Con extrema temeridad, el gobierno de Trump se encamina hacia una guerra en la región de Asia-Pacífico. No obstante, los comentarios de la prensa y la élite política no dejan ver lo peligrosa que es la situación, ni cuan incalculables las consecuencias.
La última escalada en la guerra de palabras fue del secretario de Estado, Rex Tillerson, quien dijo el viernes pasado en una conferencia de prensa en Seúl, Corea del Sur, que “todas las opciones están sobre la mesa” en cuanto a Corea del Norte. El día siguiente viajó a China, el principal aliado de Corea del Norte.
“Permítanme ser muy claro: la política de paciencia estratégica se acabó”, dijo el ex-CEO de ExxonMobil, lo cual fue interpretado como un rechazo a las sanciones económicas que utilizó el gobierno de Obama contra Corea del Norte. Cuando se le preguntó sobre la posibilidad de una respuesta militar, Tillerson respondió, “Si elevan la amenaza de su programa de armas a un nivel que requiere acción entonces esa opción está sobre la mesa”.
Haciendo eco de las amenazas de Tillerson, el presidente Donald Trump tuiteó, “Corea del Norte se está comportando muy mal. Han estado ‘jugando’ con EE.UU. por años. ¡China ha hecho poco para ayudar!”.
El significado de las declaraciones de Tillerson y Trump es claro. Estados Unidos se está preparando para una guerra “preventiva” que justifica señalando a los planes divulgados de Corea del Norte de probar un misil balístico intercontinental (ICBM; Inter-Continental Ballistic Missile) capaz de alcanzar el continente americano.
La incongruencia entre las terribles consecuencias de tal guerra y la forma en que los medios de comunicación retratan la situación es algo alucinante. Los noticieros vespertinos si acaso encogieron sus hombros el sábado ante los comentarios de Tillerson. Mientras tanto, los demócratas no han dicho nada.
¿Qué resultaría de un ataque estadounidense contra Corea del Norte? ¿Provocaría esto un bombardeo norcoreano contra Seúl o Tokio? ¿Utilizarían armas nucleares? ¿Llegaría tal guerra a suscitar un conflicto directo entre las dos economías más grandes del mundo, EE.UU. y China? Estas respuestas aún no pueden ser contestadas con certeza ya que son innumerables los escenarios posibles.
Uno de los pocos comentarios que sí mencionan el carácter de tal guerra entre EE.UU. y Corea del Norte apareció el viernes en el periódico The Hill, en un artículo escrito por Mike Lyons, un comandante retirado del Ejército y alto miembro de la organización Truman National Security Project (Proyecto de Seguridad Nacional Truman). Lyon propone que los aliados de EE.UU. en el Pacífico “tomen inventario de su capacidad militar” para tener lista una operación militar, la cual “podría provocar víctimas inmediatas y un grado de destrucción no visto desde la Segunda Guerra Mundial”.
“Tendríamos que literalmente cubrir el cielo con ataques aéreos por horas”, escribió Lyons. El ataque “tampoco se enfocaría sólo en objetivos militares — las víctimas civiles alcanzarían los cientos de miles”. Además, advirtió, “la guerra no saldrá según lo planeado por muchas razones: Si el Norte tiene éxito en lanzar un arma nuclear que destruya parte de Seúl”, EE.UU. se vería obligado a responder.
En otras palabras, Washington está contemplando una guerra que podría desencadenar el primer uso armas nucleares de combate desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Las consecuencias de una acción militar en el noreste asiático se propagarían independientemente de cuáles sean las intenciones inmediatas de EE.UU. Sólo en semanas recientes, EE.UU. y Corea del Sur han participado en ejercicios militares a gran escala; el embajador norcoreano ante la ONU advirtió que “nuevamente, la península coreana se está acercando poco a poco al borde de una guerra nuclear”; Corea del Norte ha probado misiles en la dirección de Japón; y EE.UU. ya comenzó a instalar un sistema para derribar misiles balísticos en Corea del Sur dirigido principalmente contra China.
El martes pasado, Japón anunció que planea enviar su buque de guerra más grande por el mar de China Meridional, lo que protestó Beijing.
El periódico alemán Die Zeit comentó acerca del aumento en las tensiones geopolíticas alrededor del mundo: “Sea a propósito o accidentalmente, Trump podría entrar rápidamente en una gran guerra. Es probable que ni EE.UU. ni nadie más puedan salir victoriosos”.
La imprudencia de las acciones de Washington pone de manifiesto que la raíz de los conflictos no se encuentra en Asia-Pacífico sino en la acumulación de crisis sin precedentes en EE.UU.
A pesar de sus amenazas cada vez más provocativas contra China y Corea del Norte, el sistema de alianzas de Estados Unidos en Asia muestra señales de desgaste. La destitución de la presidenta surcoreana, Park Geun-hye, fue percibida como un golpe a los intereses estadounidenses en la región. Mientras que Filipinas, un aliado clave de EE.UU., se está reorientando hacia China.
Mientras tanto, el sistema de alianzas de Washington en Europa enfrenta rasgones mucho más serios. El mismo día en que Tillerson amenazó a China, Trump y la canciller alemana, Angela Merkel, dieron una conferencia de prensa en la que los aliados de la OTAN interactuaron como si fuesen adversarios.
El gobierno de Trump también propuso un nuevo presupuesto que solicita recortar el gasto doméstico en más del 30 por ciento para algunos departamentos, mientras que desembolsa unos 52.000 millones de dólares más para el ejército. Además, la Casa Blanca está impulsando un proyecto de ley que destaza Medicaid, el programa de salud para los pobres y discapacitados, y que haría que 20 millones de personas pierdan su seguro médico.
La imposición de estas políticas conllevará a un mayor descontento social en un país que ya es presa de niveles históricos de desigualdad social.
El elemento de locura de las políticas del gobierno de Trump está arraigado en las contradicciones del capitalismo estadounidense. La clase gobernante depende de estar continuamente en guerra como medio para mantener su posición global de cara a una economía en declive y también como distracción para las tensiones sociales internas.
La responsabilidad detrás de estas políticas no se limita a la Casa Blanca. Todas las facciones dentro de la élite política concuerdan con el imperativo estratégico de dominar el mundo. En cuanto a las organizaciones de seudoizquierda, las cuales toman su línea política del Partido Demócrata e irradian la misma complacencia de las capas de la clase media alta que representan, sería inimaginable deducir a partir de sus publicaciones que una guerra mundial es una posibilidad inminente.
El peligro más grave para la clase obrera, que no quiere otra guerra, es que no es consciente de la gravedad de la situación, no está organizada políticamente ni está movilizándose para prevenirla. Las políticas que están siendo implementadas a sus espaldas tienen consecuencias catastróficas para los trabajadores en EE.UU. y alrededor del mundo. Todo esto beneficia a la camarilla de conspiradores de la burguesía en Washington.
La tarea política más urgente en EE.UU. y todo el mundo es la construcción de un movimiento socialista contra la guerra.