Por todo el mundo, la creciente oleada de lucha social está echando a la basura todas las proclamaciones de esos intelectuales antimarxistas que anunciaban que la “gran narrativa” de la lucha de la clases y la revolución socialista había sido superada.
La ola global de conflicto de clases que se ha estado desarrollando se centra actualmente en Francia, donde los trabajadores y jóvenes comienzan otra semana de huelgas y protestas contra la reforma laboral “El Khomari” impulsadas por el parlamento el mes pasado con la ayuda de las medidas de emergencia implementadas por el Presidente François Hollande.
Los trabajadores de la línea ferroviaria nacional, SNCF, comenzaron una huelga escalonada el martes 31 de mayo por la noche, mientras que los trabajadores ferroviarios y de metro comenzaban su huelga el jueves anterior. La Dirección General de la Aviación Civil francesa ( Autorité de l’Aviation civile ) iniciaba una huelga el viernes 3 de junio, paralizando el transporte en gran parte del país. Estos actos siguen las huelgas de cientos de miles de trabajadores en refinerías de petróleo y en otros lugares de trabajo, al igual que manifestaciones de masas en las cuales han participado más de un millón de personas hasta ahora. Los trabajadores y jóvenes se han enfrentado con fuerzas policíacas que se han movilizado bajo las medidas del estado de emergencia impuestas en el nombre de combatir al terrorismo a principios de año.
En Estados Unidos, donde la clase gobernante y sus propagandistas por mucho tiempo han buscado negar la misma existencia de distintas clases sociales, decenas de miles de trabajadores de comunicación se declararon en huelga el mes pasado. Su lucha, que los sindicatos trabajan febrilmente para terminar, sigue la erupción de la oposición en Michigan, la base tradicional de la industria automovilística estadounidense, a el envenenamiento de los residentes de Flint y a la destrucción de la educación pública en Detroit. El aumento del sentimiento anticapitalista se refleja por el amplio apoyo a la candidatura de Bernie Sanders, quien muchos creen ser socialista.
Estas luchas, y muchas más en países por todo el mundo, se llevan a cabo en circunstancias de una crisis económica implacable, del creciente peligro de guerra y de la deterioración de los estándares de vida de grandes sectores de la clase obrera y juventud.
Estos eventos han inevitablemente puesto en marcha una profunda reordenación política y teorética entre amplios sectores de la población. Han sofocado las concepciones que han prevalecido durante los últimos cincuenta años. Los eventos en Francia tienen una importancia particularmente significativa en el contexto de la huelga de mayo a junio de 1968 que marcó un punto de inflexión en la política de la posguerra.
Esta lucha, la huelga general más grande en la historia europea, sacudió los cimientos del estado gaulista y planteo directamente la cuestión del derrocamiento del capitalismo. La huelga general francesa fue seguida por una oleada de agitación entre 1968 y 1975 por todo el mundo que planteo directamente la cuestión del poder del Estado. Durante ese periodo ocurre el movimiento en masa de la clase obrera inglesa contra el gobierno conservador, huelgas en Italia y América Latina y la lucha contra el imperialismo estadounidense por las masas vietnamitas.
El capitalismo sobrevivió estas tormentas gracias a las traiciones del estalinismo, los socialdemócratas y los sindicatos, que le permitieron sobrevivir y reestabilizarse en décadas posteriores.
Reaccionando a estos eventos con miedo y desmoralización, amplios sectores de la capa intelectual se alejaron furiosamente del marxismo. Mientras que culpaban a la clase obrera por las traiciones de su liderazgo, este giro fue motivado sobre todo por miedo a la misma clase obrera. Ante la posibilidad de revolución, echaron a un lado sus pretensiones izquierdistas y huyeron a los brazos de la clase dominante.
Este proceso posiblemente encontró su expresión más clara en Francia, donde llegó a ser asociado con las concepciones teoréticas que hoy son conocidas como el posmodernismo. La premisa básica de esta tendencia filosófica y política es que la gran oleada de luchas revolucionarias iniciadas por la revolución rusa en octubre de 1917 pertenecen a una época pasada que ha sido superada.
La definición del término “posmodernismo” fue resumido por Jean-François Lyotard en su libro de 1979, La condición postmoderna: Un informe sobre el conocimiento. Los posmodernistas adoptaron una "incredulidad hacia las metanarrativas", escribió Lyotard. "La función narrativa está perdiendo sus palabras funcionales, su gran héroe, sus grandes peligros, sus grandes viajes, su gran objetivo".
El contenido social de la declaración de Lyotard aparece más crudamente un año más tarde por André Gorz en su libro, Adiós al Proletariado: “Cualquier intento de encontrar la base de la teoría marxista del proletariado es una pérdida de tiempo.”
¿Cuál es la “gran narrativa” que Lyotard rechazó?
Esta fue la “narrativa” anunciada primero y ante todo por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, que declaró que "la historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases", y que los trabajadores "no tienen nada que perder más que sus cadenas."
El Das Capital de Marx fue una condenación al sistema capitalista:
Junto con el número cada vez menor de los magnates del capital, que usurpan y monopolizan todas las ventajas de este proceso de transformación, crece la masa de la miseria, la opresión, la esclavitud, la degradación, la explotación; pero al mismo revuelta de la clase trabajadora y disciplinada, unida y organizada por el propio mecanismo del proceso de producción capitalista. El monopolio del capital se convierte en traba del modo de producción, el cual creció a él y bajo él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista. Se explota. La hora de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados.
Es la caracterización por Fredrich Engels en su Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, que el Estado es simplemente un instrumento de la clase capitalista dominante para suprimir y someter a las clases oprimidas:
Como el Estado nació de la necesidad de refrenar los antagonismos de clase, y como, al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de esas clases, es, por regla general, el Estado de la clase más poderosa, de la clase económicamente dominante, que, con ayuda de él, se convierte también en la clase políticamente dominante, adquiriendo con ello nuevos medios para la represión y la explotación de la clase oprimida.
Y, en un lenguaje que habla directamente sobre nuestro periodo de guerra, el revolucionario ruso Vladimir Lenin declaró que:
El imperialismo es la época del capital financiero y de los monopolios, que introducen por todas partes la tendencia a la dominación, no a la libertad.
Pero el veneno de los posmodernistas estaba dirigido sobre todo contra el revolucionario que le dio la más elocuente expresión —tanto en palabras como en actos— a la perspectiva marxista: León Trotsky. En su Teoría de Revolución Permanente, él declaró, “La revolución socialista empieza en la palestra nacional, se desarrolla en la internacional, y llega a su término y remate en la mundial,” y en su Historia de la Revolución Rusa definió a la revolución como “la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos.”
En suma, los teoréticos posmodernistas —y la capa social más amplia clase media alta cuyos intereses articulan— rechazan la idea de que la sociedad está dividida en clases; que el Estado es un instrumento del dominio de clase; que es posible comprender la lógica del desarrollo social y económico; que el capitalismo dirige a la humanidad a la catástrofe; y que la tarea de la clase obrera, dirigida por un partido revolucionario, es derrocar a este corrupto orden social a escala mundial y sentar las bases para una sociedad basada en la igualdad.
No obstante las declaraciones de los teoréticos antimarxistas que el marxismo está muerto y enterrado, una nueva generación de jóvenes, estudiantes y trabajadores viven la “gran narrativa” del colapso económico, la polarización social, la guerra y la dictadura. En los próximos meses y años, millones estudiarán las grandes obras marxistas y las utilizarán como una guía indispensable para resolver las grandes tareas que la clase obrera sigue enfrentando.