222. La disolución de la URSS provocó en la burguesía y sus apologistas ideológicos una explosión de triunfalismo eufórico. ¡El enemigo socialista por fin había sido derrotado! La interpretación burguesa de la desaparición de la Unión Soviética se expresó de manera fundamental en El fin de la historia, obra de Francis Fukuyama. Basándose en una versión muy abreviada de la fenomenología idealista de Hegel, Fukuyama proclamó que la cansada marcha de la historia había llegado su última estación: la democracia liberal burguesa con Estados Unidos como modelo y basada en un mercado capitalista sin cadenas; es decir, la cumbre de la civilización humana. Profesores académicos pequeñoburgueses —crédulos e impresionistas— elaboraron un sin número de variaciones de este tema, siempre ansiosos de ser compinches de lo que ellos consideran ser, en cualquier momento dado, los triunfantes de la historia. La conclusión a la cual se debería llegar luego del colapso de la Unión Soviética era que el socialismo era una ilusión. “En resumen”, escribió Martin Malia, “el socialismo es una utopía en el sentido literal de la palabra: un ‘lugar que no existe’ y que ‘no está en ningún lado’ y que se considera una ‘cosa ideal’“. [134] Casi nadie en la izquierda, que casi hasta el momento del colapso final había considerado a la burocracia estalinista como garante del socialismo, se opuso a este triunfalismo de la burguesía. Más bien no menos que Fukuyama y Malia se convencieron que la desaparición de la URSS significaba el fracaso del socialismo. En muchos casos, la desmoralizada repudiación del socialismo como proyecto histórico legítimo resultó de una falta de voluntad para examinar las premisas y perspectivas por las que habían abogado anteriormente. Un sector bastante numeroso de aquellos ansiosos por abandonar y maldecir el marxismo no tenían el menor deseo de investigar las razones políticas detrás del colapso de la URSS, y mucho menos examinar la crítica trotskista del estalinismo. La cuestión que trataron de evitar fue si había existido una alternativa al estalinismo; es decir, si la historia de la Unión Soviética y del siglo XX habrían evolucionado diferentemente si el programa político de Trotsky hubiera triunfado en las importantísimas luchas del partido durante los 1920.
223. El historiador británico, Eric Hobsbawm, por largo tiempo militante del Partido Comunista, explícitamente declaró que para los historiadores no era apropiado considerar las posibilidades de una trayectoria diferente a la que en realidad ocurrió. “El destino de la Revolución Rusa fue establecer el socialismo en un país atrasado que pronto llegaría a la ruina total...” [135] El proyecto revolucionario se basó en una valoración totalmente irrealista de las posibilidades políticas. Hobsbawm arguyó que no valía la pena siquiera considerar un resultado diferente al de la Revolución Rusa. “La historia parte de lo que sucedió”, declaró. “El resto es especulación”. [136]
224. Al responder a la manera despectiva en que Hobsbawm rechazó toda consideración de las alternativas históricas al estalinismo, North puntualizó:
“Este es un concepto más bien simplista, pues ‘lo que sucedió’ —si se considera como nada más de lo que la prensa del día reporta— seguramente constituye una pequeña porción del proceso histórico. Después de todo, la historia ha de consternarse no simplemente con ‘lo que sucedió’, sino también con —y esto es definitivamente más importante— el por qué algo sucedió o no o pudo haber sucedido. El momento que uno analiza un evento —es decir, ‘lo que sucedió’— uno se ve obligado a considerar el proceso y el contexto. Sí, en 1924, la Unión Soviética adoptó la política del ‘socialismo en un solo país’, eso sucedió. Pero también sucedió que hubo oposición a ese concepto del ‘socialismo en un solo país’. El conflicto entre la burocracia estalinista y la Oposición de Izquierda, acerca de la cual Hobsbawm no dice ni siquiera una sola palabra, ‘sucedió’.
Hasta tal punto que él deliberadamente excluye, o descarta como carente de importancia, las fuerzas de oposición que trataron de darle una dirección diferente a la política de la Unión Soviética, su definición de ‘lo que sucedió’ meramente consiste de una simplificación limitada, unidimensional y vulgar de una realidad histórica muy compleja. Para Hobsbawm, comenzar con ‘lo que sucedió’ simplemente significa comenzar y terminar con ‘quién ganó’“. [137]
225. Las disculpas fatalistas de Hobsbawm fueron una expresión refinada y sofisticada de una inmensa campaña de falsificación histórica luego de la caída de la URSS. Los ex estalinistas de la ex Unión Soviética desempeñaron un papel importantísimo en esta campaña; casi del día a la mañana se transformaron en los anti comunistas más amargados. Proclamaron sin cesar que la Revolución Rusa había sido una confabulación criminal contra el pueblo ruso. El General Dmitri Volkogonov fue el más destacado de este grupo. En su biografía de Lenín, este —admitiendo quizás más de lo que quería— admite que el cambio de su propia actitud hacia Lenín evolucionó “sobre todo porque la ‘causa’ que él lanzara y por la cual millones pagaron con sus vidas había sufrido una gran derrota histórica”. [138] Entre los crímenes de los cuales Volkogonov acusa a Lenín fue la disolución de la Asamblea Constituyente, acontecimiento en el que ni una sola persona sufrió herida. Pero en octubre de 1993, esto no previno a Volkogonov, en su capacidad como asesor militar del Presidente Boris Yeltsin, de supervisar el bombardeo con tanques de la Casa Blanca rusa, sede del parlamento de Rusia elegido democráticamente. Se calcula que la cantidad de muertos en esta acción llegó a 2,000.
226. En la reunión del pleno en marzo de 1992, el Comité Internacional debatió la relación entre el desarrollo de la crisis del capitalismo y la lucha de clases como proceso objetivo, y la conciencia socialista:
“Son los fundamentos generales del movimiento revolucionario lo que la intensificación de la lucha de clases ofrece. Pero ésta, por sí sola, no crea de manera directa o automáticamente el ambiente político, intelectual y, deberíamos añadir, cultural que este desarrollo requiere y el cual prepara el campo para una verdadera situación revolucionaria. Sólo cuando entendemos la diferencia entre las bases generales objetivas del movimiento revolucionario y el complejo proceso político, social y cultural por medio
del cual se convierte en una fuerza histórica dominante es posible comprender el significado de nuestra lucha histórica en contra del estalinismo y ver la misión que se nos plantea hoy”. [139]
227. La restauración de la cultura socialista en la clase trabajadora internacional requería una lucha sistemática en contra de los falsificadores de la historia. Fue necesario educar a la clase trabajadora en la verdadera historia del siglo XX y así vincular otra vez sus luchas con las grandes tradiciones del socialismo revolucionario, inclusive la Revolución Rusa. Luego del pleno de marzo de 1992, el CICI lanzó una campaña en defensa de la verdad histórica para refutar todas las aseveraciones de la corriente post soviética que falsifica la historia. Comenzando con en 1993, el CI inició una íntima colaboración con Vadim Rogovin, entre los más destacados sociólogos e historiadores marxistas soviéticos. Bajo condiciones en que enormes sectores de los académicos soviéticos se movían vertiginosamente hacia la derecha y apoyaban la restauración del capitalismo, Rogobin comenzó a rehabilitar a Trotsky y a la Oposición de Izquierda. En 1993, justamente después de acabar una obra que analizaba el nacimiento de la Oposición de Izquierda, titulada, ¿Hubo una alternativa?, Rogovin se reunió por primera vez con representantes del Comité Internacional. Ya había estado leyendo por varios años el Boletín de la Cuarta Internacional en ruso. Acogió con gran entusiasmo la propuesta para conducir una campaña internacional en contra de la corriente post soviética cuyo fin era falsificar la historia. Con la asistencia del Comité Internacional, Rogovin, aunque gravemente enfermo con cáncer, completó, antes de fallecer en septiembre de 1998, seis volúmenes adicionales de ¿Hubo una alternativa?
228. Basándose en el análisis hecho por el pleno en marzo de 1992, de los problemas que había que vencer para desarrollar la conciencia socialista en la clase trabajadora, el Comité Internacional expandió sus labores sobre cuestiones culturales, tratando así de resucitar las tradiciones intelectuales de la Oposición de Izquierda, a las cuales se les había dado una gran importancia. Esta perspectiva encontró su suma expresión en obras tales como Problemas de la vida cotidiana y Literatura y revolución, ambas obras de León Trotsky, y El arte como método para comprender el mundo, de Alexander Voronsky. Partiendo de y elaborando esta tradición, el Comité Internacional llegó a reconocer que el desarrollo de la conciencia revolucionaria no toma lugar en un vacío intelectual; que éste requiere nutrirse de la cultura, y que el movimiento marxista tenía que un papel vital que jugar en darle ánimo y contribuir a la creación de un ambiente intelectual basado en una percepción más crítica y perspicaz en cuanto lo social. En una charla presentada en enero de 1998, David Walsh puntualizó:
Los marxistas se enfrentan a enormes dificultades al tratar de crear un público que pueda comprender y responder a su programa político y a sus perspectivas. Despreciar la necesidad de enriquecer la conciencia popular bajo las condiciones actuales parece demasiado irresponsable.
¿Cómo se logra una revolución? ¿Es simplemente consecuencia de la agitación y propaganda socialista llevada a cabo en condiciones objetivas favorables? ¿Fue así como sucedió la Revolución de Octubre? Como partido hemos consagrado mucho tiempo a estas cuestiones durante los últimos años. Una de nuestras conclusiones es que la revolución de 1917 no simplemente fue resultado de un proceso sociopolítico ni nacional o internacional; fue consecuencia de esfuerzos durante décadas de establecer y fortalecer una cultura socialista internacional; una cultura que atrajo a su órbita —y asimiló— los éxitos más importantes de la burguesía en cuanto a sus ideas sociopolíticas, su artes y su ciencia. Por supuesto, fueron aquellos teóricos y revolucionarios políticos que conscientemente tuvieron el objetivo de ponerle fin al capitalismo que establecieron las bases intelectuales para la revolución de 1917. Pero los ríos y tributarios que contribuyen al torrencial revolucionario son numerosos. Forman un complejo sistema de influencias que se relacionan, se contradicen y se refuerzan unas a otras.
La creación de un ambiente en el que de repente sea posible que grandes cantidades de gente se subleven y conscientemente emprendan el desmonte de la vieja sociedad, descartando los viejos prejuicios y hábitos adquiridos durante décadas y siglos; prejuicios, hábitos y maneras de actuar que inevitablemente adquieren vida propia con
la capacidad para resistir aparentemente de forma independiente. Es inconcebible que el vencimiento de esta inercia histórica y la creación de un ambiente insurreccionarlo sea implemente una tarea política.
Estamos conscientes de que el ser humano socialista integral no es más que una criatura del futuro, pero confiamos que ese futuro no sea muy lejano. Pero eso no es lo mismo que decir que no se necesitan cambios en los corazones y mentes de las masas antes de que la revolución social se haga realidad. Vivimos en una época de decadencia y estancamiento cultural en que las maravillas tecnológicas se usan principalmente para adormecer y anestesiar a las masas y rendirlas vulnerables a los conceptos y tendencias más retrógradas.
La agudización del raciocinio de la población —su capacidad colectiva para distinguir la verdad de la mentira, lo esencial de lo no esencial, sus propios intereses elementales de los intereses de sus enemigos más mortíferos— y elevar sus niveles espirituales hasta tal punto que grandes cantidades de personas puedan mostrar su nobleza, hacer grandes sacrificios y pensar solamente en sus prójimos —surge de todo un realzar intelectual y moral como consecuencia del progreso de la cultura humana en general”. [140]
Martin Malia, The Soviet Tragedy: A History of Socialism in Russia, 1917-1991 [New York: The Free Press, 1994], p. 23.
“Can We Write the History of the Russian Revolution,” in On History (London: Weidenfeld & Nicolson, 1997), p. 248.
Ibid., p. 249.
Leon Trotsky and the Fate of Socialism in the Twentieth Century, World Socialist Web Site [http://www.wsws.org/exhibits/trotsky/trlect.htm]
Dmitri Volkogonov, Lenin (New York: The Free Press, 1994), p. xxx.
“The Struggle for Marxism and the Tasks of the Fourth International,” Report by David North, March 11, 1992, Fourth International, Volume 19, Number 1, Fall Winter 1992, p. 74.
David Walsh, “The Aesthetic Component of Socialism” (Bankstown, NSW: Mehring Books, 1998), pp. 35-37.