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Perspectiva

El debate de Biden y Trump y la crisis del sistema político estadounidense

Incluso según los estándares de la “cultura política” estadounidense, el debate presidencial del jueves por la noche entre el presidente Joe Biden y el expresidente Donald Trump fue un espectáculo de degeneración, reacción y estupidez.

No se trata meramente de la demencia de Biden, que se ha vuelto innegable. Tampoco se trata del matonismo de Trump, que nunca estuvo en duda. Lo que quedó en evidencia frente a todo el mundo la noche del 27 de junio de 2024 fue el estado avanzado de declive de toda la clase gobernante.

Joe Biden y Donald Trump [AP Photo/Gerald Herbert]

El capitalismo estadounidense puso en el escenario a sus dos principales voceros: el belicista senil Biden, cuyas políticas principales son el apoyo a la ofensiva genocida de Israel en Gaza y una guerra sin cuartel contra Rusia, y el fascista Trump, quien utilizó el debate para defender su intentona golpista del 6 de enero de 2021.

Esta es la “elección” que ofrece la política estadounidense en 2024.

Los medios de comunicación se han concentrado casi completamente en la catastrófica actuación de Biden en el debate, con varios medios importantes, liderados por el New York Times, pidiéndole que se haga a un lado. La cobertura se ha salpicado con palabras como “ininteligible”, “incomprensible”, “tropiezo” e “incoherente”. Biden tuvo dificultades para completar sus oraciones, y pensamientos, así como para mantener el hilo de cualquier tema u ofrecer una sola idea nueva, una representación apropiada del Partido Demócrata en su conjunto.

Biden, de hecho, es la encarnación perfecta de un sistema político estadounidense que se está pudriendo. El presidente, es cierto, no es capaz de hablar con claridad, y bien puede calificar como non compos mentis, mentalmente incompetente. Pero, ¿qué quiere el Times que diga? ¿Qué políticas debería estar elaborando? ¿A qué logros puede apuntar? ¿A dónde se propone llevar al país como presidente y autoproclamado “líder del mundo libre”? La respuesta para cada una es la misma:

Los pocos momentos de semiclaridad de Biden revelaron que es la criatura del aparato militar y de inteligencia que siempre ha sido. Al igual que un paciente encamado se anima cuando las enfermeras traen la medicación, Biden finalmente pudo decir algo inteligible cuando los anfitriones del debate de CNN le pidieron que reafirmara su apoyo incondicional al asesinato masivo de los palestinos en Gaza por parte de Israel.

“Estamos proporcionando a Israel todas las armas que necesita y cuando las necesita”, declaró Biden.

Bajo esta política, unos 40.000 civiles han sido masacrados en nueve meses de bombardeos despiadados. Pero la “claridad” de Biden sobre este tema difícilmente le ganará el apoyo de las masas de trabajadores y jóvenes que odian el genocidio.

Biden fue igualmente lúcido en su demanda de una escalada de la guerra de la OTAN contra Rusia en Ucrania, que amenaza al planeta con un holocausto nuclear. Sobre el presidente ruso, Biden repitió la narrativa de propaganda oficial:

Putin ha dejado una cosa clara: quiere restablecer lo que era parte del Imperio soviético, no solo un pedazo, quiere toda Ucrania. Eso quiere ¿Y luego crees que se detendrá allí? ¿Crees que se detendrá cuando él, si toma Ucrania? ¿Qué crees que le pasará a Polonia? ¿Qué piensas de Bielorrusia? ¿Qué crees que les pasará a esos países de la OTAN?

La posición de Biden es que Rusia debe ser derrotada militarmente, “dure lo que tenga que durar” y “cueste lo que cueste”, como ha dicho muchas veces. Esta amenaza belicista es un problema apremiante para todas las personas del planeta. Está claro para todos aquellos que tienen ojos para ver que Washington, junto con sus aliados de la OTAN, ya está inmerso en una guerra no declarada con Rusia, una potencia con armas nucleares.

Como era de esperar, los anfitriones de CNN, Jake Tapper y Dana Bash, no ofrecieron una pregunta de seguimiento sobre este tema trascendental. Asimismo, los moderadores tampoco preguntaron nada sobre la pandemia de COVID-19, cuya propagación sin control fue alentada tanto por Trump como por Biden, matando a millones, ni mucho menos sobre el recién emergente virus de la gripe aviar H5N1, incluso cuando los epidemiólogos y los expertos en salud pública hacen sonar desesperadamente las alarmas de advertencia. El “Cuarto Poder”, los medios de comunicación, también ha caducado desde hace mucho.

No es solo por su edad y senilidad que Biden no pudo responder de manera efectiva a una sola de las amenazas fascistas de Trump, ni mucho menos a sus mentiras lunáticas. Es porque, fundamentalmente, no ofrece ninguna alternativa al presunto candidato republicano.

Trump pasó gran parte del debate atacando a los inmigrantes, repitiendo la afirmación demostrablemente falsa de que los trabajadores migrantes son responsables de una ola de delitos (los datos muestran que los inmigrantes tienen menos probabilidades de cometer delitos violentos que los estadounidenses nacidos en el país) y que los inmigrantes “se están apoderando de nuestras escuelas, nuestros hospitales y se van a apoderar del seguro social”. (Los inmigrantes son contribuyentes netos a la base tributaria estadounidense, como lo explicó recientemente una vez más la Oficina de Presupuesto del Congreso. Son los superricos como Trump los que están desangrando el país).

Trump esquivó la única pregunta desafiante de la noche, de Tapper, quien preguntó:

Presidente Trump, permaneciendo en el tema de la inmigración, usted ha dicho que va a llevar a cabo “la mayor operación de deportación nacional en la historia de Estados Unidos”. ¿Eso significa que deportará a todos los inmigrantes indocumentados en Estados Unidos, incluidos aquellos que tienen trabajo, incluidos aquellos cuyos cónyuges son ciudadanos e incluso aquellos que han vivido aquí durante décadas? Y si es así, ¿cómo lo hará?

Trump no explicó cómo detendría a millones de inmigrantes: hombres, mujeres y niños de la clase trabajadora. Pero es obvio que solo podría llevar a cabo una deportación tan masiva por métodos violentos de un Estado policial, que muy rápidamente se dirigirían contra toda la clase trabajadora. Tal política implica la destrucción de lo que queda de la democracia estadounidense y la inversión completa del credo nacional de Estados Unidos como una nación de inmigrantes y “un asilo para la humanidad”, como lo expresó Tom Paine.

Biden quizás no desafió, o no pudo desafiar, a Trump en materia de inmigración, porque él y su predecesor demócrata, Barack Obama, son responsables de la misma infraestructura estatal policial que Trump ahora amenaza con utilizar. El Gobierno de Biden se jacta abiertamente de haber deportado a “más personas que en los cuatro años de la Administración anterior”, en palabras del secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas. Obama, por su parte, deportó a más inmigrantes que todas las administraciones anteriores juntas. Solo la semana pasada, Biden ganó un caso de la Corte Suprema que afirmó el derecho ilimitado del poder ejecutivo de evitar que los ciudadanos estadounidenses vivan con sus cónyugues inmigrantes.

Pero no es la política derechista de Biden lo que ha sorprendido al establishment del Partido Demócrata y a las facciones de la clase dominante que tienden a respaldarlo, incluyendo Wall Street, el aparato de inteligencia, los altos mandos militares y Silicon Valley. Lo que estas capas temen por encima de todo es que un colapso de Biden y una victoria de Trump alteren la política de guerra contra Rusia, aunque Trump no oculta su disposición a dar rienda suelta al ejército estadounidense, incluyendo en relación con su arsenal nuclear.

La debacle de Biden se produce en un momento de creciente crisis para la clase dominante estadounidense. El régimen títere ucraniano de Washington está perdiendo la guerra, a costa de cientos de miles de vidas ucranianas y rusas. Pronto se celebrarán elecciones en Reino Unido y Francia, cuyos líderes, aliados clave de Washington, están, en todo caso, más desacreditados que Biden. Y del 9 al 11 de julio, Biden tiene programado presidir un consejo de guerra de la OTAN en Washington que impulsará una intensificación de su intervención en Ucrania.

Mientras tanto, la deuda soberana de Estados Unidos asciende a casi 35 billones de dólares y está creciendo rápidamente, debido a la financiación interminable de las guerras en Ucrania e Israel y las altas tasas de interés impuestas para castigar a la clase trabajadora estadounidense en nombre de la lucha contra la inflación, lo que tiene el efecto de encarecer la deuda. La bancarrota política del capitalismo estadounidense, de hecho, refleja su bancarrota financiera.

Es bajo estas condiciones que el Times encabeza una campaña para sacar a Biden de la papeleta. Tal decisión tiene sus propios peligros. Todo político en el Partido Demócrata de estatura genuinamente nacional es odiado (y los republicanos enfrentan un problema similar en caso de que Trump sea destituido). Y la base de clase media-alta del Partido Demócrata está formada por varias capas sociales que utilizan la política de identidades y exigirán que la “suya” tome el lugar de Biden, amenazando con una guerra de facciones entre los demócratas. Esto no tendría nada que ver con diferencias políticas fundamentales. Cualquier reemplazo solo significaría un reenvasado de las políticas de guerra de Biden detrás de una nueva cara y nombre.

En última instancia, el declive de Biden refleja el declive del orden político y la clase dominante capitalista que representa. Es un régimen esclerótico que no puede soportar ningún desafío a su autoridad.

En estas condiciones, se abren vastas posibilidades políticas, especialmente para la clase trabajadora. Esta es la razón por la que Biden ha tomado medidas enérgicas contra las protestas universitarias contra el genocidio de Gaza y por la que el Partido Demócrata está buscando desesperadamente excluir otros partidos de la boleta electoral. Entre esos partidos se encuentra el Socialist Equality Party (SEP; Partido Socialista por la Igualdad).

En un comunicado, el candidato presidencial del SEP, Joe Kishore comentó:

El debate reflejó la podredumbre política en los Estados Unidos, el centro del capital financiero y la cabina de mando de la guerra imperialista. Esta crisis debe entenderse como una expresión de factores objetivos profundos.

Si bien el curso exacto de los acontecimientos no se puede predecir, una cosa es absolutamente cierta. No habrá una solución progresista a esta crisis hasta que la clase trabajadora, a escala mundial, se una como una fuerza internacional sobre la base de un programa socialista.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 28 de junio de 2024)

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