El rechazo del contrato del sindicato de caldereros International Brotherhood of Boilmakers (IBB) por parte de sus miembros el lunes es el más reciente golpe para el convenio nacional ferroviario mediado por la Casa Blanca. El IBB de es el más pequeño de los doce sindicatos gremiales en la industria, con solo 500 miembros, pero son los terceros consecutivos en rechazar el convenio, siguiendo a los trabajadores de mantenimiento del Brotherhood of Maintenance of Way Employees (BMWED) y los responsables de circulación del Brotherhood of Railroad Signalmen (BRS) a fines del mes pasado.
Evidentemente, crece el impulso para derrotar el convenio a menos de una semana de que voten los 60.000 maquinistas y jefes de tren, quienes han estado en el centro de la oposición. Además, una huelga incluso de los 500 miembros del IBB sería el equivalente a una huelga nacional de 120.000 ferroviarios, ya que los trabajadores de los otros gremios acatarían el piquete de huelga.
Las constantes amenazas de mandatos legislativos y la campaña de mentiras y desinformación de la burocracia sindical, que ha sometido a los trabajadores a incontables atrasos y los ha dividido por gremio para romper su unidad, no han podido atajar la marea de oposición. Los trabajadores están decididos a lanzar una huelga nacional ferroviaria para poner fin a la sobrecarga de trabajo crónica, a las jornadas con horarios inciertos, la falta de personal y los ataques a los salarios reales y a las prestaciones de salud.
Sin embargo, la burocracia sindical ferroviaria está actuando cada vez más descaradamente para sabotear la lucha. Simplemente ignoraron el voto de 99 por ciento a favor de autorizar una huelga e impusieron a la fuerza los contratos en siete sindicatos por márgenes minúsculos y en votaciones marcadas por serias irregularidades. A instancias de la Casa Blanca, el BMWED volvió a postergar el emplazamiento a huelga que el propio sindicato se impuso hasta el 9 de diciembre, como resultado de un acuerdo secreto con los negociadores de la patronal.
Para justificar esta decisión, el BMWED recurrió a mentiras inventadas de la nada que insultan la inteligencia de los trabajadores, incluyendo que los trabajadores no pueden hacer huelga hasta que el Congreso apruebe una ley que se los permita, una afirmación que ni siquiera el Congreso ha hecho. Por medio de sus acciones, los sindicatos están demostrando que están controlados por un aparato acomodado que no rinde cuentas del todo a las bases y que toma todas las decisiones a partir de consultas con las empresas de transporte y la Casa Blanca, no con los trabajadores.
Un artículo publicado en Político ayer, que incluye extensas entrevistas con altos cargos sindicales, demostró la desesperación y el enfado cada vez mayores del aparato ante la oposición de las bases. Un oficial le dijo al medio que la situación estaba “fuera de control” y varios otros se quejaron del papel de las “redes sociales”, es decir, el hecho de que los trabajadores están organizando su oposición a los contratos por medio de plataformas de comunicación que la burocracia no está censurando.
“Estamos aprendiendo ciertas lecciones avanzando a la próxima ronda de negociaciones colectivas sobre cómo… controlaremos la narrativa un poco mejor”, dijo un alto funcionario de la confederación sindical AFL-CIO, antes de darse cuenta de lo que decía y añadir: “y no lo digo en términos propagandísticos, sino que asegurarnos de que la gente sepa los hechos”. La realidad es que la burocracia sindical ha sido la principal fuente de desinformación. Los trabajadores no pueden creer nada de forma acrítica que venga de ella.
Durante los últimos meses, la burocracia postergó todo continuamente hasta las elecciones intermedias. Esto se hizo aparentemente creyendo que las elecciones traerían algo de estabilidad a Washington y fortalecerían la posición del Congreso para arremeter contra los ferroviarios, algo que los sindicatos sutilizarían para presentar el contrato como algo inevitable. Los oficiales intentarían hacer creer a los trabajadores de que deben votar entre “aceptar” el contrato o que se los impongan por medio de una orden legal.
Pero han ocurrido dos cosas que no incluyeron en sus cálculos. En primer lugar, las elecciones intermedias no restauraron ninguna “normalidad” en Washington y, en cambio, han dado paso a una nueva etapa de la crisis política. Si bien no se ha definido aún el resultado más de una semana luego, habrá mayorías sumamente reñidas en ambas cámaras que se traducirán en un Congreso disfuncional. En sí, la votación fue una muestra de la profunda hostilidad de la población hacia ambos partidos y toda la élite política.
Sin duda, el BMWED tomó esto en cuenta al extender el emplazamiento, que se anunció la jornada después de las elecciones.
El segundo factor y el más decisivo es el crecimiento masivo de la lucha de clases, que es en sí un motor fundamental de la crisis e inestabilidad políticas. La oposición de los trabajadores ferroviarios se fortalece del hecho de que forma parte de un movimiento más amplio de toda la clase trabajadora.
· El lunes, el mismo día en que se anunció el voto del IBB, 48.000 trabajadores académicos de la Universidad de California (UC) iniciaron una huelga para exigir que sus salarios y prestaciones se ajusten a la inflación;
· En el sindicato United Auto Workers (UAW; al cual pertenecen los trabajadores académicos de la UC), el trabajador automotor socialista y candidato a presidente sindical, Will Lehman está ganando un gran apoyo a partir de su plataforma de abolir la burocracia y poner a los trabajadores en control;
· En las últimas semanas, decenas de miles de pilotos de las principales aerolíneas votaron en contra de distintos contratos entreguistas o directamente a favor de autorizar huelgas. El martes, los tripulantes de cabina llevaron a cabo piquetes informacionales a nivel nacional. Los trabajadores de las aerolíneas, así como los ferroviarios, son objeto de la Ley Laboral Ferroviaria, que limita gravemente su capacidad para hacer huelga;
· El enfado y la frustración se están acumulando entre los 20.000 estibadores de la costa oeste, quienes han estado trabajando por meses después de que se expirara su contrato, debido a la colusión entre el sindicato ILWU, los operadores portuarios y la Casa Blanca, bajo un acuerdo de “no hacer huelga” similar a las extensiones del “statu quo” en la industria ferroviaria;
· Hay importantes batallas en el horizonte. El próximo año, expiran los contratos nacionales de los trabajadores automotores de Ford, GM y Stellantis, así como de 250.000 trabajadores de UPS.
Los acontecimientos en Estados Unidos forman parte de un movimiento mundial. Los trabajadores han lanzado huelgas en las refinerías de petróleo francesas, en los ferrocarriles y puertos británicos y en otras industrias clave. La semana pasada, los educadores de Ontario, Canadá, emprendieron una huelga en toda la provincia que obtuvo un importante apoyo de los trabajadores de todo el país.
Hay un enorme potencial para una lucha unificada de los ferroviarios con los trabajadores de otras industrias clave. La amenaza de una acción del Congreso u otros intentos de impedir que los trabajadores ejerzan su derecho democrático básico a la huelga debe ser respondida por una lucha para movilizar a toda la clase obrera en defensa de los ferroviarios.
Mucho más allá que un contrato, para la clase gobernante está en juego toda la estrategia del Gobierno de Biden, que consiste en utilizar a la burocracia sindical para mantener a raya la lucha de clases. La afirmación de Biden de ser el presidente más “favorable a los sindicatos en la historia de Estados Unidos” significa que quiere utilizar los servicios de un aparato sindical que hace tiempo se integró completamente con la patronal y el Estado en EE.UU.
Pero tanto el Gobierno como la burocracia sindical son profundamente odiados por la clase obrera y están aislados de ella. Además, una irrupción de los trabajadores fuera de este “frente único” en cualquier industria podría envalentonar rápidamente a los trabajadores de todo el país para luchar por sus propias demandas. Esto, incluso más que el impacto en la “economía” –es decir, en las ganancias— es lo que la burguesía teme de una huelga ferroviaria, y por lo que no se detendrá ante nada para tratar de impedirla.
Los ferroviarios se enfrentan a adversarios decididos. El Congreso, a pesar de los resultados de los comicios intermedios, sigue preparando la legislación antihuelgas a puerta cerrada, y la burocracia sindical no se detendrá ante nada para traicionar a los ferroviarios. El resultado de las votaciones de los maquinistas y jefes de tren sigue siendo incierto, y la experiencia de la votación del IBEW demuestra que los sindicatos no dudarán en recurrir al fraude electoral para “aprobar” sus odiados contratos.
Pero los recientes acontecimientos dan testimonio de la inmensa fuerza de la clase obrera, así como de la fragilidad de las instituciones en las que la clase dominante se ha apoyado durante tanto tiempo para suprimir la oposición de los trabajadores.
Sin embargo, esto requiere una organización y una dirección independientes. La lucha por movilizar y unir a la clase obrera contra sus enemigos comunes es inseparable de la lucha por liberarla del dominio del aparato sindical. Esto significa, sobre todo, la formación de comités de base, estructuras democráticas que coloquen el control de la lucha en manos de los trabajadores, y que les den los medios para anular las decisiones que violan la voluntad de los miembros.
La lógica de esta lucha se dirige hacia una lucha general contra el propio sistema de lucro, que es incompatible con la resolución de todos los problemas sociales sobre una base progresista. La cuestión fundamental planteada por esto es: ¿quién dirigirá la sociedad? Los trabajadores deben tomar el poder en sus manos y reestructurar la vida económica sobre la base de las necesidades sociales, no del lucro privado. Este es el programa del socialismo.
(Publicado originalmente en inglés el 16 de noviembre de 2022)
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