Lo que sigue a continuación es la conferencia de David North, presidente del Comité Editorial Internacional del World Socialist Web Site, en una reunión en Birkbeck, Universidad de Londres, como parte de una serie internacional de conferencias sobre León Trotsky y la lucha por el socialismo en el siglo XXI. Esta conferencia vincula los principios fundacionales del Comité Internacional de la Cuarta Internacional con la actual lucha contra el genocidio imperialista-sionista en Gaza.
La Carta Abierta y los orígenes del Comité Internacional
Esta semana se cumplen setenta años, el 16 de noviembre de 1953, de la publicación de una “Carta a los trotskistas de todo el mundo” en The Militant, periódico del Socialist Workers Party (SWP, Partido Socialista de los Trabajadores), que entonces era la organización trotskista en Estados Unidos. Emitido en nombre del Comité Nacional del partido, su autor fue James P. Cannon, el presidente nacional del SWP, que tenía en aquel momento 63 años.
El Socialist Workers Party no estaba formalmente afiliado a la Cuarta Internacional debido a las leyes anticomunistas en los Estados Unidos. A pesar de esta limitación técnica, la autoridad política de Cannon se basaba en el papel crucial que había desempeñado en la fundación de la Oposición de Izquierda Internacional en 1928, su posterior estrecha colaboración con Trotsky en la lucha por la Cuarta Internacional y la preparación de su congreso fundacional en septiembre de 1938, su papel central en la lucha dirigida por Trotsky contra la tendencia revisionista pequeñoburguesa de Max Shachtman, James Burnham y Martin Abern en 1939-40 y, tras el asesinato de Trotsky en agosto de 1940, su defensa inflexible, en el ambiente reaccionario de la Segunda Guerra Mundial y los primeros años de la Guerra Fría, de la herencia programática de la Cuarta Internacional.
Pero en 1953, Cannon se enfrentó a una poderosa tendencia revisionista en el Secretariado Internacional de la Cuarta Internacional, representado por Michel Pablo y Ernest Mandel, que proponía negar los fundamentos programáticos esenciales del movimiento trotskista. Los elementos centrales del revisionismo de Pablo fueron el rechazo de la insistencia de Trotsky en la naturaleza contrarrevolucionaria del estalinismo y la perspectiva de construir la Cuarta Internacional como el Partido Mundial de la Revolución Socialista. Pablo y su acólito, Mandel, abogaban por la liquidación de las secciones de la Cuarta Internacional en los partidos estalinistas de masas, o, dependiendo de la correlación de fuerzas en un país dado, en los movimientos socialdemócratas, nacionalistas burgueses y radicales pequeñoburgueses.
Dentro de los Estados Unidos, los seguidores de Pablo promovieron este programa liquidacionista bajo el lema: “Tirar a la basura el viejo trotskismo”. Se burlaron de Cannon y de la veterana dirección del SWP como “piezas de museo” cuya defensa del “trotskismo ortodoxo” era políticamente irrelevante. Pablo no estaba enfrascado en una simple guerra de palabras. Utilizó su posición en el Secretariado Internacional para organizar facciones antitrotskistas en la Cuarta Internacional y para expulsar a individuos e incluso secciones enteras que se oponían a su intento de liquidar la Cuarta Internacional como movimiento revolucionario independiente.
La concepción política que subyacía a la guerra de Pablo contra la Cuarta Internacional era su concepción de que el estalinismo, contrariamente al análisis de Trotsky, seguía siendo una poderosa fuerza revolucionaria. En respuesta a la presión de las masas, y bajo las condiciones de una guerra nuclear global, los estalinistas se verían obligados a tomar el poder. El resultado de este proceso sería la creación de “estados obreros deformados” que, después de un período de varios siglos, de alguna manera evolucionarían hacia sociedades socialistas.
El hecho de que esta extraña perspectiva atrajera a un número considerable de seguidores atestiguaba no sólo la desorientación política que se desarrolló en el seno de la Cuarta Internacional después de la Segunda Guerra Mundial, sino también la creciente influencia de una pequeña burguesía cada vez más próspera y políticamente consciente de sí misma, comprometida con la política de la izquierda radical.
Los principios fundacionales del CICI
La publicación por parte de Cannon de lo que llegó a conocerse como la “Carta Abierta” fue una iniciativa política crucial en defensa de la Cuarta Internacional. Basándose en su inmensa experiencia política, Cannon resumió de manera concisa los principios fundacionales del movimiento trotskista. Él escribió:
1. La agonía mortal del sistema capitalista amenaza de destrucción a la civilización, al hacer cada vez peores las depresiones, guerras mundiales y manifestaciones de barbarie, como el fascismo. El desarrollo de las armas atómicas remata el peligro del modo más grave posible.
2. La caída al abismo puede ser evitada sólo reemplazando al capitalismo con la economía planificada socialista a escala mundial y reasumiendo la espiral de progreso iniciada por el capitalismo en sus tempranas épocas.
3. Esto sólo puede ser consumado bajo el liderazgo de la clase obrera, como la única clase verdaderamente revolucionaria en la sociedad. Pero la misma clase obrera enfrenta una crisis de dirección, a pesar de que las relaciones mundiales de las fuerzas sociales nunca fueron tan favorables como hoy para que los obreros emprendan la vía hacia el poder.
4. Para organizarse con el fin de cumplir esta tarea histórica mundial, la clase obrera en cada país tiene que construir un Partido Socialista Revolucionario con las normas desarrolladas por Lenin: esto es, un partido combativo capaz de combinar dialécticamente democracia y centralismo: democracia para tomar decisiones, centralismo para llevarlas a cabo; un liderazgo controlado por la militancia, una militancia capaz de avanzar bajo el fuego graneado y en forma disciplinada.
5. Para esto, el obstáculo principal es el estalinismo, el cual atrae a los obreros explotando el prestigio de la Revolución Rusa de 1917, para después, traicionando su confianza, lanzándolos ya sea en brazos de la Socialdemocracia, en la apatía, o de regreso a las ilusiones en el capitalismo. Las consecuencias de estas traiciones las paga la clase obrera, bajo la forma de la consolidación de las fuerzas fascistas o monárquicas, y del inicio de guerras fabricadas por el capitalismo. Desde sus inicios, la IV Internacional se planteó como una de sus principales tareas la derrota revolucionaria del estalinismo dentro y fuera de la URSS.
6. La necesidad de tácticas flexibles que afrontan muchas secciones de la IV Internacional y partidos o grupos que simpatizan con su programa, hacen más imperativo que sepan cómo luchar contra el imperialismo y todos sus agentes pequeñoburgueses (tales como grupos nacionalistas o burocracias sindicales) sin capitular ante el estalinismo; y, a la inversa, saber cómo derrotar al estalinismo (que, a fin de cuentas, es un agente pequeñoburgués del imperialismo) sin capitular ante el imperialismo.
Estos principios fundamentales establecidos por León Trotsky conservan absoluta validez en la cada vez más compleja y fluida política del mundo actual. De hecho, las situaciones revolucionarias que se presentan con tanta frecuencia como Trotsky previera, no han hecho más que dar absoluta concreción a lo que alguna vez pudo haber aparecido como abstracciones remotas que no estaban íntimamente ligadas a la realidad viva de la época. Lo cierto es que estos principios se basan hoy cada vez con más fuerza tanto en el análisis político como en la determinación del desarrollo de la acción práctica.
Setenta años después de su publicación, la Carta Abierta mantiene una relevancia inalterada como una síntesis de la situación política actual y las tareas de la Cuarta Internacional, liderada por el Comité Internacional. La advertencia de Cannon sobre el uso de armas nucleares y el peligro de la barbarie fascista es aún más oportuna hoy que en 1953.
El único cambio importante a destacar es que la Unión Soviética ya no existe y los partidos estalinistas de masas han sido barridos del mapa. Por supuesto, en la medida en que la política reaccionaria, colaboracionista de clases, nacionalista y antisocialista del estalinismo persiste bajo nuevas apariencias políticas, el obstáculo que representaba para el movimiento revolucionario de la clase obrera no ha desaparecido.
La clase obrera todavía se enfrenta a la traición sistemática y organizada de las burocracias sindicales, las organizaciones reaccionarias que todavía se autodenominan laboristas, socialdemócratas y “verdes”, y los innumerables partidos y organizaciones nacionalistas pseudoizquierdistas, burguesas y pequeñoburguesas, muchas de los cuales tienen sus orígenes en el rechazo pablista del programa de la Cuarta Internacional. La crisis de dirección revolucionaria aún no se ha resuelto.
Pero no queda absolutamente nada de la identificación falsa y políticamente desorientadora del estalinismo con la herencia y el programa de la Revolución de Octubre.
La desintegración del movimiento estalinista a gran escala ha validado la lucha iniciada por Trotsky hace un siglo con la fundación de la Oposición de Izquierda y ha corroborado la perspectiva política revolucionaria mundial del Comité Internacional de la Cuarta Internacional. Estos son hechos políticos de inmensa importancia en la actual crisis internacional del sistema capitalista mundial.
Descenso al abismo: el genocidio de Gaza
Nos encontramos hoy en medio del desarrollo del genocidio en Gaza. Esto representa la materialización de “la caída al abismo” de la que advertía la Carta Abierta. El capitalismo, como escribió Marx, surgió históricamente “ chorreando de la cabeza a los pies, por cada uno de sus poros, sangre y suciedad “. Y así terminará.
Miles de millones de personas en todo el mundo están indignadas por las imágenes diarias de las atrocidades cometidas por el régimen israelí, con el pleno apoyo de todas las potencias imperialistas. Todas las invocaciones hipócritas a los “derechos humanos” empleadas por Estados Unidos y sus aliados de la OTAN para justificar sus guerras, generalmente descritas como “intervenciones humanitarias”, han sido totalmente desenmascaradas y desacreditadas.
Todos y cada uno de los líderes imperialistas —Biden en Estados Unidos, Trudeau en Canadá, Sunak en Gran Bretaña, Macron en Francia, Scholz en Alemania, Meloni en Italia— están totalmente implicados como cómplices de Netanyahu en asesinatos en masa. Si se celebraran juicios por crímenes de guerra, no podrían afirmar, como algunos de los cabecillas nazis intentaron ridículamente en Nuremberg, que no estaban al tanto de las atrocidades cometidas por el régimen sionista israelí. No solo son conscientes de estos crímenes, sino que los han justificado e incluso acogido con satisfacción.
Hasta el 16 de noviembre, se había confirmado la muerte de 11.500 personas en Gaza, incluidos al menos 4.710 niños. La tasa a la que los niños palestinos están siendo asesinados ahora es de órdenes de magnitud superior a cualquier otro conflicto en el siglo XXI. Además, más de 29.800 palestinos han resultado heridos. Privados de infraestructuras de comunicación, el Ministerio de Salud de Gaza ha dejado de contar el número de muertos y heridos. Desde el 7 de octubre, los ataques israelíes han asesinado, en promedio, a 320 gazatíes cada día. Si ese ritmo se ha mantenido hasta hoy, es probable que el número de muertos esté por encima de los 13.000. De este total, más de la mitad son mujeres y niños. Los bombardeos indiscriminados en Gaza han destruido o dañado el 40 por ciento de los hogares del norte de Gaza y han destrozado sus sistemas de atención médica, distribución de alimentos y tratamiento de agua, lo cual claramente constituye crímenes de guerra según el derecho internacional. Y aunque la violencia de la maquinaria militar israelí se ha dirigido principalmente contra el pueblo de Gaza, el ejército y los colonos fascistas han asesinado a unos 175 palestinos en Cisjordania.
No hay duda del carácter genocida del ataque israelí. Lo confirman las declaraciones explícitas de los dirigentes israelíes. El ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, ha declarado que cualquiera que apoye a Hamas debe ser “eliminado”. Amihai Eliyahu, socio de coalición de Netanyahu y ministro de Patrimonio de Israel, dijo que lanzar una bomba nuclear sobre Gaza debería ser una opción. Galit Distel Atbaryan, hasta hace poca ministra de información de Israel, exigió la eliminación de “toda Gaza de la faz de la tierra” y obligar a su población a exiliarse en Egipto.
A finales de octubre, Craig Mokhiber declaró, al dimitir de su cargo de director de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Nueva York: “Este es un caso de genocidio de manual. El proyecto colonial europeo y etnonacionalista de colonización en Palestina ha entrado en su fase final, hacia la destrucción acelerada de los últimos vestigios de la vida palestina autóctona en Palestina. Lo que, es más, los gobiernos de los Estados Unidos, el Reino Unido y gran parte de Europa son totalmente cómplices de este horrible asalto.” Volker Turk, comisionado de las Naciones Unidas para los derechos humanos, declaró en Ginebra: “Se ha producido una ruptura del respeto más básico por los valores humanos. La muerte de tantos civiles no puede considerarse un daño colateral”.
El asalto al hospital de al-Shifa, que según el régimen de Netanyahu expondría su uso por parte de Hamás como centro de operaciones militares, no ha hecho más que aportar más pruebas de los crímenes de lesa humanidad de Israel.
El grito de guerra del imperialismo: “No al alto el fuego”
Frente a la irrefutable evidencia visual cotidiana de la violencia desenfrenada contra la población civil, las potencias imperialistas se han opuesto repetida y tajantemente a los llamamientos a un alto el fuego. “No al alto el fuego” se ha convertido en el grito de guerra homicida de los aliados del régimen israelí. En su lugar, los expertos en eufemismos del gobierno de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN han inventado la frase “pausa humanitaria”, una forma notable de describir la recarga de armas y la recalibración de objetivos por parte de las fuerzas militares israelíes.
El gobierno israelí y sus patrocinadores imperialistas justifican el ataque genocida como una respuesta legítima a la incursión lanzada por Hamas el 7 de octubre. En primer lugar, señalemos que no ha habido ninguna investigación formal sobre los acontecimientos de ese día. No hay un recuento exacto del número de muertes, y mucho menos de cómo perdieron la vida las víctimas. No hay información fiable sobre cuántas víctimas israelíes murieron a manos de Hamás y de cuántas murieron como consecuencia de las represalias masivas del ejército israelí. Además, entre las preguntas sin respuesta se encuentran aquellas relacionadas con hasta qué punto el gobierno de Netanyahu, en busca de un pretexto para un ataque a Gaza, pasó por alto deliberadamente información de inteligencia que indicaba que Hamas estaba planeando alguna operación. Si bien es ciertamente posible que el régimen de Netanyahu no anticipara la escala de la incursión en Israel, es difícil de creer que las agencias de inteligencia de Israel, cuyos agentes operan en Gaza y Cisjordania, fueran completamente ajenas a la preparación de Hamas para una operación militar de gran envergadura.
Seguramente surgirá más información. Pero el intento del régimen israelí de justificar sus acciones actuales como una respuesta apropiada a lo ocurrido el 7 de octubre es fundamentalmente engañoso y, para ser francos, en gran medida fuera de lugar. Su intento de justificar su ataque contra Gaza como una represalia legítima por el ataque lanzado por Hamas no es otra cosa que los argumentos empleados a lo largo de la historia por los opresores para justificar su aplastamiento de la resistencia de los oprimidos.
Si se me permite citar una conferencia que di el mes pasado en la Universidad de Michigan:
La muerte de tantas personas inocentes es un acontecimiento trágico. Pero la tragedia tiene sus causas en acontecimientos históricos objetivos y en condiciones políticas que lo hicieron inevitable. Como siempre, las clases dominantes se oponen a toda referencia a las causas del levantamiento. Sus propias masacres y todo el sangriento sistema de opresión que presiden tan despiadadamente no deben ser mencionados.
¿Por qué habría de sorprenderse alguien de que décadas de opresión por parte del régimen sionista condujeran a una explosiva erupción de ira? Ha ocurrido en el pasado y, mientras se siga oprimiendo y brutalizando a los seres humanos, ocurrirá en el futuro. No se puede esperar que quienes son objeto de opresión traten a sus torturadores con tierna cortesía durante una rebelión desesperada, cuando sus propias vidas penden precariamente de un hilo. Tales rebeliones a menudo están caracterizadas por actos crueles y sangrientos de venganza.
Me vienen a la mente muchos ejemplos: el motín de los cipayos en la India, el levantamiento de los dakotas contra los colonos, la rebelión de los bóxers en China, la de los hereros en el suroeste de África y, en tiempos más recientes, el levantamiento Mau Mau en Kenia. En todos estos casos, los insurgentes fueron denunciados como desalmados asesinos y demonios, y sometidos a brutales represalias. Tuvieron que pasar décadas, si no un siglo o más, para que se les honrara tardíamente como luchadores por la libertad.
Los atentados terroristas como pretexto para la guerra y la represión
En cuanto a la utilización calculada de un incidente terrorista como pretexto para la realización de los objetivos políticos de un gobierno, me vienen a la mente varios ejemplos. En 1914, la monarquía austrohúngara aprovechó la oportunidad que le brindó el asesinato en Sarajevo de su archiduque para lanzar un ultimátum inaceptable a Serbia y luego ir a la guerra.
En noviembre de 1938, un refugiado polaco de 17 años que vivía en París con el nombre de Herschel Grynszpan asesinó a Ernst Von Rath, miembro del cuerpo diplomático alemán. Llevó a cabo este acto para protestar contra las brutales políticas antijudías del régimen nazi. Los nazis aprovecharon el acto desesperado de este joven para lanzar un violento pogromo antijudío en toda Alemania conocido como “Kristallnacht”. Más de 100 judíos fueron asesinados y 30.000 fueron apresados y enviados a campos de concentración. Cerca de 300 sinagogas fueron destruidas y miles de negocios de propiedad judía fueron saqueados.
Se podrían citar muchos otros incidentes, como el intento de asesinato en Londres el 3 de junio de 1982 del embajador israelí en Gran Bretaña, Shlomo Argov.El gobierno israelí utilizó este evento como pretexto para lanzar una invasión a gran escala del Líbano, a la que llamó “Operación Paz para Galilea”, cuyo objetivo era establecer una zona de seguridad en el sur del Líbano.
Una consecuencia de esta invasión fue la masacre llevada a cabo en los campamentos de refugiados palestinos conocidos como Sabra y Chatila, ubicados en Beirut. Las masacres fueron llevadas a cabo durante un período de tres días, del 16 al 18 de septiembre, por milicias fascistas cristianas libanesas aliadas con Israel. Las fuerzas israelíes, que habían rodeado Beirut, permitieron a los fascistas entrar en los campamentos. Una vez dentro, los fascistas masacraron —con la aprobación del ministro de Defensa israelí y más tarde primer ministro Ariel Sharon— a varios miles de refugiados palestinos.
Finalmente, está la destrucción de las Torres Gemelas del World Trade Center el 11 de septiembre de 2001, un evento turbio, explicado como un “lapsus de seguridad” causado por un “fallo en conectar los puntos”, que fue utilizado por la administración Bush para invadir Afganistán e Irak, expandir enormemente las operaciones militares de los Estados Unidos en todo Oriente Medio y Asia Central. adoptar la práctica israelí de los “asesinatos selectivos” y, dentro de Estados Unidos, crear el Departamento de Seguridad Nacional, aumentar el poder represivo del Estado y erosionar los derechos democráticos de los estadounidenses.
A pesar del apoyo incondicional a la invasión israelí, amplificado por una campaña masiva de propaganda en los medios de comunicación, el genocidio se ha enfrentado a un poderoso movimiento de protesta internacional de dimensiones sin precedentes. Se han organizado manifestaciones de decenas e incluso cientos de miles de personas en todo el mundo.
En un intento de desacreditar las protestas, Israel, los gobiernos con los que está aliado y, por supuesto, las organizaciones prosionistas han denunciado estas manifestaciones como “antisemitas”. Esta es una continuación y una escalada de los esfuerzos de las últimas décadas para colocar esta etiqueta a todos los opositores de la opresión israelí de los palestinos.
Dado el hecho de que personas de origen judío, y en particular los jóvenes judíos, han desempeñado un papel excepcionalmente destacado en las manifestaciones, especialmente en los Estados Unidos, que tiene la mayor población judía fuera de Israel, la acusación de antisemitismo podría parecer simplemente absurda.
Peor aún, dado el hecho de que la oposición al genocidio está siendo identificada, como resultado de una repetición incesante, como una manifestación de antisemitismo, uno puede expresar legítimamente la preocupación de que el resultado de este mal uso reaccionario de la palabra sea la legitimación del sentimiento antijudío.
Los orígenes del sionismo
Las motivaciones políticas actuales detrás de la campaña de difamación son evidentes. Pero la importancia de la acusación de antisemitismo se extiende más allá de su aplicación directamente pragmática. La atribución de antisemitismo a todos los opositores del Estado israelí tiene sus raíces en la ideología filosóficamente irracionalista y nacional chovinista en la que se ha basado todo el proyecto sionista desde su surgimiento como un movimiento político significativo a finales del siglo XIX.
Habiendo sido liberados gradualmente en gran parte de Europa Occidental y Central de los confines del gueto por la difusión del pensamiento de la Ilustración y el impacto político y social de la Revolución Francesa, la intelectualidad judía y la clase media asociaron el progreso social y el logro de los derechos democráticos con su asimilación, en lugar de la segregación de la sociedad. Querían que su religión fuera vista como un asunto privado y, por lo tanto, no tuviera ningún efecto en su condición de ciudadanos con plenos derechos democráticos. Un número significativo de judíos identificó cada vez más su propia lucha por los derechos democráticos como un elemento, al que además estaba subordinado, de la lucha histórica mundial más amplia y mucho más significativa del proletariado contra la causa principal de la opresión social en el mundo moderno, el sistema capitalista.
Además, la lucha proletaria por el socialismo era intrínsecamente internacional, y por lo tanto trascendía y se oponía a la priorización de cualquier forma de identidad religiosa, étnica o nacional sobre la solidaridad universal de la clase obrera. Es por esta razón que la actitud del movimiento socialista hacia el movimiento sionista, tal como surgió por primera vez a finales de los años ochenta y noventa, fue de una hostilidad irreconciliable.
La afirmación de la primacía de la raza sobre la clase fue declarada con contundencia en el libro de Moses Hess “Roma y Jerusalén”, publicado en 1862. Hess, la primera figura importante que promovió la perspectiva de un Estado judío en Palestina, que había desempeñado un papel importante en los inicios del movimiento socialista a principios de la década de 1840, pero que se había desmoralizado por las derrotas sufridas al final de la década, declaró, en oposición directa a la perspectiva de Marx: “Toda la historia ha sido la de la guerra racial y de clases. Las guerras raciales son el factor primario, las guerras de clases el factor secundario”.
En “Roma y Jerusalén”, varios elementos esenciales de la ideología sionista ya están presentes. La primera, como se afirma en la declaración que acabo de citar, es la prioridad de la raza sobre la clase.
La segunda es la insistencia de Hess en que el Estado nacional es la base esencial de toda la vida política y el marco indispensable para la supervivencia y el progreso judíos. “Las masas populares judías”, escribió, “participarán en el gran movimiento histórico de la humanidad moderna sólo cuando tenga una patria judía”.
El tercer elemento esencial es la convicción profundamente desmoralizada y pesimista de que los judíos nunca podrán ser asimilados en los estados europeos existentes. Creer que los judíos pueden superar la persecución y lograr la plena emancipación a través de la lucha de la clase obrera europea por el socialismo era, según Hess, una ilusión: “¿Por qué engañarnos a nosotros mismos? Las naciones europeas siempre han percibido la existencia de judíos en su seno como una anomalía. Siempre seremos extranjeros entre las naciones... Los alemanes odian menos la religión judía que a su raza... Ni la reforma religiosa ni el bautismo, ni la Ilustración ni la emancipación abrirán las puertas de la vida social ante los judíos”.
El cuarto elemento era la convicción de que la creación de un Estado judío en Palestina sólo era posible en la medida en que se considerara beneficiosa para los intereses de una gran potencia europea. Para Hess, que vivía en la Europa de la década de 1860, esa potencia era Francia, que entonces estaba gobernada por la dictadura reaccionaria del emperador Luis Bonaparte. Francia, escribió, “ayudará a los judíos a fundar colonias que pueden extenderse desde Suez hasta Jerusalén y desde las orillas del Jordán hasta el Mediterráneo”. En el siglo XX, el movimiento sionista perseguiría sus objetivos ofreciendo sus servicios al sultán turco, al zar ruso y, algo más tarde, al imperialismo británico y, finalmente, estadounidense.
Aunque permaneció relativamente desconocido durante su vida, Roma y Jerusalén de Hess anticipó muchas de las concepciones que definirían la política del movimiento sionista varias décadas después. Theodore Herzl comentó más tarde que si hubiera estado familiarizado con el libro de Hess, no habría sido necesario que escribiera su propio Der Judenstaat, el Estado judío. Pero debe señalarse de inmediato que Herzl era intelectualmente inferior a Hess en todos los aspectos, y a diferencia de este último, quien volvió a involucrarse en el movimiento socialista después de la creación de la Primera Internacional, Herzl era hostil al socialismo y a un movimiento independiente de trabajadores basado en la clase.
Oposición socialista al sionismo
Los pogromos —violentos disturbios antijudíos— que estallaron en el Imperio ruso en 1881 y continuaron en 1882, con el apoyo del régimen zarista, tuvieron un profundo efecto en la perspectiva política de amplios sectores de la población judía. Estos sangrientos acontecimientos proporcionaron un impulso para un inmenso aumento de la actividad política entre los judíos. Fue durante este período que el sionismo, que avanzaba en el programa de inmigración judía a Palestina, comenzó a atraer a un número significativo de seguidores. Pero una tendencia mucho más poderosa fue hacia la participación de la juventud judía en la política socialista. A finales de la década de 1890, las principales manifestaciones de esta actividad se produjeron en el emergente Partido Obrero Socialdemócrata Ruso y en el Bund Socialista, que buscaba la organización política independiente de los trabajadores judíos sobre la base de la política socialista.
Ambas tendencias socialistas eran irreconciliablemente hostiles al movimiento sionista, rechazando enérgicamente su pretensión de representar los intereses del pueblo judío. Significativamente, en la lucha política entre sionistas y socialistas, las simpatías del régimen zarista estaban enteramente con los primeros. Veía a los sionistas como un aliado en la lucha contra la influencia cada vez más peligrosa del movimiento socialista entre la juventud judía. Simpatizaba con el objetivo del proyecto sionista: la emigración de judíos de Rusia a Palestina.
El historiador Jossi Goldstein ha escrito:
La actitud positiva de las autoridades hacia las actividades del movimiento sionista tuvo implicaciones de gran alcance. A diferencia de sus rivales en el Bund Socialista, los activistas sionistas no tuvieron que mantener el secreto que habría obstruido la expansión de su movimiento. El dinamismo característico de los años 1898-1900 estuvo en gran medida en función de la legitimación otorgada por las autoridades. De este modo, se abrió ante los jefes del movimiento (los Murshim) y otros organizadores un amplio campo de actividad negado a otros movimientos. Esto le dio al sionismo una ventaja significativa sobre sus rivales en la competencia por atraer seguidores entre la población judía.[1]
La afirmación actual de que el antisionismo es antisemitismo habría sido desestimada como una difamación maliciosa e incluso como una locura política en un momento en el que miles de trabajadores judíos e incluso sectores importantes de la intelligentsia de la clase media judía dirigían sus energías políticas hacia la lucha por el socialismo.
Como señaló Goldstein, “En la propaganda del Bund, el énfasis principal estaba en las distinciones de clase, con el sionismo representando a la pequeña y mediana burguesía contra el Bund, que representaba al proletariado judío”.[2] La hostilidad del Bund hacia el sionismo era tan profunda y de un carácter tan fundamental que en el IV Congreso del Bund en mayo de 1901, “se decidió por primera vez”, escribió Goldstein, “lanzar una guerra a muerte contra el sionismo”.[3] Las publicaciones bundistas advirtieron que “El sionismo no es más que una máscara detrás de la cual explotar a los obreros y engañar al pueblo trabajador.” El Bund llamó a sus miembros a mantenerse alejados de “los cientos de pequeñas criaturas asquerosas que emergen del cadáver podrido del sionismo y se arrastran hacia el proletariado para que se desvíe del camino de la lucha de clases”.[4]
La hostilidad de los socialistas hacia el sionismo era compartida en gran medida por amplios sectores de la intelectualidad rusa, quienes, como escribió Goldstein, “atacaban al movimiento sionista y aborrecían sus ideas. La mayoría de ellos deseaban su desaparición. Las motivaciones y razones detrás del frente unánime antisionista de la intelectualidad rusa … estaban enraizadas en el racionalismo que determinó la teorización general de la intelectualidad a principios del siglo XX. Para muchos, el sionismo seguía siendo utópico, ligado a los anhelos de Sión y al pensamiento escatológico judío fuera del mundo racional e intelectual. Herzl y sus semejantes en Europa Occidental fueron considerados como aliados de la ortodoxia judía más que como descendientes de la Ilustración occidental”.[5]
El antisionismo de todas las facciones del movimiento socialista impidió que los sionistas hicieran incursiones serias en la clase obrera. “Desde el principio”, escribe Goldstein al final de su ensayo histórico, “el movimiento sionista atrajo principalmente a miembros de la clase media judía”.[6]
Los sionistas nunca adquirieron la base de masas necesaria para el éxito de su proyecto de colonización reaccionaria hasta que la catástrofe del Holocausto puso a su disposición a varios cientos de miles de personas desesperadas, perseguidas y apátridas, supervivientes del genocidio nazi.
Colaboración sionista con los nazis.
No hay un período de la historia, antes de la fundación de Israel en 1948, que haya expuesto tan completamente el carácter reaccionario del sionismo y su pretensión fraudulenta de representar los intereses del pueblo judío como su comportamiento durante la década de 1930. El alcance de los acuerdos políticos y comerciales de los nazis y los sionistas ha sido ampliamente documentado por los historiadores. Muchas de las obras más importantes sobre este tema han sido escritas por historiadores judíos, entre los cuales los más renombrados son Saul Friedlander y Tom Segev.
Tras la llegada de Hitler al poder, las organizaciones sionistas se inclinaron a colaborar con los nazis, incluso argumentando que tanto el nazismo como el sionismo eran movimientos nacionales cuyos principios “völkisch” eran compatibles.
Oponiéndose a las protestas masivas o a un boicot económico, los representantes sionistas de Alemania y Palestina se reunieron con representantes del Tercer Reich y concluyeron el 27 de agosto de 1933 un acuerdo financiero, conocido como Haavarah, que, según explicó Friedlander,”permitió a los emigrantes judíos la transferencia indirecta de parte de sus activos y facilitó la exportación de bienes de la Alemania nazi a Palestina”.[7]
Friedlander continua:
Uno de los principales beneficios que el nuevo régimen esperaba obtener de la Haavarah era una ruptura en el boicot económico de los judíos en el extranjero a Alemania. … Las organizaciones sionistas y la dirección del Yishuv (la comunidad judía en Palestina) se distanciaron de cualquier forma de protesta masiva o boicot para evitar crear obstáculos a los nuevos acuerdos. Incluso antes de la conclusión del acuerdo de la Haavarah, esa “cooperación” a veces tomaba formas extrañas. Así, a principios de 1933, el barón Leopold Itz Edler von Mildenstein, un hombre que unos años más tarde se convertiría en jefe de la sección judía del SD (el Sicherheitsdienst, o servicio de seguridad, la rama de inteligencia de las SS encabezada por Reinhard Heydrich), fue invitado junto con su esposa a recorrer Palestina y escribir una serie de artículos para el periódico Der Angriff de Goebbels. Y así fue como los Mildenstein, acompañados por Kurt Tuchler, un miembro destacado de la organización sionista de Berlín, y su esposa, visitaron los asentamientos judíos en Eretz Israel. Los artículos sumamente positivos, titulados “Un nazi visita Palestina”, fueron debidamente publicados, y, para conmemorar la ocasión, se acuñó una medalla especial con una esvástica en un lado y una Estrella de David en el otro.
El 22 de junio de 1933, los líderes de la Organización Sionista para Alemania enviaron un memorándum a Hitler, que declaraba:
El sionismo cree que el renacimiento de la vida nacional de un pueblo, que ahora está ocurriendo en Alemania a través del énfasis en su carácter cristiano y nacional, también debe ocurrir entre el pueblo judío. También para el pueblo judío, el origen nacional, la religión, el destino común y el sentido de singularidad deben tener una importancia decisiva para su existencia. Esto exige la eliminación del individualismo egoísta de la era liberal y su reemplazo por un sentido de comunidad y responsabilidad colectiva.
Más tarde, los apologistas de los sionistas tratarían de explicar tales declaraciones y la Haavarah como medidas de supervivencia emprendidas en condiciones desesperadas, como si el triunfo del fascismo justificara el colaboracionismo. De hecho, la respuesta de los sionistas a la brutal persecución de los judíos por parte de los nazis, e incluso a su asesinato, estuvo determinada por los cálculos de su efecto sobre las perspectivas de emigración judía a Palestina. Como David Ben-Gurion, el líder del movimiento sionista declaró de forma infame:
Si supiera que es posible salvar a todos los niños [judíos] en Alemania llevándolos a Inglaterra, pero solo a la mitad de ellos llevándolos a Palestina, elegiría lo segundo, porque nos enfrentamos no solo al reconocimiento de esos niños, sino también al reconocimiento histórico del pueblo judío.[8]
Ben-Gurion también expresó el temor, después del pogromo de la Kristallnacht, de que este suceso pudiera generar simpatía internacional por la difícil situación de los judíos, lo que resultaría en que varios países relajaran sus restricciones a la inmigración y, por lo tanto, ofrecieran a los judíos alternativas a Palestina.
Sionismo contra la Ilustración: la metafísica del irracionalismo nacionalista.
Sin embargo, la simpatía expresada por las organizaciones sionistas por el nazismo no puede explicarse simplemente como una manifestación de cobardía y grotesco oportunismo táctico. El sionismo, que surgió como un hijo del colonialismo imperialista y como enemigo del socialismo y de una concepción científica de la historia y la sociedad, se basó necesariamente en los elementos más reaccionarios de la política y la ideología nacionalistas.
En una época en la que la fuerza motriz del progreso social se había convertido en la lucha revolucionaria de la clase obrera internacional contra el capitalismo y el Estado nacional burgués, el sionismo basó su programa en la glorificación del principio nacional como fundamento esencial de la existencia judía. Todas las concepciones de la historia, derivadas de la Ilustración y los movimientos socialistas posteriores, que socavaron el principio de exclusividad nacional, especialmente aquellas que, basándose en la ciencia y la razón, consideraban la identidad nacional como un fenómeno históricamente limitado y transitorio vinculado a una etapa específica en el desarrollo de las fuerzas productivas y su relación con el mercado mundial, fueron denunciadas como incompatibles con el sionismo, no solo como un programa político sino también como la única expresión de la identidad judía. Negar la legitimidad del sionismo era, por lo tanto, negar el derecho de los judíos a existir.
De esto se deduce la insidiosa afirmación de que la oposición al sionismo, incluso si el oponente es un judío, es antisemita. En un libro titulado Antisemitismo y sus orígenes metafísicos, publicado en 2015 por Cambridge University Press, el profesor David Patterson, profesor de Historia en el Centro Ackerman de Estudios del Holocausto de la Universidad de Texas en Dallas, justifica esta calumnia sobre la base de una defensa del mito religioso y el irracionalismo. Afirma que el origen del antisemitismo moderno debe remontarse a la Ilustración y, especialmente, a la filosofía de Immanuel Kant. Escribe:
Las doctrinas de la Ilustración fueron engendradas por un modo de pensamiento que era inherentemente antisemita: Si ha de ser fiel a sí misma, la filosofía de la Ilustración tiene que ser antisemita. Si la libertad humana reside en la autonomía humana, y si la autonomía humana reside en la autolegislación, como sostiene Kant, entonces uno se da cuenta de que nada amenaza más la autonomía humana autolegisladora que la Voz Dominante del Monte Sinaí, la Voz que socava la visión moderna que Kant defiende y que el mundo ahora abraza.
Patterson continúa:
De hecho, si uno adopta la premisa de la Ilustración de que no puede haber pueblos separados, sino solo una humanidad universal fundamentada en la razón entonces necesariamente debe asumir una posición antisemita. … Al perder la paternidad de Dios, perdemos la fraternidad de la humanidad: Una vez que Dios es superfluo, también lo es el ser humano. Por lo tanto, el Estado judío no sólo es superfluo sino peligroso. Para el intelectual antisionista de izquierda, la historia moderna de pensar que Dios está fuera de escena culmina eliminando al Estado sionista del mapa.
Estas palabras no aparecen en un libro de bolsillo fundamentalista cristiano evangélico del tipo que se vende ampliamente en las farmacias estadounidenses. Apareció bajo el emblema de Cambridge University Press, una de las editoriales más prestigiosas del mundo.
La ofensiva contra Gaza como epicentro de la barbarie imperialista
Testifica no solo el carácter completamente reaccionario del sionismo, sino también la avanzada putrefacción política, social, intelectual y moral de un sistema capitalista arraigado en el sistema estatal nacional. Aquí radica el significado más amplio de la solidaridad intransigente de todas las potencias imperialistas con el Estado de Israel. Hay, por supuesto, intereses geopolíticos pragmáticos que determinan el apoyo de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN a la guerra de Israel contra el pueblo palestino.
Pero detrás de este frente unido contra los palestinos está el reconocimiento de que sus aspiraciones democráticas, que requieren la disolución del Estado israelí existente y la creación de una nueva federación binacional, amenazan no sólo los intereses del imperialismo en Oriente Medio, sino toda la estructura estatal históricamente obsoleta de la geopolítica imperialista y el dominio capitalista.
Ni la opresión del pueblo palestino ni, para el caso, la cuestión histórica y todavía muy real del antisemitismo pueden resolverse en el marco del sistema capitalista y su Estado-nación. El imperialismo, al crear el Estado de Israel, no resolvió el “problema judío”. Explotó y se aprovechó para sus propios fines de la inmensa tragedia del Holocausto, uno de los mayores crímenes del imperialismo.
La atención sobre la guerra en Gaza está ciertamente justificada por la magnitud del crimen que se está cometiendo contra su pueblo. Pero la lucha para poner fin al genocidio reivindica e impone la mayor urgencia a la perspectiva central y la razón de ser del Comité Internacional de la Cuarta Internacional: la lucha por la Revolución Socialista Mundial. No existe otra respuesta a la crisis terminal del sistema capitalista. Resumiendo la importancia de la escisión de 1953 en la Cuarta Internacional, Cannon escribió: “Se trata del desarrollo de la revolución internacional y de la transformación socialista de la sociedad”.
Ante el genocidio en Gaza, la guerra en Ucrania, el peligro de una escalada hacia una guerra nuclear global, los ataques a los derechos democráticos, los impresionantes niveles de desigualdad social, la propagación incontrolada de la pandemia y la amenaza de un desastre ecológico, el Comité Internacional se vuelve al creciente movimiento de masas de trabajadores y jóvenes en todo el mundo y afirma enfáticamente: “La tarea que se les plantea es el desarrollo de la revolución internacional y la transformación socialista de la sociedad”.
Y es por eso que deben unirse y construir secciones del Comité Internacional de la Cuarta Internacional en todo el mundo.
(Publicado originalmente en inglés el 19 de noviembre de 2023)
“La actitud de la intelectualidad judía y rusa hacia el sionismo en el período inicial (1897-1904), en The Slavonic and East European Review, vol. 64, núm. 4 (octubre de 1986), págs. 547-48.
Ibíd., pág. 550
Ibíd., pág. 551
Ibíd., pág. 550
Ibíd., pág. 555
Ibíd., pág. 555
Friedlander, La Alemania nazi y los judíos, pág. 86
Segev, Tom. El séptimo millón (pág. 26). Farrar, Straus y Giroux. Versión Kindle.