente repudiable en la teoría de Trotsky, dice Kámenev, es que no contemplaba ninguna solución al problema del desarrollo capitalista ruso, “en el entorno de la revolución nacional”.[25]
El repudio de Kámenev hacia Trotsky de noviembre de 1924, le abrió la puerta a un revisionismo nacionalista 'sin pelos en la lengua' de parte de Stalin, en diciembre de 1924, de la perspectiva y programa de la Revolución de Octubre. Stalin, en un ensayo intitulado “La Revolución de Octubre y las tácticas de los comunistas rusos”, hace referencia al folleto de Trotsky “ Nuestra Revolución ” publicado en 1906. Ese folleto dice: “Sin el apoyo estatal directo del proletariado europeo, la clase obrera rusa no podrá permanecer en el poder y convertir su control temporario en una duradera dictadura socialista. De eso en ningún momento podrá haber duda alguna”. Dice Stalin:
¿Qué significa esa cita? Significa que es imposible el triunfo del socialismo en un solo país, Rusia en este caso, “sin el apoyo estatal directo del proletariado europeo”, o sea que a menos que el proletariado europeo haya conquistado el poder.
¿Qué tiene que ver esa “teoría” con la tesis de Lenin sobre la posibilidad del triunfo del socialismo en “algún país socialista por separado”?
Nada, claramente.[26]
Stalin reemplaza al internacionalismo revolucionario con una especie de mesianismo nacional resumiendo las ideas de Trotsky de esta manera:
Falta de confianza en la capacidad y fuerza de nuestra revolución, falta de confianza en la capacidad y fuerza del proletariado ruso, ese es el fundamento de la teoría de “revolución permanente”.[27]
El ataque contra Trotsky en 1924 y el rechazo de la teoría de la revolución permanente representan el renacimiento de las tendencias nacionalistas que Lenin había combatido cuando luchaba para quebrar la adaptación del partido a la defensa de la nación y reorientar al partido a la lucha revolucionaria mundial contra la guerra imperialista. La propaganda a favor del programa del socialismo en un solo país marcó un paso crucial en la alienación de la Unión Soviética de la Revolución Socialista Mundial, que la había parido. Como había pronosticado Trotsky, esta retirada nacionalista, apoyada políticamente por la élite burocrática, separaba el futuro de la Unión Soviética de la lucha por el socialismo mundial. La Internacional Comunista, establecida en 1919 como sede estratégica de la revolución socialista mundial, fue rebajada a un órgano de la política exterior contrarrevolucionaria de la Unión Soviética. La expulsión de León Trotsky de la Unión Soviética en 1929 simboliza esa ruptura entre el régimen burocrático de la Unión Soviética y la revolución socialista mundial. Desde su oficina en el Kremlin, Stalin dirigía un Estado nacional con el apoyo de la policía secreta. Sin embargo, León Trotsky, desde el exilio, condujo e inspiró el histórico proceso de la revolución socialista mundial con más poderosas armas: sus ideas y su pluma.
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El resultado de las medidas traicioneras y desorientadoras de Stalin fueron las devastadoras derrotas de la clase obrera en Alemania, Francia, España y muchos otros países en la década de 1930.
Dentro de la Unión Soviética, la reacción nacionalista y contrarrevolucionaria llevó a cabo la destrucción de toda una generación de obreros, militantes, artistas e intelectuales revolucionarios educados en el marxismo y en el internacionalismo socialista. Los Procesos de Moscú y el Gran Terror de 1936 a 1940, fueron una especie de genocidio político, cuyo principal blanco eran todos los que habían estado ligados al programa internacionalista y a la cultural intelectual que cimentaban al Estado soviético.
Es crucial comprender la relación entre la Revolución de Octubre de 1917 y la Unión Soviética. Una nace de la otra, pero la Revolución de Octubre y el Estado soviético no son fenómenos iguales. La Revolución de Octubre inicia la época histórica de la Revolución Socialista Mundial. La historia del Estado soviético es un marcador histórico que es parte de esa época. La distinción entre la Revolución de Octubre como expresión de esa época y el Estado Soviético como un episodio político de envergadura va impresa en el lenguaje de la política. Pronosticando la futura derrota del sistema capitalista en sus propios países, los revolucionarios hablaban no de su futura Unión Soviética sino de su Octubre venidero.
Claro está que fueron inmensos los logros de la revolución dentro de Unión Soviética. La Revolución de Octubre transformó de raíz el antiguo Imperio Ruso. Antes de la revolución un ochenta por ciento de la población era analfabeta. En menos de una generación es erradicado casi por completo el analfabetismo. La nacionalización de los medios de producción, producto de la Revolución de Octubre, le abre la puerta a una gran transformación económica.
Los setenta y cuatro años de existencia de la Unión Soviética son prueba de la posibilidad de crear una sociedad avanzada con medios no capitalistas.
La Unión Soviética no era una sociedad socialista. Constituyó un régimen en transición entre el capitalismo y el socialismo, como lo explica Trotsky en su Revolución Traicionada. Su futuro todavía estaba por verse. Las medidas nacionalistas de Stalin, fundamentadas en el terror, eran una burla de la planificación socialista, que requiere que los obreros tomen decisiones en forma democrática. Lo que Trotsky llama “el despotismo irresponsable de la burocracia sobre el pueblo” causó un horripilante derroche de vidas humanas, con una brutalidad innecesaria, y el echar por la borda de recursos materiales.
La burocracia estalinista, usurpadora del poder político y controladora de las agencias de represión del Estado para lograr para sí una posición social de privilegio violaba los principios más básicos de la igualdad socialista. Stalin, quien personalmente mandó a matar y torturar a sus antiguos camaradas y a cuantiosos revolucionarios marxistas, se convirtió en uno de los más grandes criminales en la historia mundial.
La Cuarta Internacional, que León Trotsky estableció en 1938, defendió todas las conquistas sociales de la Revolución de Octubre; pero su defensa de esos logros, es decir del progreso social que resultó de la revolución, se enraizaba en la implacable oposición al régimen estalinista y en la lucha por su derrocamiento político.
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Lo que estamos celebrando este año es el centenario de la Revolución Socialista Mundial. En este contexto histórico, hemos examinado y explicado los más significativos acontecimientos que ocurrieron entre febrero y octubre de 1917. Estas conferencias sirven como antídotos políticos e intelectuales a la sarta interminable de falsificaciones y calumnias que producen los académicos reaccionarios y los medios de difusión antisocialistas.
La disolución de la URSS en 1991 fue declarada una victoria histórica del capitalismo mundial. Finalmente se había erradicado el espectro del comunismo y del socialismo. ¡La historia había llegado a su fin! ¡La Revolución de Octubre acababa en escombros! Claro está que esas proclamas no resistirían ningún esmerado análisis de los setenta y cuatro años previos. Nada se decía sobre las enormes hazañas de la Unión Soviética que iban más allá de su rol crucial en la derrota de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial, sino también la inmensa transformación de las condiciones culturales y sociales del pueblo soviético.
Dejando de lado esos intentos de borrar de la memoria colectiva todas las conquistas soviéticas, la piedra angular de la falsificación de la historia del siglo XX ha sido el intento de definir el futuro del socialismo en base a una narrativa nacionalista de la Revolución de Octubre, en la cual la conquista del poder por los bolcheviques es presentada como un hecho aberrante, ilegítimo y criminal en la historia de Rusia. A su vez, según esa narración, es necesario ridiculizar o ignorar la concepción bolchevique inicial de la Revolución de Octubre. No es permitido atribuirle una relevancia histórica o política a la Revolución de Octubre.
Esta narración reaccionaria, que tiene por objeto negarle a la Revolución de Octubre toda legitimidad e importancia, depende de un pequeño elemento: que el sistema capitalista mundial haya resuelto y superado las contradicciones que dieron origen a las guerras y revoluciones del siglo XX.
Es ahí que se desmoronan todos los conatos de desacreditar tanto a la Revolución de Octubre como a cualquier intento de realizar el socialismo. Han pasado cinco lustros desde la disolución de la URSS; los define la intensificación de crisis económicas y políticas. Vivimos en guerra perpetua. Desde la primera invasión estadounidense de Irak en 1991, fácilmente pasa de un millón la cantidad de vidas acabadas por bombas y cohetes estadounidenses. Cuanto más se intensifican los conflictos geopolíticos, más inevitable se hace la detonación de una tercera guerra mundial.
La crisis económica del 2008 develó la fragilidad del sistema capitalista mundial. Las tensiones sociales crecen enmarañadas en los más altos niveles de desigualdad de los últimos cien años. Hace poco apareció la noticia que las tres personas más ricas de Estados Unidos poseen más riquezas que el cincuenta por ciento más pobre de la población de este país. No es que los ricos sean “diferentes”. Fuera de compartir el planeta con los otros, viven en una realidad totalmente distante de la que vive la gran mayoría.
Ellos mismos saben que las cosas no pueden continuar así para siempre. Las ideas, los ideales, de igualdad social y derechos democráticos están demasiado presentes en la conciencia de las masas. Al no aguantar las instituciones burguesas tradicionales el peso de los crecientes conflictos sociales, la élite del poder recurre cada vez más abiertamente a formas autoritarias de control. El Gobierno de Trump es solo una de las formas más asquerosas del desmoronamiento de la democracia burguesa. El papel de las fuerzas armadas y de las agencias policiales y de espionaje es cada vez menos disimulado.
Durante todo este año del centenario, se han publicado cuantiosos artículos y libros que tienen el propósito de desacreditar a la Revolución de Octubre. Pero, la sentencia de Octubre como “irrelevante” no puede esconder el tono histérico de tantas de esas declaraciones, que en vez de analizarlo como un acontecimiento histórico consideran que la Revolución de Octubre es una peligrosa amenaza contemporánea.
Ese temor que subyace el repudio a la Revolución de Octubre aparece en un libro que acaba de ser publicado del profesor Sean McMeekin, un especialista en falsificaciones de la historia. Dice:
De la misma manera que las armas atómicas inventadas en la época ideológica que se inaugura en 1917, causa pena pensar que el leninismo una vez inventado no puede ser olvidado. Siempre existirá la desigualdad social en compañía del bien intencionado impulso socialista de erradicarla… Lo que nos enseña este último siglo es que debemos fortalecer nuestras defensas y resistir a los profetas armados que prometen la perfección social.[28]
El 27 de octubre, el comentarista Bret Stephens pronostica en el diario neoyorquino New York Times:
Todo intento de criminalizar el capitalismo y los servicios financieros ha tenido resultados predecibles… Han pasado cien años sin que hayamos erradicado el bacilo [socialista] y nuestra inmunidad a él sigue en duda.
En momentos que celebramos el centenario de la Revolución de Octubre, la histeria antimarxista de las élites de poder adquiere características mortíferas; el New York Times, habiendo descartado la ficción de 1991 sobre la falta de relevancia del socialismo, publicó un comentario de Simon Sebag Montefiore, autor de una biografía de Stalin llena de admiración. Escribe Montefiore:
La Revolución de Octubre que Lenin organizó hace exactamente cien años, todavía tiene relevancia en formas que escapaban la imaginación cuando se desmoronaba la Unión Soviética…
Cien años después, mientras siguen reverberando e inspirando sus acontecimientos, Octubre de 1917 se nos hace épico, mitológico, magnético. Sus impresiones fueron tan enormes que parece imposible que podría haber ocurrido de alguna otra manera…
El Gobierno [provisional] debería haber encontrado y asesinado [a Lenin] pero no pudo y él ganó.[29]
Ese comentario, publicado en el periódico de mayor influencia de Estados Unidos, borra casi completamente la diferencia entre el anticomunismo liberal y el fascismo. Lenin, líder popular de un movimiento de masas de la clase obrera, debería haber sido asesinado, para así resolver el problema, dice Montefiore, con el visto bueno de los editores liberales del New York Times, como hicieron los fascistas con Luxemburg y Liebknecht. ¿Cuál es el mensaje? A medida que amenace el socialismo al capitalismo, cabe la persecución y el asesinato de los líderes del movimiento socialista. ¡Qué más decir del fin de la historia y el triunfo de la democracia liberal!
Declaraciones como las de Montefiore evidencian no solo la degeneración moral de los defensores intelectuales de la sociedad burguesa, sino también su propia desmoralización y desesperación.
No obstante todos los intentos de desacreditar al marxismo, el socialismo y el comunismo, los trabajadores siguen persiguiendo alternativas al capitalismo. Una recién publicada encuesta indica que entre los jóvenes americanos menores de veintiocho años de edad, la mayoría preferiría vivir en una sociedad socialista o comunista a vivir bajo el capitalismo.
Franz Mehring tenía razón. Las revoluciones toman aliento para largo. La Revolución de Octubre no vive solo en la historia, sino también en la actualidad.
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En lo que va de este centenario, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional ha celebrado el aniversario de la Revolución de Octubre estudiando y explicando sus orígenes y significado. Ha llevado a cabo importantes labores históricas, como la única corriente política del mundo que representa el programa del socialismo internacional en el que se fundamentó la Revolución de Octubre.
La Cuarta Internacional es la voz actual del programa de la Revolución Socialista Mundial. En este periodo de crisis capitalistas irresolubles, este programa otra vez adquiere intensa relevancia.
Urgimos a los obreros y jóvenes de todo el mundo a unirse a la lucha por el socialismo mundial.
¡Viva el ejemplo de la Revolución de Octubre!
¡Viva el Comité Internacional de la Cuarta Internacional!
¡Adelante con la victoria de la Revolución Socialista Mundial!
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Notas
[1] “Neujahr 1918,” en Franz Mehring Gesammelte Schriften, Band 15 (Berlín: Dietz Verlag, 1977), p. 759. [nuestra traducción al español]
[2] Referencia que aparece en: Alexander Rabinowitch, The Bolsheviks in Power: The First Year of Soviet Rule in Petrograd (Bloomfield: Indiana University Press, 2007), p. 28. [nuestra traducción al español]
[3] Ibid, p. 27
[4] Ibid
[5] Ibid, p. 29
[6] Reunión del Comité de Petersburgo del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (bolchevique) Noviembre 1 (14), 1917, referencia de León Trotsky in The Stalinist School of Historical Falsification, [nuestra traducción al español] haga clic en: https://www.marxists.org/archive/trotsky/1937/ssf/sf08.htm
[7] Ibid
[8] Ibid. Las aclaraciones aparecen The Stalin School of Falsification.
[9] Ibid
[10] León Trotsky, “Introduction to Ferdinand Lassalle’s Speech to the Jury, en Witnesses to Permanent Revolution, editado por Richard B. Day and Daniel Gaido (Leiden and Boston: Brill, 2009), pp. 444-45 [nuestra traducción al español]
[11] Lenin, Collected Works, (Moscú: Progress, 1977), Volume 24, p. 238
[12] Ibid, p. 238 [nuestra traducción al español]
[13] Lenin, Collected Works (Moscú: Progress, 1977), pp. 416-19 [nuestra traducción al español]
[14] Lenin Obras Completas (Madrid: Akal Editor, 1976), Vol. 27, p. 119
[15] Ibid, pags. 228-229
[16] https://www.theguardian.com/world/2017/nov/06/revolution-what-revolution-russians-show-little-interest-in-1917-centenary [nuestra traducción al español]
[17] https://www.marxists.org/archive/luxemburg/1918/russian-revolution/ch01.htm [nuestra traducción al español]
[18] The “Russian” Civil Wars 1916-1926: Ten Years That Shook the World (Oxford: University Press, 2017), p. 131. [nuestra traducción al español]
[19] Leon Trotsky and the Art of Insurrection 1905-1917 (Londres: Frank Cass, 1988), pp. 63-64 [nuestra traducción al español]
[20] The Trotsky Papers 1917-1922, Volumen I, editado por Jan M. Meijer (La Haya: Mouton & Co., 1964), pp. 623-25 [nuestra traducción al español]
[21]Trotsky; Los Primeros Cinco Años de la Internacional Comunista; Una Escuela de Estrategia Revolucionaria; CEIP León Trotsky; páginas 334 y 335 hacer click en http://www.ceipleontrotsky.org/Una-escuela-de-estrategia-revolucionaria
[22] Ibid, p. 336
[23] Trotsky’s Challenge: The “Literary Discussion” of 1924 and the Fight for the Bolshevik Revolution, editado, e introducción por Frederick C. Corney (Chicago: Haymarket, 2017), p. 244 [nuestra traducción al español]
[24] Ibid
[25] Ibid
[26] Ibid, p. 442
[27] Ibid, p. 447
[28] The Russian Revolution: A New History (Nueva York: Basic Books, 2017)
[29] https://www.nytimes.com/2017/11/06/opinion/russian-revolution-october.html [nuestra traducción al español]