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El terrorismo fascista y la hostilidad militar acechan la investidura de Lula en Brasil

La toma de posesión del presidente electo de Brasil, Luís Inácio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores (PT), prevista para el 1 de enero, se prepara bajo la sombra de conspiraciones fascistoides en el país.

Las crecientes amenazas de violencia de extrema derecha se han hecho explícitas en la última semana con la exposición de un complot terrorista por parte de los partidarios del actual presidente fascistoide Jair Bolsonaro, quien aún no ha admitido haber perdido las elecciones ante Lula. El objetivo declarado de las acciones planificadas era evitar la transferencia del poder al gobierno electo y allanar el camino para un golpe autoritario.

Desfile militar en la conmemoración de la independencia de Brasil, 7 de septiembre de 2022. [Photo: Alan Santos/PR]

La víspera de Navidad, el fascista George Washington de Oliveira Sousa, de 54 años, fue detenido en Brasilia tras un atentado fallido con bomba en el aeropuerto de la capital brasileña.

Sousa confesó haber armado el explosivo, que dijo que fue colocado por otro hombre, Alan Diego Rodrigues, en un camión cisterna que se dirigía al Aeropuerto Internacional de Brasilia (BSB) cargado con combustible para aviones. La bomba fue retirada en las inmediaciones del aeropuerto por el conductor del camión, quien identificó el extraño objeto y llamó a la policía. El peritaje de la Policía Civil del Distrito Federal (PCDF) concluyó que la bomba fue detonada pero falló por “un micro detalle técnico en el detonador”.

En su declaración a las autoridades, Sousa reveló haber planeado esta y otras acciones, como la voladura de una subestación eléctrica en la capital, junto con otros fascistas partidarios de Bolsonaro. Afirmó que su objetivo era “iniciar el caos” que “llevaría a la intervención de las fuerzas armadas y al decreto del estado de sitio para impedir el establecimiento del comunismo en Brasil”.

El activista pro-Bolsonaro se identificó como gerente de una gasolinera y exparacaidista (supuestamente del ejército brasileño). Fue detenido en una propiedad alquilada en Brasilia, a más de 700 millas de su residencia en el estado de Pará.

Sousa, inspirado en “las palabras del presidente Bolsonaro”, viajó a la capital el 12 de noviembre portando “dos escopetas calibre 12, dos revólveres calibre 357... un rifle Springfield calibre 308, más de mil cartuchos de varios calibres y cinco cartuchos de dinamita”, dice el informe policial. Afirma haber invertido 160.000 reales (US$32.000) en su arsenal, equivalente a unos tres años de sus ingresos declarados.

Sousa declaró que el motivo de su viaje a Brasilia era “participar en las protestas que se estaban dando frente al cuartel general del Ejército y esperar la señal de que las Fuerzas Armadas tomen las armas y derroquen al comunismo”. Dijo que planeaba distribuir parte de sus armas y municiones a otros participantes de esta mafia fascista.

Este movimiento armado de ultraderecha, aunque busca presentarse como una iniciativa individual y espontánea, tiene conexiones directamente rastreables con Bolsonaro y su séquito y con los niveles más altos de las fuerzas armadas y la policía.

Durante los últimos dos meses, el campamento fascista en Brasilia en el que participó Sousa ha sido el foco de una serie de acciones coordinadas por los aliados de Bolsonaro para cuestionar el resultado de las elecciones brasileñas. La idea de que individuos como Sousa son actores políticos independientes es inmediatamente refutada por los registros de estas acciones.

El 30 de noviembre, Sousa y su cómplice Alan Diego Rodrigues, actualmente prófugo, asistieron a una audiencia en el Senado organizada por políticos vinculados al presidente fascistoide como plataforma para promover su narrativa conspirativa de fraude electoral y abogar abiertamente por un golpe militar.

[Photo: Tv Senado]

En las redes sociales, Rodrigues muestra fotos personales junto a los políticos que organizaron esta acción en el Senado, como los congresistas Zé Trovão, del Partido Liberal (PL) de Bolsonaro, y Daniel Silveira del ultraderechista Partido del Trabajo Brasileño (PTB), quien fue amnistiado por el presidente fascistoide después de ser condenado por agitar para un golpe de Estado.

En vísperas de la audiencia en el Senado, el 24 de noviembre, la diputada Carla Zambelli (PL), una de las principales aliadas de Bolsonaro, visitó el campamento fascista a las puertas del cuartel general del Ejército junto a su esposo, el coronel Aginaldo de Oliveira, jefe de la la Fuerza Nacional de Seguridad Pública hasta marzo de este año.

Hablando a la multitud, Zambelli, quien también está acusada de violencia política durante las elecciones de octubre, afirmó que estaba organizando “una acción en el Senado que sacudirá las estructuras del Senado”. Y agregó: “Cuenta con nosotros. Mientras estén aquí, sepan que tiene gente trabajando a veces entre bastidores... y no descansaré ni un segundo hasta que logremos nuestra libertad'.

El 12 de diciembre, dos semanas antes de la acción que condujo al arresto de Sousa, los integrantes de este campamento fascista protagonizaron violentas protestas en Brasilia contra el acto que confirmaba oficialmente la victoria de Lula. Ante prácticamente ninguna intervención policial, el pequeño grupo de manifestantes de extrema derecha atacó edificios y prendió fuego a más de una docena de automóviles y autobuses en toda la capital. Los videos muestran a Rodrigues presente en diferentes momentos del día, a veces caminando entre policías, a veces en barricadas o junto a vehículos en llamas.

Las acciones violentas protagonizadas por estos soldados de a pie fascistas, tanto el 12 como el 24 de diciembre, pueden vincularse directamente con la orientación política brindada por Bolsonaro en días anteriores.

En su primer discurso político extenso desde su derrota electoral el 30 de octubre, Bolsonaro se dirigió a sus seguidores en Brasilia (probablemente Rodrigues y Sousa entre ellos) solo tres días antes de la confirmación oficial de la victoria de Lula. Su discurso instigó y legitimó la violencia fascista de los días posteriores. Bolsonaro dijo:

“Estoy seguro que, entre mis funciones garantizadas por la Constitución, está ser el jefe supremo de las Fuerzas Armadas. ... Siempre he dicho, a lo largo de estos cuatro años, que las Fuerzas Armadas son el último obstáculo para el socialismo. Las Fuerzas Armadas, estén seguros, permanezcan unidas”.

Y agregó: “Hoy vivimos un momento crucial, en una encrucijada, un destino que tiene que asumir el pueblo. Son ustedes quiénes deciden mi futuro y hacia dónde voy. Ustedes son los que deciden a dónde van las Fuerzas Armadas. Quiénes deciden a dónde va el Congreso, el Senado, son ustedes también”.

El silencio de Bolsonaro tras los actos violentos cometidos por sus seguidores, como en ocasiones anteriores, es una señal indiscutible de aprobación.

Las Fuerzas Armadas, a las que apelan tanto el presidente como sus partidarios fascistas, también han guardado silencio sobre estos hechos. Ese silencio es aún más ominoso ante una extraordinaria declaración del Comando de las Fuerzas Armadas sobre las manifestaciones fascistas exigiendo un golpe militar. El 11 de noviembre, los comandantes emitieron una nota oficial caracterizando este movimiento como “manifestaciones populares” y afirmando el “compromiso inquebrantable de los militares con el pueblo brasileño” y su papel histórico como “poder moderador”.

El recrudecimiento de las tensiones políticas en los últimos días llevó al equipo de Lula a realizar preparativos y acuerdos sin precedentes para la ceremonia del domingo.

El equipo ha exigido el cierre de la Explanada de los Ministerios a partir del viernes para la detección de bombas, el empleo de la Fuerza Nacional de Seguridad Pública y la movilización de 8.000 agentes de seguridad para el Día de la Toma de Posesión. Todavía está en discusión si Lula viajará a la ceremonia en un auto convertible, como es costumbre en Brasil, o en un vehículo a prueba de balas.

Los cambios de protocolo fueron motivados no solo por temores a acciones individuales de terrorismo, sino a la participación directa de organismos estatales y militares en un posible golpe de Estado en Brasilia.

El equipo de Lula decidió sacar su seguridad personal de las manos del Gabinete de Seguridad Institucional (GSI) y reducir drásticamente la tradicional participación del GSI en la ceremonia de toma de posesión. Actualmente, el GSI está comandado por el general Augusto Heleno, quien recientemente lamentó públicamente que el presidente electo, Lula, “no esté enfermo… lamentablemente”.

En otra decisión extraordinaria, el ministro de Defensa designado por Lula, José Múcio Monteiro, negoció el adelanto del cambio de mando de la Marina y el Ejército, tradicionalmente realizado después de la toma de posesión presidencial. La acción fue una maniobra preventiva contra las crecientes amenazas de insubordinación de los jefes militares hacia el nuevo gobierno.

La posibilidad de acelerar el cambio de mando surgió inicialmente como una amenaza al gobierno electo por parte de los propios jefes militares. La elección de Lula del favorito de los generales, Múcio, para el Ministerio de Defensa, elogiada en la prensa como un gesto de subordinación del gobierno del PT a los militares, habría hecho retroceder supuestamente la propuesta.

Sin embargo, la decisión, tomada apresuradamente el lunes en medio de rumores de que el comandante de la Marina Almir Garnier se inclinaba por renunciar a su cargo, dejó en claro que la crisis del gobierno del PT con los militares está lejos de resolverse.

Se desconoce la actitud que adoptará Bolsonaro el día de la toma de posesión. Los medios han anunciado que, según sus aliados, el presidente no asistirá a la ceremonia, rompiendo los protocolos básicos de la democracia brasileña y manifestando su persistente desafío al resultado electoral.

En lugar de asistir al evento, hay informes de que el fascistoide presidente brasileño tiene la intención de viajar a fines de esta semana a Florida y pasar los próximos días en el complejo Mar-a-Lago de Donald Trump. Los vínculos entre los complots golpistas de Bolsonaro en Brasil y los aliados de Trump involucrados en la organización de la toma del Capitolio de los EE. UU. y el intento de golpe del 6 de enero de 2021 se establecieron hace mucho tiempo.

Bolsonaro declaró en una entrevista con CNN que los informes de que celebraría una reunión de despedida de su gobierno en Brasilia y luego viajaría a Florida eran “noticias falsas”.

(Publicado originalmente en inglés el 29 de enero de 2023)

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