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Perspectiva

Henry Kissinger y los crímenes del imperialismo estadounidense

En este camino al Crimen hallé –
Llevaba una máscara como Castlereagh–
Aunque tenebroso, muy dulce miraba;
Y siete sabuesos en sangre tras él:
Todos bien lustrosos; y bien que podían
De tal admirable aspecto gozar,
Pues uno tras otro, y de dos en dos,
A sus fauces lanzaba corazones humanos
Que iba sacando de su ancho gabán.

-Percy Bysshe Shelley, La máscara de la anarquía

Un comentario en la publicación liberal judía Forward sugiere que estas líneas de Shelley, dirigidas contra lord Castlereagh, el reaccionario canciller británico de la época, serían igual de apropiadas para describir a Henry Kissinger, el exsecretario de Estado estadounidense que cumplió 100 años el viernes, 27 de mayo.

Es una comparación ampliamente justificada entre dos enemigos de la libertad humana y la revolución social. Castlereagh defendió el Imperio Británico y buscó aplastar la revolución en sus colonias, especialmente Irlanda, y destruir el legado e influencia de la Revolución francesa.

Kissinger ha dedicado su larga vida a la defensa del imperialismo estadounidense y la destrucción del legado y la influencia de la Revolución rusa. Pudo haber nacido como un judío alemán, pero se alió con las mismas fuerzas que financiaron y alentaron a Hitler, y que animaron a los imitadores de Hitler en regímenes fascistas y autoritarios de todo el mundo.

Kissinger comentó alguna vez, con el cinismo que lo llegó a caracterizar y que fue presentado como “astucia” por sus admiradores en los círculos políticos y mediáticos burgueses, “Si no hubiera sido por el accidente de mi nacimiento, habría sido un antisemita”.

En una reunión de altos funcionarios turcos y estadounidenses en Ankara en 1975, después de que Kissinger le había sugerido al Gobierno de Nixon que organizara que sus aliados entregaran suministros militares críticos a Turquía después de que el Congreso había prohibido la entrega de ayuda estadounidense, el embajador estadounidense dejó escapar, “Eso es ilegal”.

Kissinger respondió: “Antes de la Ley de Libertad de Información, solía decir en las reuniones, ‘Lo ilegal lo hacemos inmediatamente; lo inconstitucional toma algo más de tiempo’. [Risas] Pero desde la Ley de Libertad de Información, temo decir tales cosas”.

La transcripción de esta reunión solo se volvió disponible cuando la publicó WikiLeaks en 2011, 36 años después.

Los crímenes de Kissinger

Kissinger estuvo directamente a cargo de la política exterior estadounidense como asesor de seguridad nacional y luego secretario de Estado entre 1969 y 1976, que representó un periodo crítico de levantamientos revolucionarios de la clase trabajadora y los pueblos oprimidos en todo el mundo. En todos los países donde intervino el imperialismo estadounidense, o bien por fuerza militar, o bien por subversión política, o bien apuntalando dictaduras sanguinarias, él desempeñó un papel siniestro.

Al menos un millón de personas murió en Vietnam, Laos y Camboya durante el periodo en que Kissinger dirigió la política estadounidense, en su mayoría asesinados por las bombas estadounidenses, incinerados por el napalm estadounidense o envenenados por los químicos estadounidenses como el Agente Naranja. Muchos fueron simplemente masacrados a manos de las tropas estadounidenses, incluso cuando Nixon y Kissinger repetían las mentiras usuales de que EE.UU. estaba defendiendo la “libertad” y la “democracia” contra el comunismo.

El Gobierno de Nixon proclamó la política de “vietnamización” y comenzó un largo proceso de negociaciones con Vietnam del Norte y el Frente de Liberación Nacional. A lo largo de estos siete años, siguieron muriendo soldados estadounidenses, que provenían casi todos de la clase obrera, sumando 30.000 fallecidos más.

Los crímenes de guerra en el sureste de Asia son innumerables pero los más importantes incluyen el bombardeo secreto de Camboya y Laos, la invasión de Camboya en 1970 que allanaron el camino para la llegada al poder de los Jemeres Rojos y Pol Pot, así como el “bombardeo del día de Navidad” de Hanoi y Hai Phong, ambos centros urbanos importantes de Vietnam del Norte.

En 1973, se le otorgó el Premio Nobel de la Paz junto al principal negociador norvietnamita en las negociaciones de París, Le Duc Tho. Kissinger no viajó a Noruega para recibir su premio, temiendo probables protestas masivas. Le Duc Tho rechazó su premio completamente.

En Latinoamérica, Kissinger presidió una ola de golpes militares y la imposición de dictaduras, más notablemente en Chile en septiembre de 1973, cuando Augusto Pinochet llevó a cabo el derrocamiento militar apoyado por la CIA del régimen reformista de Salvador Allende. Resultó en la muerte de Allende y la tortura y el asesinato de decenas de miles de trabajadores y activistas políticos chilenos.

Fue en relación con Chile que Kissinger dijo una de sus frases más notorias y citadas. En una reunión con el altamente secreto “Comité de los 40” antes de las elecciones chilenas de 1970 que ganaría Allende, declaró: “No veo por qué necesitamos esperar y ver cómo un país se vuelve comunista debido a la irresponsabilidad de su propia población”. Luego escribiría sobre el sangriento golpe de 1973, “El ejército chileno salvó a Chile de un régimen totalitario y a Estados Unidos de un enemigo”.

Un tanque en apoyo a Augusto Pinochet se acerca al palacio del Gobierno durante el golpe de 1973 [Photo by @goodvibes11111 / CC BY-SA 4.0]

Hubo golpes similares en Argentina, Uruguay y Bolivia y estos dictadores unieron fuerzas con regímenes militares más establecidos en Brasil y Paraguay para poner en marcha la Operación Condor, una iniciativa conjunta de la policía secreta de la región y la CIA estadounidense para cazar y asesinar a exiliados revolucionarios e izquierdistas de todo tipo.

Hubo acontecimientos igualmente reaccionarios en otras partes del mundo en los que Kissinger está implicado: la invasión indonesia de Timor Oriental en 1975; la matanza militar de Bangladesh en 1971; el apoyo y la ayuda de Estados Unidos a los regímenes dictatoriales de España, Portugal, Grecia, Arabia Saudí e Irán; el apoyo de Estados Unidos a las insurgencias de ultraderecha contra los regímenes nacionalistas de Angola y Mozambique; el respaldo de Estados Unidos al golpe de Canberra, que derrocó el Gobierno electo del Partido Laborista del primer ministro australiano Gough Whitlam.

En Oriente Próximo, Kissinger ayudó a evitar la derrota militar de Israel en la guerra árabe-israelí de 1973, suministrando enormes cantidades de material militar al Estado sionista, y luego sobornó al régimen egipcio de Anwar Sadat para que cambiara de bando en la guerra fría y se convirtiera en cliente estadounidense en lugar de soviético.

El legado de Kissinger

En la geopolítica mundial, a Kissinger se le identifica sobre todo con la política de aprovechar la división entre la Unión Soviética y China, ambas bajo un régimen estalinista, ya que estos Estados burocráticos policiales competían entre sí por la influencia mundial. Este conflicto nacionalista reaccionario incluso provocó enfrentamientos militares a lo largo de la frontera entre la Manchuria china y el lejano oriente soviético.

El propósito central del apoyo simultáneo de Kissinger a la distensión con Moscú y al fin de la política estadounidense de décadas de no reconocimiento de Beijing fue reclutar la ayuda de los estalinistas para enfrentar las luchas revolucionarias en el sudeste asiático y en todo el mundo. Esta política es la más celebrada en los círculos imperialistas estadounidenses y explica la capacidad de Kissinger para seguir ejerciendo influencia décadas después de dejar el cargo.

Cuando la Administración de Nixon-Ford terminó sus ocho años de mandato, y el demócrata Jimmy Carter entró en la Casa Blanca, se comprometió públicamente a hacer de la defensa de los “derechos humanos” la base de la política exterior estadounidense. Con ello pretendía ventilar el hedor de los crímenes de Kissinger. Sin embargo, nada cambió salvo el envoltorio. Los crímenes del imperialismo estadounidense se adornaban ahora con cínicas referencias a las preocupaciones “humanitarias” que supuestamente impulsaban las acciones de la CIA, el Pentágono y el Departamento de Estado.

En años posteriores, los cómplices de Kissinger en la Administración de Nixon-Ford se volvieron los más reconocidos criminales de guerra estadounidenses. Mientras Kissinger era secretario de Estado, George H. W. Bush, el futuro presidente, fue director de la CIA. Donald Rumsfeld, jefe de gabinete de la Casa Blanca y luego secretario de Defensa, regresó al Pentágono en 2001, donde supervisó las intervenciones estadounidenses en Irak y Afganistán. Richard Cheney sucedió a Rumsfeld como jefe de gabinete de la Casa Blanca, y en 2001 fue vicepresidente de George W. Bush y el principal belicista de esa Administración.

Tras los atentados terroristas del 11-S en Nueva York y Washington, George W. Bush nombró a Kissinger para dirigir una comisión bipartidista encargada de la investigación, junto al exsenador demócrata George Mitchell. Los demócratas del Congreso aprobaron este acuerdo, pero las protestas públicas amenazaron con desacreditar la comisión incluso antes de que pudiera empezar, y Kissinger tuvo que dimitir.

Como señaló el WSWS en su momento, “Seleccionar a Kissinger para dirigir este organismo equivale a admitir que el Gobierno de Estados Unidos tiene mucho que ocultar en relación con el 11 de septiembre, y que la Administración de Bush, trabajando en tándem con los demócratas del Congreso y los medios de comunicación, está decidida a enterrar la verdad”.

También señalamos la creciente notoriedad de Kissinger a nivel internacional:

Kissinger ya no puede viajar libremente por Europa y América Latina. Tuvo que cancelar un viaje a Brasil el año pasado debido a las protestas por la violación de los derechos humanos. La policía francesa lo buscó para interrogarle durante una visita a París, en un caso relacionado con un ciudadano francés asesinado por la dictadura militar chilena apoyada por Estados Unidos. Es objeto de juicios en Chile y Estados Unidos por su papel en el asesinato del general René Schneider, el comandante militar chileno cuya eliminación allanó el camino a la dictadura del General Augusto Pinochet.

Hoy este oprobio se expresa en internet, como señaló el Washington Post en un artículo publicado el domingo en su sección Estilo, en el que mencionó los amplios preparativos en las redes sociales para celebrar la inevitable muerte de Kissinger y el desdén y odio hacia sus crímenes entre millones de jóvenes que ni siquiera habían nacido cuando dirigía el Departamento de Estado.

En su mayor parte, los medios de comunicación se han mostrado nerviosos a la hora de comentar los 100 años de Kissinger, temiendo las implicaciones de cualquier revisión, incluso suavizada, de su historial. En un silencio digno de mención y particularmente culpable, el New York Times aún no ha publicado ningún artículo sobre el tema.

El hecho de que en los últimos años se haya citado ocasionalmente a Kissinger como crítico “moderado” de la excesiva agresividad estadounidense, especialmente en relación con China, demuestra hasta qué punto se ha desplazado la política exterior estadounidense hacia la derecha. (Es un ferviente partidario de la guerra en Ucrania). En su libro de 2012, On China, advirtió de que Estados Unidos estaba adoptando la misma política hacia China que el Reino Unido imperial adoptó hacia Alemania en el periodo previo a la Primera Guerra Mundial, que volvió inevitable el estallido de un conflicto militar abierto.

No cabe duda, sin embargo, del carácter profundamente reaccionario de su política. En 1985, apoyó públicamente la visita de Ronald Reagan a un cementerio militar de las Waffen-SS en Bitburg, Alemania Occidental, donde el presidente estadounidense colocó una corona de flores.

En 1973, hizo un comentario revelador a Richard Nixon, tras una reunión con la primera ministra israelí Golda Meir, quien lo presionó sobre la cuestión de permitir a los judíos soviéticos abandonar la URSS (con la esperanza de que se establecieran en Israel). En la cinta, que no se hizo pública hasta 2010, Kissinger declara: “La emigración de judíos de la Unión Soviética no es un objetivo de la política exterior estadounidense, y si meten a judíos en cámaras de gas en la Unión Soviética, no es una preocupación estadounidense. Tal vez sea una preocupación humanitaria”.

Una obra mucho más temprana, Necessity for Choice, publicada en 1961 cuando era “experto” académico en política exterior en Harvard, resume su visión del mundo: “No hay tarea más urgente a la que se enfrente el mundo libre que separarse de la nostalgia del periodo de su invulnerabilidad y enfrentarse a la cruda realidad de un periodo revolucionario”.

Es este odio y miedo a la revolución y la determinación de aplastarla lo que subyace en cada crimen identificado con el centenario Kissinger, así como con la miríada de políticos imperialistas que lo consultaron, desde John F. Kennedy hasta Hillary Clinton y Joe Biden.

Aunque la criminalidad de Kissinger fue de carácter particularmente manifiesto, estableció un estándar de crueldad que ha continuado y de hecho se ha profundizado en la evolución posterior del imperialismo estadounidense. De alguna manera es apropiado que su centenario en la Tierra coincida con una escalada de la guerra de EE.UU. y la OTAN contra Rusia, que está llevando a la humanidad al borde de una catástrofe nuclear.

En cuanto a los actuales representantes del imperialismo estadounidense, se enfrentan a la “cruda realidad de un período revolucionario”, mal equipados para hacer algo para contenerlo.

(Publicado originalmente en inglés el 28 de mayo de 2023)

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